Tras unos cuantos años en los que la organización pasó virtualmente desapercibida para la opinión pública, los disturbios de Seattle fueron el punto de partida de la lucha contra la OMC. Un comunicado de prensa redactado a principios de noviembre de 1999 por Jerry Mander, presidente del Foro Internacional sobre Globalización, y un grupo de investigación compuesto por unos sesenta investigadores, activistas y economistas de veinte países abrió los ojos de muchos sobre la verdadera naturaleza de la organización. Los argumentos en los que se centraban eran los siguientes:
Los casos concretos nos pueden dar una idea de las prácticas permitidas e indirectamente fomentadas por la OMC que resultan devastadoras socialmente. Es bien sabido que buena parte del material deportivo del mundo se produce con trabajo infantil. En Pakistán, por ejemplo, el mayor exportador de balones de fútbol, hay más de siete mil niños de menos de catorce años que cosen balones, cobrando 0,6 dólares por pelota. Coser un balón de fútbol no es ni mucho menos tarea fácil, requiere fuerza y habilidad. Para hacernos una idea de las condiciones que soportan estos niños, baste decir que ni siquiera los más mayores pueden coser más de tres o cuatro balones en el transcurso de una jornada laboral. No es ni mucho menos el único caso que encontramos sin necesidad de salir de Pakistán. En el valle del Indo se confeccionan de forma artesanal unas bellísimas alfombras que tienen como característica primordial estar tejidas con finos hilos de seda. En su elaboración trabajan niños menores de quince años con salarios similares a los de los niños que cosen balones. En este caso los niños y niñas deben ser de la menor edad posible, ya que esta delicada tarea precisa de dedos lo más finos posible para tejer los delicados hilos, casi invisibles. Además se trata de un trabajo dañino para la vista. Muchos de los niños se dejan literalmente la vista en los telares y, cuando quedan ciegos, sus patrones los devuelven a sus familias como material inservible. Estas alfombras se venden a precio de oro en lujosos establecimientos de París, Nueva York o Londres.
En China los practicantes del culto Falun Gong constituyen dos tercios de las víctimas de tortura y la mitad de los detenidos en los campos de «reeducación por el trabajo». Es muy paradójico que sea en un país nominalmente comunista donde se llevan a cabo prácticas que dotan de un nuevo e insospechado sentido a la expresión «capitalismo salvaje». Cientos de miles de prisioneros políticos, religiosos o de etnias excluidas trabajan en grandes campos de prisioneros produciendo piezas para artículos electrodomésticos que luego son vendidos por el Estado chino en Corea, Japón o Singapur. Gracias a la OMC estos productos del trabajo esclavo tienen libre acceso al mercado mundial.
Pero a veces el producto que se va a comercializar no es el trabajo esclavo de los prisioneros, sino los propios prisioneros. Las cifras anuales de ejecuciones arbitrarias y desapariciones de practicantes de Falun Gong exceden con mucho al del resto de grupos víctimas del partido. En el libro de David Matas y David Kilgour Cosecha sangrienta se descubrió que desde 2001 miles de practicantes de este culto han sido asesinados para extirparles sus órganos vitales y comerciar con ellos con destino a ciudadanos chinos o extranjeros. No es leyenda urbana, es una cruel realidad. Dice el libro: «Continúa hasta hoy la extirpación de órganos a los practicantes de Falun Gong a gran escala. Llegamos a la conclusión de que desde 1999 el gobierno chino y sus organismos en muchas partes del país, en particular los hospitales pero también centros de detención y tribunales populares, asesinaron a un gran número sin especificar de presos de conciencia de Falun Gong. Sus órganos vitales, incluyendo riñones, hígados, córneas y corazón, fueron extraídos sin su consentimiento para venderlos a precios elevados, a veces a extranjeros que normalmente tienen que esperar mucho tiempo para donaciones voluntarias de tales órganos en sus países de origen».
En Estados Unidos los reclusos son subcontratados sobre todo para gestionar las reservas de numerosas compañías aéreas, sin que por esta razón sean excluidas del comercio internacional. Birmania, país miembro de la OMC, utiliza trabajadores forzosos de manera habitual y no por ello se ha contemplado su exclusión.
La activista Susan George explica cómo la OMC fomenta estos abusos con la más completa indiferencia: «La realidad del comercio actual se explica así: una vez que un producto llega al mercado, pierde todo recuerdo de los abusos que se han cometido en su elaboración, tanto en el plano humano como en el de la naturaleza».