21

[d21] Manuel Azaña sobre la influencia

soviética en la España republicana

Por leerlo constantemente en los periódicos de la zona del general Franco y, desgraciadamente, también en una buena parte de la prensa internacional, sé que se nos cree bajo la influencia del comunismo, incluso bajo la obediencia de esa potencia igualmente dictatorial que es la URSS… ¡Qué error! Y para nosotros, que conocemos la realidad española, ¡qué amarga burla! Vd. está familiarizado con los temas rusos desde hace tiempo, ya lo sé. Vd. ha estudiado y recopilado los materiales sobre las relaciones entre Rusia y la República desde 1936. Voy a decirle, no obstante, lo que yo conozco al respecto.

Doy, naturalmente, las gracias al Sr. Azaña y le digo que tendré tanto más interés en escucharle y seguir su exposición cuanto que ya he oído el amplio relato que me hizo sobre tales acontecimientos el encargado de negocios soviético y embajador, Sr. Rosenberg, después de su marcha de España.

Es cierto [continúa el Sr. Azaña] que la URSS ha jugado en España un papel tan considerable como inesperado. ¿Quién hubiera podido prever que Rusia, que históricamente ha tenido tan escasas relaciones con España, que la Rusia de los soviets en particular, se vería destinada a desempeñar tal papel? Es una vicisitud desconcertante pero también un hecho histórico y de gran trascendencia pues dicho papel, digámoslo de nuevo, ha sido considerable. Cuando la rebelión de los generales estalla en julio de 1936, rebelión por otra parte mucho más organizada por los generales Goded, Sanjurjo, Jordana, Mola, etc., que por Franco, la URSS se queda como mera espectadora, no indiferente, incluso vigilante, pero sí lejana. En presencia de los primeros fracasos, cabría normalmente augurar la rápida liquidación de la sublevación. La URSS, sobre todo, no podía imaginar que Inglaterra y Francia se mantendrían al margen, que oficiales españoles, habiendo fomentado la sublevación en el extranjero, aprovisionados por Alemania y por Italia, tendrían la audacia inaudita y la desvergüenza de dejar en manos de tales potencias posiciones estratégicas como las de Marruecos, Baleares, Azores (sic) y más tarde, los Pirineos y, de no haber interpuesto nuestro veto, toda la Península.

En el mes de agosto los generales rebeldes, crecientemente provistos de material alemán e italiano, avanzan con sus tropas. El Gobierno de Madrid actúa oficialmente de cara a los Gobiernos de París y Londres. Personalmente, y por medio de amigos comunes, me veo obligado a llamar la atención al presidente del Consejo, Léon Blum. Él reconocerá que mi lenguaje fue profético. Ya en aquel mismo momento le dije cuál era el sentido auténtico de la sublevación, su origen y los propósitos de sus inspiradores. Le hice ver, en la medida de mis posibilidades y, creo, con toda claridad, lo que significaban para Alemania e Italia las posiciones estratégicas que iban a jugarse en esta guerra civil. El Sr. Blum ordenó que se me dijera que era plenamente consciente de ello, que estaba de corazón con nosotros y que se le desgarraba la conciencia. Si bien no podía llamarse a engaño, el jefe del Gobierno francés no podía pensar en una intervención francesa sin el apoyo de Inglaterra. Ahora bien, esta no estaba dispuesta a actuar en modo alguno.

Deploré en aquel momento la ausencia del embajador de Francia, que como es habitual en verano se encontraba de vacaciones en aquel momento en San Sebastián con todo el cuerpo diplomático. Me imagino que si hubiera tenido un interlocutor directo, capaz de presentar en su capital las cosas tal y como yo las conocía, quizá Francia hubiera podido plantear la cuestión en Londres de forma muy diferente. Pero esto no es sino un sentimiento tardío. En el mes de agosto y a principios de septiembre la situación se degrada. La sublevación progresa. Madrid se ve amenazado. La URSS envía entonces como encargado de negocios (sic) y muy pronto como embajador al Sr. Rosenberg. Hombre sutil, por no decir astuto, de inteligencia aguda e inquieta, observador desprovisto de tradiciones, de costumbres, siempre a gusto en cualquier asunto, mediterráneo, asiático o de cualquier otra parte, se da cuenta rápidamente de lo que pasa y con decisión no se siente ligado en sus concepciones diplomáticas por escrúpulos o por ideologías. Ve que el apoyo militar alemán e italiano se desarrolla abiertamente a un ritmo insospechado. Advierte la impotencia de la diplomacia francesa y las veleidades del Gobierno del Frente Popular. Sabe cómo utilizar de cara a Moscú los términos adecuados para dar la alarma, para plantear con toda crudeza las carencias de Francia y de Inglaterra. Rusia debe hacer frente a la misma y actuar tanto en el plano estratégico como en el de la relación de fuerzas.

Moscú se convence de ello rápidamente. Las decisiones se toman enseguida ya que, con la circunspección propia de sus métodos, en el impenetrable misterio de las idas y venidas de sus agentes, los socorros llegan a España ya en el mes de octubre. La URSS no interviene pues, para mí es una evidencia, sino en razón de las carencias de las potencias occidentales. Mejor que ellas mismas Rusia comprendió hasta qué punto su inercia o su impotencia iban a debilitarlas. Ya fuera por la preocupación de fortalecerlas al defender a la España republicana o por designio de crear en Occidente un derivativo a la amenaza germánica, un absceso de fijación, la URSS supo reaccionar enérgicamente, poderosamente, y con una justa y vasta concepción de sus intereses esenciales.

Que algunos instigadores impenitentes, actuando de forma incontrolable, hayan también querido aprovecharse de esta intervención para desarrollar aquí la acción comunista; que algunos convencidos, equivocándose acerca del sentido auténtico de la iniciativa rusa hayan creído ver en ella un acto de propaganda a secundar, han posibilitado que una cierta recrudescencia del comunismo se haya abierto paso en España. La agitación, en todo caso, no tuvo una gran consistencia ni continuidad. Nada en común con lo que hubiera sido un esfuerzo apoyado por el Kremlin o por la Comintern, con un objetivo ideológico de subversión y de conquista comunista.

Por otro lado, antes de la sublevación los comunistas no tuvieron en España en las elecciones sino el 10 o el 12 por 100 de los votos. Si su influencia ha crecido, ¿cómo no reconocer en ello la influencia de la rebelión y del apoyo del Estado soviético? Hoy, a pesar de la persistencia de la guerra civil, a pesar de la continuidad del apoyo moscovita, decrece la influencia comunista en España. Es cierto que sigue siendo un factor importante de la vida política. Ya no es, desde hace tiempo, un factor decisivo. Mañana no será sino un factor fragmentario. Y ello porque España, al reasirse, al recobrar su alma, conciencia y virtud gracias a la lucha definitiva se une espontáneamente a su ideal, a sus modelos, a sus vecinas las naciones democráticas de Occidente. ¡Cuál sería la fuerza doble, triple, de ese movimiento espontáneo si el apoyo que recibimos de Moscú viniera de París y Londres!

Me he visto obligado a resumir en estas pocas páginas esa larga digresión rusa, tan viva, tan próxima de los hechos, este recuerdo emocionado de acontecimientos que han sido decisivos en la guerra civil y ello porque, sin esa decisión rusa, la España republicana no sería desde hace tiempo sino una veleidad, un recuerdo, y lo que ha ocurrido habría seguido otro curso. El informe íntegro que he redactado abarca más de veinte páginas. Cuando tenga tiempo lo confrontaré atentamente con el que recogí de la boca del Sr. Rosenberg y que es incluso más amplio. Fuera del propio Stalin que, sin conocer todos los detalles, tuvo al menos que tomar la decisión, fuera quizá de Maxim Litvinov y una o dos personalidades rusas más, hoy desaparecidas, el presidente Azaña y el Sr. Rosenberg han formado parte de los principales protagonistas en todo este asunto. De inteligencia poderosa, tanto el uno como el otro, colocados en el centro mismo de los acontecimientos, teniendo en sus manos los resortes, capaces así de juzgar, y de desprender los hitos esenciales, la mecánica auténtica y las influencias, su relato tiene un gran interés.

En su conjunto, los dos testimonios concuerdan entre sí. Evidentemente, es fácil destacar alguna que otra divergencia de detalle. ¿Cómo no las habría? Pero, y esto conviene destacarlo de nuevo, el desarrollo de los acontecimientos tal y como los narran y la interpretación de los móviles coinciden. Los dos relatos están impregnados de sinceridad. Los hechos, por muy próximos e importantes que sean, pertenecen no obstante al pasado. Los dos testimonios se me han ofrecido si no con carácter confidencial sí al menos confiando en mí a lo largo de charlas más íntimas que oficiales. Ambos interlocutores sabían que sus palabras no serían divulgadas, que se verían filtradas por mi propia valoración y de la confrontación posible con documentos contrarios o desmentidos. Su mismo acento subraya tal carácter de veracidad… La similitud de ambos relatos, la analogía de las interpretaciones, el hecho de que emanen de las dos personalidades que fueron simultáneamente los dos actores y los dos testigos más cualificados constituyen presunciones significativas.

Tanto uno como otro estiman que la acción rusa en la guerra civil española no es un subproducto del marxismo, de la ideología soviética o de la acción de la Comintern. Lo que ha reaparecido en el Mediterráneo, en Barcelona y en Valencia, como la marina rusa apareció en Tolón hace medio siglo, es la Rusia secular, la Rusia de los eslavos amenazados por los germanos, los doscientos millones de rusos que defienden sus intereses esenciales y sus posiciones estratégicas dominantes…

Fuente: Del despacho del embajador de Francia en Barcelona,

Sr. Labonne, al Sr. Delbos, ministro de Asuntos Exteriores.

25 de febrero de 1938. DDF, VIII, doc. 275, pp. 542-545. <<