La corrupción sirve como mecanismo a la vez de lucro y de control, desviando la atención de los resortes reales de poder. Líderes corruptos del Tercer Mundo, como Mobutu Sese Seko de Zaire, que robó al menos la mitad del dinero de la ayuda recibida por el país, se encuentran lógicamente muy a gusto soportando una deuda adicional innecesaria que deberán pagar los ciudadanos.
Mobutu Sese Seko fue uno de los líderes más corruptos de la historia, hasta el punto de que su gobierno dio lugar a la palabra «cleptocracia» y The Wall Street Journal le bautizó como «el déspota subsidiado». Su fortuna personal estaba estimada en más de 10.000 millones de dólares, a lo que se suman sus incontables propiedades inmobiliarias en todo el planeta. Tenía por costumbre recompensar la lealtad de sus lugartenientes con regalos extraordinarios como coches deportivos o casas. También era muy tolerante a la hora de extender su política de saqueo del país no solo a él y su familia, sino también a sus amigos, a los que permitía malversar fondos públicos a su antojo, hasta el punto de nacionalizar varias empresas privadas para entregárselas en concesión.
En 1978 el FMI colocó a Edwin Blumenthal como director del Banco Central de Zaire como condición para que el país volviera a recibir ayuda económica. Blumenthal dimitió dos años después en un estado lamentable de estrés emocional, harto de extorsiones, presiones, amenazas e intimidaciones por parte del ejército y la aristocracia zaireñas al intentar, iluso él, impedir las enormes y continuas irregularidades de las que era testigo a diario. Llegó a declarar que la «corrupción sórdida y perniciosa» era tan grave que «no hay posibilidad, repito, ninguna posibilidad de que los numerosos acreedores de Zaire recuperen alguna vez sus préstamos». Sin embargo, el FMI continuó prestando a manos llenas a Zaire. De hecho, el FMI y el Banco Mundial parecían sumamente contentos de seguir prestando a Zaire, a pesar de que sus propios investigadores les advirtieran repetidamente de que el dinero estaba siendo robado. El apoyo a las políticas de Mobutu por parte de Washington durante la Guerra Fría podría haber tenido algo que ver con este entusiasmo, pero, básicamente, se trataba de hacerse con el control del país a través de la deuda, dando igual en qué fuera empleado el dinero.
Otro buen ejemplo de esto es Filipinas. Cuando en 1966 Ferdinand Marcos asumió el poder en Filipinas, la deuda externa del país no llegaba a los 1.000 millones de dólares. Veinte años de latrocinio y rapiña por parte de la familia Marcos elevó esta relativamente modesta cifra a unos abultados 27.000 millones. Un tercio del incremento del saldo deudor fue a parar directamente a los bolsillos del dictador y de su esposa Imelda Romuáldez, que, aparte de ser la orgullosa propietaria de la mayor colección de zapatos de señora del planeta, también se dedicó a llevar a cabo inversiones mucho más convencionales (doscientas setenta sociedades, fincas, edificios en Nueva York, obras de arte, etc.), sin olvidarse de algunas abultadas cuentas personales en Suiza.
Afortunadamente la paciencia de los pueblos suele tener un límite y, aunque a veces hagan la vista gorda con los que roban su dinero, se suelen indignar bastante más con quienes roban su libertad. Un amplio fraude en las elecciones presidenciales de 1986 —en las que Marcos proclamó haber derrotado a Corazón Aquino— fue la espoleta que hizo estallar una revolución que terminó con los Marcos exiliados del país. Ferdinand Marcos falleció el 28 de septiembre de 1989 en Honolulu, donde pasó sus últimos años defendiendo en los tribunales, con uñas y dientes, los miles de millones que había sacado del país y que ahora le reclamaba el nuevo gobierno filipino. Su viuda, que regresó a Filipinas en noviembre de 1991 para presentarse como candidata en las elecciones presidenciales, tuvo igualmente que vérselas con la justicia, aunque resultó absuelta. Hasta el momento Manila no ha podido recuperar nada más que las propiedades filipinas del dictador.
Y como no hay dos sin tres, citaremos también el caso de Haití. La dictadura familiar de los Duvalier gobernó el país durante tres largas décadas en el decurso de las cuales la represión fue brutal como pocas veces antes se había visto. François Duvalier se autoproclamó presidente de por vida en 1957, en el marco de la Guerra Fría, con el apoyo del gobierno estadounidense. En 1971 fue reemplazado por su hijo Jean-Claude, quien conservó el mandato hasta su derrocamiento en 1986. La deuda externa en el considerado por muchos el país más pobre del planeta es en la actualidad de 1.200 millones de dólares y fue en gran parte contraída por la dictadura, en especial al comienzo de la década de 1980 en el marco de las políticas neoliberales impuestas por el Banco Mundial y el FMI.
Este es un secreto a voces. Se sabe que al menos la mitad de los fondos obtenidos por los mayores deudores son sustraídos de una u otra forma durante el mismo año en que llegan los préstamos. El autor John Christensen, en su libro Dinero sucio: dentro del mundo secreto de la banca extraterritorial, describe cómo las cuentas secretas en paraísos fiscales como Jersey y las Islas Caimán son ampliamente utilizadas por las élites del Tercer Mundo para ocultar el dinero que han robado, malversado u obtenido de actividades ilegales como sobornos o tráfico de drogas.
Estos bancos también permiten a las empresas del Primer Mundo ocultar sus ganancias al fisco, dejando que los ciudadanos se encarguen de la engorrosa tarea de pagar las cuentas del país. ¿Por qué existen entonces estos bancos? Porque también los gobiernos los utilizan para sus operaciones inconfesables. El Banco de Crédito y Comercio Internacional (BCCI), constituido bajo las leyes de Luxemburgo y protagonista de un sonado escándalo, es uno de los ejemplos más gráficos a este respecto.