[d28] Indalecio Prieto sobre el cerco exterior
a la República
… Llevamos dos años largos de guerra. De la resistencia —¡y había quienes creían que no habíamos de oponer ninguna!— ¿qué cabe decir? Nada. Pediros a todos un clamor para los hombres que en el mar, en la tierra y en el aire defienden nuestra vida y nuestro honor [fuerte ovación]. [Una voz: ¡Viva el Ejército español!] ¡El Ejército español, sí, esa es la denominación! ¡El Ejército de España, del pueblo todo; pero que nadie lo manosee, que nadie sienta la mezquindad de atraerlo hacia sí en servicios partidistas! [Fuertes aplausos y nuevos vivas al Ejército del pueblo.]
Nadie lo sospechaba; no lo creyeron los promotores de la sublevación, a los cuales, si he de concederles una pizca de españolismo, los supongo profundamente arrepentidos del magno crimen que han cometido con España. No lo esperaba el mundo, el mundo todo, que en su representación oficial, cualquiera que sea la voluntad de sus masas populares, ha pretendido asfixiarnos. Y conste que no puedo dejar a salvo de esta invectiva justa e iracunda más que a dos Estados: Rusia y México, para los cuales os pido también un homenaje [fuertes aplausos]. Nadie lo esperaba, y es lógico que a la hora presente, proclamado o no, oculto o a la luz del sol, disimulado o patente, un sentimiento de admiración se expanda incluso entre las filas rebeldes para este pueblo español que, con una capacidad de sacrificio sin par en la Historia, viene soportando no ya el embate de españoles rebeldes que olvidaron los más elementales deberes con respecto a su patria sino la invasión de dos potencias totalitarias, despóticas y tiránicas, que si la pueden realizar es a cuenta de la cobardía de las naciones europeas …
Si creyéramos en la milagrería consideraríamos milagro el que podamos seguir defendiéndonos con brío en estos instantes, cuando todo el mundo nos abandonó, por no decir que todo el mundo nos traicionó. Alguien discurrió ese armatoste terrible de la «No intervención», que fue en sus comienzos —no puede llevarse más allá mi juicio honrado— un error magno; pero que se ha convertido en una gran vileza. Y mi dolor de socialista, que confieso aquí públicamente, es no haber visto en la acción de gobernantes socialistas del extranjero aquel apoyo que, no por solidaridad política sino por deberes estatales, teníamos derecho a reclamar. ¡Ah!, yo no comprendo (si con lo que digo se van armas y municiones a adversarios de nuestro Partido, que se vayan, pero rindámonos a la verdad), yo no comprendo que los partidos socialistas voten, respondiendo a su verdadero e íntimo sentir, mensajes de adhesión entusiastas a nuestra causa y que quienes gobiernan en nombre de esos mismos partidos nos echen, desde las alturas del poder, la garra al cuello para estrangularnos [grandes aplausos].
Estamos tejiendo ahora una historia muy dramática, cuyos capítulos primeros conocemos porque los hemos vivido y padecido; pero nadie, por mucha que sea su imaginación, puede fijar anticipadamente el desenlace de esta situación, si la guerra de España será el prólogo de una hecatombe o, por el contrario, se limitará a una lucha localizada que acabe por agotar las energías españolas. No entraré yo en predicciones a las cuales podría conducirme mi fantasía. Lo evidente es que vivimos, como españoles y como europeos, una era intensamente dramática y de cara al inmenso drama cada cual debe afrontar su responsabilidad. Antes de ahora he dicho que podrían juntarse en la defensa de una actitud tan contradictoria como la que acabo de señalar entre los partidos socialistas y sus representantes en los Gobiernos, los oradores más elocuentes que tuvo el mundo y todos juntos no serían capaces de justificarla ante las masas sencillas. ¿Cómo unos partidos populares, socialistas, obreros, se adhieren a la actitud nuestra, desean de corazón nuestra victoria, y los representantes de esos mismos partidos nos niegan desde el poder el auxilio indispensable? Y conste —hablo de mi época de Gobierno, no creo que hayan variado las cosas— que nosotros no hemos pedido nada a nadie regalado. Y conste también, para esclarecimiento de la verdad, que nadie nos ha regalado nada [aplausos]. Nosotros hemos exhibido nuestro derecho y hemos reclamado el respeto al mismo. Eramos un Gobierno legítimo, cuya legitimidad, desde el punto de vista de esas naciones a las cuales me refiero, está patentizada por sus representaciones diplomáticas, las cuales acreditan que no hay más Gobierno legítimo que el de la República, que no hay en España más fundamento legal que el de las instituciones republicanas que libremente se dio el pueblo y que libremente, cuando la guerra termine, si el pueblo quiere, las podrá mantener o las podrá modificar [fuertes aplausos]. ¡Cuándo la guerra termine, porque hasta que la guerra termine no procede otra cosa que la fusión de todos en un bloque, en un solo pedernal para defender la Patria! [nuevos aplausos].
Vuelvo al tema, del que la pasión me ha apartado un momento.
Se ha alegado que el hecho de figurar en el Gobierno determinadas representaciones, con una u otra significación (yo las quiero ver a todas fundidas en una aspiración común), que el hecho de la existencia de determinadas representaciones de colectividades que, política o sindicalmente, pueden considerarse extremas, eran causa de esta actitud de las potencias europeas. ¡Pero si cuando se pactó la «no intervención» no estaban en el Gobierno los anarquistas, ni los comunistas, ni siquiera los socialistas! Era un Gobierno republicano en su totalidad, sin tendencia extremista, aquel a quien se le negaron las armas y las municiones que nos eran necesarias [aplausos].
Hay que liquidar muchas farsas en el terreno internacional. Todas resulta imposible liquidarlas, porque son infinitas. Lo que acabo de decir es incontrovertible. ¡Ah! ¿Que los países aludidos se asustaron de que el pueblo español, en la conmoción producida por los militares sublevados, llevara con su empuje el régimen social y político de España más allá de lo que a ellos les interese? Eso es probable. Diré más: eso es seguro. Con gran anticipación he hablado —un folleto que se repartía hoy en la puerta de este teatro lo recuerda— del freno que pondrían a las posibilidades revolucionarias de España las naciones de la Europa occidental.
La acción de Inglaterra debilita la potencia defensiva de las democracias
La «no intervención» fue establecida ¿a iniciativa de quién? Oficialmente de Francia, pero se nos ha dicho al oído que por sugestión de Inglaterra… No me sorprendería. Inglaterra se ha convertido, por su poderío y por su situación, en el elemento rector de la Europa no sujeta a regímenes totalitarios. Grande, enorme, inmensa es su responsabilidad en ese papel que la Historia parece haberle adjudicado. Pero Inglaterra, a la hora presente, no es más que una debilitadora de la potencia ofensiva de las democracias europeas. El caso de España y el caso de Checoslovaquia son gemelos. ¿Qué se hizo del orgullo inglés, del tradicional orgullo inglés?… Parece haberse disipado cuando italianos y alemanes hunden buques británicos y asesinan a marinos ingleses. ¡Quién nos lo iba a decir a nosotros, que en nuestras lecturas sobre política internacional topábamos siempre con el tema del orgullo, de la altivez de Inglaterra, que no consentía la menor lesión ni en sus intereses materiales ni el menor atentado contra la vida de sus súbditos!… Ahí están hundidos, en las aguas de nuestros puertos, barcos en cuya popa ondeaba la bandera británica y ahí están, en nuestros cementerios, cadáveres de marinos ingleses que han pagado con su vida la confiante credulidad de que el Imperio les amparaba.
Lluvia de ultrajes
España, que no pidió regalado nada a nadie, que reclamó su derecho, se encontró estorbada por el pacto de «no intervención» que, como antes dije, comenzó en un magno error y se ha convertido en una tremenda vileza. Es la argolla que se ha puesto a nuestro cuello. Merece la pena el aspecto internacional de nuestra lucha que le consagremos algunas palabras más.
Internacionalmente hemos sido víctimas de todos los ultrajes posibles. La Historia querrá rebuscar en lo más remoto de sus páginas ejemplos y ultrajes iguales y los encontrará ciertamente en las empresas colonizadoras sobre tribus salvajes. Contra naciones civilizadas, ultrajes como los inferidos a España, ninguno. No se trata sólo de la negativa al derecho legítimo de España a adquirir armas y todos los demás elementos de guerra indispensables para el sostenimiento de su soberanía y de su independencia; hay, además, el hecho insólito de que determinadas naciones hayan reconocido a un comité rebelde como Gobierno legítimo, reconocimiento sin precedentes, porque se produce cuando la rebelión apenas está iniciada y sin apariencias de triunfo. Sin protesta de nadie, con asentimiento más o menos explícito del resto de las naciones a Franco y a sus lugartenientes se les ha concedido por determinadas naciones el rango de Gobierno legal, cuando no eran más que un comité de sublevados.
¿Hace falta recordar las constantes agresiones de que han sido objeto nuestros barcos y nuestros puertos por aviones y por navíos extranjeros? ¿A qué, si basta sólo con mencionarlo, extenderse en el comentario del bombardeo de la escuadra alemana contra Almería ante el cómplice silencio del resto de las naciones europeas?… Y no quiero hablar —¿para qué?— de ese gran escenario de todas las farsas, palacio inmenso donde el cinismo se viste de frac que se llama la Sociedad de Naciones [grandes aplausos].
España no es en Europa una pieza desdeñable
Europa está en tensión … Si la guerra llegara a estallar, y aunque no estalle —hablo de la guerra europea, como comprenderéis— ¿es España una pieza desdeñable? ¡Qué error más tremendo el de quienes la consideren así! Porque aun no dominada militarmente España por italianos y alemanes, simplemente con su influencia política y económica sobre nuestro territorio, eso, por lo que respecta a Francia, tan sumisa a todas las indicaciones inglesas, eso representa para Francia muchísimo más peligro que el que pudiera constituir para ella una línea enemiga desde Bayona a Narbona. No voy a descubrir cosas que, evidentemente, quienes en Francia asumen la dirección de los asuntos militares vieron desde el primer instante. A alguno muy calificado de entre ellos se atribuyó ya en septiembre de 1936 la justa frase de que sería más barato para Francia regalar quinientos aviones a España que tener que fortificar después los Pirineos. Nosotros no pedimos ese regalo, pedimos simplemente que se nos cediera armamento, no a crédito, sino contra nuestro oro, al contado, con pago adelantado. ¡Y se nos negó!
Se nos negó incluso con la particularidad, por lo que a Francia se refiere, de que un tratado de comercio concluido en 1935 contenía una cláusula por virtud de la cual estábamos obligados a comprarle a ella con preferencia material de guerra. Cuando el Estado español pide ese material porque lo necesita; y cuando a la puerta misma de Francia, en Irún, una multitud enloquecida por la bravura llega hasta dejarse matar porque no tiene municiones, Francia entonces nos niega el material de guerra que solemnemente había convenido vendernos y con el cual hubiéramos conseguido en muy poco tiempo el aplastamiento de la rebelión [aplausos].
Ensayos crueles en nuestra propia carne
Ultraje sobre ultraje, agresión sobre agresión, daño sobre daño, así hemos ido caminando solos, ¡solos! Y gracias a la bravura del Ejército Popular, del Ejército del pueblo, del Ejército de España, como justamente lo han denominado aquí algunos de mis interruptores. Solamente por eso vivimos aún. Y solamente a eso se debe el que vayan reaccionando las multitudes obreras y demócratas de los países próximos. ¡Pero qué lentamente, qué despacio! ¡Y qué de prisa se consumen en los campos de combate la sangre y la juventud de España! [grandes aplausos].
Aquí, sobre nuestra carne, se verifica el ensayo de la grande y posible guerra europea. Aquí se nos destruye las ciudades para probar la eficacia de los grandes explosivos y con los cascotes de los edificios derruidos asaltan, dispersos, restos informes de viejos, de mujeres y de niños…
Italia y Alemania hacen entre nosotros, «en vivo», la experiencia de sus aviones, de su artillería, de sus barcos, sobre nuestra carne, vertiendo sangre, todo a nuestra costa, exclusivamente a nuestra costa [una voz: ¡ya lo pagarán quienes lo consientan!].
Gran sacrificio, enorme sacrificio el del pueblo español. «¡Ya lo pagarán!», dice un comentador. ¡Ya lo pagarán! ¡Lamentable consuelo!, porque nosotros sentimos el ardor de nuestra libertad y el de la libertad de los demás. ¡Que no lo paguen! ¡Que no lo paguen! [fuertes aplausos]. Que no lo paguen, pero que adviertan el daño que están causándose a sí mismos, aunque ahora seamos nosotros los únicos que lo pagamos.
Las experiencias de todo elemento moderno de guerra se están haciendo sobre nuestra propia carne, con la muerte de los españoles, con la destrucción de riqueza española, y desde las Baleares se ensaya a todo tren la posibilidad de dominar el Mediterráneo occidental, teniendo una base en aquel archipiélago español. ¡Grandes, magníficos resultados los de este ensayo! Evidentemente la práctica ha comprobado la teoría. Quien domine en las Baleares domina en toda la cuenca occidental del Mediterráneo, corta las rutas de Inglaterra hacia parte de su Imperio, las de Francia hacia sus colonias y singularmente las del Norte de África. El ensayo es espléndido.
Pero los más interesados en las lecciones de este ensayo se ponen una venda, la del miedo, cierran los ojos y dejan a Europa, a Europa entera, a la merced de dos baradores (sic), quizá poseídos por furias demenciales, que un día pueden prender fuego al polvorín y hacer de Europa una ruina gigantesca, sin par en la historia de las grandes hecatombes mundiales. ¡Que no lo paguen! ¡Que si hay sacrificados, seamos sólo nosotros!
La amistad requiere reciprocidad
Cuando el fin de nuestra lucha llegue y España haya de jugar su puesta en el concierto europeo, si nos dominaran —que no nos dominarán—, si nos dominaran, las naciones totalitarias tendrían aquí un reducto formidable contra Inglaterra y Francia: el de su poderío asentado en nuestro solar; el de la sumisión de todos los instrumentos de su Gobierno a su voluntad; el del adueñamiento de todas nuestras industrias y de todos nuestros yacimientos de materias primas. Si la derrota viniera, vendría la esclavitud. Los vencidos —vencidos por la asfixia de los demás— ¿íbamos a tener bríos para levantar la cabeza y proclamar nuestra amistad hacia ellos? La amistad exige reciprocidad y nunca subordinación [aplausos]…
La guerra es la ruina
Mi experiencia me permite decir que Franco realiza la guerra a base de crédito exterior… El volumen íntegro de toda [la] exportación, por la cual se va nuestra riqueza al extranjero, no le basta, con mucho, a costear los gastos enormes de la guerra. Trabaja a base de crédito exterior. Si existe crédito exterior, existe hipoteca… España, cuando la guerra termine… quedará arruinada. Cualquiera que sea el resultado de la guerra, la ruina de España es inevitable. Descontad de esta afirmación mía aquel caudal de pesimismo en que, según las gentes, baño yo las cosas… Y nosotros tenemos que levantar a España, nosotros no podemos dejarla morir. He ahí la perspectiva terrible y augusta a la par que tienen ante sí esta generación y las que vengan tras ella. Si nos acompañara la victoria, por la cual hago votos con vosotros, la situación económica de España quedaría muy aligerada, porque las deudas contraídas por Franco, por un poder faccioso, no obligarían al Gobierno legítimo de la República… Como las paredes oyen, os puedo revelar lo que recientemente el embajador de Alemania en Burgos ha dicho: el nazismo en España es imposible. Todos los intentos que para ello se hagan serán otras tantas insensateces.
España no admite el nazismo. No es posible implantarlo aquí. ¡Ah!, pero Alemania ha de cobrar hasta el último marco que ha prestado a Franco. He ahí la hipoteca. He ahí uno de los frutos de la traición… España la vitorean del otro lado, donde los facciosos la tienen siempre en los labios. ¿Es que nosotros no sentimos amor por ella? Somos tan españoles como quien más. Podrán morir los españoles, pero debe sobrevivir España. España ha de ser inmortal. Tenemos que levantarla para que se yergue altiva, con todo el esplendor de oro de su vieja historia. Esa obra la contemplarán las generaciones que vengan detrás de nosotros. Guía de ellas, este Partido Socialista Obrero Español, que cumple hoy su cincuentenario y que ha dejado su vida plasmada en la abnegación, en el sacrificio, en el heroísmo, en el martirio, al servicio de España. El Partido Socialista la quiere inmortal. Por eso lucha ahora en defensa de su libertad y de su independencia [grandes aplausos].
Fuente: Discurso de D. Indalecio Prieto con motivo del cincuentenario del
Partido Socialista Obrero Español, Servicio de Información, 28-8-38.
Reproducido en Palabras de ayer y hoy. Discursos pronunciados en España antes y durante la guerra civil, Fundación Indalecio Prieto, 1996, Sitesa, México DF. <<