Voces disidentes

Ha pasado mucho tiempo desde entonces y las reuniones de hombres poderosos en aislados resorts de lujo son un hecho relativamente común, al menos tanto como las protestas antiglobalización, cada vez más multitudinarias y tumultuosas, que tienen lugar en las ciudades donde se celebran las reuniones del G-8, la Organización Mundial del Comercio y semejantes. Una búsqueda de los términos «FMI» o «Banco Mundial» en Internet nos dará como resultado miles de páginas web que nos presentan estas organizaciones como instrumentos del imperialismo económico y de la hegemonía de los Estados Unidos. Sin embargo, en 1944 Roosevelt convocó la conferencia que dio lugar a estos organismos multilaterales como un esfuerzo serio, y no dudamos que completamente bienintencionado si hemos de atender a las credenciales del presidente moribundo y su política del New Deal, para «cooperar en la paz como hemos hecho en la guerra», con el objetivo de alcanzar «la cooperación económica y el progreso pacífico», huyendo del «sin sentido de las rivalidades económicas». Y en muchos sentidos Bretton Woods fue exactamente eso. H. H. Kung, que se encontraba a la cabeza de la delegación china, comentó lo siguiente al cierre de las actuaciones: «Lo notable de esta conferencia no es que no hubiera diferencias, sino que muchas delegaciones llegaron a sacrificar sus propios puntos de vista particulares en beneficio del interés común, a pesar de que sus reservas se encontraban apoyadas por cuestiones reales e importantes. Este tipo de sacrificio es una inversión que pagará en el futuro altos dividendos».

Con una fuerte promoción por parte de Roosevelt y Truman, su sucesor, más toda la maquinaria de la Oficina del Tesoro de Estados Unidos y unos medios de comunicación más que favorables a las tesis gubernamentales, la opinión pública, harta de la guerra y que no deseaba otra cosa que reanudar sus vidas de la mejor forma posible, no tiene el menor reparo en respaldar el plan de la administración y apoya firmemente los Acuerdos de Bretton Woods. En aquellos días cualquier ataque a lo surgido de las reuniones de Bretton Woods significaba alinearse con los anacrónicos aislacionistas que habrían permitido que Hitler se adueñara del mundo o, peor aún, con los desalmados banqueros de Wall Street. A mediados de 1945 la Cámara de Representantes aprobó el programa por una aplastante mayoría de 345 votos a favor por tan solo 18 en contra, y el Senado en una proporción igualmente significativa de 61 contra 16.

Todos estaban contentos. Ante el mundo se abría un prometedor futuro de prosperidad sin límites. ¿Qué es lo que sucedió entonces? A pesar de la euforia, las buenas intenciones y las mayorías aplastantes, sí hubo unas cuantas voces disidentes en los círculos económicos. Estos vanos intentos de hacer fracasar los acuerdos, vistos desde la situación actual, cobran un nuevo sentido y las predicciones de fracaso institucional que hicieron sus promotores se han cumplido en más de un sentido.

Como hemos mencionado anteriormente, las propuestas de Bretton Woods fueron aprobadas por los Estados Unidos y por casi todos los cuarenta y cuatro países presentes en la conferencia (con la URSS como excepción notable). Las instituciones previstas en los acuerdos abrieron sus puertas en 1947 y hoy día, casi setenta años después, se han forjado una reputación que no es precisamente acorde con los buenos propósitos que las inspiraron. En los últimos tiempos las instituciones de Bretton Woods se han visto implicadas en la crisis financiera asiática de 1997 y 1998, la argentina de 2001, los problemas de la economía brasileña, agobiada por una deuda de casi el 60 por ciento de su PIB. Eso sin contar todos los problemas derivados de la actual crisis en Portugal, Grecia y otros países de la Unión Europea. Aparte de su papel más que discutible en las crisis financieras del último medio siglo, las instituciones se han forjado su siniestra reputación también a través del llamado «Consenso de Washington», la apertura sistemática de los países deudores al sistema de libre mercado a través de los conocidos como «Programas de Ajuste Estructural», casi siempre con efectos desastrosos. Lo que no es muy conocido, sin embargo, es que todo ello fue previsto en su día por los opositores a la legislación de Bretton Woods, los cuales forman un grupo tan variopinto como interesante.

La Asociación Norteamericana de Banqueros se opuso a las instituciones de Bretton Woods de forma firme y bastante escandalosa entre julio de 1944 y junio de 1945. A primera vista parece algo lógico, los malvados banqueros opuestos a algo bueno y beneficioso para todos. Sin embargo, son muy destacables los argumentos que utilizaron, en especial contemplados desde la perspectiva de los efectos devastadores del Fondo sobre los países en desarrollo en tiempos recientes. En primer lugar, predijeron que el Fondo «aumentaría el peligro, ya grave, de inflación, retrasando ajustes económicos fundamentales». También hablaron de las servidumbres a las que estarían sometidos los países deudores, señalando que el hecho de prestar dinero a un país para el desarrollo no significa que este dinero vaya a ser empleado de manera productiva, de forma que el país pueda ser capaz de pagar el préstamo en un plazo de tiempo razonable.

Los banqueros norteamericanos no se encontraban ni mucho menos solos en sus reticencias. J. Taylor Peddie, un economista británico, afirmaba que el Fondo, «si se establece, poseerá un poder absoluto sobre las soberanías nacionales», algo con lo que hoy día cualquier argentino, brasileño o portugués estaría de acuerdo de todo corazón. Peddie afirmaba que el Fondo podría restringir el poder de los grupos políticos progresistas, sometiéndolos al poder soberano de la economía:

El dictado de las escuelas de pensamiento progresista afirma que cualquier nuevo mecanismo monetario nacional debe ser diseñado para servir a los objetivos económicos que se pretenden alcanzar, y no al contrario. Según las propuestas de Bretton Woods, los mecanismos monetarios internos y externos, inevitablemente, terminarán siendo nuestros amos y señores.

El tiempo terminó por darle la razón a Peddie. Allá donde el FMI ha dictado sus medidas de austeridad fiscal, propios y extraños han acabado contagiándose de la sensación de que la institución se ha convertido en su amo y señor. Este imperialismo económico fue previsto también por el economista John Francis Neylan, que consideraba a Keynes uno de los principales patrocinadores de las instituciones de Bretton Woods, «el exponente más brillante de los proyectos de sustitución del imperialismo político por el imperialismo económico».

W. Latimer Gray, vicepresidente del First National Bank de Boston, también era de la misma opinión. En su testimonio ante la Cámara de Representantes y el Subcomité de Banca afirmaba: «No es difícil comprender que los directores ejecutivos de los Estados Unidos, Reino Unido y Rusia controlarán en gran medida las acciones de esta organización. No sabemos la autoridad que tendrán los representantes de otras naciones, pero de lo que podemos estar seguros es de que tres personas tendrán mayor poder económico del que haya sido concedido a nadie en la historia del mundo».

Gray advirtió del peligro que suponían las instituciones de Bretton Woods, en la medida en que implicaban la concentración en manos de unos pocos de lo que solía ser el ámbito de competencia de cada país. Por si a alguien le parecía que no había hablado lo suficientemente claro, añadía más adelante en su testimonio que el aspecto más peligroso del Fondo era «su tendencia a la economía dirigida y al totalitarismo»: «He aquí un superestado económico que impone su voluntad a sus miembros […]. Ahora se nos dice que un déspota benevolente es el mejor gobierno y que, siempre y cuando el Fondo sea manejado con prudencia, es probable que haya pocos problemas. Aunque yo creo que se requiere un alto grado de optimismo para creer que cuarenta y cuatro naciones van a estar satisfechas en todo momento con las acciones del Fondo». Se trata de palabras muy gruesas, especialmente si tenemos en cuenta que nos encontramos al final de la Segunda Guerra Mundial, la mayor contra el totalitarismo de la historia de la humanidad.

Entonces, ¿qué sucedió? ¿Cómo es posible que estos agoreros estuvieran en lo cierto y que las bienintencionadas instituciones nacidas de unos acuerdos inspirados en el New Deal se hayan convertido en el archivillano económico mundial? Pues bien, esa y otras historias son, precisamente, lo que vamos a contar en este libro.