[d38] Habla un general nazi:
¿Por qué ayudamos a Franco?
Por el general von Reichenau.
PROBANDO DESDE HACE DOS AÑOS NUESTRO MATERIAL DE GUERRA Y ADIESTRANDO A NUESTROS SOLDADOS, HEMOS CONSEGUIDO UN AVANCE CONSIDERABLE SOBRE LOS OTROS ESTADOS.
El resultado del conflicto en España interesa al pueblo alemán de una manera vital. Porque nos hemos dado cuenta de esta verdad hemos concedido a la España Nacionalista del general Franco nuestra ayuda moral y material. Después de los éxitos militares del general Franco, que han llevado sus colores hasta la costa del Mediterráneo, ha llegado el momento de un último empuje, que debe ser decisivo.
De aquí que nos veamos obligados a hacernos la pregunta: ¿Hemos de contentarnos con mantener en su nivel actual nuestra ayuda a la España Nacionalista o debemos intensificarla? Algunos son de la opinión de que la guerra de España no puede justificarse porque nos impide concentrar todas nuestras fuerzas en el cumplimiento de trabajos nacionales más importantes.
Somos de contraria opinión. Estimamos que nuestra intervención en España no solamente era de desear sino que es necesario intensificarla. Nos proponemos explicar en detalle las razones que nos dictan esta convicción. Con el fin de dar un resumen completo del problema no vacilamos en hacer mención, incluso, de ciertas afirmaciones que para el que piense militarmente son lugares comunes pero que, sin embargo, precisamente porque son evidentes tienden a veces a no parecer tan importantes.
Primera constatación: de su intervención en España, Alemania no ha salido debilitada sino que, por el contrario, su fuerza se ha incrementado y sus posibilidades para el porvenir han mejorado.
Los éxitos que debemos a esta situación favorable se distribuyen en terrenos diferentes: participan de la técnica militar, de la estrategia y de la política exterior. A los que conviene conceder la mayor importancia son a nuestros éxitos militares. Son estos tan ricos en la enseñanza decisiva que nos pueden permitir hablar de España como de nuestra Escuela Superior de Guerra.
Lo que ha contado siempre y cuenta en las relaciones entre los pueblos es su fuerza militar. Los problemas militares son los problemas fundamentales. Mussolini se ha expresado un día en este sentido y es este el punto de vista en el que debemos colocarnos para estudiar el asunto de España. Sería un error considerar el conflicto español como una guerra de segundo orden, a la cual no se hubiera de atribuir una importancia militar capital. Los duros combates que han tenido que librar las tropas nacionalistas por cada metro cuadrado de terreno dan, por el contrario, a la guerra de España el carácter de una prueba de carácter militar de las más modernas, de la que nosotros, que estamos en ella comprometidos a fondo, podemos sacar enseñanzas decisivas. ¿Qué hemos aprendido?
La guerra aérea
En primer lugar hemos comprobado el valor militar de nuestra aviación. Gracias a nuestra experiencia en España hemos podido organizar un Ejército del Aire; es así que, hasta 1936, la aviación era en cierto modo el talón de Aquiles de nuestra defensa nacional y que de un salto nos hemos encontrado, en 1937, a la cabeza de todas las naciones. Nuestros constructores han sabido explotar las lecciones de los combates aéreos en España para sacar de ellos mejoramientos técnicos y nuestra industria se ha mostrado capaz de transformar su producción y de concentrarla sobre la fabricación de tipos, producto de la experiencia española. La superioridad de nuestros aviones es reconocida, hoy día, hasta por expertos que, como el general Armengaud, de la aviación militar francesa, estimaba hace un año que los aviones rusos eran superiores a los nuestros. Pero para manejar aviones de mejor calidad es necesario tener aviadores que estén mejor entrenados y este es, sin discusión, un problema difícil de resolver. Si se consideran objetivamente los armamentos aéreos del mundo, se puede comprobar que es precisamente esta cuestión del entrenamiento la que presenta las más grandes dificultades; ellas son comunes a todos los Estados y cada uno de ellos las resuelve según entienda el problema. El año que acaba de transcurrir ha demostrado que el espíritu de inventiva, la técnica y la producción masiva han progresado mucho más rápidamente que los métodos de adiestramiento de personal. Nuestra experiencia en España nos ha dado mejores oportunidades que no tienen los otros de disminuir, por lo menos en gran parte, esta diferencia entre el progreso del material técnico y el del personal. Son ciertamente las experiencias prácticas de los aviadores que hemos enviado a España las que nos han permitido desarrollar poderosamente y de un solo golpe la preparación de nuestros pilotos.
Desde que los constructores han producido aviones de combate capaces de descender en barrena somos, en lo que respecta a la guerra moderna, los que marchamos a la cabeza en el empleo de este arma. No nos proponemos describir aquí estos métodos desde el punto de vista práctico o técnico. Basta decir que nuestros aviadores caen sobre su objetivo con una velocidad de descenso en picado de 600 km por hora y que pueden lanzar de este modo sus bombas a una altura mínima y con el mayor grado de seguridad. Sabemos de sobra lo que significan para la infantería estos aviones a 600 km por hora que, desde gran altura, descienden en vuelo rasante a un límite muy bajo. A este respecto conviene subrayar que nuestro JU 87 está bien protegido contra los proyectiles, es cómodo de cuidar, fácil de reparar y que presenta para su equipo un alto grado de seguridad.
Nuestros pilotos entrenados en España son los mejores y los más hábiles. El hecho de que los poseamos de esta clase nos confiere una ventaja enorme sobre nuestro enemigo del mañana que dispone de mucha menos experiencia. Podemos hoy decir esto con razón porque hemos reconocido siempre, francamente, las excelentes cualidades, indiscutibles, de los aviadores franceses. Pero les falta la experiencia práctica del combate.
Nuestras tripulaciones especiales de aviadores de combate en picado (Sturmkampfflieger) aseguran a nuestro Ejército aéreo que acaba de renacer un valor militar especialísimo.
Las ventajas que hemos sacado de nuestra participación en la lucha aérea en España son tales que en ningún modo nos extraña ver cuántas victorias pueden poner en activo nuestros aviadores y nuestros aviones en los concursos militares de 1937 y 1938.
La defensa contra aviones
Por lo que respecta a la defensa contra aviones, la habíamos perfeccionado a tal punto, aún antes de la guerra de España, que servía de modelo al mundo. En España la hemos organizado según nuestros métodos y la experiencia de esta guerra nos ha permitido aumentar aún más nuestros conocimientos. Teníamos antes una DCA cuya tarea consistía en batir aviones que hacían 200 km por hora. Cuando se trata de aviones que hacen 600 km por hora es evidente que se imponen nuevos métodos, especialmente una organización centralizada, un plan de coordinación, métodos especiales de observación, etc. En una época en que el país entero es «zona de los ejércitos» está claro que sólo una colaboración estrecha entre todas las armas y todas las autoridades es susceptible de permitir a la DCA ejercer con utilidad su misión en tiempos de guerra. Los ciudadanos tienen buena voluntad e iniciativa, pero estas cualidades deben ceder el paso a una legislación meticulosa que sólo puede emanar del alto mando militar. Estamos seguros que al presente se han sacado ya las conclusiones necesarias y que en el porvenir, como en el pasado, marcharemos a la cabeza.
Tanques y antitanques
La experiencia española nos ha facilitado un resurgimiento en una cuestión tan importante como la de los tanques. Habíamos emprendido un falso camino; hemos podido darnos cuenta a tiempo. Después de la campaña de Abisinia en la que, debido a la falta total de armas de defensa por parte de los abisinios, los carros de asalto ligeros habían obtenido bastante buen éxito, nos habíamos dedicado demasiado a la construcción de tanques ligeros y rápidos y habíamos descuidado la de las máquinas pesadas y blindadas. Sobre los campos de batalla modernos de España, los tanques pesados con gruesa coraza se han mostrado inmensamente superiores. Hemos pagado al principio caro nuestro error porque nuestros carros de asalto ligeros no resistían ni aún el fuego de las ametralladoras y eran incapaces de superar los obstáculos un poco serios. Es esto lo que nos ha llevado al tipo pesado y bien blindado que hoy día empleamos con pleno éxito en España.
Desde el principio nos ha sido dado en España obtener resultados excelentes con nuestra arma antitanque. Sabemos que todas las grandes potencias activan, en estos momentos, muy intensamente la construcción de cañones antitanques. Según nuestras experiencias en España, podemos decir que, en la fase experimental en que se encuentra este problema actualmente, el cañón antitanque alemán de 3,7 cm que se emplea en España desde el comienzo de las hostilidades, es aún el mejor del mundo y sobrepasa incluso al correspondiente en uso en los EE. UU.
La infantería
La infantería ha contado siempre de modo primordial en el potencial de guerra alemán. Por ello resulta una agradable tarea resaltar las experiencias deducidas en España respecto a esta arma. La infantería sigue siendo la reina de las batallas y la ametralladora, manejada por los infantes, es la reina de todas las armas. Basta recordar lo que fueron los nidos de ametralladoras pesadas que mantuvieron a las tropas nacionalistas delante de Madrid. Hemos tenido ocasión de ver nuestros métodos de entrenamiento de la infantería, ampliamente justificados por las experiencias de la infantería italiana y española-nacionalista. Además, hemos podido recoger enseñanzas preciosas para la colaboración de la infantería con las otras armas.
La motorización
Hemos recogido de la guerra una cosecha particularmente rica en enseñanza en lo concerniente al material del ejército «motorizado». Esto nos ha revelado problemas de insospechado alcance, que ahora empezamos a resolver. Resulta, por ejemplo, de una capital importancia la justa estimación de las condiciones que rigen el valor militar y el modo de servirse del motor. Claramente hemos visto la necesidad absoluta de resolver el problema del obrero especialista, de la organización puntual del abastecimiento de esencia, del establecimiento de depósitos de piezas de recambio en los puntos estratégicos más importantes y de la distribución de estas piezas, tanto a las fuerzas en marcha como en el frente. Hemos podido comprobar que en una guerra moderna las piezas de recambio y la gasolina pueden jugar un papel más importante que el de las municiones. Tales observaciones nos permiten plantearnos con decisión la solución del angustioso problema del aprovisionamiento de gasolina y piezas de recambio.
La experiencia española nos ha enseñado igualmente que es preciso prestar más atención a la instrucción técnica de los conductores y nos ha indicado las directivas útiles para este trabajo. Se ha podido comprobar en España que aun excelentes carreteras pueden ser destruidas, bombardeadas, cañoneadas y que, en el curso del combate, la mayor parte de la circulación tiene lugar sobre caminos secundarios que fácilmente se tornan difíciles y que están generalmente situados en depresiones del terreno. La tropa motorizada acusa frecuentemente el golpe derivado de la destrucción de puentes y obras de arte. Las mismas tropas rojas improvisadas han sabido, en este aspecto, hacer cosas asombrosas; un adversario bien entrenado podría así crearnos dificultades enormes. Algunas situaciones críticas nos han demostrado el inconveniente que hay en hacer venir de lejos material para reparar destrucciones hechas sobre todo en gran profundidad. Estas consideraciones las tenemos en cuenta tratando de establecer condiciones que permitan a los vehículos que transporten, en tiempo de guerra, tropas motorizadas circular en tiempo de lluvia o niebla o sobre caminos medio destruidos con la menor proporción posible de accidentes. Estamos convencidos que sólo en esta forma se podrá hacer del automóvil el instrumento de guerra esencial de la guerra moderna.
El Estado Mayor
Nuestras experiencias en España no han sido menos preciosas en lo que concierne a la «dirección de las operaciones». Hemos podido estudiar con cuidado las grandes posibilidades de éxito que ofrece el empleo de masas de aviones, de tanques o de artillería.
Aparte de este, y a despecho de todos los debates sobre la cuestión de saber si la guerra de posición es inevitable o no, hemos podido reconocer el valor de la táctica de golpes de audacia, por sus consecuencias inmediatas, y por la posibilidad de erigir sobre esta base todo un sistema de estrategia. Hasta sobre los campos de batalla hemos podido constatar la justeza de este principio estratégico del cual se han servido los italianos en el Mediterráneo en política, con éxito: la audacia es la mejor estrategia. Italia ha demostrado, por su audacia, hasta qué punto era fácil intimidar a Francia y a Inglaterra. Se puede considerar aventurado transferir al terreno de las operaciones militares un principio que es más político que militar. Pero se trata en los dos casos del mismo efecto psicológico. En España, en los dos bandos, han prosperado los golpes de audacia. Donde existe un mando superior con una tropa bien entrenada a su disposición, será posible por tales golpes de audacia cambiar todo el carácter de las aspiraciones y lograr una guerra de movimientos, la cual —cosa que no hay que subestimar— responde mejor a nuestra situación y a nuestro espíritu nacional.
España nos ha enseñado, igualmente, mucho de nuevo en el terreno del servicio de información. Las fronteras son, en muchos puntos, un campo de trabajo excelente para recoger informes y transmitirlos. Es más fácil introducir españoles en territorio enemigo que lo sería enviar alemanes al extranjero. Hemos podido trabajar sistemáticamente en aumentar nuestros conocimientos en cuanto a la estimación de los inventos del adversario, el desarrollo de los medios de observación y el perfeccionamiento de los métodos de transmisión de informes.
Resumamos, ahora, lo que hemos ganado desde el punto de vista militar como resultado de nuestra intervención en España: dos años de experiencias de la guerra han sido más útiles al desenvolvimiento de nuestra defensa nacional (que aún no estaba a punto), al valor combativo de nuestro ejército y también a la potencia militar del pueblo alemán que lo hubieran podido ser 10 años de instrucción en tiempos de paz.
La preparación militar que, forzosamente es sobre todo de base teórica, no puede jamás alcanzar un grado suficiente de perfección. Es lo que hemos claramente realizado en marzo de este año, cuando hubimos de volar en socorro de nuestros hermanos austríacos, pero si en esta ocasión, a despecho de numerosas dificultades y defectos de organización y de técnica que se revelaron entonces, nuestras tropas han podido cumplir una tarea que nos llena, con justa razón, el corazón de orgullo, es principalmente gracias a las experiencias hechas en España que pudieron ser aplicadas, por lo menos en parte.
Líneas de comunicaciones
Por otra parte, nuestra participación en la guerra de España ha rendido, el 11 de marzo, un gran servicio a nuestra política.
Si se considera la política como parte de la estrategia, se debe reconocer que una de las tareas principales es alcanzar en tiempos de paz el más alto grado posible de preparación para la guerra, así como las posiciones estratégicas más favorables. En este sentido, la intervención en España no constituye solamente una excelente escuela de guerra, sino que es una política admirable. Se ha descuidado demasiado esta regla fundamental durante la preparación de la guerra 1914-1918. Pertenece imperativamente a una preparación para la guerra concienzuda y sistemática introducirse en el campo adversario, que por sus líneas de comunicaciones marítimas y terrestres, sus vías comerciales, en una palabra, en cualquier lugar donde disponga de fuerzas con las cuales se debe contar en un caso de hostilidad. Un Estado tal como el nuestro que no puede adquirir puntos de apoyo directamente debe llenar este vacío con su política de alianzas. Esto lo hemos cumplido por la creación del Eje Roma-Berlín así como por nuestra política de ayuda al general Franco.
Nos hemos establecido sobre líneas estratégicas vitales de Francia y de Inglaterra. Es aquí donde reside la significación suprema de nuestra intervención en España.
El General francés Billotte declara que hay que contar con que los primeros acontecimientos militares se desarrollen en África del Norte y que el Mediterráneo, con su hinterland africano y asiático, constituye una región estratégica homogénea. Se puede constatar que gracias a nuestras posiciones en España estamos en una situación favorable en uno de los puntos vitales de esta región estratégica.
Hay que reconocer que las líneas vitales de Francia y de Inglaterra, por lo que se refiere al Mediterráneo, son ahora muy problemáticas. Porque la importancia internacional del Mediterráneo no se basa solamente en el hecho de que es un mar interior que baña las costas del Norte de África, del Asia Menor y de los países de Europa meridional. Su importancia reside, sobre todo, en este otro hecho: que desde la apertura del canal de Suez constituye la vía más corta entre el Atlántico de una parte, del Océano Índico y del Pacífico, de otra. Es cierto que Inglaterra conserva una serie de puntos estratégicos de gran valor en el Mediterráneo, sobre todo en la línea Gibraltar-Malta-Port Said, continuando por el puerto de Alejandreta, la isla de Chipre y a la salida la fortaleza de Adén que cierra el acceso del Mar Rojo al Océano Índico, pero se encuentra ya en estos momentos sobrepasada por nuestra aliada Italia en lo que concierne a las bases navales y sobre todo a las bases aéreas del Mediterráneo. Se puede contar con que, en caso de un golpe fuerte, Italia sola está ya en estado de entorpecer muy seriamente si no de detener por completo la circulación marítima inglesa entre Gibraltar y Port Said. Italia ocupa en el Mediterráneo una posición central muy favorable. La colonia de Libia está situada sobre la costa norte-africana. Sus puntos de apoyo fortificados se encuentran no solamente sobre el continente europeo y sus islas costeras (Cerdeña-Sicilia-Pantelaria) sino también en el Mar Egeo (Leros y Rhodas) y en Libia (Trípoli y Tobruk). Está en vías de organizar puntos de apoyo semejantes en las costa de Eritrea, en Massoua y en Assabe, y de fortificar el islote de Dumeiria en el Mar Rojo. Es precisamente la parte más débil, la menos apoyada de la arteria principal del Imperio Británico y que está flanqueada. Es cierto que la flota italiana es numéricamente inferior a la de la Gran Bretaña, pero esta debe distribuirse en tres océanos mientras que la marina italiana está por completo concentrada en el Mediterráneo. Está por otra parte, y muy particularmente por lo que respecta a sus submarinos, siempre dispuesta a la acción. Sin duda, la flota inglesa en el Mediterráneo operará en combinación con la flota francesa, pero la flota no tiene la misma importancia que en otro tiempo; ahora lo decisivo es la aviación y en este punto la superioridad de Italia en el Mediterráneo es notoria.
Puede decirse en general que todo transporte de tropas importantes, que todo comercio regular de materias primas a través del Mediterráneo, en lo sucesivo es imposible antes de haber aniquilado la aviación del adversario. Inglaterra ha perdido definitivamente su monopolio del Mediterráneo. Su papel ha terminado. El Mediterráneo ha llegado a ser un no mans land —tierra entre las líneas del frente— donde ninguna flota puede operar con seguridad y por el control de la cual se combatirá con ardor.
España y el Eje Roma-Berlín nos han dado la posibilidad de participar en esta lucha histórica. Hemos impulsado el desarrollo más y más en esta dirección, iniciado tan afortunadamente. Con este fin hemos ayudado al General Franco a instalar baterías de largo alcance cerca de Algeciras y sobre la costa africana enfrente de Gibraltar cerca de Ceuta. Estas baterías podrán prestar grandes servicios cuando se trate de cortar la línea vital franco-inglesa. En el mismo orden de ideas, hemos tomado por nuestra cuenta los movimientos pan-árabe y pan-islámico. La consigna Allah il Allah que fermenta todo el mundo afroasiático, desde el estrecho de Gibraltar hasta el corazón de las Indias Británicas, no puede por menos de inspirar terror a Inglaterra y a Francia. A nosotros no puede por menos de sernos útil. Porque he aquí un dinamismo que envía sus rayos dañinos a las Indias Británicas con sus 80 millones de musulmanes y al Imperio Colonial Francés en África, con sus recursos de materias primas y de carne de cañón. Esta maniobra pone en peligro igualmente la vía más rápida de que disponen los ingleses hacia las Indias, lo que pasa por el puente Arabia-Mesopotamia.
El pan-arabismo
Uno de nuestros más eminentes expertos, el Almirante Gadon, ha expuesto admirablemente la importancia del «muro de protección alrededor del Golfo Pérsico» que han erigido los ingleses.
En una obra que aparecerá inmediatamente, subraya el hecho de que el peligro que amenaza esta zona por el cierre del Mediterráneo y la gran sublevación árabe «hará inevitablemente desmoronarse la piedra angular del edificio del imperio mundial». Esto es igualmente cierto por lo que respecta al imperio francés. Tanto más que Francia que, ya antes del Anschluss austríaco nos era numéricamente inferior en 24 millones de habitantes, se verá en caso de una guerra sobre el Rhin privada de sus reservas de ultramar. Su nervio vital será cortado.
Una mayor razón que tenemos al servirnos del puente español para guardar el contacto con el movimiento pan-árabe. Fue uno de nuestros más hermosos golpes el aconsejar al General Franco que dirigiese su famosa proclama a las tropas marroquíes, otorgándoles la autonomía. Mussolini se ha esforzado también en representar el papel de protector del Islam, pero no hay que perder de vista que su «Italia musulmana», su imperio africano de reciente fundación, posee una población de 5 millones de musulmanes y será por este hecho, inevitablemente, arrastrado en el desastre producido por el desencadenamiento del movimiento pan-islámico. Nuestra situación es, a todas luces, más favorable. Nuestros esfuerzos en el pasado, en este sentido, por ejemplo, con Abd-el-Krim, han fracasado ciertamente. Pero es preciso buscar la razón menos en una falta de habilidad por parte de los negociadores alemanes que en la timidez de los marroquíes mismos, cuyo movimiento liberador entonces estaba aún en la infancia. Ahora está históricamente maduro y las circunstancias son tales que sólo Alemania puede prestarles ayuda sin limitar su independencia nacional. Es una situación del mismo género que la que Delbrück escribía no ha mucho. «He aquí una situación objetiva, aislada de la naturaleza y de la historia, que necesariamente ha de ser siempre ventajosa para Alemania». En cuanto a Francia, su asociación el Mediterráneo reviste una importancia fatídica. Sus comunicaciones con África están primeramente amenazadas por Sicilia y las Baleares que están en posesión del adversario. Francia podría verse obligada a emplear para el transporte de sus tropas en lugar de un trayecto de 21 a 22 horas entre Argelia y Marsella la ruta del Atlántico, que es de 4 a 5 veces más larga, ya que el viaje dura 100 horas. En caso de guerra, esto podría ser de una gran importancia para nosotros. Pero los franceses necesitarán mucho más tiempo para trasladar sus tropas norteafricanas a los puertos de embarque de la costa del Atlántico. La ventaja alemana es la desventaja francesa que pudiera dar como resultado una rápida ofensiva alemana al principio de la campaña, unida a un retraso considerable en la llegada de importantes masas de reserva francesas, son evidentes.
La no man’s land mediterránea
Francia no solamente cuenta con un imperio colonial en África del cual obtiene materias primas importantes, como el manganeso de Argelia y los soldados. Está establecida también en el próximo y extremo Oriente y en Oceanía. Como en el caso también de Inglaterra, dependen en gran parte de las colonias sus aprovisionamientos de aceites; el camino más corto para llegar a ellas pasa por el Mediterráneo. En caso de guerra pueda considerarse esta vía como cortada. Francia pierde con ello líneas capitales de transporte en dos direcciones Norte-Sur y, como Inglaterra, Oeste-Este.
Pero esta situación peligrosa para Francia sólo puede ser explotada a fondo si, en caso de guerra, nosotros estamos en condiciones de utilizar las bases aéreas preparadas en España como trampolín para atacar el mediodía de Francia que hasta ahora estuvo fuera de nuestro alcance. Porque esto es también un inestimable resultado de nuestra actividad en España. En una gran medida, hemos preparado una frontera de los Pirineos dirigida contra Francia, una frontera italo-hispano-alemana presta al combate.
Hay que añadir aquí una consideración de orden psicológico. El Presidente de la Cámara de los Diputados, M. Herriot, el 29 de octubre de 1937, declaró en el Congreso Radical de Lille que Inglaterra no podía, en lo sucesivo, servirse del Mediterráneo sin permiso de Mussolini o de Hitler. Habría podido agregar que todos los pueblos de la costa mediterránea son testigos del hundimiento gradual del prestigio anglo-francés en consecuencia de las victorias sucesivas del general Franco. Sin embargo, todo el mundo sabe en qué gran medida son responsables las armas alemanas de los éxitos del general Franco. Esto es, en la medida del acrecentamiento de nuestro prestigio y de nuestro verdadero potencial militar como resultado de nuestra política española. De esto se desprende, lógicamente, que no solamente debemos sostener la continuación de esta política sino, además, abogar por su intensificación. Y tanto más desde el punto de vista de otros ciertos objetivos importantes que es posible esperar y de los que vamos a ocuparnos dentro de un momento.
Portugal como punto de apoyo
Inglaterra ha reconocido a tiempo el peligro que amenaza su línea vital de Gibraltar-Port Said. Toma sus medidas en consecuencia y dirige su atención sobre Portugal.
Este país, con sus 7 millones de habitantes, sus 900 km de frontera (abierta en su mayor parte) con España y sus 800 km de costa sobre el Atlántico, no puede, evidentemente, quedar indemne a las consecuencias del conflicto que destroza la Península ibérica.
Presenta para Francia, como para Inglaterra, el más alto interés ante la necesidad de desviar el tráfico marítimo en caso de interrupción de la vía mediterránea. Cuando Vasco de Gama descubrió en 1496 ese cabo que llamó Cabo de Buena Esperanza no suponía que había de llegar un día en que Fernando de Lesseps crearía ese Canal de Suez que haría superflua la ruta del cabo. La rueda de la Historia gira con un ritmo extraño. He aquí, aparentemente, cómo la vía de las Indias que presenta la mayor seguridad pasa de nuevo por donde la buscó Vasco de Gama hace 450 años. Esta vía ersatz por el Cabo de Buena Esperanza prolonga el viaje a las Indias en un 40 por 100. Si Inglaterra y, evidentemente, también Francia quieren servirse de ella para el transporte de tropas, estas deberán bordar la costa portuguesa, siempre que Portugal sea una esfera de influencia sólida, si no un verdadero punto de apoyo. En el caso contrario otro golpe, y muy duro, sería asestado a la posición franco-inglesa.
Ya durante la guerra de 1914-1918 Inglaterra respetó tan poco la soberanía de Portugal que se sirvió de los excelentes puertos de Madeira como punto de apoyo de su flota, mucho antes de haber logrado, a despecho de la oposición del ejército y de los conservadores, arrancar a Lisboa la declaración de la guerra a Alemania. La situación incomparable que ocupa Portugal en el Atlántico, con todas sus ventajas estratégicas, sobre todo en las actuales circunstancias, induce a Inglaterra a intensificar su acción en Portugal. Las vías marítimas y aéreas más importantes siguen la costa portuguesa y son susceptibles de ser o defendidas o atacadas con esta misma costa como base. Es evidente que Portugal es, en cierto modo, un puente hacia África. Está, igualmente, íntimamente ligado a los intereses mediterráneos. Madeira es un puesto de observación ideal para vigilar la entrada del Mediterráneo. Las Azores, que se yerguen hacia el Oeste, están destinadas a jugar un papel importante en las líneas aéreas del Atlántico del Norte. El derecho a utilizarlas desembarazaría a Inglaterra de una porción de preocupaciones en cuanto a su aprovisionamiento de materias primas y su abastecimiento en tiempos de guerra. Con las Islas de Cabo Verde se escalonan sobre la primera mitad de la ruta marítima hacia África del Sur, en tanto que la mitad meridional está flanqueada por la Guinea portuguesa, Santo Tomás, Príncipe y la costa de Angola. La idea de que todas estas ventajas podrían un día caer en manos de un rival no sería siquiera conciliable con la seguridad del Imperio Británico. Por esto Inglaterra, hoy más que nunca, necesita de la amistad portuguesa, en previsión de un cambio en el equilibrio mediterráneo.
Aquí está la clave de la amistad «tradicional» que Inglaterra dispensa a Portugal y, para hablar en términos concretos, la misión de que estaba encargada la delegación militar inglesa que acaba de visitar Portugal. Es probable que en el curso de la brillante recepción dispensada en Lisboa al almirante Sir Roger Backhouse, se ocuparan menos, a bordo del buque-almirante, de los brindis corteses que de las negociaciones concretas sobre puntos de apoyo navales y aéreos. En todo caso, estas conversaciones anglo-portuguesas encajan bien en el cuadro de la preparación sistemática de Inglaterra, de su reorganización militar que está dictada, en gran parte, por el cambio de la situación en el Mediterráneo.
La posibilidad que para Inglaterra podría existir de retirarse sobre la vía de El Cabo la impulsa a cultivar la amistad portuguesa porque es desde tierra portuguesa de donde se puede proteger y defender esta vía. Pero esto no es todo. Tiene Portugal, desde otro punto de vista, una importancia considerable para el plan estratégico inglés que prevé el bloqueo a distancia de todo el lago mediterráneo, merced a sus dos barreras una en Gibraltar y otra en el canal de Suez. Por sostener la barrera de Suez, Inglaterra trabaja febrilmente en la organización de puntos de apoyo en Palestina, en Egipto, en el Sudán y en otras partes. Pero, en cuanto a Gibraltar, Inglaterra tiene que contar con Portugal.
En efecto, la operación no se concibe sin la cooperación de la aviación e Inglaterra no posee en el Mediterráneo las bases de aterrizaje y amerizaje necesarias. Los navíos porta-aviones, a causa de su capacidad limitada y de su misma vulnerabilidad, no son más que un sustituto mediocre. Los puertos de Malta y de Gibraltar son demasiado pequeños para llenar este fin adecuadamente. La situación sería otra si Inglaterra dispusiera de una base aérea en la costa portuguesa. Desde Faro, desde Silves o desde Tavira, por ejemplo, sería posible defender eficazmente la vetusta fortaleza que es Gibraltar e, incluso, escoltar los transportes hasta el Mediterráneo. La comprobación de que se están haciendo estos preparativos hacen necesarias las contramedidas por nuestra parte. Es, pues, indispensable, examinando la ruta francesa del Atlántico, así como la inglesa de El Cabo y el bloqueo a distancia del Mediterráneo, deslizarnos en los puntos más sensibles de este plan con el fin de entorpecerlo y, finalmente, destruirlo. Pero si queremos hacer con éxito una contramaniobra debemos ganar para nosotros, asegurarnos, a Portugal. Este Estado debe cesar de ser, inconsciente o conscientemente, un peón sobre el tablero anglo-francés sirviendo a una política que es contraria a los intereses de la España nacionalista así como a los nuestros. ¿Cuáles son los medios que deben emplearse? ¿Se puede determinar el germen de los acontecimientos que pueden sernos favorables? ¿Nos es posible anudar relaciones útiles a nuestros fines con ciertos grupos, ciertos movimientos existentes en Portugal?
Hay que constatar, en primer lugar, que bajo la dirección del Sr. Salazar Portugal es hoy un Estado de orden, un Estado autoritario que puede servir de ejemplo a Europa. Este incremento de su prestigio en el exterior ha producido un renacimiento de su sentimiento nacional que le levanta contra la manumisión extranjera en su economía y contra la tutela de Inglaterra. Las simpatías portuguesas por Alemania se han acrecentado mucho, a despecho del hecho de que Inglaterra, que trata por ella misma a Portugal como colonia, agite contra Alemania el fantasma de las pseudos-codicias alemanas, por lo que respecta a las colonias portuguesas. Estas simpatías deben aumentar forzosamente en los medios nacionales, porque el estado de ánimo en Portugal tiende a dirigir sus simpatías hacia las naciones jóvenes y ascendentes más que hacia las viejas potencias coloniales que están en decrepitud.
Parece, pues, que existen bastantes puntos de apoyo para que nosotros podamos operar en el sentido deseado. Hay muchas posibilidades prácticas, medios de atizar al Portugal autoritario contra la tutela inglesa y de ese modo deshacer los planes ingleses de la ruta de El Cabo y del bloqueo del Mediterráneo.
El Sr. Salazar está bien dispuesto hacia todo movimiento verdaderamente nacional. Podemos, pues, atraérnoslo.
Podemos, además, crearnos puntos de apoyo en el ejército portugués en donde el sentimiento pan-ibérico y antiinglés es particularmente fuerte. Estos sostenes deben, pronto o tarde, manifestarse en ventaja nuestra. Podemos, igualmente, llegar a nuestros fines por el camino derivado de la victoria definitiva del general Franco. Las simpatías por la revolución nacionalista son muy fuertes en Portugal. Es una base. Después de la victoria, el general Franco dispondrá de un ejército potente. Este ejército se puede poner en la balanza en un caso de fracaso para establecer en Portugal un régimen que nos sea favorable.
Y no es casi probable que se pueda contar con una resistencia portuguesa. De todas formas, su ejército es bastante débil. Portugal no dispone más que de 140 000 hombres de tropas preparadas y la marina portuguesa no tiene importancia.
El dinamismo de la revolución nacional española después de la victoria del General Franco será tal que no se detendrá, puede afirmarse, en la frontera portuguesa.
Todas estas tendencias, estas corrientes, estas acciones que acabamos de indicar demuestran que, en fin de cuentas, Portugal ha de caer bajo nuestra influencia y resultar nuestro punto de apoyo. Por esto estamos en España y ello es una política a la que nos encierra (sic) lógicamente el curso de los acontecimientos en España y en todo el Mediterráneo.
Conclusiones
Quedan por sacar algunas conclusiones.
Primero que la solución de las cuestiones de Gibraltar, las Baleares y las relaciones de España con las potencias occidentales, así como la de la fuerza nacional de España en el porvenir, debe quedar en manos del General Franco. Podemos tener la más grande confianza en él y en su causa a la vista de nuestra experiencia en el pasado.
Hemos seguido este camino con la comprobación optimista que las circunstancias históricas son favorables a nosotros y al eje Roma-Berlín. El buen camino para Alemania es ser cada vez más fuerte, porque la fuerza es la mejor aliada. Hemos seguido este camino con éxito. Gracias a los sucesos de España y a nuestra situación en este país y en el Mediterráneo hemos resquebrajado el sistema de Versalles en Europa. Lo hemos minado con dinamita. Haciendo esto hemos inutilizado la guerra mundial definitivamente.
El centro de equilibrio se ha desplazado nuevamente; de Londres y París ha venido a fijarse en Berlín. Ya se han apercibido de ello en los medios políticos de Europa occidental, cuyo estado de ánimo actual se resume en la frase resignada que recientemente escribía Le Temps: «El corazón de Europa no late ya en París sino en Berlín».
Queda, sin embargo, que la base de operaciones más importante para nosotros es aquella en que hemos podido obtener este éxito. Es España, en la cual la lógica nos obliga a sostener la causa nacionalista más y más activamente. Nuestra participación en la guerra de España no ha entorpecido de ningún modo la concentración de nuestras fuerzas para el cumplimiento de sus tareas nacionales más importantes. Por el contrario, las ha reforzado poderosamente.
Fuente: AHN, AGR, microfilm 1191, 11/97.
B) Comentarios británicos
Este documento se ha estudiado y valorado por las distintas direcciones generales y por Sir Robert Hodgson. Lo que sigue es una síntesis de los comentarios realizados.
El consenso general es que, aunque el documento es genuino, es más bien una pieza de propaganda que una declaración de política práctica y que tiene un valor más profesoral que auténtico. Es decir, que su objetivo estribó en presentar un argumentación a favor de la intervención en España del Gobierno alemán. El general von Reichenau, en consecuencia, ha reunido todas las razones que abogan por un incremento de la intervención en España y por esforzarse a atraer a Portugal hacia la España nacional y las potencias totalitarias.
Sabemos que el general von Reichenau es uno de los favoritos del partido nacionalsocialista y que apoya las opiniones de los miembros del mismo que consideran que el interés alemán se verá favorecido por una política exterior audaz y no exenta de aventurerismo.
Las primeras ocho páginas y media de la exposición describen los problemas técnicos con que debe lidiar la intervención alemana en España. La experiencia que ganasen las unidades enviadas a España debía ser de la mayor utilidad posible con el fin de mejorar la organización militar alemana en la práctica. España, en una palabra, sería una especie de champ d’expérience. El general von Reichenau afirma que este objetivo se ha alcanzado y que la guerra en España ha enseñado a los alemanes lecciones de gran valor. Podemos aceptar tal afirmación. El apoyo técnico alemán ha tenido un valor inmenso para el general Franco y los alemanes han aprovechado sin lugar a dudas la oportunidad para mejorar y desarrollar su mecánica militar. El general von Reichenau pasa después a afirmar que «desde el punto de vista de la estrategia militar nos hemos situado en las líneas vitales más importantes de Inglaterra y Francia. En ello radica la gran significación de nuestra intervención en España». El que esta afirmación sea correcta o no depende del grado en que la influencia alemana tenga éxito en lograr establecer una posición dominante en España. En la opinión de Sir Robert Hodgson, las indicaciones disponibles hasta el momento no permiten pensar que Alemania haya alcanzado tal objetivo. Según afirma, los españoles se ríen ante la idea de que pueda ocurrir una cosa así si bien añade que no sería demasiado prudente atribuir mucho valor a la capacidad española de resistir a un cierto control desde el exterior. Tal y como las cosas están hoy, dice Sir Robert Hodgson, en España se aprecia muchísimo la eficacia de los alemanes y existe un auténtico sentimiento de gratitud hacia ellos por los servicios que han prestado. Por otro lado, sin embargo, la sospecha de que Alemania se propone insistir en el pago de su ayuda mediante concesiones en el ámbito económico y político es algo que va extendiéndose y ya se notan signos que evidencian un antagonismo creciente ante la perspectiva de una erosión de la independencia española. La popularidad alemana, afirma, está en descenso hoy en España. Con los españoles que simpatizan con los «rojos» ya ha desaparecido para siempre. Ahora bien, la prolongación de la guerra es susceptible de incrementar la influencia alemana para imponer su voluntad a Burgos.
La visión a medio plazo, tal y como la presenta el general von Reichenau, la tienen sin duda alguna muchos dirigentes alemanes y es obvio que consideran que el Mediterráneo es uno de los lugares en la que «la dinámica de los hechos» es seguro que funcione a su favor en un futuro no lejano. Esto no significa, sin embargo, que el Gobierno alemán haya adoptado como política práctica el tipo de planes que dibuja el general. En su conjunto la Reichswehr (sic) está a favor de un enfoque cauteloso en materia de política exterior y no ha perdido del todo su influencia sobre el Führer. Este, por lo demás, en estos momentos se está concentrando firmemente en Europa central donde sus objetivos han sufrido por ahora un contratiempo. Se ha visto obligado a reconocer que el ejército alemán no está listo todavía para una guerra importante. La situación interna en Alemania, y sobre todo en Austria, no es demasiado feliz.
Las anteriores consideraciones no excluyen la posibilidad de una aventura pero en su conjunto permiten pensar que si Alemania se decide a plantar cara a la Gran Bretaña y a Francia es más probable que lo haga en Centroeuropa, es decir, en una zona remota de la posibilidad de una acción directa anglo-francesa y no tanto en la Península ibérica, que está muy alejada de Alemania y dentro de la esfera de acción de ingleses y franceses.
Es indudable que forma parte de la política alemana tanto a corto como a largo plazo el mantener un pie en la política, economía y asuntos militares ibéricos, siquiera como un medio eficaz para distraer y fastidiar a Inglaterra y Francia. Pero esto no quiere decir que los alemanes vayan a comprometerse profundamente en España como reto a Gran Bretaña y a Francia en el futuro inmediato …
Foreign Office
13 de julio de 1938
Fuente: TNA, FO 371/22650. <<