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[d30] Pablo de Azcárate sobre la política

internacional británica en el verano de

1938

I

La etapa actual de la política internacional del Gobierno británico tiene su punto de arranque en la decisión de Mr. Chamberlain, apenas fue nombrado Primer Ministro, de poner en práctica una política de «atracción» respecto de las dos dictaduras europeas. La aplicación de esta política a Italia produjo la crisis que dio lugar a la salida de Eden del Gobierno. Reducida a los términos más escuetos, el disentimiento que produjo la ruptura entre Chamberlain y Eden consistía en que el primero consideraba posible entrar desde luego, sin garantías previas, en una negociación «reconciliadora» con Italia, mientras que el segundo estimaba que esa negociación, sin haber previamente obtenido de Italia ciertas garantías, especialmente sobre su intervención en España, no sólo estaba destinada al fracaso sino que era incompatible con el propio honor del Gobierno británico.

Una vez producida la crisis el Partido Conservador, aunque herido en su unidad interna, dejó la vía libre al Primer Ministro para que hiciera el ensayo de su política. La oposición liberal y laborista combatió desde el primer momento esta política, advirtiendo los peligros que entrañaba.

Chamberlain consiguió un primer triunfo, mucho más aparente que real, con la firma del tratado anglo-italiano el 16 de abril, 1938. Como se sabe, la entrada en vigor de este acuerdo dependía según sus propios términos de un «arreglo» (settlement) de la cuestión española. —No hay duda alguna que cuando el acuerdo se firmó, Chamberlain y el Gobierno británico descontaban un «arreglo» inmediato y definitivo de la cuestión española mediante el triunfo fulminante de Franco y sus aliados (estábamos en los días inmediatos al derrumbe del frente del Este, y habría mucho que decir sobre las razones y motivos que explicaban, si no justificaban, esta opinión del Gobierno británico). Esto lo denunció claramente el Representante de España ante el Consejo de la Sociedad de Naciones en mayo, y después ha sido confirmado por voces tan autorizadas como el Times y el Daily Telegraph. Pero la pasmosa reconstitución, moral y militar, que siguió a la del Gobierno español a fines de marzo y que se tradujo en la consigna de la resistencia aparecieron inmediatamente como un obstáculo a que se cumpliera lo que había sido previsto cuando el acuerdo anglo-italiano fue firmado. La prolongada y eficacísima resistencia opuesta por el Ejército de Levante al avance sobre Sagunto y Valencia no hizo sino confirmar la idea de que era necesario descartar toda posibilidad de un fin inmediato de la lucha; idea que había ganado gran consistencia al ver la facilidad con que el Gobierno de la República había podido hacer frente, desde el punto de vista moral y militar, a la llegada de las tropas invasoras al Mediterráneo, y que ha recibido su consagración definitiva con la reciente ofensiva del Ebro.

Durante todo este proceso, cuyo motor ha sido la resistencia de la República, se ha ido marcando en Inglaterra una debilitación continua de la situación política del Gobierno, ya que aparecía cada día más patente el valor ficticio que había tenido la firma del acuerdo con Italia y la total esterilidad del sacrificio que la política de Chamberlain había impuesto al amor propio y al orgullo británicos. Al propio tiempo el Gobierno italiano daba muestras recientes de impaciencia ante el «punto muerto» al que había llegado su política de aproximación con Inglaterra. Impaciencia bien explicable si se tienen en cuenta las consideraciones siguientes: Primero, que la «City» se negaba a todo empréstito mientras no tuviera la seguridad de que iba a servir para financiar una política de verdadera y sincera colaboración con Inglaterra, y no las empresas del «eje» Berlín-Roma, y reclamaba como garantía mínima la entrada en vigor efectiva del acuerdo. Segundo, que con los alemanes en el Brenner y sin el refuerzo de la amistad con Inglaterra, Italia queda condenada a jugar en el «eje» el papel de segundona. Tercero, que la consagración de una amistad con Inglaterra hubiera podido ser empleada por Mussolini como el mejor antídoto contra el envenenamiento que ha producido en el pueblo italiano la presencia de los alemanes en el Brenner.

Por todo esto, Italia ha puesto en juego durante los meses de junio y julio todos sus recursos (campaña de prensa, agitación en Palestina, presión sobre Francia, etc.) para lograr que el Gobierno británico se aviniera a hacer entrar el acuerdo inmediatamente, por un subterfugio cualquiera (por ejemplo, la retirada de España más o menos ficticia de diez mil italianos), prescindiendo de la condición previa requerida en el acuerdo mismo consistente en el «settlement» de la cuestión española.

¿Y cuál ha sido la actitud del Gobierno británico ante esta presión de que ha sido objeto por parte de Italia? Conviene subrayarlo por lo mismo que es cosa a la que no estamos acostumbrados: ante la creciente irritación y descontento a que daba lugar su política de concesiones y claudicaciones, se decidió, esta vez, a oponer un «no» categórico y terminante a las pretensiones italianas, y en lo que quepa hacer previsiones políticas en los momentos presentes, puede afirmarse que no existe peligro serio de que el Gobierno británico acceda a prescindir de la condición previa del «arreglo» de la cuestión española para la entrada en vigor del acuerdo con Italia. Lo cual representa, de hecho, el fracaso de la política italiana de Chamberlain; sobre todo desde que según una de sus últimas declaraciones ante la Cámara de los Comunes ni siquiera el retiro de todos los italianos de España constituiría por sí mismo un «arreglo» de la cuestión española a los efectos de la entrada en vigor del acuerdo sino que, llegada esa eventualidad, el Gobierno británico examinaría si con ello la situación en España habría dejado de ser una amenaza para la paz de Europa.

A pesar de todas las declaraciones oficiales, nadie pone en duda que la política de aproximación anglo-italiana suscitaba preocupaciones e inquietudes de una parte en Francia y de otra en Alemania.

Francia veía con inquietud una aproximación anglo-italiana que no fuera acompañada de una mejora de sus relaciones con Italia. Esta situación hizo posible a Mussolini utilizar al Gobierno británico para presionar al francés haciendo ver a este último que mediante ciertas concesiones (entre ellas, y muy principalmente, el cierre de la frontera española) sería posible reanudar las negociaciones franco-italianas. Pero la lentitud propia de los procedimientos diplomáticos parece haber dado lugar en este caso a un curioso resultado y es que la presión sobre el Gobierno francés se hizo cuando todavía el Gobierno británico tenía esperanzas de salvar su política italiana del naufragio con que la amenazaba la resistencia republicana, y el resultado no se obtuvo cuando esa esperanza estaba ya casi totalmente desvanecida. Lo que una vez más ha puesto en manifiesto la esterilidad de toda política de concesiones ante las dictaduras.

El descontento de Alemania ha facilitado una maniobra de Chamberlain que constituye la última fase de la política internacional británica. —La situación en Checoslovaquia venía constituyendo en estos últimos meses una de las más graves preocupaciones del Gobierno británico, que se había impuesto como tarea el evitar un golpe de fuerza por parte de Alemania para resolver el problema de los Sudetes. Esto había dado ocasión a intervenciones constantes del Gobierno británico cerca de los Gobiernos alemán y checoslovaco, recomendando paciencia al primero, y generosidad al segundo. Y ha sido curioso observar cómo estas intervenciones, a medida que se desvanecían las esperanzas de dar cuerpo a la aproximación con Italia mediante la entrada en vigor del acuerdo, iban tomando un matiz que permitía pensar en la posibilidad de una aproximación anglo-alemana… El envío de la misión Runciman a Praga, como amigable componedor para resolver la cuestión de los Sudetes, tendrá como primer resultado a los ojos del Gobierno británico el de contener mientras dure todo intento por parte del Gobierno alemán de resolverla por la violencia, apoderándose, al paso, de Checoslovaquia—. Y así resulta que Chamberlain haciendo una especie de juego de manos diplomático se ha arreglado, en el momento de la separación del Parlamento y del comienzo de las vacaciones, para cubrir el vacío que dejaba el fracaso de su política italiana con una acción intensa cerca de Alemania que, aunque inmediatamente encaminada a la solución del problemas de los Sudetes, mantiene en el ambiente la idea de que en ella pudiera encontrarse el germen de una política de aproximación con Alemania.

II

La conducta y actitud del Gobierno británico respecto de la cuestión española es el resultado de dos factores. El primero consiste en el hecho de representar el Gobierno británico actual una ideología archiconservadora y reaccionaria que le ha llevado a mirar con gran recelo lo que la solución republicana podría implicar en orden a reformas de gran alcance de carácter económico y social. No hay que exagerar, sin embargo, la importancia de este factor cuyo influjo no ha hecho sino decrecer, hasta el punto de poder afirmarse ya que en amplios e importantes sectores de la opinión conservadora británica ha dejado de considerarse una victoria rebelde, y un aplastamiento de la República, como la solución deseable y satisfactoria del conflicto español. Tomada en su conjunto, la opinión pública británica sería favorable a una solución en la cual contara y se tuviera en cuenta a la República. Por consiguiente, si bien nos favorece, en Inglaterra, todo cuanto sea reforzar la impresión de orden, disciplina y espíritu constructivo y organizador, estaría totalmente fuera de lugar, y sería el más grande disparate, querer atraerse el apoyo de Inglaterra mediante medidas como, por ejemplo, la eliminación del partido comunista del Gobierno y de sus posiciones actuales en la administración del Estado. No es mi cometido entrar en lo que tal política representa desde el punto de vista interno. Pero en mi opinión lo que ella pudiera cambiar en nuestro favor la opinión inglesa estaría a mil leguas de compensar lo que perderíamos ante esa misma opinión como resultado del descenso inevitable que se produciría en el vigor y eficacia de nuestra vida pública y de la debilitación política a que daría lugar la ruptura del amplio y sólido bloque político que sirve de apoyo al Gobierno de la República.

Además, y sobre todo, ese sacrificio sería estéril como medio de cambiar la actitud inglesa, porque esta actitud está fundamentalmente determinada por el segundo factor, a saber: la política europea del Gobierno británico, de la cual no es más que un reflejo su política respecto de España. —Hay que tener siempre presente que el Gobierno británico ha intentado y sigue intentando estabilizar Europa mediante una política de atracción y conciliación con las «dictaduras». Esa es la base principal en su juego. Y a ella considera necesario y razonable sacrificar lo demás. Ahora bien, la única política española congruente con esa política europea es la de la balanza entre las dos «partes». Balanza siempre inclinada del lado de los rebeldes, como en el marco europeo está inclinada del lado de Italia y Alemania. Tanto más inclinada a favor de los rebeldes cuanto mayor ha sido o sea el apremio y urgencia de Inglaterra en llegar a resultados tangibles en su política «conciliadora»; resultados que había que arrancar a fuerza de concesiones y blanduras. Por eso la balanza se inclinó más con Chamberlain que con Eden, y su inclinación llegó a tal extremo cuando hubo a toda costa que firmar el acuerdo anglo-italiano, que el propio término de balanza se convirtió en una paradoja. Hoy, como se ha dicho, la resistencia republicana en Levante y la ofensiva del Ebro han restablecido un relativo equilibrio, restituyendo la política británica a su línea tradicional—. No creamos, por consiguiente, que a fuerza de moderación vamos a llegar a poner a Inglaterra de nuestra parte. Inglaterra no puede ponerse de nuestra parte sin destruir su política europea, y nada permite creer que, por ahora, esté dispuesta a tomar esa trascendental resolución.

Aunque a primera vista pueda parecer paradójico, nuestra moderación estorba más que favorece la solución que, en definitiva, la inmensa mayoría del pueblo inglés, y con ella el Gobierno, miran como más satisfactoria no sólo por ser la más en armonía con su propio temperamento, sino porque sería también la más conforme a su política de conciliación con Italia y Alemania: el compromiso y la mediación; concebidos no en tanto como resultado de una conciliación sino más bien como la eliminación de unos y otros poniendo a la cabeza del país a elementos «neutros» que han quedado al margen de la lucha. Ahora bien, la eliminación de la República se hace más difícil de justificar, incluso ante la propia opinión pública británica, a medida que se muestra más moderada. Una República extremista y desarticulada haría mucho más fácil para el Gobierno inglés llegar a un acuerdo con Italia y Alemania, basado respecto de España en la eliminación de todos los elementos que de una u otra parte participan en la lucha, y el llamamiento de elementos nuevos que bajo el alto patronato de las Potencias se encargaran del Gobierno.

De todo esto se deduce que si bien es recomendable seguir una política general de moderación como la más apropiada para mantener y acelerar la evolución de la opinión pública inglesa a favor del Gobierno, no lo es sacrificar a ella nada que pueda debilitar política o moralmente la situación interior, bajo cualquiera de sus aspectos, creyendo que gracias a ese sacrificio vamos a lograr el apoyo franco y decidido del Gobierno británico. Continuar y desarrollar la orientación marcada en los 13 puntos y el discurso de Madrid del Presidente del Consejo producirá los mejores resultados. Todo cuanto sea posible hacer en materia de libertad religiosa y de cultos servirá eficazmente para atraernos zonas cada vez más amplias de la opinión pública británica. Pero no cabría cometer mayor equivocación que la de imaginar, por ejemplo, que la eliminación del partido comunista del Gobierno daría como resultado el apoyo del Gobierno británico a la República. El inmenso sacrificio (sin hablar de su injusticia) que representaría tal medida sería totalmente estéril.

III

La política de «balanza» que el Gobierno británico se ve obligado a aplicar respecto de España como consecuencia de su política europea encontró desde el primer momento su expresión más perfecta y acabada en la no-intervención. Ella permitió al Gobierno británico establecer respecto del conflicto español una línea de conducta cuya flexibilidad le permitía acomodarse sin graves dificultades a las contingencias de su política europea. Lo cual ha sido tanto más fácil para él cuanto que la idea de la no-intervención, en sí misma, ha sido y sigue siendo acogida con favor por la casi totalidad del pueblo inglés.

Lo que, por el contrario, va hace ya tiempo suscitando dificultades cada vez más serias es la flagrante y pertinaz injusticia con que la no-intervención ha sido aplicada. Pero no conviene engañarse: en su conjunto, el pueblo inglés desea más una aplicación justa e imparcial de la no-intervención que su abolición. Y eso explica el interés general despertado por el plan del Comité de No-Intervención para el retiro de extranjeros, la satisfacción con que fue acogida en Inglaterra su aceptación por el Gobierno español y la irritación relativa (no olvidemos que todo choque con los rebeldes españoles puede ser un obstáculo en la política «reconciliatoria» con las Dictaduras) que causa el prolongado silencio de los rebeldes.

No hay duda que esta actitud de los rebeldes respecto del plan de retiro de extranjeros causa profundo disgusto al Gobierno británico. No sólo por lo que pueda representar como obstáculo o retraso para su aplicación sino también porque Inglaterra no puede dejar de ver en ella un nuevo caso en el cual el dictador italiano ha contestado a sus avances con un engaño.

Este disgusto tiene también otra causa y es que la actitud de los rebeldes y sus aliados se considera en Inglaterra como poco favorable a esa solución vaga y difusa con la que sueñan la gran mayoría de los ingleses, y a la que han puesto la etiqueta de «mediación». La gran masa del pueblo inglés está dominada por esa idea, si bien nadie sería capaz de precisar lo que entienden por ella, ni cómo habría de ponerse en práctica. Y aunque es relativamente fácil explicarles y hacerles ver su imposibilidad, es casi imposible vencer la inmensa fuerza que representa en la mentalidad inglesa una fórmula como esta, empírica, vaga, susceptible de adaptarse a circunstancias diversas, y que da satisfacción a lo que todo inglés desea: el fin de la lucha sin el triunfo integral de los rebeldes (cosa que van temiendo más cada día) y evitando a la vez los peligros que, en su opinión, podrían derivarse de una victoria total de la República.

IV

En resumen, y como conclusión de las observaciones anteriores, pueden formularse las siguientes recomendaciones:

  1. No hacer nada que pueda debilitar la situación interior, ni dar la impresión de ruptura del bloque político que sirve de base y apoyo al Gobierno. Esto es esencial y de la mayor importancia. Como consecuencia, es indispensable asegurar un estricto control por el Gobierno de toda actuación política fuera de España, especialmente declaraciones públicas por personalidades políticas, etc.
  2. Continuar dando la nota moderada y constructiva de los 13 puntos y del discurso de Madrid del Presidente del Consejo; llevando, en la medida de lo posible, a la práctica esos principios.
  3. Intensificar nuestras denuncias de la intervención italiana, dejando, por el momento, un poco en sordina la alemana. De este modo contribuiremos a hacer cada vez más honda la diferencia anglo-italiana, con este doble objetivo: debilitar a Chamberlain, por el fracaso de su política italiana, y aislar a Italia. Italia es la cantera en la cual debemos aplicar nuestro trabajo inmediato.

La Preste.

Pirineos Orientales.

El 15 de agosto, 1938

Fuente: AMAE, FPA, caja 106. <<