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Noviembre de 1937

DESDE EL PRIMER VOLUMEN de esta trilogía hemos sostenido que en la decisión de ayudar a la República, Stalin entremezcló consideraciones geoestratégicas y geopolíticas con planteamientos ideológicos al servicio de los intereses soviéticos. El tajo que en noviembre de 1937 dio a los suministros se explica mejor, en nuestra opinión, por las primeras que por los segundos. Mal que pesara al Gobierno republicano, y por mucho que ello perjudicase a los comunistas españoles (si es que llegaron a enterarse de la decisión), la Realpolitik estuvo en primer lugar. Para desarrollar nuestra argumentación hemos tenido que demostrar ante todo que Stalin seguía interesándose por España precisamente en aquel período. En este capítulo introduciremos los nuevos vectores que surgieron en la época.

CHINA IMPACTA SOBRE LA REPÚBLICA

Al explicar la decisión de recortar la ayuda es tradicional otorgar atención prioritaria a la tercera tesis señalada en el capítulo precedente. No en vano fue ya enunciada por Mario Rosso, el embajador fascista en Moscú. Ciano la recogió con motivo de una de sus periódicas visitas a Roma. En la entrada del 30 de agosto de 1937 anotó (p. 30) que Rosso le había informado de que los soviéticos, a causa de los acontecimientos en China, querían desengancharse de España y reducir su ayuda al mínimo[1]. «Una gran ventaja», escribió. Como al principio de su intervención, Ciano podría haber pensado que Mussolini y él volverían a tener las manos libres.

A las informaciones de Rosso habría que añadir las reflexiones de Jean Payart, que sólo afloraron en 1970. Desde su nuevo puesto en Valencia, el exencargado de negocios en Moscú envió a París un despacho más o menos por las mismas fechas en que el embajador italiano visitaba a su ministro. «El conflicto chino-japonés, conjugando sus incidencias con los efectos de los actos de agresión cometidos por la marina italiana contra los navíos procedentes del Mar Negro con destino a España, es susceptible de ejercer una influencia decisiva sobre el ritmo de acontecimientos cuyo teatro es la península». Acertó plenamente. Payart afirmó que la guerra en Asia relegaba el tema español a un segundo plano en las preocupaciones soviéticas. Llegó a tal consideración a través de un argumento alambicado, pero no erróneo: la idea de que la República había sido una carta que jugó Stalin ante la posibilidad de que la URSS tuviera que abandonar la esperanza de encontrar, en el sistema de seguridad colectiva, las garantías necesarias para salvaguardar su propio territorio. Es lo que el dictador soviético había dicho repetidamente a los republicanos de manera bastante más directa. Confrontada con dos focos de conflicto, al Este y al Oeste, y sin poder resolver este último, era probable que la URSS se retirase antes que continuar alimentando insuficientemente el español. Sólo la retendría el temor a perder la cara en el plano ideológico. A ello se añadían las dificultades materiales y de transporte. Payart presentó al Quai d’Orsay la imagen de un conflicto en España que no había llegado a estabilizarse porque la injerencia nazi-fascista reforzaba continuamente a Franco. El eventual repliegue soviético desmontaría la capacidad de resistencia republicana, ya gravemente afectada por la baja moral y la discordia interna. No se privó de criticar a la URSS. El empuje dado al PCE y la política sectaria de este habían intensificado la aversión a los comunistas. Existía el potencial para una crisis que se plantearía tan pronto como la situación lo permitiera[2]. Se trataba de una interpretación correcta. Con todo, lo que antecede son análisis de observadores extranjeros, sin penetración real en los entresijos del sistema soviético. Lógicamente coherentes y plausibles, no son de fácil contrastación documental. Sí es verosímil que tuvieran efecto entre sus destinatarios y que alimentasen en la mente de italianos y franceses la noción de que la República ya había perdido la contienda.

La identificación de una relación de causa a efecto entre los acontecimientos en China y la decisión de Stalin exige conjuntar toda una serie de datos nuevos y de informaciones dispersas que tienen que ver con lo que debió de ser uno de los secretos militares soviéticos más importantes y más cuidadosamente guardados de los años treinta. Para la mejor comprensión del lector conviene echar un breve vistazo atrás. La intervención soviética en los asuntos chinos tenía, en 1937, una larga historia. Su origen era casi coetáneo con la victoria bolchevique en la guerra civil rusa. En los años veinte, tanto la Comintern como el Sovnarkom enviaron a China centenares de asesores políticos y militares amén de un gran volumen de material bélico. Algunos de los intervinientes (entre ellos Berzin y Kléber) sirvieron más tarde en España. Otro, muy importante en España, se identificará en el epílogo. El RKKA, el GRU, la GPU y, por supuesto, la Comintern cometieron errores y sufrieron contratiempos. Los soviéticos ayudaron a nacionalistas y a comunistas y cuando tuvieron que elegir entre unos y otros no dudaron en apoyar a los primeros en detrimento de los segundos. La línea no varió cuando Chiang-Kai-chek, el ascendente hombre fuerte, masacró a estos últimos. Como ha señalado Weiner, China fue un campo de pruebas para la teoría estalinista de la revolución, que en aquel tiempo asignaba una importancia crucial a la burguesía nacionalista, representada por el Guomintang, en la lucha antiimperialista y antifeudal. En 1929, Stalin estableció el Ejército Especial de Extremo Oriente (ODVA) que pronto se enzarzó en pequeñas escaramuzas. Más tarde, cuando Chiang lanzó una serie de campañas contra los comunistas, los soviéticos se preocuparon por la creciente inmixión del Japón, que veía en una China débil y desgarrada el terreno apropiado para su propia expansión imperial.

Al comienzo de los años treinta, los japoneses establecieron un Estado títere en Manchuria y no tardaron en avanzar por tierras chinas. Planteaban, obvio es decirlo, un grave riesgo para la seguridad soviética. No extrañará que desde 1933, Stalin abordase una vasta operación de fortificación y robustecimiento de la presencia militar en Extremo Oriente. Además de un acuerdo de defensa mutua con Mongolia Exterior, particular importancia tuvo el reforzamiento de la defensa aérea que en 1934 contaba ya con 150 aviones de bombardeo pesados capaces de alcanzar el territorio insular japonés. Antes de que estallara la sublevación militar en España, Stalin evocó en al menos tres significativas ocasiones los riesgos de seguridad soviéticos: ante el XVII congreso del PCUS en enero de 1934, en una famosa entrevista con Anthony Eden (a la sazón número dos del Foreign Office) en marzo de 1935 y, sobre todo, en unas declaraciones muy sonadas al periodista norteamericano Roy Howard el 1 de marzo de 1936.

Según Stalin, la crisis económica internacional había generado un peligro de guerras intracapitalistas. El nuevo fenómeno del fascismo desafiaba la posición de las potencias imperialistas establecidas. Los focos de peligro radicaban en el Lejano Oriente y en Alemania. A los diplomáticos británicos les llamó particularmente la atención la referencia al japonés[3]. Si el Imperio del Sol Naciente atacase, por ejemplo, a la República Popular de Mongolia, la URSS respondería ayudando a esta última. Ya se había comunicado en términos muy claros al embajador japonés en Moscú. El 15 de mayo, la revista Bolchevik, órgano del CC, publicó el artículo de un tal N. Petrov titulado «Los focos de guerra». El entonces agregado militar francés y representante del Deuxième Bureau en Moscú, teniente coronel Simón, lo comentó ampliamente ya que en su opinión reflejaba bien las preocupaciones que animaban a los dirigentes. Estos presentaron la agresión japonesa como ligada a la preparación de la futura gran guerra, dada la importancia de la situación geoestratégica de la región y su papel para asegurar el aprovisionamiento de materias primas, agrícolas y mineras[4]. En este contexto, y como observan Dallin y Firsov (p. 83), «a medida que las ambiciones expansionistas del Japón se acentuaban, la Unión Soviética aumentaría su interés en utilizar a los chinos como escudo potencial y aliados para evitar un ataque japonés y, si se llegaba a una confrontación, para crear un frente sólido que oponerle».

Nada de ello impidió en 1936 la ayuda soviética a la República. Al año siguiente, sin embargo, la situación pareció complicarse y la URSS se preocupó más y más por la agresividad creciente del Japón (Firsov, p. 363). El 2 de julio, el viceministro japonés de Asuntos Exteriores preguntó al embajador británico en Tokio si, en la opinión de Londres, las «purgas» en el RKKA habrían debilitado la capacidad militar soviética. El embajador pensó que se trataba de un sondeo. La respuesta se preparó concienzudamente. En aquel momento los expertos reiteraron la conclusión que ya se había extraído tras el «juicio de los militares» el mes anterior. Nada hacía pensar que el régimen se hubiera debilitado. Antes al contrario. Lo que probablemente ocurriría es que se acentuara la tendencia a la defensiva de la política soviética. Era una impresión que compartió el War Office, que al principio había enfatizado los elementos de debilitación[5]. Muestra que los sovietólogos del Foreign Office tenían una impresión bastante diferente de la que habían mantenido casi siempre sus colegas que lidiaban con España.

En esta coyuntura, el 7 de julio se produjo un pequeño incidente en las proximidades de Beijing entre fuerzas chinas y japonesas. Ferguson (2007, p. 387) es uno de los autores más recientes que lo considera nada menos que como la fecha en que realmente estalló la segunda guerra mundial. Es una interpretación abusiva. En aquellos momentos ni chinos ni japoneses buscaban una confrontación en gran escala. Esto no significa olvidar que los segundos continuaron su avance hacia el norte, acercándose a las fronteras soviéticas. En el sur, en torno a Shangai disponían de unos 3000 hombres, estacionados a tenor de una tregua firmada en 1932. Sin embargo, la guerra en gran escala se disparó no en el norte sino en esta última zona. ¿Por qué? La respuesta a esta pregunta es bastante reciente y espectacular. No la he visto todavía reflejada en la literatura.

En dos palabras: Stalin se las ingenió para atizar la dinámica que condujo a la guerra chino-japonesa. Lo hizo a través del general al mando de la guarnición de Shangai-Nankin. Se trataba de un agente soviético durmiente («sleeper»), de penetración a largo plazo, a quien sólo se le activaría en condiciones extremas. Este general, Chang Chi-chong, empezó a agitarse para convencer a Chiang-Kai-chek de que no podían tolerarse las actividades japonesas. En lugar de sugerir un contraataque en el norte recomendó actuar mil kilómetros más al sur, en donde él tenía sus tropas. Chiang, al principio, no le hizo demasiado caso e incluso retiró efectivos. El agente se las apañó para provocar, por su cuenta, un incidente en el aeropuerto de Shangai el 9 de agosto. De nuevo Chiang ordenó que no se reaccionase. El día 13, Chang proclamó mendazmente que los japoneses habían bombardeado la ciudad y que atacaban a las tropas chinas en toda la línea[6]. No hubo más remedio que reaccionar.

Los motivos del agente soviético, y por inferencia de Stalin, son fáciles de comprender. A la URSS le interesaba que el apetito japonés se volcara sobre una China que parecía débil e incapaz de defenderse eficazmente. Ello daría un respiro al Kremlin. Algunos de los componentes de la jerarquía soviética, entre ellos Litvinov, no ocultaron que estaban encantados de la situación, conocieran su génesis o no[7]. Según Jung/Halliday (p. 210) la maniobra fue probablemente uno de los mayores éxitos de Stalin, quien inmediatamente ofreció un tratado de no agresión al Gobierno de Nankin. Se firmó el 21 de agosto y se vio complementado por una serie de acuerdos en materia de asistencia técnico-militar. Comenzó una guerra que, enlazando con el segundo conflicto mundial, duró ocho años y alejó el peligro que se cernía sobre las fronteras soviéticas sin necesidad de que la URSS entrara en un conflicto abierto (que Stalin no deseaba) con Japón. La ayuda se derramó sobre el Guomintang. A Mao, por el contrario, se le dio poca y terminó no recibiendo absolutamente nada en cuanto se normalizaron las relaciones soviético-japonesas. Esto respondía a la estrategia de Stalin de que los chinos debían luchar primero contra el enemigo común. Sólo después podrían luchar entre ellos (Firsov, p 363).

De los episodios anteriores conviene retener una característica: la primacía que en el verano de 1937 Stalin otorgaba a la seguridad soviética. Con independencia de que en el interior se dedicase a masacrar a enemigos más o menos supuestos con un salvajismo escasamente igualado, de cara al exterior no estaba dispuesto a que la ideología desbordase su agudo sentido de la Realpolitik. Lo había hecho antes y, como ha recordado y demostrado repetidamente Roberts (2007), lo haría también después. La técnica seguida en España la aplicó también a la nueva ayuda. En agosto, Litvinov declaró a los franceses que Moscú no aceptaría las propuestas chinas de alianza. A mitad de octubre, Potemkin remachó que la URSS no se dejaría arrastrar a un paso precipitado. Estaba dispuesta a actuar dentro de los esquemas de la SdN para reforzar la seguridad colectiva pero, claro está, no le desagradaba que el Japón se desgastase en China y se redujera así la presión sobre las fronteras soviéticas (DDF, VII, doc. 111). No contaba toda la verdad, aunque sí una parte.

Al igual que los españoles, los chinos tenían una aviación generalmente obsoleta. No es de extrañar que sus pérdidas fueran muy elevadas. De los 600 aparatos iniciales, el 10 de octubre ya no les quedaban operativos más de 130. Cuando Stalin decidió recortar la ayuda a España, apenas si disponían de tres docenas. Una de las primeras medidas soviéticas, tomada en septiembre de 1937, consistió en el suministro escalonado[8]. Fue el comienzo de la operación «Z», gestionada por las mismas estructuras administrativas que la de España. Lógicamente entre ambas se produjo un intenso intercambio de experiencias que no sé si está todavía suficientemente iluminado en la literatura rusa. Lo que sí se sabe es que los chinos solicitaron ayuda de forma inmediata, como habían hecho los españoles. Tras la visita de una delegación china a Moscú, Vorochilov recibió órdenes de identificar a los mejores pilotos y de enviar a toda prisa cazas I-16 y bombarderos SB. En ambos casos, y esto es importante, los aparatos salieron directamente de fábrica, como había ocurrido en el español excepto por los «chatos», y no se trató de aviones que hubiesen prestado servicio en las fuerzas aéreas soviéticas[9]. Algunas fuentes indican que los primeros SB salieron a mitad de septiembre. Expediciones ulteriores partieron a finales. A los pilotos los inspeccionaron Smushkevich y Pumpur, veteranos de la guerra en España. Los primeros voluntarios llegaron a China en octubre. La determinación de las rutas de suministro llevó algún tiempo pero el jefe de las fuerzas aéreas del RKKA, komandarm Yakob Ivanovich Alksnis, no perdió tiempo en exigir que entraran en acción lo antes posible. Lo hicieron en aquel mismo mes.

Desde el primer momento, la operación «Z» se planteó en grandes dimensiones. Los envíos se hicieron por pista terrestre, por ferrocarril, avión y vía marítima. Hubo que construir la primera que, partiendo de Kazajstán, tuvo una longitud de casi 3000 km, de los cuales unos 2600 en territorio chino. Se calculaba que el transporte duraría 24 días. Como los chinos no disponían del combustible apropiado se utilizaron camiones cisternas y se montaron estaciones de aprovisionamiento. Los aparatos iban en camiones Zis. Unos (los Zis 6) llevaban el fuselaje y otros (los Zis 5) todo lo demás. Los envíos por ferrocarril dieron comienzo en octubre de 1937 para trasladar aviones, gasolina, vehículos, artillería, bombas y munición. El transporte aéreo tomó grandes dimensiones en 1938. La vía marítima discurrió a través de los Dardanelos y el canal de Suez y se contrataron barcos británicos con destino a Hong Kong[10]. En dicho año se transportaron no menos de 60 000 tm de material. Este volumen es significativo y a su relevancia volveremos más tarde.

La primera tacada de suministros aéreos se suponía que terminaría hacia mitad de noviembre de 1937 pero no pudo evitarse un retraso. La fábrica que, cerca de Moscú, producía los SB recibió instrucciones de cumplir los pedidos sin reducir los planes establecidos. El responsable del recién creado Comisariado para la Industria de Guerra (NKOP), Mijail M. Kaganovich, consiguió que se ejecutaran a rajatabla. Al 6 de noviembre habían salido de Alma-Ata 27 bombarderos, 57 I-16, 6 TB-3 y 4 UTI. Poco después dieron comienzo a su despliegue en las inmensidades de China. Entraron en combate literalmente a las pocas horas de llegar a los aeródromos avanzados. Sus primeros éxitos indujeron a los chinos, a mitad de diciembre, a solicitar un aumento sustancial de los suministros.

Los datos anteriores, enunciados sobriamente[11], significan que la decisión de Stalin de recortar la ayuda a España se produjo en un período de creciente inmixión soviética en la problemática china. Esta maniobra de diversión estratégica absorbió importantes recursos, financiados a crédito, no como España que, por tener oro, se vio inducida a pagar casi al contado. La primera operación crediticia con China tuvo lugar en marzo de 1938 por un total de 50 millones de dólares[12]. Hubo otras posteriormente. Los datos sobre el número de pilotos y asesores varían considerablemente, al igual que sobre el material de tierra enviado. De lo que no cabe duda es de que se trató de un gran esfuerzo superior al realizado en España, justificado por la mayor importancia para la seguridad soviética. En China se registraron problemas parecidos a los que se dieron en algunos momentos en la República. Los consejeros no conocían ni el ejército ni la mentalidad chinos. Aunque tenían órdenes de no criticar las circunstancias locales, algunos no pudieron evitarlo. Ello irritó profundamente a los chinos que, a diferencia de lo que ocurrió en España, les sometieron a todo tipo de perrerías. Las purgas también se extendieron al ODVA en mayo de 1938. Nada de ello impidió que se produjeran graves chispazos soviético-japoneses en julio de este último año, en una zona mal delimitada de la frontera entre Siberia, Manchuria y Corea en torno al lago de Jasán (Boyd, pp. 83s)[13]. El RKKA tropezó con dificultades para desalojar a los japoneses y los observadores occidentales se ratificaron en sus apreciaciones más bien negativas sobre su capacidad bélica (Herndon, p. 307). El propio Vorochilov hubo de admitir los fallos (Rader, p. 276). Otros incidentes más serios, la denominada campaña del río Jalkin Gol, acontecieron entre mayo y septiembre de 1939, cuando la guerra española ya había terminado.

No se ha establecido hasta ahora documentalmente una ligazón de causa a efecto entre las oportunidades que se abrían en China y la disminución de la ayuda a la República. Ahora bien, cuando Stalin dio el primer tajo la impresión que se desprende es que alicató en coordenadas diferentes a las de sus asesores la situación en Asia. En ocasiones ulteriores también hizo caso omiso a sus sugerencias de que suministrara más a los republicanos, desesperados por la disminución en los envíos.

UN GRAN SECRETO DEL ESTADO SOVIÉTICO

La ayuda a España no se interrumpió del todo pero no se reanudó en escala razonable hasta noviembre de 1938, después del choque del lago de Jasán[14]. Nos parece imposible que en Moscú no se suscitaran cuestiones del tenor siguiente: en qué medida cabía alimentar simultáneamente las dos operaciones; si podían asignarse suficientes recursos a una y otra, dadas las apremiantes necesidades de seguridad propia; si era posible atender tres o cuatro frentes potenciales a la vez. Ya que la operación de China fue, desde el comienzo, más importante que la española, esta última tuvo que pagar la factura[15]. Un caso de prioridades dictadas por la Realpolitik. En ausencia de documentos concluyentes directos (pero es inverosímil que no quede rastro de las discusiones internas) hay que plantear la hipótesis adicional de que Stalin probablemente deseó proteger a toda costa uno de los secretos de Estado más importantes, si no el fundamental, de los años treinta para la Unión Soviética: su incapacidad para atender simultáneamente los riesgos que se derivaban de un entorno inestable. El gran desafío de Stalin fue que en modo alguno podía tolerar que sus adversarios estimasen con precisión las vulnerabilidades soviéticas[16].

Estas existían, por mucho que se ocultaran. La inteligencia militar británica, por ejemplo, calculó el total de aviones soviéticos en torno a los 4000 pero de ellos, tres cuartas partes se consideraban obsoletos. Schauff (pp. 216ss), citando trabajos de historiadores rusos, recoge que durante los años 1936 a 1938 la producción bélica se vio duramente afectada por dos factores: en primer lugar por el «gran terror» y en segundo término por los cambios en las estructuras administrativas que gestionaban el sector. El responsable del NKOP, y antecesor de Kaganovich, duró solamente diez meses. A principios de 1939 desapareció el propio Comisariado. Si bien las estadísticas muestran una mejoría en cuanto a la producción, lo normal es que se las maquillara. Un indicativo pueden darlo las oscilaciones de la producción. Las previsiones del plan quinquenal no se cumplieron. Howson, a quien agradezco enormemente su ayuda, está realizando una cuidadosa comparación de las estadísticas soviéticas más depuradas y ha concluido, provisionalmente, que muchas de ellas no cuadran. Las fuerzas aéreas no habían llegado a los niveles previstos y numerosas unidades tenían huecos en sus dotaciones de material. La diplomacia de la cara de póquer ocultó las carencias.

Algo sí he podido contrastar de cara al caso español. Los preparativos finales para la decisión de Stalin sobre los suministros a la República dieron comienzo el 28 de octubre de 1937 con un escrito de Alksnis a Vorochilov. En él consignó que había recibido sugerencias para que se enviaran a España 62 aviones SB, 93 I-16 y 20 de otros modelos. Además, piezas para 150 juegos completos que se utilizarían en la fabricación de aviones I-15 y otros 75 juegos para aviones I-16. Por último, 60 motores, 300 hélices y numerosas piezas de recambio. Este pedido, según Alksnis, suponía un esfuerzo considerable. Su realización significaría «un gran perjuicio para nuestra aviación rápida de bombardeo»[17]. La conveniencia de enviar aviones de otros tipos era dudosa. El material de recambio y los motores sólo podrían remitirse a cargo de un pedido complementario que debiera hacerse a la industria. Kaganovich se ocupó personalmente del tema y consideró posible su cumplimiento si se trataba de una petición especial del Sovnarkom pero se negó a fijar plazos de entrega sin contactar con las fábricas. Prometió dar respuesta antes del 1 de noviembre sobre estos últimos extremos así como sobre las medidas necesarias al efecto. Alksnis agregó que era particularmente difícil suministrar aviones de bombardeo. De hacerse, se ocasionaría un claro perjuicio dado que las fuerzas aéreas se veían afectadas por una notable carencia de equipamiento. Tales afirmaciones no pueden tomarse a la ligera en alguien que estaba íntimamente mezclado en la operación con China.

Los responsables de las distintas direcciones del NKO llegaron a la conclusión de que, aparte los aviones, el RKKA estaba en condiciones de suministrar artillería y pertrechos según plazos diversos que oscilaban entre cinco días como mínimo y 50 como máximo. Este último es una indicación de que la disponibilidad de ciertos materiales no era inmediata. Lo más fácil era suministrar 100 000 fusiles. Las 2500 ametralladoras DP del 7,62 requerían ocho días. Un centenar del tipo Maxim-Tokarev necesitaba quince. Para enviar 1400 el plazo ascendía a un mes. Cincuenta millones de cartuchos del 7,62 exigían diez días. Otros tantos adicionales doblaban el plazo. Los cañones franceses y japoneses (100 y 44 respectivamente) requerían un mes, al igual que otras 120 piezas de artillería. Y así sucesivamente[18].

¿Qué hizo Stalin? Menospreciar los argumentos de Alksnis y las sugerencias aceptadas por sus subordinados en materia de artillería y otros pertrechos, a pesar de los ruegos insistentes de Prieto sobre su importancia y urgencia. Es verosímil que, consciente de la importancia fundamental de la diversión estratégica que había logrado crear en China, la prioridad en su atención se desplazara[19]. Existe algún síntoma de ello. El 11 de noviembre tuvo lugar una discusión sobre la cuestión china con Dimitrov y otros gerifaltes de la Comintern. ¿Qué dijo Stalin? Que en China lo más importante no era la revolución sino la guerra; que la forma en que se combatiera contra el enemigo exterior era el problema decisivo; que habría que construir una industria bélica que faltaba y que la URSS suministraría materiales para fabricar aviones y tanques, etc. (Banac, p. 68). La reducción de suministros a la República se mantuvo en tanto en cuanto no se advirtieron los perfiles de la guerra chino-japonesa. A la par se forzó la producción bélica soviética. No fue hasta después del encontronazo en el lago de Jasán, y a pesar del malísimo regusto que debió de dejarle la temporal solución de la crisis checoslovaca en Munich, cuando Stalin recuperó su interés por España.

Los servicios de inteligencia británicos captaron inmediatamente la mengua en los envíos de material soviético a la República. Un informe del 30 de diciembre de 1937 obtenido de fuentes muy secretas (eufemismo habitual) señaló que

… ha habido un descenso continuo en el volumen de material bélico enviado directamente por barco a España desde la cota de unas 13 000 toneladas que se registraron en mayo. En octubre no llegó nada y en noviembre sólo lo hizo un barco con seis aviones y 1800 toneladas de material. Los motivos son, sin duda alguna, el mejor bloqueo de la costa por parte de las fuerzas navales de los insurgentes y por otro lado la evolución registrada en el Extremo Oriente. El que esta evolución tiene un impacto considerable en la situación española lo confirma una conversación entre los embajadores soviético y español en París cuando el primero declaró que Rusia ya tenía bastante con la situación en Asia y que era imposible prestar ayuda a la República[20].

Para explicar este episodio es preciso examinar la cuestión desde dos puntos de vista. En primer lugar, desde el soviético. Creada una oportunidad absolutamente fundamental para sus más genuinos intereses de seguridad, Stalin se comportó como cualquier otro hombre de Estado y como lo hicieron los líderes aliados occidentales en la lucha común contra el Tercer Reich. A pesar de las desesperadas llamadas sobre la necesidad de crear con urgencia un frente en la Europa occidental que distrajera las divisiones alemanas del teatro de operaciones del Este, Churchill y Roosevelt prefirieron, con toda razón, aguardar hasta poder hacerlo con garantías de éxito, aunque ello supusiera que el Ejército Rojo se desangrara conteniendo las acometidas de la Wehrmacht. Venía bien, además, que triturase a esta, lo que permitió a los norteamericanos desarrollar una campaña rica en material pero parca en pérdidas humanas. Tampoco cabe olvidar el Zeitgeist. Eran unos años en que los dirigentes comunistas reconocían abiertamente la exigencia vital del mantenimiento del poder soviético. Dejemos la palabra a Dimitrov:

En la presente situación internacional no hay ni puede haber otro criterio más seguro que la actitud que se tenga hacia la Unión Soviética para determinar quién es el amigo y quién el enemigo de la causa de la clase trabajadora y del socialismo, en determinar quién apoya y quién no a la democracia y a la paz … No es posible combatir realmente al fascismo si no se presta toda la ayuda posible al fortalecimiento del portaestandarte por excelencia de tal combate, la Unión Soviética[21]

De aquí se desprendían no sólo la condena —y la liquidación física— de trotskistas y bujarinistas como agentes del fascismo sino la necesidad de subordinar todas las energías de la URSS a mantenerse como baluarte de cara a la temida confrontación última. Ahora bien, desde el punto de vista republicano la situación hubo de contemplarse de forma muy diferente. Si el chorro de suministros soviéticos quedaba convertido en un hilillo, no sería posible afrontar a Franco respaldado por sus fuentes de aprovisionamiento del Eje. A pesar de las advertencias de Stalin, la República no había podido romper la hostilidad británica y su secuela, la timidez francesa. Nolens volens, la URSS se había convertido en su único puntal. De aquí la desesperación de los líderes republicanos, Prieto, Giral, Azaña. Se podía decir que no a Stalin en ciertos aspectos pero de ahí a forzar un incremento en los suministros… Ni los republicanos ni la IC, ni el NKID ni los militares soviéticos lo consiguieron. Sólo Negrín permaneció aparentemente imperturbable, esperando contra toda esperanza, hasta que lo logró, pero cuando ya era demasiado tarde. Para profundizar más en la cuestión habría que utilizar fuentes documentales soviéticas más amplia e intensamente que lo que nosotros hemos podido realizar. Al fin y al cabo se trata de un tema que fue supersecreto y que, probablemente, siga siendo incómodo para algunos.

PASCUA Y PRIETO SE MOSQUEAN

El recorte tampoco tardó mucho en notarse en España. A mitad de octubre ya se recibía poco material, como recogió Azaña (p. 324). Se quejó de que los informes que le daba Negrín sobre la llegada a puertos franceses de unos barcos procedentes del Báltico resultaban confusos. Naturalmente, los dirigentes republicanos advirtieron que los suministros no llegaban[22]. Es posible seguir este proceso, aunque sea mínimamente, con los papeles de dos de los personajes más involucrados en el tema: Prieto por un lado y Pascua por otro. La primera reacción fue la del embajador. A mitad de noviembre de 1937 escribió al ministro de Defensa una carta que terminaba con la extensa cita siguiente:

No deseo cerrar estas líneas sin reiterar, una vez más a usted, la insistencia, rapidez y precisión que pongo en cuantas gestiones usted me encomienda por esta latitud. Teniendo a veces que provocar situaciones un tanto tensas. Pero no conviene pierdan ustedes de vista ahí varios factores que son de gran importancia en el problema y de los que reservadamente he tenido ocasión de hablarle; principalmente, de un lado, por lo que a usted más directamente afecta, la lentitud y tendencia aplazante, parsimonia e imprecisión que tan metidas van en el carácter de este pueblo, y por otro las consideraciones que puedan afectar a su política exterior, tan condicionada en cálculo y a veces en supercálculo por las conveniencias generales e inmediatas para la URSS como nación. Tal como está operando actualmente la constelación franco-inglesa respecto al fascismo determina aquí, tal como yo puedo apreciarlo, evitación de todo riesgo verdaderamente comprometedor ya sea de guerra ya de aislamiento diplomático, contribuyendo ello por mucho a regular su aportación a nosotros y las maneras de esta. Otro factor no despreciable es, sin duda, el estado relativo de su producción, disponibilidades y retrasado funcionamiento de su sistema de transporte en general. Los acontecimientos de China y la necesidad, bien explicable, de atender a la mejora y progreso del utillaje del Ejército Rojo, a la vista de tan amenazantes nubarrones como se observan, son también elementos que no dejan de contar en lo que a nosotros puede referirse.

Pascua, como de costumbre, daba en el clavo[23]. La maquinaria soviética se movía con lentitud, sobre todo si no se la azuzaba desde arriba. La ayuda a la República estaba condicionada por factores cruciales. Dos estaban ligados a la política exterior y de seguridad soviética. Uno era permanente, la atención que despertasen sus movimientos en la conjunción franco-británica, de intereses no necesariamente coincidentes. Otro, novedoso: la situación que había surgido en China. El embajador republicano estaba muy lejos de sospechar que en ella Stalin divisaba una oportunidad única, pero sí intuía que los efectos sobre la capacidad productiva soviética iban a tener un impacto sobre los envíos a España. Por último, no olvidaba las dificultades logísticas. Ya las había suscitado Litvinov en septiembre de 1936. También las suscitarían oficiales soviéticos. No eran descartables, salvo por el imperio de la voluntad política.

El ministro de Defensa Nacional copió la exposición de Pascua en una carta a Negrín del 24 de noviembre. Afortunadamente para los historiadores. Había querido verle para entregarle una nota sobre el costo de la instrucción de los pilotos republicanos en la URSS. Estaba a punto de regresar la segunda expedición y ya se organizaba la tercera pero los gastos le parecían muy elevados y quería consultar[24]. Negrín, por su parte, no tardó mucho en recibir una comunicación, incluso más preocupante, de su amigo Pascua. Este debió enviarla por valija así que llegaría a Barcelona algunos días más tarde. Iba fechada el 28 de noviembre de 1937 y tenía la mención «muy personal». También merece una reproducción extensa.

Dos líneas nada más, pero importantes. Sin ninguna razón concreta que yo pueda vislumbrar de mí derivada, noto perfectamente en estos últimos tiempos un refuerzo del aislamiento y desconfianza respecto a mí. Se han multiplicado los tradicionales obstáculos y las cosas más elementales o gestiones más sencillas se convierten en montañas de inconvenientes y pretextos.

Después de mucho reflexionar he venido en deducir que ello debe ser reflejo de acciones en la política interior de España, particularmente atinentes al PC en relación con algunas personas de nuestro partido significadas. Quizás jueguen también en ello de fondo otras consideraciones muy sutiles de política internacional de la URSS y lo que experimento pueda ser su reflejo también[25].

De nuevo Pascua acertaba. El primer factor haría referencia a la campaña lanzada por Prieto contra la influencia comunista en el EP. El segundo, aunque no lo identificó, sólo podía referirse al giro hacia China. El que se enfriaran los contactos generalmente cordiales de que había disfrutado hasta entonces se explica con facilidad. En los altos escalones de la Administración con que se relacionaba debió filtrarse la información de que el «jefe» se apartaba de los asuntos españoles. Esto era, en la Unión Soviética de la época, motivo más que suficiente para rehuir a Pascua como si fuera un apestado. Sin darle, obvio es decirlo, la menor explicación. Lo que había detrás Pascua se lo explicó a su buen amigo, Julián Zugazagoitia, en una carta en que pasaba revista a la política soviética; a su soledad; a la dejadez a la que el Ministerio de Estado, dirigido con escasa habilidad por Giral, parecía haberle condenado y a la postura que atribuía, desde Moscú, a las diversas potencias que gravitaban sobre España.

En este escrito destacan claramente dos ideas que hemos documentado en capítulos anteriores: la hostilidad británica que se percibía en las alturas de la República y el choque de intereses entre Londres y París. Al lado de ello, su desgarrador grito daba cuenta de:

– la desorganización republicana[26];

– el error cometido al cubrir la embajada de París.

Pascua era un republicano y socialista de pro, de integridad absoluta y de lealtad a toda prueba. Su carta se reproduce en el CD del apéndice (doc. 12[d12]). Por ella se observa la sugerencia, insólita, que por el bien de la causa estaba dispuesto a servir de consejero a Jiménez de Asúa en París si se nombraba a este embajador. De su escrito se desprende inequívocamente una responsabilidad, hasta ahora no demasiado identificada, de Giral en el mal funcionamiento del aparato diplomático republicano. Si se añade a las deficiencias que este último detectó del Ministerio que heredó de Álvarez del Vayo, cabe establecer la hipótesis de que la República no utilizó adecuadamente sus activos en un terreno fundamental como era el internacional. Pascua se preguntaba sobre qué hacía Negrín. Es una cuestión pertinente. Negrín no ignoraba en absoluto el mundo exterior y se cuidó de tener bien cubiertos, con embajadores de toda confianza, los puestos esenciales de Moscú y Londres. El problema es que todo nombramiento implicaba un delicado encaje de bolillos, que Negrín no ocultó a Marchenko. El 22 de noviembre le confesó sus preocupaciones.

Las más urgentes se referían a Francia y al tráfico de material. Negrín no quería hacer gestiones a través de Ossorio y Gallardo, a quien consideraba un charlatán y de quien no se fiaba. Quería sustituirle por Álvarez del Vayo. Prieto se había opuesto pero ya estaba de acuerdo. No había otros candidatos: Azcárate y Pascua eran insustituibles en sus puestos. Sólo Azaña estaba en contra de la idea y él pensaba que, llegado el caso, habría que saltarse tal oposición, algo que no podía hacerse en 24 horas[27].

Las apreciaciones de Pascua surgieron en un período en el que Prieto se dirigía a la URSS con peticiones un tanto singulares. Así, por ejemplo, la víspera había hablado también con Marchenko y le entregó una carta[28]. Estaba bastante animado porque un amigo que había logrado salir de Santander le había explicado que en la retaguardia franquista el estado de ánimo era bajo. También los bombardeos de Zaragoza y Pamplona le habían subido la moral. Rogó a Marchenko que trasladara el deseo del Gobierno de que la URSS hiciese una gestión. Se trataba de que apareciera como compradora de un material de guerra adquirido en Checoslovaquia. Resultaba imposible sacarlo porque Praga había rechazado la cobertura de Bolivia convenida previamente. Además, como informó Vorochilov a Stalin el 17, también había cambiado el Gobierno en La Paz y el nuevo se negaba a cumplir el compromiso del anterior (AVP RF: fondo 105, inventario 17, asunto 1, carpeta 126, p. 364). El embajador en Checoslovaquia, Sergei Alexandrovski, había enviado la relación a Moscú. Se trataba de 120 millones de cartuchos del calibre 7,92; 50 000 fusiles; 2000 ametralladoras ligeras y diez millones de cargadores. Como se ve, no había material pesado. Se habían entregado ya la mitad de los cartuchos, todos los cargadores y 40 000 fusiles, pero estaban pendiente de transporte. El resto debía remitirse según contrato hasta mediados de enero y Prieto temía que la frontera francesa se cerrara inopinadamente. A Pascua le escribió afirmando que la urgencia era extremada[29]. Los rusos aceptaron dar la cara. El 19 de enero Jiménez de Asúa telegrafió que unos días antes habían salido 73 vagones con material y que poco después partiría otra tanda. El final se preveía para últimos de marzo. Todo iba camino de la URSS desde donde se expediría camuflado a Francia (AJNP). Moscú había pagado unas 700 000 libras. Los checos ofrecían incluso más suministros. Se observará hasta qué triquiñuelas debía recurrir el Gobierno para abastecerse de un material absolutamente elemental[30].

En plena campaña de Teruel la angustia de Prieto subió de tono. El 30 de diciembre escribió a Negrín:

Estamos … dentro de la esfera de lo previsto. El desgaste de nuestra aviación, sin que haya modo posible de reponer el desgaste, tema sobre el cual, como usted sabe, he disertado en diversas ocasiones con reiteración machacona y sin éxito. No tenemos a la vista esperanza alguna de que nos llegue más aviación, cosa urgentísima … Aun cuando a los camaradas rusos se les viene exponiendo en todos los tonos desde hace tres meses la situación crítica que se nos iba a crear en aviación, acaso sea conveniente ante el resultado que los hechos hacen de nuestras predicciones que usted, con su superior autoridad, haga una nueva gestión cerca del representante diplomático de la URSS presentándole el problema en los términos de verdadero agobio que reviste (AJNP).

En tales circunstancias tuvo lugar un viaje hasta ahora sumido en recuerdos un tanto despistantes.

UNA MISIÓN QUE NO FUE COMO APARECE EN LOS LIBROS

No hay que hacer grandes elucubraciones para explicar el origen de una idea paralela. A Prieto se le ocurrió aprovechar el calamitoso estado de salud en que se encontraba Ignacio Hidalgo de Cisneros para enviarle en plan de recuperación a Moscú. Era una elección afortunada: había sido íntimo suyo e ingresado en el PCE en los comienzos de la guerra, se había batido bien y era el jefe de las FARE, la persona que mejor las conocía[31]. Respecto a la situación auténtica de la aviación en la época, que ha dado origen a grandes discusiones, hay que agradecer a Maldonado (pp. 291s y 327s) un documento que la resume. Está fechado el 2 de diciembre de 1937. A su tenor, las FARE podrían actuar con eficacia y de forma concentrada en un solo frente de operaciones durante un mes; en el segundo ya estarían «algo» debilitadas; más tarde se verían en condiciones de franca inferioridad. Probablemente incluso esta valoración era optimista. Para entonces la producción local de aviones no había avanzado mucho. Estaba a punto la de células para los «chatos» pero no la de motores y armamento[32]. En lo que se refiere a los primeros se pensaba que no podría dar comienzo hasta seis meses después. No era, pues, una situación gloriosa. En cuanto a «moscas» la reparación mensual llegaba a unos quince, con un descenso por baja definitiva de los que entraban en reparación que se estimaba en una quinta parte. Con el material existente se podrían mantener las entregas durante unos tres meses, pero perjudicando la reparación de los «chatos». En el caso de los «natachas» la reparación era de unas veinte unidades por mes, con un 10 por 100 de bajas. No había motores por lo que en el caso de que estos debieran cambiarse la reparación era nula. En «katiuskas» el ritmo era de uno al mes, por falta de los adecuados elementos. Los stocks de gasolina permitían sólo tres meses de operaciones y los de aceite dos. En bombas y municiones había para un mínimo de tres meses, pero era preciso adquirir con extrema urgencia en la URSS cartuchería especial para las ametralladoras. En el material de transporte la situación era también débil y no daba para más de tres meses.

Esa misión ultrasecreta podemos iluminarla utilizando los documentos soviéticos de la época. Lo primero que llama la atención es que el viaje llegara a la mesa del Buró Político, cuyas reuniones formales eran por entonces muy escasas. Stalin las había sustituido por otras ad hoc y era él, junto con un pequeñísimo grupo de fieles, quien tenía una visión completa. Entre ellos figuraban Molotov, Vorochilov, Mikoyan y Kaganovich, el «grupo de los cinco», de los cuales casi todos estuvieron en ocasiones en la cuerda floja (Khlevniuk, pp. 256-259). Ninguno podía enfrentarse con el líder supremo. El 16 de diciembre, el Buró Político decidió autorizar la entrada en la URSS de Hidalgo de Cisneros y de Constancia de la Mora. Deberían dársele todas las posibilidades para una cura sustancial, alojado en un buen sanatorio en las afueras de Moscú, y mostrarle algunas unidades de aviación y fábricas de aviones. En general, era preciso prestarle la mayor atención y toda la amabilidad posible. Vorochilov y Yezhov recibieron las oportunas instrucciones[33].

El 3 de enero la pareja llegó a Moscú. En cuanto Hidalgo pudo hablar con los primeros interlocutores de altura informó que llevaba un encargo especial del Gobierno y que debía comunicárselo a Vorochilov al margen de los canales diplomáticos normales. Dos días más tarde se reunió con Smushkevich y otros jefes y oficiales que habían servido en España. Aclaró que había tenido problemas cardíacos y que sólo había accedido a la petición de Prieto en razón de la entrevista que deseaba tener con el mariscal. De no contar con más aparatos la resistencia sería casi imposible. En cuanto cumpliera su encargo debía regresar con urgencia (RGVA: fondo 33987, inventario 3, asunto 1149, pp. 1s).

Hidalgo recibió los cuidados. Su relato sobre la acogida es cálido y vibrante. El 15 de enero de 1938, cuando Teruel ya había caído —temporalmente— en manos republicanas, fue a visitarle el coronel Shpilevsky. Como primer tema se planteó una reunión con Vorochilov. El español confesó que tenía el encargo de solicitar un envío suplementario de bombarderos. Explicó la insistencia (indicación de que, verosímilmente, ya se habrían hecho gestiones por otros canales) en atención al escaso número de aviones que quedaban en activo (de 24 a 26)[34]. En la primavera, hacia marzo o abril, podía producirse una situación sin salida. Si llegaran antes entre 60 y 65 bombarderos soviéticos, podrían influir radicalmente en la marcha de la guerra. Si no… El Gobierno trataba desesperadamente de conseguir aviones en otra parte, pero las posibilidades eran sombrías. Había entrado en contacto con norteamericanos, pero querían cobrar por adelantado y los aviones no los entregarían hasta el final de la guerra. Esto da una indicación de las dificultades que seguían yugulando el esfuerzo bélico republicano y es evidente que aviones modernos eran material de no fácil adquisición.

Si no se recibían aparatos soviéticos el Gobierno estaría en un atolladero. Apelar a los países capitalistas es probable que no diera resultado. Y entonces, ¿qué? Era inevitable que se le acusase de inactividad (si no, cabría apostillar, de otras cosas peores). Hidalgo preguntó a Shpilevsky sobre las posibilidades de ayuda. Esto permite apreciar su desesperación. La respuesta fue que no era posible anticipar la decisión del comisario. La política general soviética hacia España era de comprensión hacia los problemas. Con todo, había que tener en cuenta las dificultades de transporte. Muy agitado, Hidalgo replicó que estaba dispuesto a ir personalmente a Francia a mover los aviones si los soviéticos los entregaban. Recomendó que el tránsito por territorio francés se hiciera en grupos pequeños y que en los camiones se cargaran entre tres y cuatro aparatos (cada uno se embalaba en dos cajas).

El jefe de las FARE se refirió también a que unos cuatro meses antes el Gobierno había cursado, a través del Comisariado para el Comercio Exterior, un pedido de seis bimotores para pasajeros. El tema no se había resuelto y la adquisición se había convertido en algo urgente. La espera le producía gran intranquilidad. No podía quedarse sentado y descansar a pesar de las excelentes condiciones de que disfrutaba. En su informe, Shpilevsky añadió que el estado nervioso de Hidalgo lo conocían tanto la gente que le rodeaba como los médicos que le atendían. Tal informe debió de acelerar el proceso, si es que ya no se había decidido previamente recibir a alto nivel al emisario. Cuatro días más tarde, el 19 de enero, se entrevistó con Vorochilov. Hidalgo insistió en los argumentos ya utilizados pero los amplió de forma considerable. Reconoció, ante todo, el agradecimiento español a la URSS. A ella se debía que Franco no hubiera alcanzado la victoria. Expuso el encargo del Gobierno y, muy en particular, del ministro Prieto, lo cual identifica sin lugar a duda alguna el origen de su misión. El problema más delicado que tenía la defensa republicana era la aviación. La situación en materia de cazas era, más o menos, aguantable (actuaban poco menos de un centenar de I-15 e I-16 y dos fábricas habían empezado la producción de los primeros). En lo que a los bombarderos se refería la situación era extremadamente mala. Sólo quedaban 24 o 25. Cada operación aérea tenía pérdidas. Los mandos desistían con frecuencia de ordenarlas por temor a perder siquiera fuese un solo aparato y ello a pesar del ya comprobado efecto material y moral de los bombardeos sobre los objetivos más vitales y vulnerables del enemigo. A pesar de todo, el número de aviones iba disminuyendo y se contemplaba con terror la posibilidad de que algún día no quedase ninguno.

La lucha era imposible sin aviones. El propio Hidalgo había creído en un momento que se exageraban los efectos de las acciones ininterrumpidas de bombardeo sobre las tropas terrestres. Desgraciadamente, se había convencido de que el bombardeo sistemático, diurno y nocturno, acompañado con ataques de los cazas, no era algo que pudiera aguantar la infantería. Esa era la razón por la cual el Gobierno estaba dispuesto a considerar propuestas arriesgadas, y con frecuencia fraudulentas, de todo tipo de intermediarios. En España se movían continuamente «negociantes» del más variado pelaje, o simplemente rufianes, que sugerían la venta de toda clase de armamentos, siempre y cuando se pagara por adelantado. Unos norteamericanos habían ofrecido aparatos Martin Bomber en tales condiciones. Si el Gobierno soviético pudiera prometer la venta de cierta cantidad de SB (unas 60 unidades pertrecharían al EP por año y medio), existiría la posibilidad de expulsar a todos los timadores que, dándose cuenta de la situación sin salida en que se encontraba la República, trataban de llenarse los bolsillos a costa del pueblo español.

Vorochilov respondió comedidamente. Hasta entonces la URSS no se había negado a continuar la ayuda. Sobre las necesidades y peticiones estaba informado por Shtern y otros asesores. En torno a la posibilidad de vender bombarderos (entre 20 y 30, obsérvese el recorte explícito)[35] informaría a la superioridad. Es aquí cuando Vorochilov introdujo un elemento que, al menos en la opinión de quien escribe, es novedoso. En el supuesto de que se aprobara la venta surgiría el problema decisivo: la entrega. El primer barco con material enviado a los puertos atlánticos había llegado el 22 de diciembre, pero no había podido descargarse hasta pocos días antes[36]. Los franceses, afirmó, procedieron a un chantaje escandaloso. Después de descargarse toda la mercancía, sólo dejaron transitar a España unos cuantos vagones mientras que retenían la mayor parte con toda suerte de excusas y pretextos. Hubo la amenaza muy palpable de que se «apropiaran» del armamento destinado a España[37]. La consecuencia fue que los soviéticos se vieron obligados a ordenar el regreso del segundo barco, que ya había partido. No sabían todavía cuándo podría enviarse el resto, que seguramente serían entre cinco o siete, contando con las mercancías checas.

Ignoramos si las manifestaciones de Vorochilov respondían a la realidad o eran una excusa. Por desgracia, la documentación sobre los contactos soviético-franceses no nos ha sido accesible en Moscú. Hemos, comprobado, eso sí, en la conservada por Negrín que existían numerosas dificultades técnicas. Por ejemplo, a finales de enero de 1938, el inspector general de ferrocarriles de la región del suroeste fue a ver a Ossorio porque era urgentísimo construir el ramal que faltaba (de 500 o 600 metros) para enlazar con la red española. El embajador respondió que la República asumiría los gastos y que debían comenzar inmediatamente los trabajos. Su interlocutor le recordó que antes había que pagar una deuda contraída por la Compañía de Madrid-Zaragoza-Alicante. Para entonces las vías de Puigcerdá estaban destruidas y había 250 vagones retenidos (AJNP).

En cualquier caso, para Vorochilov era preciso pensar bien en qué forma cabría garantizar el suministro de los aviones. Hidalgo declaró nerviosamente que no le sorprendía el chantaje francés. Recordó que desde el inicio de la guerra el Gobierno de París se escudaba en presuntos favores a la República para forzar a los españoles a comprar aviones y otros armamentos viejos e inservibles. El personal tampoco servía de mucho ya que o corrompían la aviación o eran espías (afirmación muy rotunda y que reproducimos con toda prudencia). Hidalgo entendía que los franceses estaban predispuestos contra España y que no era posible fiarse de sus promesas. También estaba convencido de que sería posible conseguir que los aviones atravesaran el territorio. Si los rusos vendían bombarderos, podrían enviarse en pequeñas partidas de siete a diez en varios barcos. Se cargarían en camiones (las dimensiones de los vagones ferroviarios no eran las adecuadas) y por expediciones de seis se transportarían hasta la frontera. Desde aquí se informaría de su llegada y sólo entonces se prepararía una nueva expedición con otra media docena de aparatos. De seguir tal sistema se evitaría un escándalo sobre el envío de una gran partida de armas para España, en el supuesto de que los aviones se vieran retenidos en algún lugar. La República enviaría a Francia a un gran político u hombre de Estado para que por todos los medios posibles, convencimientos y sobornos, costase lo que costase, consiguiera que pasaran los aviones. El comisario respondió que el Gobierno soviético debía tener en cuenta la posibilidad de provocaciones por parte de algunos medios franceses. Los envíos sólo podrían realizarse si los españoles obtenían del Gobierno francés las seguridades más firmes de que autorizaría el tránsito.

Hidalgo expuso otras dos peticiones. La primera fue la venta de I-16 en una cantidad no inferior a 60 unidades. La entrega sería mucho más fácil ya que las cajas tendrían dimensiones menores. La segunda, la colaboración soviética en la compra en Europa o América de entre 6 y 10 aviones rápidos de transporte. A la diferencia de lo que había dicho a Shpilevsky, afirmó que eran para cubrir las necesidades de aviación civil, en particular para la línea aérea París-Barcelona. Vorochilov no se comprometió con los I-16 y dijo que trataría de ayudar en el otro.

Una entrevista de tal nivel, la primera que un dirigente soviético tenía en Moscú con un alto militar republicano, no podía dejar de abordar los problemas generales de la guerra. Se tocaron cinco.

  1. Los aviadores soviéticos. Si en aquellos momentos la aviación española era vigorosa y fuerte, ello se debía fundamentalmente al trabajo, duro y abnegado, de los camaradas rusos. Hidalgo señaló, en términos impresionistas, que en la España de antes la aviación era floja, no había cuadros de pilotos militares y abundaban los deportistas. Los soviéticos tuvieron que enseñar una gran variedad de cosas desde el primer momento. Un destacado maestro («profesor», lo denominó) fue Smushkevich, a quien la aviación española le estaba muy agradecida. Quizá el Ejército de Tierra se molestase pero la victoria de Guadalajara se debía, en gran medida, a Smushkevich. Habían sido una novedad los derribos nocturnos de los bombarderos enemigos por la acción de los cazas. Por cada avión derribado de noche se otorgaba una recompensa: un automóvil. Ya había entregado cuatro pero, riendo, subrayó que no se quejaba del «gasto». Vorochilov preguntó sobre el caso Lopatin. La respuesta, muy contenida, fue que no había estado mucho tiempo en España y que no había destacado en nada especial. Aunque en aquellos momentos el 75 por 100 del conjunto de la aviación era ya española, la presencia soviética seguía siendo absolutamente necesaria.
  2. Los I-15 e I-16. Hidalgo dijo que su punto de vista había evolucionado. Cuando llegaron los segundos, se creyó que los primeros habían quedado superados. Más tarde se convenció de que los mejores resultados no los daban ni unos ni otros por separado sino su combinación. Sería muy importante probar en España cazas con cañones, que ya tenía Franco (un modelo alemán). Se utilizaba sólo sobre el propio territorio y era difícil capturarlo.
  3. Vorochilov planteó el tema de un Messerschmitt que había caído en manos republicanas y que los técnicos soviéticos querían examinar. También deseaban verlo los franceses y los británicos. Hidalgo manifestó cierto asombro. Creía que la cosa ya estaba resuelta. Vorochilov respondió que Prieto frenaba la entrega[38]. Hidalgo pareció desconcertado: a su regreso haría todo lo posible por resolver el problema. Manifestó que probablemente Prieto mostraría el avión a los franceses pero dudaba que fuera a entregárselo. Tenía razón. Se le dio a los rusos un mes más tarde[39].
  4. Sobre la industria de aviación Hidalgo afirmó que había inspeccionado con un experto soviético las fábricas y que la situación empezaba a arreglarse. Vorochilov le preguntó cuántos I-15 se habían producido. Hidalgo se rio y terminó diciendo que veinte[40]. Seguramente, supuso el comisario, no quería minar su petición de compra. La velocidad del I-15 español era, con todo, superior en 25 km a la del ruso, afirmó Hidalgo. Explicó que las fábricas (eran dos) habían funcionado mal en manos anarquistas. Se las nacionalizó y habían mejorado. Vorochilov recomendó vivamente el desarrollo, como fuera, de la industria. Había que aumentar la producción, establecer nuevas fábricas, adiestrar al personal. Si el Gobierno se hubiera preocupado, entonces estaría próxima la fabricación no sólo de los I-15 sino también de aviones ligeros de bombardeo.
  5. El último tema fue el adversario. Hidalgo reconoció que la guerra discurría más satisfactoriamente para Franco que para los republicanos. La moral en uno y otro caso era, sin embargo, distinta. Entre los franquistas era inferior a los gubernamentales. La relación entre oficiales españoles y fascistas era mala. Si la República pudiera obtener victorias como la lograda en Teruel, la retaguardia franquista podría desmoronarse, a pesar del mejor armamento y de la mejor organización militar. Franco tenía bueno aquello que los alemanes le daban: una formidable artillería antiaérea y la aviación. El caso italiano era diferente. Cuando los republicanos sabían que les tenían enfrente se frotaban las manos. Las cosas irían bien. Si los alemanes cesaran su ayuda a Franco se conseguiría la victoria.

Dejando de lado lo que de propaganda encerrasen tales consideraciones, son cuatro los aspectos que sobresalen de la conversación: la escasa dotación en aviación del EP, las dificultades de suministro fuera de la URSS, el «chantaje» de Francia y, por último, la importancia del éxito. Vorochilov se apresuró a elevar un informe a Stalin y a Molotov y solicitó la autorización para vender a la República:

La reacción de Stalin fue rápida, una indicación más de que los temas de España seguían en su mesa. El 4 de febrero de 1938, es decir, a los quince días de su primera entrevista, Vorochilov celebró una segunda y última con Hidalgo de Cisneros. Le comunicó que se había acordado vender una escuadrilla de SB (31 aparatos). Silenció que tal había sido su propia propuesta. Había, sin embargo, una condición indispensable. La República tenía que acordar seriamente con el Gobierno francés la autorización para que pudieran transitar camino de la frontera. La URSS debía obtener una garantía absoluta contra cualquier provocación y «porquería» que pudieran proceder de algunos sectores franceses. Enfatizó duramente que la posibilidad de enviar los aviones de otra forma, incluso en verano, se excluía totalmente. La pelota quedó del lado de Francia, como siempre.

Es probable que Hidalgo hubiera exagerado su petición, siguiendo una táctica negociadora muy consagrada y que pidió una sesentena de aviones sabiendo que, quizá, no los consiguiese (los soviéticos solían suministrar por lotes de 31). En cualquier caso no ocultó su satisfacción. Declaró que estaba dispuesto a hacer todo lo posible para lograr el acuerdo del Gobierno francés. Es más, si no lo conseguía, se comprometía a enviar un mensaje a través de Shtern, incluso si el Gobierno español y Prieto (capaz de todo para obtener los aviones) afirmaban lo contrario. Esto no puede considerarse como una deslealtad. Llevaba más de un mes en la URSS, lo suficiente como para haber oteado que los suministros eran difíciles. No es de extrañar que ofreciera una garantía suplementaria a los únicos dispuestos a ayudar.

Vorochilov aprovechó la referencia a Prieto para contar una historia. Este último había ordenado al representante en Praga (Jiménez de Asúa) que consiguiese de los checos un permiso de aterrizaje para los aviones soviéticos como si fueran a España en vuelo directo, pero sin contar con la conformidad rusa para ese tipo de desplazamiento. Esta actitud era absolutamente intolerable ya que no cabía consentir que tales operaciones se plantearan sin permiso previo a Gobiernos extranjeros. Hidalgo indicó que no habría habido mala intención. Lamentablemente sí se habría producido algo muy propio de los españoles: imprudencia, confianza y el no saber llevar las cosas serias en secreto[42]. Contraatacó y preguntó si los soviéticos no podrían vender también algunos I-16 y artillería antiaérea. Describió la superioridad numérica de la aviación franquista, capaz de proteger sus objetivos en la retaguardia y las ciudades con sus cazas y antiaéreos, mientras que los republicanos tenían que mantener a su aviación en un puño, desnudando el resto del frente y su retaguardia para ser un poco menos débiles en ciertos sectores del aire. También pidió ayuda para fabricar en España bombarderos I-16: licencias, ingenieros, etc. Repitió la solicitud sobre transportes. Vorochilov contestó que ya se habían enviado tres baterías antiaéreas (12 cañones: una minucia). Sobre los I-16 no tenía nada que decir. De las restantes peticiones daría traslado. Sí podía afirmar con relación al último extremo que habían logrado información, aunque no definitiva, sobre la posibilidad de adquirir entre cinco y siete Douglas y cien motores, pero había que precisar más.

Hidalgo se despidió y agradeció la atención que le habían brindado. Afirmó que se le había tratado como a un hermano y pidió al comisario su fotografía dedicada. Al día siguiente reemprendió la vuelta a España. Vorochilov ya había solicitado autorización para atender las peticiones sobre aviación civil. Los aviones Douglas DC-3 costaban 122 981 dólares por unidad y podrían recibirse en el plazo de tres meses. Los motores, tipo Wright, costaban 7819 dólares cada uno y se entregarían en un plazo de sietes meses a contar desde abril. El importe total del pedido, incluido el transporte hasta la URSS, ascendía a 1 725 000 dólares que se exigirían previamente al Gobierno español. De esa forma no era preciso que la URSS financiara la compra[43]. No sabemos si la operación fue autorizada.

Poco después, en abril, el Gobierno japonés reconoció indirectamente la gran eficacia de las actuaciones de los pilotos soviéticos en China y, a través de canales diplomáticos, hizo saber a Moscú que debía retirarlos. Esta petición se rechazó de forma categórica. Litvinov declaró que la URSS tenía todo el derecho de prestar ayuda a cualquier Gobierno extranjero y que la petición era tanto más incomprensible cuanto que, de acuerdo a las propias declaraciones japonesas, en China no había una guerra ni el Japón luchaba en China. Según Tokio lo que ocurría no era otra cosa que un «incidente», más o menos accidental, y que no tenía nada que ver con un estado de guerra entre dos Gobiernos independientes[44]. Este tipo de lenguaje recuerda al que la URSS había adoptado, de cara a los sucesos de España, en octubre de 1936. Ya apenas si lo utilizaba, tras las lamentables experiencias en el CNI.

En resumen, en los meses de septiembre a noviembre de 1937, Stalin tuvo in mente los problemas españoles pero ello no le impidió tomar medidas bastante trascendentes de recorte de la ayuda. Un desentendimiento más pronunciado de la situación española se produjo después de marzo de 1938. Se trata de una tesis que diverge de la que predomina en la literatura y que se argumentará debidamente.