La esclavitud de la deuda

Desde principios de la década de 1980 el FMI y su organización hermana, el Banco Mundial, han impuesto programas de ajuste estructural en más de setenta países en desarrollo que, si no constituyen delitos de lesa humanidad, están muy cerca de ello. Joseph Stiglitz, que debe de saber de lo que habla como antiguo economista jefe del Banco Mundial, recuerda que el FMI se involucró en una serie de programas de «asistencia» que afectaron a la mayoría de los países de África. El resultado fue que los ingresos en esos países se redujeron en un promedio del 23 por ciento. En el mundo desarrollado eso habría sido una catástrofe. En África, donde los ingresos apenas dan para la subsistencia, es un holocausto.

Las ayudas al desarrollo han pasado de ser precisamente eso, una ayuda, a convertirse en un negocio sumamente rentable. Un ejemplo es lo ocurrido en Brasil. Entre 1985 y 1987 el Fondo Monetario Internacional recaudó en este país 16.800 millones de dólares de beneficio neto sobre el dinero que había prestado. Cuando la coyuntura económica dificultó el pago de los intereses y el Estado tuvo que aceptar nuevas imposiciones del FMI, a las reuniones asistieron no solo los funcionarios del Fondo, sino representantes de la Reserva Federal estadounidense y financieros privados como George Soros, del fondo Quantum, el vicepresidente de Citigroup, William Rhodes, Jon Corzine de Goldman Sachs y David Komansky de Merrill Lynch. Entre julio de 1998 y enero de 1999, 50.000 millones de dólares procedentes de las reservas de moneda extranjera de Brasil cayeron en manos de instituciones financieras privadas, en su mayoría a través de opciones y contratos de futuros. Una vez más la participación del FMI en la crisis económica de un país permitió al capital extranjero apoderarse del mercado interior, reforzar su dominio sobre la banca nacional y apropiarse de los activos productivos más rentables a precios de ganga. Para ilustrar el grado de connivencia entre el comercio y las agendas políticas de occidente y las políticas del FMI, reproducimos una cita del «CIA World Factbook» de 2002: «Una serie de medidas del FMI, junto a la condonación masiva de la deuda externa, dio como resultado la participación de Egipto en la Guerra del Golfo junto a la coalición, ayudando a Egipto a mejorar su desempeño macroeconómico durante la década de los noventa».

Algunos países que comenzaban a descollar en diferentes terrenos y cometieron el error de recurrir al FMI vieron cómo el desarrollo de esos sectores florecientes se veía abortado. En la renegociación de 2002 de los acuerdos del FMI con Indonesia, una de las cláusulas que más llaman la atención es el virtual abandono por parte de este país de los tímidos intentos que había comenzado a desarrollar para establecer una política industrial estratégica centrada en el llamado «Proyecto Nacional de Automóviles» (una iniciativa que, al parecer, había molestado a los fabricantes de automóviles de Detroit y Tokio) y un plan para la fabricación y diseño de aviones de pasajeros (que había preocupado al parecer a Boeing). A cambio de esta autoinmolación, Indonesia recibió un dinero del que Goldman Sachs, elegido como principal sindicador de las emisiones de bonos de algunos de los mayores prestatarios del sudeste asiático, ya está recogiendo millones y espera reunir aún más decenas de millones de dólares en honorarios. El FMI es fuente de enormes beneficios para bancos como Goldman Sachs por medio de estos rescates internacionales. En este sentido, es interesante recordar que Robert Rubin, entonces secretario del Tesoro estadounidense, hizo mucho para facilitar el movimiento de fondos de rescate desde los Estados Unidos a México en un momento en que todavía tenía intereses en Goldman Sachs, uno de los principales beneficiarios del rescate financiero.

Cuando nos fijamos con detalle en las condiciones impuestas por el FMI a los países, está claro que estas condiciones son en su mayoría de naturaleza política y no en interés de la gente común de los países en cuestión. Alguna gran potencia también ha picado en el cebo del FMI. Es el caso de Rusia, que recibió préstamos del FMI, el Banco Mundial y directamente de los Estados Unidos a través de la OPIC (la Overseas Private Investment Corporation, una entidad del gobierno de Washington). Desde entonces el país vive inmerso en una trampa de endeudamiento. El economista ruso Boris Kagarlitsky, en una declaración ante el Congreso de los Estados Unidos, expuso la situación con enorme claridad: «Los teóricos del FMI insistieron en que la privatización conduciría automáticamente a una mejor gestión de las industrias y a la reducción del gasto del gobierno. También hicieron hincapié en la necesidad de gastar menos en educación, bienestar social, salud, etc. El FMI no solo alentó a los líderes de Rusia en la ilusión de que aplastar la inflación llevaría automáticamente al crecimiento, sino que los portavoces del FMI también alimentaron la falsa idea de que, si las cosas salían mal, habría un montón de dinero en el sistema financiero mundial para rescatar a los rusos». Una vez más la fórmula del FMI (que no hizo nada para mejorar la calidad de vida de los rusos comunes y corrientes, sino todo lo contrario) tuvo los resultados habituales: los precios aumentaron, los salarios cayeron y se redujo el gasto e inversión pública.

La esclavitud de la deuda es la ayuda a la inversa. Por cada dólar enviado a los países más pobres de la ayuda, 1,30 dólares fluyen de nuevo a los prestamistas. El gasto en sanidad ha disminuido en la mayoría de los países más pobres del mundo desde la década de 1980. Algunas importantes mejoras en este campo, adquiridas con considerable esfuerzo en las décadas de 1960 y 1970 han revertido a su estado original o llevan estancadas en muchos países desde la década de 1980, cuando la deuda comenzó a convertirse en el problema más grave de los países en desarrollo. A pesar de los vertiginosos avances de la medicina, el número de niños que mueren antes de cumplir cinco años ha aumentado en muchos países endeudados hasta las cejas, como Zimbabue, Zambia, Nicaragua, Chile y Jamaica, después de décadas de resultados cada vez más esperanzadores. Dado que los colegios se ven obligados por las políticas de ajuste a cobrar tasas a sus alumnos, cada vez menos personas son capaces de dar a sus hijos una educación, algo que se está convirtiendo en un privilegio solo disponible para los más acomodados, en lugar del derecho universal que debería ser. En el África subsahariana el daño a la educación ha sido particularmente significativo: el porcentaje de niños matriculados en la escuela ha caído de casi el 60 por ciento en 1980 a menos del 50 por ciento en 1990.

Los salarios reales en la mayoría de los países africanos se han reducido en un 50 o 60 por ciento desde principios de 1980. El desempleo ha aumentado en muchos países de África y América Latina desde la década de 1980. Las agencias internacionales incitan a los países a aumentar sus cultivos de exportación, los mismos para todos los países pobres, lo que genera un exceso de oferta en el mercado internacional y la consiguiente caída de los precios. No entra dinero en los bolsillos de los campesinos y en el campo solo tienen café o algodón para comer. Es más, como hemos visto, esos cultivos de exportación de los países en desarrollo compiten directamente en los mercados con los de los países desarrollados, altamente subsidiados y protegidos, y que utilizan todas las técnicas agrarias disponibles en la actualidad para mejorar su calidad y maximizar su producción.