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[d46] Álvarez del Vayo describe la agonía

de Cataluña

Personal y reservada

6 de febrero de 1939

CONSULADO DE ESPAÑA
en
PERPIÑÁN

Excmo. Sr. D. Marcelino Pascua

Embajador de España

Mi querido amigo:

Por lo menos un par de líneas aprovechando la valija y con el ruego de que saque Vd. copia de ellas y se las mande, como carta dirigida a los dos, a Pablo [de Azcárate].

1.º Presidente de la República. La alternativa en que se encontraba el Presidente del Consejo era esta: o proceder violentamente contra él, o dejarle marchar. En presencia del Sr. Presidente de las Cortes, del Jefe del Gobierno y mía, el Presidente de la República declaró terminantemente que en ningún caso se trasladaría a la zona Centro-Sur. Muy confidencialmente por ahora les diré a Vdes. que el Sr. Martínez Barrio me manifestó ayer que antes de esa reunión el Presidente de la República le había dicho textualmente: «Negrín me puede atar, me puede amordazar y meterme en un avión. Sólo así se me puede llevar a la zona Centro-Sur, pero en cuanto descienda de él y me quiten la mordaza, gritaré hasta que me maten o me devuelvan la libertad». La alternativa era esa y optamos porque saliera en la forma que lo hizo. Solemnemente y a requerimiento mío se comprometió a no hacer declaración ni gestión alguna que no fuese en perfecto acuerdo con el Gobierno. La nota que se dio por conducto del Sr. Giral era el Gobierno quien la iba a dar y él lo sabía, cuando los ministros se hallasen en Valencia.

2.º Situación en España. En Cataluña defendiendo aún bien, sin medios y sin concreción, algunas posiciones importantes para cubrir la evacuación del Ejército. Es imposible que se imaginen Vds. lo que ha sido aquello durante 3 o 4 días. La frontera, toda la carretera desde el Perthus a Agullana atestada de una muchedumbre, paisanos, ejército, mujeres, loca por salir. Los controles rotos cada media hora. Atascos de camiones insolubles. Ni posibilidad siquiera de meter allí una brigada de confianza que desalojara. Yo me he encontrado dos veces a pie en la carretera tratando de llegar al Perthus o de volver a la Junquera entre esa muchedumbre donde sólo hacía falta un par de provocadores fascistas para que estrangulasen al ministro fugitivo. Dos veces he vuelto a España de noche atravesando la montaña. Y no he querido en momentos en que tantos la abandonaban y se volvían contra él dejar al Presidente. Al decir tantos me refiero al aparato del Estado, a los políticos, a gentes que han huido de este derrumbamiento general. Ni de parte del pueblo ni del Ejército ha habido en estos 3 o 4 días trágicos asomo de revuelta o de cólera, de insubordinación o de tumulto contra el Gobierno. Allí seguimos el Presidente, el Ministro de Hacienda y yo —yo con constantes idas y venidas a Perpiñán. Estamos decididos a ir a la zona Centro-Sur. Pero sus posibilidades de resistencia son escasas si no se consigue asegurar dos cosas y sobre ellas le encomendó a Vd. el presidente del Consejo una gestión de urgencia, por su cifra directa: 1.ª que el material de guerra nuestro que entre aquí, al evacuarse el ejército sea enviado a la otra zona, aceptando el envío como tránsito; 2.ª que podamos continuar recibiendo allí el material que hasta el colapso de Cataluña nos venía de fuera. Sin esas dos cosas esenciales nuestra resistencia se extinguiría fatalmente.

3.º Gobierno. Teniendo que quedarse el Presidente del Consejo hasta el último momento en Cataluña, se acordó el traslado de los demás ministros a Valencia, excepto el de Hacienda y yo, que pese a mi insistencia para que se me dejase ir inmediatamente por lo menos por los 8 días para que hubiese alguien allí y teniendo en cuenta mi condición de vicepresidente del Consejo, no pude obtener el asentimiento del Jefe del Gobierno. Ya los demás estaban dispuestos a partir ayer, cuando el Ministerio del Aire francés pone la condición monstruosa de que se señale hora de partida y ruta, es decir, que se les entregue a los cazas de Franco.

En una palabra: una situación enormemente difícil en todos los aspectos y de la que tienen Vdes. que darse cuenta. Allí no quedamos sino Negrín, Méndez Aspe, yo, media docena de gentes, el Estado Mayor y el Ejército. Y fuera todo el Estado, quejándose de todo y pidiendo divisas. Es francamente terrible y doloroso.

Un abrazo a los dos.

Á. del Vayo.

Fuente: AMAE: FPA, caja 122/13. <<