Dos soldados «libres»

Leclerc/De Gaulle

«No me digan que es imposible»[41] fue una de las frases que caracterizaron a Philippe de Hauteclocque. Otra de las más conocidas fue «No hay por qué obedecer las órdenes estúpidas»[42], expresión especialmente curiosa en un militar de carrera tradicional y de rigurosa disciplina, que definiría el carácter particular del soldado Leclerc.

Philippe–François–Marie de Hauteclocque nació el 22 de noviembre de 1902, en el castillo de Belloy–Saint–Leonard, en el seno de una familia de aristócratas tradicionalistas y católicos. Una estirpe poblada de héroes y militares que había dado numerosos jefes de escuadrón a la caballería francesa. El joven aristócrata era el segundo de seis hermanos. Y como la mayoría de sus antepasados, también eligió la carrera militar.

Antes de tomar la decisión de seguir la trayectoria familiar, Philippe había estudiado en el aristocrático colegio jesuita de la Providencia, al que también habían asistido su padre, tíos y hermanos y al que todas las destacadas familias de la región confiaban sus hijos. Los padres jesuitas adoctrinaron al joven —como lo había hecho su propia familia— en el fervor religioso, encuadrado en una severa disciplina y en un ardiente patriotismo.

Integrado más tarde en la academia militar de Saint–Cyr, prestigioso centro francés de iniciación y perfeccionamiento castrense, donde permaneció dos años, sus profesores y oficiales de mando destacarían su trabajo metódico, su impecable rigor y su gran capacidad para «reconocer sus propios errores y reparar sus arrebatos»[43].

El alumno discreto y reservado, según sus profesores, empezó pronto a manifestar sobre el terreno «un espíritu de decisión, una autoridad y una visión» nada corrientes en los jóvenes militares. El inspector de la sección de caballería lo señaló como «uno de los mejores oficiales de su promoción». Philippe de Hauteclocque obtuvo el número uno como oficial de caballería, el número uno en la Escuela de Aplicación de Caballería de Seaumur y el número uno en la Escuela Superior de Guerra.

Nombrado teniente en 1926, fue destinado a Marruecos poco después de la rendición del guerrero árabe Abd el–Krim[44]. Integrado como instructor en la Escuela de oficiales indígenas de Dar el–Beída, fue en aquellos primeros cursos donde, además de impregnarse de la cultura árabe, hizo famosa su frase: «¡No me digan que es imposible!».

Destinado más tarde al l.er Regimiento de Cazadores de África, participó activamente en la «pacificación» de la zona. Sus tácticas de lucha en la región del Alto Atlas —«buscar la extremidad de la posición enemiga para sorprenderla por detrás e impedir su retirada»— y sus numerosas victorias le permitieron ser nombrado capitán en 1934, obtener el reconocimiento y la admiración de sus superiores y sus primeras medallas militares.

Instalado de nuevo en Francia, fue un atento alumno en la Escuela Superior de Guerra antes de ser nombrado —pocos meses antes de la declaración de la guerra contra Alemania— miembro del Estado Mayor y de recibir el mando de una división de infantería de reserva, la 4.ª DI.

Charles de Gaulle, el militar francés que Leclerc admiraba y que no dudaría en rebelarse de inmediato contra el armisticio francés firmado por el general Pétain, nació en 1890 en Lille, en el norte de Francia, en el seno de una familia de la burguesía provinciana, católica y tradicional.

De niño, el pequeño Charles había sido un muchacho apasionado por los soldaditos de plomo. Una pasión persistente que, tras brillantes estudios, lo acompañaría hacia la carrera militar. Su padre, profesor de Filosofía y de Literatura en una escuela de jesuitas en París, lo había incitado desde muy joven al aprendizaje del griego y latín y a la lectura de los grandes filósofos, esperando interesarlo en la carrera de letras. No fue así: el joven De Gaulle se interesó por Nietzsche, Hegel, Montaigne y Pascal pero prefirió la carrera militar y las asignaturas que le correspondían mejor: matemáticas, historia e idiomas, sobre todo el alemán.

Firme en su convicción y de acuerdo con la divisa de la escuela, «aprender para vencer», a los 19 años entró en la academia militar de Saint–Cyr. Llamado «el gran espárrago» o «la Jirafa» por sus compañeros, Charles fue un brillante alumno, disciplinado y trabajador. Dos años después había conseguido los galones de alférez. Clasificado entre los primeros en el examen final, pudo elegir el regimiento donde deseaba servir. Su preferencia se inclinó hacia el 33.º Regimiento de Infantería, comandado por un militar al que admiraba, héroe de la Primera Guerra Mundial, el coronel Philippe Pétain.

Movilizado para luchar en la Guerra de 1914–1918, fue herido tres veces en distintos combates, la tercera, gravemente, en 1916. Prisionero de los alemanes, De Gaulle organizó cinco tentativas de evasión pero siempre fue detenido y vuelto a encerrar. Su estatura no le servía de ayuda, según cuenta en sus memorias, porque le reconocían desde muy lejos a causa de su altura.

Durante sus dos años y ocho meses de cautiverio, el larguirucho soldado se dedicó a observar detalladamente el comportamiento del enemigo. Estas observaciones, que desarrollaría más tarde en un largo informe, serían muy apreciadas por sus superiores.

El joven militar afrontó el retorno a la paz condecorado con una Cruz de Guerra y decidido a avanzar en su carrera. Después del Tratado de Paz de Versalles, firmado en junio de 1919, se alistó para integrar una misión militar de ayuda a los aliados polacos que luchaban contra los rusos. Integrado en el ejército polaco, De Gaulle ocupó durante cierto tiempo el cargo de profesor en un regimiento–escuela, encargado de la formación de oficiales. Poco después, debido a acuerdos bilaterales, los militares franceses integraron el Ejército polaco y participaron directamente en la defensa de su territorio. De Gaulle, destinado al Estado Mayor del ejército del Centro, dirigió los enfrentamientos contra los cosacos de Boudienny. Los soldados rusos fueron vencidos. De esta misión, De Gaulle volvió con una citación y la cruz polaca de Saint–Wenceslas.

Con el grado de comandante entró como profesor de Historia en la escuela de Saint–Cyr en 1921 y más tarde como profesor en la escuela de Guerra. Este cargo no le impidió oponerse a diversas tácticas oficiales que consideraba obsoletas y de insistir sobre métodos militares que consideraba mucho más modernos. Sus críticas surtieron efecto. El mariscal Pétain, a pesar de las muestras hostiles de muchos otros militares, lo nombró miembro de su Estado Mayor, como ayuda de campo.

En 1934, poco después de la llegada al poder de Hitler, el teniente coronel De Gaulle era todavía un modesto oficial francés, secretario general del Consejo Superior de la Defensa Nacional, pero conocía bien a muchos de sus miembros, sobre todo al mariscal Pétain, bajo cuyo mando había luchado en la guerra de 1914 y al que seguía profesando una gran admiración.

A los 44 años publicó su primer libro Al filo de la espada, que lo enfrentó una vez más con los seguidores de las doctrinas oficiales. Después publicó Vers l’armée de métier. Dos libros proféticos que anunciaban los nuevos rasgos de las futuras batallas y que predecían la derrota francesa si no se modernizaba el armamento.

Ante la reacción de hostilidad de las grandes administraciones y de los oficiales septuagenarios, De Gaulle comprendió que tenía que elegir entre una carrera fácil o la lucha por sus ideas, consideradas «revolucionarias» por los mandos militares: prefirió luchar por sus ideas. El Estado Mayor comprendería demasiado tarde que era De Gaulle el que tenía razón.

El 15 de mayo de 1940, tras la invasión alemana, le nombraron general y lo enviaron al frente. Allí tuvo que asumir una lucha desigual y casi imposible, frente al armamento alemán, de la que sin embargo salió con una citación militar: «Jefe admirable, audaz y enérgico, atacó el 30 y 31 de mayo al enemigo, penetrando cinco kilómetros detrás de sus líneas y capturando varios centenares de prisioneros y un material considerable».

Su papel de combatiente terminó pronto. El 6 de junio fue convocado por el presidente de la República, Paul Reynaud, que deseaba su colaboración. El 7 fue nombrado subsecretario de Estado en el Ministerio de la Guerra, después de haber puesto como única condición que el nuevo gobierno afirmara su voluntad de continuar la guerra hasta el final. Dando su acuerdo, Reynaud prometió enviarlo a Londres para entrar en contacto con Winston Churchill, el símbolo viviente del espíritu en guerra contra los alemanes. Los dos hombres se entrevistaron en Londres el día 8. Churchill prometió la ayuda a los franceses y el día 10 lo confirmaba por escrito. Ese mismo día 10, Italia declaraba la guerra a Francia.

El 12 de junio, el general Weygand, delante del Gabinete gubernamental y en su calidad de comandante–jefe del Ejército, firmaba la orden de retirada total de las fuerzas francesas al mismo tiempo que preconizaba la necesidad de pedir un armisticio, como había sugerido también el mariscal Pétain. El jefe de gobierno, Paul Reynaud, rehusó la proposición.

El 14 de junio las tropas alemanas ocuparon París. El 17, el mariscal Pétain, nuevo presidente del Consejo, anunció la petición de armisticio. De Gaulle, recién llegado de un viaje oficial a Londres y en contacto cercano con los ingleses, volvió a deslizarse en la cabina de un bimotor De Havilland y regresó a la capital británica.

Un día después, el 18 de junio, apoyado por Winston Churchill y en directo por la BBC, el general De Gaulle pronunciaba su famoso discurso de resistencia y terminaba diciendo:

¿Ha sido dicha la última palabra?

¿Debe desaparecer la esperanza?

¿La derrota es definitiva?

¡NO!

Francia ha perdido una batalla pero NO la guerra.

Después, invitaba a todos los oficiales y soldados, a todos los franceses que desearan seguir la lucha, a unirse a él y a seguir combatiendo.

El capitán Philippe de Hauteclocque había sido uno de los primeros oficiales en acudir a la llamada y en ponerse a las órdenes del jefe de la «Francia Libre».

El 6 de agosto de 1940, tras dieciséis días en la capital británica, el capitán De Hauteclocque, nuevo oficial de la Francia Libre gaullista, recibía una orden de misión de manos del general De Gaulle al mismo tiempo que el grado de comandante y un documento de identidad con su nuevo nombre, François Leclerc, un banal apellido de la región de Picardía. Con esta nueva identidad, entraba en clandestinidad y protegía a su familia de posibles represalias alemanas o vichystas.

Las órdenes que el general De Gaulle le entregó en Londres autorizaban al soldado Leclerc a representarlo en todas las negociaciones e iniciativas políticas y militares que pudiera tomar sobre el terreno, para conseguir que las colonias francesas de África occidental y ecuatorial rechazaran el armisticio de Pétain y se unieran a la Francia Libre para continuar la guerra contra los alemanes y los italianos. Para el general De Gaulle, la liberación de Francia debía pasar obligatoriamente por la recuperación y defensa de su imperio, para lo cual consideraba necesario, con la ayuda del gobierno inglés, reemplazar con rapidez a los gobernadores hostiles o indecisos.

El ex capitán De Hauteclocque no había viajado nunca al África negra. Esta orden y su destino significaban para él un importante desafío, dado que siendo oficial de caballería, en la nueva misión debería integrar el ejército colonial, el más antinómico a su propia especialidad. Ninguna duda, sin embargo. Ese mismo día 6 de agosto, el comandante Leclerc volaba hacia África, vía Lisboa, en un hidroavión. Dos días después aterrizaba en Freetown, la capital de la colonia británica de Sierra Leona.

El primer contacto con las fuerzas francesas de África occidental fue negativo. Los enviados del mariscal Pétain habían establecido ya firmemente su autoridad y consideraban a De Gaulle como un rebelde. Ante esta situación, Leclerc y los enviados gaullistas que le acompañaban prosiguieron el viaje hacia Nigeria, un país considerado zona sensible y donde se encontraron igualmente con fuertes hostilidades. Muchos afirmaron que la causa gaullista no tenía ninguna esperanza en África.

Algunas informaciones aseguraban que era el África ecuatorial la que se mostraba más cercana a la posición de De Gaulle y donde habían surgido más focos de resistencia. El enviado de la Francia Libre decidió comenzar por tratar de apoderarse de algunos puntos estratégicos del Chad–Camerún, encrucijadas del continente africano. Sus carreteras y sus bases aéreas tenían en aquel momento una importancia capital. Leclerc preparó el plan desde territorio británico; un plan basado en dos de sus principales lemas: audacia y fuerza. Para llevarlo a cabo, Leclerc y sus hombres salieron de Victoria el día 26 de agosto por la tarde. Para dar relevancia a su misión y su cargo, Leclerc se había añadido una estrella de coronel en las hombreras.

Durante mucho tiempo, el capitán Philippe de Hauteclocque sería dado oficialmente como «desaparecido» en las tropas francesas sometidas a Pétain. Sólo más tarde, el 11 de octubre de 1942, reconocido en la figura del coronel Leclerc, sería procesado por deserción y traición y condenado a muerte por contumacia, por la Justicia Militar de Vichy. Sus jueces fueron los mismos militares con los que, para construir la nueva «Francia Libre» del general De Gaulle, tendría que aceptar unirse más tarde, para continuar la lucha contra los alemanes.

Camerún, Congo, Chad, Gabón, Kufra, Fezzan, Trípoli, Ksar Rhilane, Túnez… Nombres mágicos en la epopeya Leclerc. Conquistas sorprendentes que trazarían la leyenda de los hombres de la Francia Libre y despertarían la admiración por todo el mundo. En el largo camino, Duala fue la primera ciudad conquistada por el enviado de la Francia Libre.

Todo comenzó desde unas piraguas, tras cincuenta kilómetros de navegación por el río Wouri y después de que con los veinticinco hombres que integraban su comando hubieran vencido lluvias torrenciales, mosquitos y caimanes. Antes de iniciar el viaje, a los que le habían asegurado que la misión a causa de las enormes dificultades no era posible, Leclerc había respondido secamente: «¡No me digan que es imposible!», la frase que seguiría repitiendo muchas veces durante su trayectoria militar.

Superado el rudo viaje, llegaron a Duala de madrugada y a las cinco de la mañana, los centros administrativos, correos, telefónica, estaciones, comisarías y comandancias, estaban ya ocupados por los representantes del general De Gaulle, sin ningún incidente.

A las 11 de esa misma mañana del 27 de agosto de 1940, ante una multitud convocada frente a la residencia del gobernador de la capital, Leclerc anunció que por decisión del general De Gaulle, él era el nuevo gobernador del territorio y el comandante militar de todas las tropas, al mismo tiempo que anunciaba que el Camerún había entrado en el campo de la Francia Libre.

Al día siguiente, el 28 de agosto por la noche, las reducidas fuerzas gaullistas de Leclerc anunciaban haber conseguido el control de tres territorios —Camerún, Congo–Brazzaville y el Chad— con más de dos millones de kilómetros cuadrados y tres millones de habitantes. El plan de adhesión de esos territorios había sido llevado a cabo en apenas tres días. En ese espacio de tiempo, Leclerc había pasado de comandante de compañía a gobernador del importante territorio colonial. Esta «acción imposible» fue la primera victoria de las Fuerzas Francesas Libres.

En Inglaterra, el general De Gaulle recibió la noticia de la victoria y anunció de inmediato en la BBC que el conjunto de territorios franceses de África ecuatorial «había entrado en guerra».

Decidido a participar directamente en el combate, la victoria de Leclerc lo decidió a avanzar fechas y tomar el mando del proyecto de desembarco en Dakar que había ido perfilando con los ingleses. Churchill consideraba que esa base senegalesa les facilitaría muchas cosas en la dura batalla del Atlántico y para conseguirlo le había propuesto poner a su disposición una pequeña flota británica y la intendencia necesaria para llevar a cabo el «plan Amenaza».

Tres días después De Gaulle salía del puerto de Liverpool a bordo del Westernland con varios navíos franceses, su pequeña escuadra de barcos y portaaviones británicos y un cuerpo expedicionario integrado por los 2700 soldados con que contaba en aquel momento la Francia Libre, entre ellos, varios centenares de españoles llegados de la batalla de Dunkerque o de los restos de la famosa 13.ª Semibrigada de la Legión Extranjera que había luchado en Narvik.

Estos españoles, al llegar a Inglaterra, habían sido conducidos junto a otros soldados a Trentham Park, un campo de «acogida» de extranjeros, rodeado de alambres de espino, similares a los campos de Francia. De aquel centro sólo salieron los que se alistaron en la Spanish Company número uno —o similares— de las tropas inglesas —donde combatieron hasta el final de la guerra o murieron en el combate—, los que continuaron en la 13.ª DBLE y los que prefirieron ingresar en las fuerzas de la Francia Libre del general De Gaulle, desertando de las tropas petainistas. Los que rehusaron estas proposiciones permanecieron confinados en campos ingleses durante toda la guerra.

Los que integraron las fuerzas de la Francia Libre iniciaron desde allí el viaje y la lucha al lado del «capitán Leclerc». Junto a él y a varios miles más de republicanos españoles exilados en África, aquellos hombres iban a participar en la más extraordinaria aventura guerrera de los tiempos modernos.

Una aventura que sin embargo comenzó mal para De Gaulle. La misión llevada a cabo por el propio general no tuvo éxito. El 23 de septiembre, frente a las costas de Dakar, con sus tropas dispuestas a desembarcar, el general sufrió una potente resistencia por parte de las autoridades de la colonia francesa que habían elegido a Pétain. Las fuerzas vichystas, firmemente instaladas, ordenaron de inmediato abrir fuego contra «los rebeldes franceses», causando más de 150 muertos y numerosos heridos. Además de ametrallar a los plenipotenciarios enviados en misión, el acorazado Richelieu, amarrado en el puerto, había cañoneado los barcos franceses e ingleses situados en alta mar. El general De Gaulle ordenó la retirada. Más tarde explicaría que se había negado a un combate mortal entre franceses. Sabía —dijo— que un desembarco en aquellas circunstancias no aseguraba la victoria y habría provocado mayor pérdida de hombres y de material[45].

Ante el fiasco, De Gaulle decidió dirigirse a Duala, donde se encontraban las fuerzas del coronel Leclerc y donde como jefe de la Francia Libre, junto a Leclerc, fue acogido con gran entusiasmo por la población europea y africana. Un entusiasmo que alivió momentáneamente el sentimiento de derrota sufrido en Dakar.

Con De Gaulle desembarcaron en el puerto de Duala los soldados de la Francia Libre, cierta cantidad de armamento y diecinueve tanques Hotchkiss. Una parte de ese material y un regimiento de hombres estaban a las órdenes del comandante Koenig, hombre de confianza de De Gaulle. La tropa de Koenig llevaba integrados a numerosos legionarios españoles, que no tardarían en salir hacia Puerto Sudán, en el mar Rojo, para ponerse bajo el mando del general De Larminat. De allí salieron después para incorporarse en el dispositivo aliado inglés. Con ellos lucharon en Kub–Kub, Karen y Asmara y penetraron en tromba en Massaua, capital y reducto fortificado de Eritrea, donde hicieron prisioneros a más de 4000 italianos. Integradas en el dispositivo británico, las tropas francesas, con los españoles que formaban parte de ellas, ocuparían más tarde Siria y el Líbano. En todo ese periplo, los españoles combatirían «como leones» en las históricas batallas de Bir Hakeim, en Libia, y el–Alamein, en Egipto.

Las fuerzas restantes en Duala pasaron a las órdenes del coronel Leclerc que eligió, además de un batallón colonial mixto, un batallón de las fuerzas de la 14.ª Semibrigada de la Legión Extranjera creada en Londres, para el plan de ataque que preparaba y que le permitiría un mes después apoderarse de Gabón, tras una verdadera operación de guerra y un duro enfrentamiento entre los dos ejércitos franceses. En el combate, en ambos campos luchaban soldados españoles, sin que unos y otros lo supieran. Los soldados de Leclerc ganaron la batalla contra las tropas de Pétain. Los enfrentamientos dejaron numerosos muertos en los dos frentes y un largo silencio en la Historia.

El nuevo éxito del coronel Leclerc —ahora con verdaderos galones de ascenso otorgados por De Gaulle—, decidió al jefe de la Francia Libre a dar la orden de preparar un ataque contra los italianos que ocupaban Libia. Un ataque que pudiera demostrar al mundo que Francia participaba en la guerra y combatía al lado de sus aliados.

Unos días después, en Libreville, la capital de Gabón, delante de un gran plano mural, De Gaulle y Leclerc examinaron la situación y las posibilidades de la Francia Libre en África. Los dos soldados coincidieron en la importancia estratégica de las regiones de Kufra y de Fezzan situadas en el sureste y en el suroeste del territorio libio. Kufra, frente al Alto Egipto, había sido conquistada por los italianos en 1931 y su fuerte de El Taj había sido calificado por Mussolini de símbolo de la potencia italiana en África. De Gaulle y Leclerc estuvieron de acuerdo: era necesario conquistar esos territorios. Tras la decisión, Leclerc recibió oficialmente el mando militar de las tropas del Chad, las fuerzas que servirían de base a la Segunda División Blindada.

Situado frente a la Tripolitania ocupada por el enemigo, el Chad corría un gran riesgo frente a la amenaza de las tropas italianas, bien armadas, bien preparadas y mejor equipadas. Decidido el ataque, una vez instalado en Fort–Larny, la capital chadiana, Leclerc comenzó a preparar los planes de la ofensiva.

Inspirándose en el modelo de las británicas y australianas Long Range Patrol, creó las unidades francesas de combate llamadas Compañías de vigilancia y de combates, también de largo alcance pero más fuertes que las inglesas. Esas fuerzas del Chad que inicialmente eran transportadas en camellos, fueron motorizadas con los camiones Bedford que trajo la Legión y las armas que pudieron reunir —viejas y disparatadas— fueron minuciosamente recuperadas para su empleo.

Algunas de esas armas las consiguieron en pequeñas incursiones de ataque, mientras se preparaban para la gran expedición que los llevaría a Kufra. Además del problema de las armas, Leclerc sabía que el combustible del que disponían sólo alcanzaría para mil kilómetros y que el resto tendrían que procurárselo directamente atacando las reservas enemigas instaladas en el desierto. Lo consiguieron.

Tres meses después, el 1 de marzo de 1941, la bandera francesa de la Francia Libre ondeaba en el fuerte de El Taj, en el oasis de Kufra, tras una expedición guerrera que causaría la admiración mundial: más de 1650 kilómetros a través del desierto, con una columna ligera de 99 vehículos y un total de 350 hombres arrastrando por arenas y montañas el combustible, alimentos, máquinas y armamento, y orientándose por las estrellas y las brújulas.

Una columna sin ambulancias, con una mesa de operaciones instalada en uno de los camiones, sin apenas medicamentos y con escasa reserva de víveres y de agua. Casi todos los hombres llegaron a perder una media de seis kilos durante el recorrido. Entre el centenar de soldados europeos que componían los pelotones de combate de la columna, varias decenas de legionarios españoles participaban en la extraordinaria expedición.

Muy pocos habían creído posible poder reducir el puntal italiano. Incluso los ingleses que le prestaban ayuda lo consideraban imposible. Muchos habían calificado la expedición de Leclerc a Kufra como una quimera o como la aventura de un inexperto metropolitano, desconocedor de los peligros mortales que ofrecía el desierto.

El reducto que tenían como objetivo, situado en el corazón del desierto, había sido conquistado a los indígenas senussis instalados en la región por las tropas del régimen fascista italiano en 1931. Las tropas italianas, que consideraban la operación sahariana de Kufra como la más importante de las realizadas hasta entonces en el desierto, habían empleado para el ataque una expedición de 3000 hombres con 7000 camellos, 300 camiones, un escuadrón de autos blindados, una sección de artillería y 200 aviones de caza y bombardeo. Las varias docenas de hombres que acompañaban a Leclerc lo conquistaron con un único cañón de 75 y un puñado de municiones.

El asedio al fuerte duró varios días. Los italianos creyeron en todo momento que estaban rodeados por importantes fuerzas de combate. Los numerosos oficiales y soldados que habían defendido el fortín, secundados por una compañía móvil conocida como «la sahariana», dotada de un material preciso y moderno, quedaron estupefactos cuando contemplaron a los vencedores, una miserable tropa de 200 hombres delgados, hambrientos, barbudos, mal vestidos, con uniformes usados y calzado indígena, casi descalzos. Estos hombres, sin apenas armas ni material, habían enfrentado a un enemigo mucho más numeroso, mejor armado, bien protegido y defendido además por el sol, la arena y los vastos espacios. Tras la rendición, al enfrentarse con las tropas que los habían vencido, a los italianos les costó creer lo que estaban viendo.

Kufra fue la primera ofensiva victoriosa de las fuerzas francesas, desde territorio francés, contra el enemigo. Una victoria que convertiría a Leclerc en un personaje épico y legendario y a sus hombres en soldados de leyenda. Fue en el fortín de Kufra donde Leclerc hizo el famoso juramento de no abandonar las armas hasta que la bandera francesa ondeara sobre la catedral de Estrasburgo. Un juramento que se convertiría en símbolo de lucha para todos sus hombres.

El territorio de Fezzan, situado a 3000 kilómetros de Fort–Lamy, se convirtió en el siguiente objetivo de Leclerc. Territorio extenso como más de media Francia y atravesado por el macizo montañoso de Tibesti, repleto de profundas gargantas y de pistas y circuitos que se elevaban en algunos puntos a más de 2300 metros de altura, los oasis estaban separados unos de otros por unos 50 a 150 kilómetros.

Para llevar a cabo su nueva «acción imposible», Leclerc preparó el ataque en concierto con los aliados ingleses. Con su apoyo y tras una metódica y coordinada organización, el 16 de diciembre lanzó sus tropas a la conquista de Fezzan.

La expedición, rica de aventuras, logró conquistar el amplio territorio en apenas tres semanas provocando de nuevo la admiración de los numerosos observadores que seguían el desarrollo y que la habían creído «totalmente imposible». Especialmente, el asombro y admiración de los militares británicos que dos meses antes, el 23 de octubre, habían lanzado sus fuerzas contra los alemanes de Rommel, en el–Alamein y conocían muy bien las dificultades del terreno y la dureza del enemigo. Estas dificultades no impidieron a los hombres de Leclerc conquistar y formar una base en Gatroun y lanzar un ataque contra Sebka, algo más al norte, donde lograron hacer 500 prisioneros y apoderarse de 18 tanques y numerosos cañones. Conquistado Fezzan, las tropas de Leclerc lograron entrar en Trípoli el 24 de enero de 1943, un día después de la llegada de los ingleses. Allí se encontraron por primera vez con las tropas francesas del norte de África que, hasta entonces fieles a Pétain, acababan de adherirse a la causa aliada.

Los hombres de Leclerc, conocidos en aquel momento como las tropas del Chad o Columna Leclerc, llegaban sucios, barbudos y con uniformes harapientos. Más que soldados, parecían mendigos andrajosos, llegados de las dunas. Aquella columna de supervivientes había recorrido 2400 kilómetros en pleno desierto llevando a cabo una sucesión de ataques, de combates y destrucciones que necesitaron un esfuerzo físico y moral sobrehumano y un enorme derroche de heroísmo individual. Su aspecto desarrapado no impidió que fuera a ellos a los que los oficiales y soldados de Montgomery acogieran con gran entusiasmo, manifestándoles su admiración con grandes vítores y aplausos.

Leclerc, que había comenzado la lucha con viejos restos de armamento francés, había ido apropiándose en las batallas del más moderno material italiano como botín de guerra. Después recibió una aportación de material inglés y con todo ello había llevado a cabo las campañas de Fezzan y de Tripolitania. Al final de la epopeya libia, a su llegada a Trípoli, disponía de 3268 hombres y de 350 vehículos de combate, la mayoría de ellos conquistados al enemigo. De su larga y victoriosa marcha se comenzaba a hablar en todo el mundo.

Como el resto de sus hombres, el general Leclerc también llegó a Trípoli con aspecto desarrapado. Con su viejo traje colonial de tela, sus botas de piel de antílope y una vieja gorra de tela con visera, fue recibido con todos los honores por el general Montgomery. Este, deseando mostrarle su admiración y su reconocimiento, insistió durante el encuentro en ofrecerle un equipo de campaña y una vestimenta acorde con su rango. Leclerc, que insistía en querer vestir como su tropa, sólo aceptó cuando le aseguraron que todos sus hombres serían equipados también con nuevos uniformes y nuevo material, con rapidez.

Leclerc, al corriente de que las tropas británicas se preparaban para atacar al Afrika–Korps en Túnez, aprovechó la ocasión y solicitó a Montgomery ser admitido con sus hombres «como combatientes de Francia» en el combate de los británicos.

El general Montgomery aceptó. Antes se había cerciorado de que las tensiones entre las fuerzas de la Francia Libre y las del Ejército francés de África del Norte —neutralizado por las fuerzas americanas y dispuesto a luchar contra los alemanes en Túnez— no sería un inconveniente en la batalla. En las filas de Leclerc lo tranquilizaron, asegurándole que puesto que sus camaradas luchaban ya contra el invasor, nada los separaba y los consideraban como una parte del Ejército francés. Aquello no resultaba tan evidente para el general Montgomery, pero la propuesta del general Leclerc fue aceptada y el general francés, invitado a participar en el Estado Mayor.

Incluidos como Fuerzas de la Francia Libre y denominados «Fuerza L». en el orden de batalla dirigido por Montgomery, Leclerc recibió como misión cubrir el ala izquierda del 8.º Ejército durante el ataque frontal de la línea Mareth, una especie de línea Maginot edificada en el desierto, utilizada por las tropas de Rommel para intentar parar la ofensiva aliada. Las fuerzas de la Francia Libre fueron emplazadas bajo el mando de Leclerc.

Un día antes del ataque previsto, Montgomery convocó urgentemente a Leclerc: «Informes muy seguros indican que mañana serán ustedes atacados por los Panzergrenadier Division. Las fuerzas que Vd. posee no son suficientes para contenerlos. Rompan el combate y retrocedan unos 50 kilómetros»[46]. P. Leclerc se negó y llegó a convencer al oficial inglés para que le permitiera luchar a pesar de todo, apoyados por la Royal Air Force.

El 10 de marzo, la «Fuerza L.» afrontaba en un frente de dunas del sur tunecino a la 90.ª Panzergrenadier Division de Rommel lanzada en una gigantesca galopada de blindados y un diluvio de artillería, apoyada por los stukas. La brutalidad del ataque no impidió que las tropas de Leclerc, secundadas por la aviación inglesa, consiguieran mantener en jaque a los alemanes, defendiendo la posición. Durante diez días, Leclerc y sus soldados resistieron, hasta provocar el descalabro de la fuerza alemana.

Cuando algunos meses después Leclerc fue invitado por el rey Jorge VI de Inglaterra, el mismo Montgomery lo presentó al rey asegurando que sin Leclerc y sus hombres habría sido imposible conseguir la victoria de la línea Mareth.

Tras esa victoria, la Fuerza L., como fuerza francesa, fue incluida bajo el mando de las fuerzas aliadas neozelandesas dirigidas por el general Freyberg, que preparaba con los ingleses el ataque contra la región de Gabès. Con los neozelandeses, los hombres de Leclerc destacaron en los ataques contra numerosos objetivos alemanes y sobre todo en la última posición enemiga, destruida el día 25, antes de la llegada de los 500 tanques británicos que avanzaban hacia la zona.

El 29 de marzo de 1943, la Fuerza L. entraba en Gabès, primera ciudad francesa liberada, con un entusiasta recibimiento. Al día siguiente, en una conmemoración a los soldados caídos, el general Leclerc sería el más aclamado y vitoreado con una intensa y larga ovación. Un entusiasmo y una admiración que iban a complicar más las cosas en el encuentro que debían mantener días después Leclerc, jefe militar de la Francia Libre, y el jefe de las nuevas Fuerzas Francesas en África del Norte, el general Giraud, militar preferido por los americanos, frente a De Gaulle.

Unos meses antes, el 8 de noviembre de 1942, las tropas aliadas habían desembarcado en el norte de África. La gigantesca operación, denominada Torch, comenzó a la una de la mañana dirigida por el general Eisenhower. Los aliados tenían como primer objetivo el desembarco en Marruecos y Argelia, conseguir el apoyo del Ejército francés en África del Norte y ocupar Túnez, desde donde las fuerzas del Eje preparaban un trampolín militar para recuperar Argelia y Marruecos.

Además del efecto de sorpresa general, las tropas aliadas contaban sobre el terreno con la ayuda de una red de resistentes franceses decididos a combatir la ocupación enemiga. Según Amado Granell, futuro oficial de La Nueve, que se encontraba en Orán en aquellos momentos, esa resistencia había dado la consigna de concentrarse en el Ayuntamiento para dar la bienvenida a los americanos y unirse a ellos. Se esperaba la concentración de unos cuatro mil patriotas, pero el despliegue militar y algunos tiros hizo que sólo tres o cuatro personas acudieran. Granell, que conocía bien el rugido de las ametralladoras y no temblaba ante ellas, fue el que los acompañó hasta el puerto, bajo el nutrido fuego de las baterías francesas del fuerte de Santa Cruz.

Las tropas desembarcadas en Orán consiguieron el control de la situación de la capital en pocas horas. Igualmente en Argel, donde también afrontaron violentos combates. En otras zonas de Marruecos los combates duraron varios días y dieron un balance total de más de 1800 muertos y casi 3000 heridos.

En contacto con la red de resistencia, los aliados habían previsto diversas posibilidades con altos mandos militares de la Francia del armisticio, pero en el último momento los medios gubernamentales fieles a Pétain, representados por el almirante Darlan, decidieron respetar las órdenes del mariscal francés y defender el Imperio contra las fuerzas anglo–americanas.

Neutralizado por las fuerzas resistentes en la madrugada del día 8, el almirante Darlan desaprobó abiertamente la acción aliada. Poco después claudicaría y ordenaría el alto el fuego. Unas semanas más tarde, Darlan sería asesinado.

Después de descartar algunos candidatos e ignorando al general De Gaulle, con el que mantenían relaciones difíciles, los aliados apostaron por un viejo general patriota, admirador de Pétain pero dispuesto a asumir en África del Norte el régimen vichysta bajo protectorado americano. El general Giraud, prisionero de guerra desde la invasión alemana e internado en un centro de alta seguridad, de donde se había evadido unos meses antes —con ayuda aliada— fue elegido y nombrado Jefe de Estado Mayor de las fuerzas aéreas y terrestres de África.

De acuerdo con las fuerzas aliadas, el general Giraud decidió la creación de «un nuevo ejército», una especie de Cuerpos Francos de África o tropa de choque, abierto a voluntarios sin distinción de nacionalidad, raza o religión, que lucharía al lado de las fuerzas aliadas, junto al Ejército existente y todavía vichysta. Los voluntarios afluyeron al nuevo ejército. Los Cuerpos Francos reunirían un total de 6000 hombres.

Entre los generales Giraud y De Gaulle, ambos apoyados por los aliados, comenzó de inmediato una dura guerra de influencia y poder. Los dos generales enviaron sus respectivos ejércitos a la guerra de Túnez, De Gaulle el de la Francia Libre al lado de los británicos y Giraud el Ejército de Francia, incluyendo a los recién creados Cuerpos Francos de África como soporte principal para la campaña de Túnez. Ambos ejércitos lucharon separadamente junto a las fuerzas aliadas.

Los Cuerpos Francos de África estuvieron compuestos inicialmente por dos batallones de soldados voluntarios llegados de todos los horizontes. Enviados al combate junto a los ingleses a finales de febrero de 1943, los dos primeros batallones sufrieron numerosas pérdidas frente a las tropas germano–italianas del general Hasso von Manteuffel.

Un tercer batallón de los Cuerpos Francos reunió poco después a una mayoría de soldados republicanos españoles, procedentes de los campos de concentración del Sahara liberados por las tropas aliadas, así como numerosos soldados franceses de Orán y Argel, de origen español.

Muchos de los que llegaron de Orán iban integrados en una compañía al mando del almirante Miguel Buiza, una figura prestigiosa y uno de los únicos oficiales españoles que tenía verdadero ascendiente sobre sus hombres. Capitán de corbeta al comenzar la Guerra Civil, se convirtió en almirante–jefe de la flota durante la contienda. Sus gestas lo habían convertido en un héroe para los españoles. Con el crucero Libertad, nave insignia de la República, había hecho huir a los cruceros acorazados enemigos Baleares y Canarias. Al final de la Guerra Civil, el almirante Buiza salió de Cartagena con la flota republicana y la depositó en el puerto de Bizerta, en Túnez, para que no cayera en manos de Franco. Los franceses la devolverían pocos meses después a las fuerzas franquistas. En Túnez, una parte de los marinos decidió volver a España y los otros fueron internados en los campos de concentración. Buiza estuvo internado dos meses en el campo de Maknassy, hasta que se enroló en la Legión Extranjera, donde dada su innegable capacidad militar fue admitido de entrada como capitán, algo realmente excepcional en la milicia legionaria.

Otra compañía, integrada por los españoles liberados de los campos de concentración en África del Norte, estaba al mando del capitán Joseph Putz, un oficial francés héroe de la Guerra de 1914–1918 y de la Guerra Civil, donde había combatido en diversos frentes y participado al lado de los republicanos en la defensa de Bilbao. Era muy estimado por los españoles. De él se habla ampliamente en otro pasaje del libro.

Las unidades de combate del Cuerpo Franco fueron mal aceptadas por los cuadros militares franceses de Vichy, llegados tardíamente a la lucha aliada. Instalados en las nociones tradicionales de un orden militar, los nuevos oficiales giraudistas seguían subordinados al orden de obediencia de Vichy y soportaban mal la rebeldía de «los rojos republicanos». Unos «rojos» difíciles de manejar y que no dudarían en mostrarles en numerosas ocasiones su menosprecio.

Integrados en el II Cuerpo americano del general Bradley y bajo las órdenes directas del general Eddy, la gran ofensiva de los Cuerpos Francos contra las tropas de Erwin Rommel, el famoso Afrika–Korps, comenzó el 23 de abril. Cinco días después habían conseguido ampararse en dos de las principales posiciones de resistencia enemiga, Dyr Mjadine y Djebel Sema. Las pérdidas fueron enormes. Dos días después, se encontraban a las puertas de Bizerta, impidiendo los planes de evacuación previstos por las fuerzas del Eje. El 8 de mayo, la bandera francesa flotaba de nuevo en la capital tunecina.

Durante muchos días, la prensa de Argel y los generales americanos citaron como ejemplo «el entusiasmo y la habilidad de estos guerreros primitivos que avanzaban a gran velocidad con su contingente de asnos famélicos, entre bosques y matorrales, indiferentes a las minas y los tiros». Los Cuerpos Francos y sus numerosos españoles fueron las primeras tropas que entraron en Bizerta. En el desfile de la Victoria celebrado el 20 de mayo en Túnez, la Novena compañía «española», al mando del almirante Buiza, representó a los Cuerpos Francos de África y fue la más aclamada por una multitud entusiasta. Esta Novena compañía prefiguraría el nacimiento de la futura Nueve.

Al final de la guerra de Túnez, el foso que separaba a los dos ejércitos franceses se hizo más profundo cuando en Argel, donde los Cuerpos Francos iban a ser integrados en el nuevo ejército de Giraud, una gran mayoría de los soldados españoles de los Cuerpos Francos y más de un 17 por ciento de los soldados del Ejército francés a las órdenes de Giraud, fueron desertando de sus tropas para enrolarse en las tropas de Leclerc que, ascendido a general de División por De Gaulle, esperaba la formación de una División Blindada para luchar junto a los aliados en Europa.

Esta desbandada o «mutación espontánea»[47] provocó numerosos encontronazos con las fuerzas de Giraud pero no impidió que los españoles siguieran llegando por decenas, en ocasiones, en bloque. La mayoría cambiaba de uniforme y de nombre al inscribirse e integrar las tropas de la Francia Libre, instaladas en la región de Djijelli, en Kabilia. Los españoles ya enrolados se organizaron para recuperar en la capital argelina a una mayoría de compatriotas, sobre todo de los que seguían integrados en la Legión del Ejército francés.

En Djijelli, los soldados de Leclerc dedicaban las mañanas a un ejercicio intensivo y a la formación de los soldados recién llegados. Por la tarde, instrucción de armamento con detalladas explicaciones del funcionamiento de las armas automáticas. Por la noche, baños de mar prolongados.

Fue en Djijelli donde Amado Granell, uno de esos soldados, entregó a cada compatriota una pequeña bandera republicana. Muchas de esas banderas quedarían en el camino, sobre las tumbas de los numerosos soldados españoles caídos en la batalla.

A causa de las continuas deserciones, la situación se volvió tan tensa entre los generales franceses que, con el consentimiento de los americanos —que también negociaban con De Gaulle, sin llegar a un acuerdo— y hasta que se encontrara una solución, Giraud expulsó del territorio francés a la que todavía se conocía como la «Fuerza L.». Exasperado por su prestigio y su popularidad y por la continuada captación de sus hombres, la envió a Tripolitania, territorio libio controlado por los ingleses, a 2500 kilómetros de Argel. Leclerc y sus hombres acantonaron en Sabratha, entre Trípoli y la frontera tunecina.

En Sabratha, antigua ciudad romana, acomodados en tiendas de campaña bajo los olivos cercanos al mar, las tropas de la Francia Libre compaginaron el descanso, los permisos y los ejercicios y maniobras militares. Algunos españoles se ocuparon enseguida de la pesca, con métodos poco académicos pero muy eficaces: algunas granadas de mano lanzadas cerca de la orilla permitían alimentar a toda la tropa con abundante pescado. Un día, una granada ligeramente desviada estuvo a punto de matar a varios oficiales franceses. A pesar del susto y algunas furias no hubo consecuencias graves.

Durante los días que pasaron en aquel retiro, los batallones en el exilio siguieron acogiendo a nuevos candidatos —evadidos de Francia o soldados desertores del ejército de Pétain— que llegaban hasta allí desde los más diversos lugares para enrolarse con las tropas de De Gaulle.

La unidad política entre los ejércitos franceses se concretó el 3 de junio de 1943 con la creación de un Comité de Liberación Nacional, apoyado por las fuerzas aliadas y presidido por los generales De Gaulle y Giraud. Este comité, además de la urgencia de restablecer la autoridad del Estado, tenía como prioridad la inmediata reorganización de los diferentes ejércitos para convertirlos en un único ejército de Liberación, una fuerza que sería totalmente apoyada y equipada por los americanos.

La fusión entre los ejércitos se realizó en agosto de 1943, pero la unidad de los hombres tardaría mucho más tiempo. En los hombres de Leclerc, el espíritu y la tradición de la Francia Libre perdurarían.

Terminando la cuarentena en Libia y en espera de las órdenes de marcha hacia su nuevo destino, los hombres de Leclerc recibieron la noticia de que los tirailleurs, los soldados coloniales del Chad que habían luchado junto a ellos y junto a Leclerc desde los primeros momentos, no integrarían la Segunda División Blindada. Órdenes llegadas «de arriba».

Las enérgicas protestas de Leclerc, que estimaba profundamente a estos hombres, las fuertes discusiones y enfrentamientos con diversos cargos, no dieron resultado. Leclerc tuvo que ceder ante la presión de las fuerzas aliadas: las tropas negras del Chad no formarían parte de la división francesa que empezaba a ser armada y preparada para luchar bajo mando americano.

Sobre esta exclusión se han dado diversas explicaciones en libros de Historia y de memorias, unos asegurando que fue a causa del frío en Europa, otros a la dificultad de poder dominar la técnica del moderno armamento americano, juzgado poco apto para constituir el equipaje de los tanques, otros avanzando directamente cuestiones de racismo. Frente a todos estos argumentos, Leclerc defendió a sus hombres del Chad hasta el último momento. Hasta que comprendió que no le darían la división si los conservaba. Los soldados del Chad fueron incluidos en la Primera División Francesa Libre que lucharía en Italia y otros serían devueltos a sus casas.

La despedida de estos últimos fue dura y dejó una impresión de injusticia en la unidad. Más aún cuando los servicios de intendencia les retiraron las armas y los uniformes recientes, orgullo de los soldados del Chad. Los uniformes nuevos, ofrecidos por los ingleses, les fueron incautados y reemplazados por los restos de viejos uniformes de campaña. Un acto que lejos de permitirles volver a sus hogares africanos con la aureola de grandes combatientes y vencedores, como lo habían sido, los devolvía prácticamente con estatuto de pordioseros.

En agosto de 1943, el general De Gaulle dio la orden de salir de Libia y de dirigirse a Marruecos, territorio francés. Instalados en la región de Skira–Temara, a unos 30 kilómetros al sur de Rabat, los hombres de Leclerc comenzaron de inmediato a formar la que iba a convertirse en una de las unidades militares más famosas de la Segunda Guerra Mundial: la Deuxième División Blindée (Segunda División Acorazada), más conocida como 2.ª DB. Creada oficialmente el día 24 de agosto de 1943, una de sus compañías, La Nueve, liberaría —justo un año después— la capital francesa.

Crear esta gran unidad acorazada, con un armamento ultramoderno y potente, representó un gran desafío para el antiguo soldado de caballería. El encuadramiento de los vehículos de combate, de los jeeps de mando, de los camiones GMC de transporte y de los vehículos especiales, en total más de 3000 vehículos diferentes, exigía contar con numerosos especialistas. Por otro lado, la 2.ª DB, con más de 16 000 soldados, era la primera gran unidad en la que se encontraban reunidos soldados franceses que habían estado separados durante tres años y que habían luchado frente a frente, como enemigos. Cristalizar la unión de esos hombres y amalgamarlos con soldados de orígenes, creencias e ideologías muy diversas no fue tarea fácil.

Organizada según el modelo de las unidades de las fuerzas estadounidenses, Leclerc comenzó la formación tomando como base las unidades con nivel más alto, para nivelarlas por arriba, pidiendo a sus hombres que resolvieran las dificultades cotidianas en el encuadre del nuevo y moderno ejército, respetando la misión recibida y teniendo en cuenta que el ejército blindado se había convertido en un arma rápida, un arma difícil, y tendrían que tomar iniciativas rápidas puesto que no tendrían tiempo de familiarizarse con el enemigo. Para el soldado de caballería que era Leclerc, un caballo valía lo que valía su jinete, y en el nuevo ejército, el vehículo valía lo que valía su equipo.

Los españoles, soldados aguerridos por su experiencia en el combate, fueron repartidos entre todas las unidades. Una gran mayoría de ellos constituyó la infantería de la división, integrados en el Regimiento de Marcha del Chad, la más veterana de todas las fuerzas de Leclerc y la unidad más prestigiosa. Una unidad motorizada y blindada que se desplazaba a bordo de camiones semioruga de nueve toneladas, conocidos como half–tracks. Estos vehículos, aptos para moverse en todos los terrenos, iban armados con ametralladoras de 12,7 y de 7,6 que tiraban con gran precisión y eficacia.

La eficacia de esta unidad de infantería residía en su movilidad y en su velocidad —75 kilómetros por hora—, aliadas a una impresionante potencia de fuego. Bien entrenada al combate mecanizado, los ataques de la infantería se caracterizaban por asaltos rápidos y violentos contra las posiciones enemigas, protegidos en la batalla por los blindados del transporte de tropa y por los tanques. Cada tanqueta blindada podía transportar entre seis y nueve hombres armados con ametralladoras, bazucas o cañones del 31 o 45. Este equipo motorizado constituyó la célula básica de la Columna Leclerc.