Faustino Solana

(Canica y el Montañés)

«La Guerra Civil fue algo terrible».

Nací en Santander, en una familia numerosa de siete hijos, tres chicos y cuatro chicas. Mi padre se marchó a Cuba y ya no volvió. Nos abandonó. Encontró a otra mujer y prefirió quedarse allí con ella.

Una infancia difícil, apenas teníamos dinero. Tuve que ponerme a trabajar muy joven. Desde muy pequeño había decidido aprender el oficio de barbero. Me crie cerca de grupos anarquistas que me ayudaron mucho.

Cuando llegó la República fue el día más feliz de mi vida. Una de las primeras cosas que hicimos fue ir a la cárcel para liberar a los presos. Yo tenía 16 años. Cuando llegamos a la cárcel, abrieron las puertas y entramos. Teníamos a muchos amigos dentro. Nos dijeron que no podrían dejarlos salir antes de unas horas pero nos dejaron estar en contacto con ellos. Después salieron todos y fue una verdadera fiesta. Muchos desaparecieron luego en la guerra… Porque la Guerra Civil fue algo terrible.

En 1936, cuando tenía ya 21 años, tuve que ir a Pamplona y fue allí donde me cogió la guerra. Enseguida pedí ir al frente como barbero y me fui con los anarquistas. Poco después me hirieron en una pierna y me llevaron al hospital. El médico que me curó quería cortármela. Yo le dije que no. Él insistió porque me dijo que tenía dentro la bala. Yo le dije que la bala había salido. Como él insistía, saqué la pistola, lo encañoné y volví a asegurarle que la bala había salido… No me cortaron la pierna.

Estuve en Asturias y de allí, ante el avance de los fascistas, tuvimos que salir en un barco de carga que se llamaba María Elena hacia Burdeos. Pero enseguida volvimos de nuevo a España. Fuimos a Barcelona y desde allí salimos hacia el frente con un batallón alpino. Este batallón iba hacia el frente del Este a recoger material que llegaba de Francia. Estuve todo el tiempo con ellos. La segunda vez que tuve que escapar a Francia. Había empezado a caer la República.

Volví todavía a España para seguir luchando y poco después tuve que volver a salir, esta vez por las montañas de Andorra. Al llegar a Francia nos metieron en campos de concentración. Antes nos habían preguntado: ¿República o Franco? Todos fuimos al lado republicano. Allí me uní a los vascos que me hicieron vasco de oficio. Me sentí muy bien con ellos. Después me enrolé en la Legión y me enviaron a África del Norte. Estuve dos años hasta que deserté para irme con Leclerc. Deserté llevándome una cantimplora y un fusil.

Con la Legión, enrolado en los Cuerpos Francos de África, hice la guerra de Túnez contra los alemanes. Una guerra dura. Allí conocí a Putz, que era mi comandante. Un hombre admirable. Era un hombre serio y cariñoso. A los españoles nos quería mucho y todos le teníamos un gran respeto. Él decía muchas veces que los mejores hombres bajo su mando eran los españoles. Más de una vez le oí decirle a Dronne: «Ramón, dígales que tengan cuidado».

Estando en el Cuerpo Franco de África es cuando llegó Leclerc con sus soldados africanos. Con ellos, De Gaulle quería formar el Segundo Ejército francés pero los americanos le hicieron deshacerse de los negros. Cuando luego pidieron voluntarios, la gran mayoría de españoles desertamos y nos fuimos con él.

Ese Segundo Ejército se convirtió en la Segunda División Blindada. La Nueve era la compañía española del Tercer Batallón. Estuvimos algún tiempo preparándonos en África. La Nueve se convirtió en compañía de choque. Allí estaba con Gualda, con Pujol, con Callero, Granell…

Cuando nos embarcaron por fin, sabíamos que no tardaríamos en enfrentar de nuevo a los alemanes. Lo estábamos esperando porque ahora teníamos en mano un material potente. Y sobre todo porque pensábamos que en cuanto termináramos con ellos iríamos de nuevo a hacer la guerra en España.

En España habíamos tenido ocasión de conocer bien a los alemanes. En África y en Francia tuvimos ocasión de conocerlos mucho mejor. Los enfrentamientos fueron muy duros. Un día estaba con mi mejor amigo junto a una de las tanquetas cuando un cañonazo le cortó la cabeza, que saltó en el aire y me cayó sobre el pecho… [Tras el recuerdo, Faustino Solana se cubrió el rostro con las manos y lloró durante un largo rato].

El general Leclerc era un hombre muy derecho, muy justo. Cuando le daba las órdenes a Dronne, yo le oía decir: «Dígales que tengan cuidado». Siempre se preocupó mucho por sus hombres. En muchos de los combates nos lo encontrábamos dirigiendo en primera línea.

El comandante Putz era también un hombre muy valiente, siempre iba delante, también. Entre los españoles, con los que mejor me llevé fue con Granell, con Moreno y con un andaluz al que todos llamábamos el Gitano y que fue un verdadero amigo. Cuando terminó la guerra no volvimos a vernos nunca más y lo he sentido mucho.

Muchos oficiales tenían miedo a los españoles porque decían que no obedecíamos. Lo que ocurre es que no obedecíamos así como así. Nosotros sólo aceptábamos las órdenes cuando respetábamos a los superiores y eso no era fácil porque había muy pocos oficiales valientes.

Salimos de Inglaterra en un Liberty Ships que se movía tanto que creíamos que iba a volcar. Lo pasamos muy mal. Yo llegué enfermo a Inglaterra y estuve varios días enfermo allí. Se portaron bien con nosotros. Las jóvenes inglesas eran amables pero mantenían una distancia. Las recuerdo diciendo: «No baby».

Cuando salimos para Francia, desembarcamos en Sainte–Mère l’Eglise y comenzamos realmente la lucha en Écouché, una lucha fuerte. Íbamos todos muy atentos para ver de dónde salía el humo de los disparos y contraatacar de inmediato. Cuando se llega al combate no hay forma de ver un obstáculo sin meter la cabeza por delante y estar muy atento a todo. Así fuimos enfrentando a los alemanes y liberando algunos pueblos, hasta que llegamos a París. Llegar hasta la capital francesa fue la gran alegría para nosotros.

Llegué hasta la alcaldía de París con el Santander. Al ponerles los nombres en Temara, yo había querido llamarlo Tabarka, pero no quisieron. El que se llamaba Nous voila! era el coche de mando. A un gran cañón que llevábamos le pusimos Marie–Luz. Fui yo quien le dio el nombre.

Después continuamos la lucha en Alsacia, atravesamos el Rin y llegamos hasta Berschtesgaden. Yo no pude subir al Nido de Águilas de Hitler porque me hirieron antes de llegar al pueblo. Pero ya me sentí satisfecho de llegar hasta allí. El Gitano sí que subió, con algunos otros.

Al regresar, íbamos obsesionados por volver a España. Yo supe que se estaba preparando una fuga para irnos a luchar contra Franco y algunos comenzamos a reservar bidones de gasolina. Los economizábamos de los coches que conducíamos para organizar el viaje. Un día vino alguien de la división a verme y me dijo: «Sé que están preparando una fuga: haga lo posible para desmovilizarlos. Si llega el otro ejército, los van a considerar desertores. Desertores en África y desertores en Francia, puede ser grave». Mientras tanto las cosas estaban muy complicadas con los republicanos de Toulouse. Tuvimos una escaramuza. Yo quería ir pero había muchas cosas poco claras. Decidimos quedarnos. Nos desmovilizaron en París. Me quedé allí.

Aquellos años no pueden olvidarse. Fue una época muy importante. Creo que fuimos la última generación que luchó por unos ideales. Teníamos la esperanza de ver un mundo mejor.

(Entrevista realizada en julio de 1998).