Fundada el 1 de enero de 1995, la OMC es una nueva versión del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT), firmado por veintitrés gobiernos en 1947. El sistema GATT/OMC regula el comercio internacional de bienes y servicios. La OMC se compone de un director general (en la actualidad, Pascal Lamy, excomisario de Comercio de la Comisión Europea), cuatro directores generales adjuntos y una Secretaría. Está ubicada en Ginebra, Suiza, al igual que otras muchas agencias de la ONU. La OMC funciona a través de diversos comités y reuniones de los embajadores permanentes que representan a los estados y también a compañías poderosas.
Como el FMI y el Banco Mundial, también tiene representantes enviados a los países miembros y miles de especialistas, consultores y grupos de presión que ejercen un poder considerable. La OMC funciona dentro de un discurso que siempre ha abogado por la liberalización del comercio con respecto a los aranceles y otras restricciones gubernamentales, permitiendo así la competencia y funcionamiento de los mercados con mayor libertad en el ámbito internacional. Se dice que esto conduce a un crecimiento económico más rápido y que el resultado final beneficia a todos.
A pesar de que una organización sucedió a la otra, existe una diferencia fundamental entre el GATT y la OMC. El GATT era una simple unión aduanera, en tanto que la OMC es una organización interestatal con amplio poder de coerción y de sanción que fija las reglas del comercio mundial, extendiendo su ámbito a diferentes esferas y productos.
La OMC, de cara al público y los medios de comunicación, afirma que existen diez beneficios en el sistema que administra:
Explicado así, el panorama no puede resultar más idílico. Se nos muestra como una organización eminentemente administrativa, un conjunto de convenciones comerciales en evolución permanente, en «perpetuo proceso de negociación». La OMC se presenta como un lugar neutral donde los gobiernos pueden llegar a acuerdos comerciales y resolver los conflictos, que surgen inevitablemente, de manera equitativa. Sin embargo, la organización no adopta una postura neutral sobre la política comercial. Está apasionadamente en contra del proteccionismo en todas y cada una de sus formas. Su objetivo es el «comercio justo», entendido como aquel en el que las condiciones son estables, previsibles y transparentes, una definición de justicia bastante chata y que, en general, favorece los intereses de algunos mientras perjudica los de otros. El objetivo principal de la OMC es la reducción del poder del Estado y del sector público en general. La desregulación y la privatización son sus principales instrumentos.
La postura oficial de la organización respecto a estas y otras críticas consiste en negar la mayor. Son «malentendidos». De hecho hay un documento de la OMC titulado precisamente «Diez malentendidos comunes» en el que se defiende de todas estas acusaciones. Uno de estos malentendidos es que «destruye puestos de trabajo y amplía la brecha entre ricos y pobres», a lo que la OMC responde de la siguiente manera: «No es cierto: la acusación es errónea y simplista. El comercio puede ser una fuerza poderosa para la creación de empleos y la reducción de la pobreza. A menudo es eso precisamente lo que sucede. A veces son necesarios ajustes para hacer frente a la pérdida de empleo, y aquí el panorama es complicado. En cualquier caso, el proteccionismo no es la solución». Afirman que en muchos casos los trabajadores de las industrias exportadoras disfrutan de mejores salarios y tienen una mayor seguridad en el trabajo. Para los países exportadores puede que eso esté bien, aunque no hay que olvidar que la mejora de salario en muchos casos supone pasar de ganar 10 euros al mes a ganar 10,50. Una enorme mejora salarial, qué duda cabe. La peor parte se la llevan los productores y trabajadores que antes estaban protegidos por los aranceles, pues se encuentran súbitamente expuestos a la competencia extranjera. Claro que para la organización estos también se benefician: «Algunos sobreviven por ser más competitivos, mientras que otros no lo hacen, y algunos trabajadores se adaptan rápidamente para encontrar un nuevo empleo, mientras que otros tardan más». Un chollo, vamos. Las consecuencias del libre comercio en el desempleo dependen, según la doctrina de la OMC, de la adaptabilidad de los trabajadores y la competitividad de los productores para responder al «reto», eufemismo neoliberal que significa, simple y llanamente, perder el trabajo. Es la supervivencia del más fuerte, una muestra más del darwinismo social que tanto gusta a las organizaciones que estamos analizando.