La segunda recesión

Grecia necesita dinero para devolver unos 95.000 millones de euros que vencen a finales de 2013, a los que se suman otros 58.000 millones del préstamo que recibió en 2010 de la Unión Europea y los del Fondo Monetario Internacional por 110.000 millones de euros. El Banco Central Europeo y la Comisión Europea, junto a Francia, lograron que Alemania modificara su posición inicial (participación privada sustancial y cuantificable, con canje de títulos) que, según París, podría desatar un caos comparable a la bancarrota de Lehman Brothers en noviembre de 2008. Algunos economistas, como el norteamericano Paul Krugman, advierten de que el plan de ajuste no es la mejor solución para Grecia, cuya deuda externa actualizada a junio de 2011 alcanza los 485.000 millones de dólares, según un informe de Bis Quarterly Review citado por la BBC de Londres. El economista turco Nouriel Roubini, que anticipó la crisis financiera en 2008, opinó que Grecia no tiene otra elección que pagar su deuda y salir de la moneda única, porque esto le permitiría devaluar, mejorando su competitividad económica con exportaciones más baratas, informó el diario The Guardian. En Grecia la economía está en recesión (falta de dinero) y el desempleo se disparó al 16,2 por ciento en marzo, por lo que un total de 811.000 personas se encuentran sin trabajo de un total de 11,3 millones de habitantes, según informes oficiales.

De fondo, una preocupación común: la posibilidad de que la recesión sufrida por las principales economías, y de la que parecía que se empezaba a salir, no sea más que el preludio de una segunda crisis, si cabe más intensa. Parece que la única forma de evitar la tan temida recesión en dos fases (la double-dip recession) es un compromiso entre ambas visiones por el lado de la activación de la demanda y la puesta en marcha de las anheladas reformas estructurales —infraestructuras, educación, mercado laboral, etc.— del lado de la oferta. Sin embargo, los especialistas no se ponen de acuerdo en cómo lograr ese compromiso o, mejor dicho, no acaban de coincidir en la urgencia de actuar, en estos momentos, en el eje de la austeridad o en el del impulso.

La Organización de las Naciones Unidas avisó seriamente de que la búsqueda de medidas de austeridad por parte de unos cuantos países europeos podría volver a llevar a la Eurozona a la recesión (-0,3 por ciento), y que Estados Unidos y Japón corren un menor riesgo de vivir una segunda fase de recesión. Además de los niveles de austeridad y el elevado desempleo, la ONU dijo que la gran volatilidad en los mercados de divisas y el conflicto entre las grandes economías por las políticas que afectan a las tasas de cambio son una importante amenaza para el crecimiento. La ONU dijo también que espera que el crecimiento económico de Japón se desacelere al 2,2 por ciento desde el 2,7 por ciento de 2010, al tiempo que espera que el crecimiento en China se frene hasta el 8 por ciento frente al 10,1 por ciento del año previo a medida que cae la demanda de las economías desarrolladas. Un panorama desolador del que no se libra nadie y que, desgraciadamente, parece estar cumpliéndose en los últimos meses.

Stiglitz y otros economistas han denunciado la timidez del gobierno de Obama, y de otras administraciones europeas, a la hora de mantener el compromiso estatal para animar la demanda y la inversión en países donde los niveles de desempleo siguen en niveles históricos. Por contra, Edmund Phelps —también Nobel de Economía como Stiglitz—, economistas de renombre como Jeffrey Sachs y Martin Feldstein, y autoridades del peso de Jean-Claude Trichet alertan sobre los peligros de una vuelta a la política del impulso público sin haber dado tiempo a poner las bases de la sostenibilidad fiscal. Según Feldstein la urgencia de la consolidación de las cuentas públicas es tal que bien se podría aceptar una recesión en dos fases como precio para poner las bases de una recuperación económica saludable a medio y largo plazo.

Algo parecido sucede en España, donde la sombra de una recesión en dos fases, cada vez más posible tras las medidas de austeridad, vuelve a resucitar el interés por el impulso de la inversión pública.