El honor de Juan Negrín
EL MITO DE un Negrín marioneta soviética surgió en la guerra civil entre sus adversarios políticos pero es, en gran medida, una construcción a posteriori. En ello Prieto desempeñó un importante papel. Fue alimentada en unos recuerdos manipulados de Largo Caballero. Sirvió de imán para todos quienes ansiaban alejar cualquier átomo de responsabilidad por la derrota. Constituyó un punto central de la leyenda fabricada tanto por el franquismo como por los guerreros de la guerra fría. Es en relación con su actuación en los meses que precedieron al colapso republicano cuando el mito llega a su apogeo. No insistiremos en que es incompatible con sus esfuerzos de cortejo de las democracias. Tampoco subrayaremos la incongruencia con la orientación ideológica que tendía a hacer del conflicto una «segunda guerra de la independencia» contra los invasores del Eje y que recababa el honor de conducirla sólo con españoles. Llegados a este punto abordaremos tan sólo dos dimensiones: el caso del POUM y los nombramientos de altos cargos militares en el Consejo de Ministros.
LA ACTITUD DE NEGRÍN Y EL «CALUMNIA, QUE ALGO QUEDA»
Negrín ha sido ennegrecido por su comportamiento hacia el POUM. A estas alturas es innecesario jalear la significación de este episodio, tanto en el plano simbólico como en el de las relaciones con la URSS. Por un lado, en extranjero, sobre todo en Francia, no había amainado la campaña a favor le los poumistas detenidos desde el verano de 1937 y, naturalmente, en contra de los comunistas. Por otro, ya hemos visto que después del asesinato de Nin en las dos ocasiones en que los problemas globales españoles estuvieron delante de Stalin y de la Comintern (septiembre de 1937 y marzo de 1938), la lucha contra el «trotskismo» en España había seguido jugando un papel importante. De lo primero Negrín era consciente. Es improbable que lo fuera de lo segundo, a no ser que lo barruntara por las acometidas que periódicamente la prensa comunista y el PCE lanzaban contra quienes presentaban como enemigos jurados y en connivencia con toda clase de traidores, que por cierto abundaban.
En cualquier caso, fue gracias al propio Gobierno por lo que desde el primer momento los detenidos tuvieron derecho a un juicio público y en condiciones aceptables ante un juzgado especial designado por el Tribunal Supremo. El ministro de Justicia, Ramón González Peña, había mostrado gran interés en que la causa se viera cuanto antes. Si bien solían llevarse a cabo puerta cerrada, él, «seguro de la limpieza de procedimientos de los Tribunales de Justicia de la República», recomendó a Negrín que se hiciera pública mente (AFPI: AH 76-64). Negrín, claro está, aceptó. Las sentencias se dieron a conocer el 28 de octubre de 1938. Cuatro procesados recibieron 15 años de prisión y un quinto 11. Dos fueron absueltos. Se acordó, eso sí, la disolución del POUM y de la Juventud Comunista Ibérica.
Lo que se sabe menos es que los soviéticos no permanecieron a lo largo de todo aquel tiempo con los brazos cruzados. Era inverosímil que lo hubiesen hecho en un período en el que las purgas «antitrotskistas» diezmaban en la URSS tanto a la élite como a las masas. Sus gestiones están sólo parcialmente documentadas. Por los diarios de Dimitrov (Banac, pp. 82s) se colige que cuando el caso estaba visto para sentencia se cursaron instrucciones a Togliatti y a Antón para que se encargaran de una campaña masiva en contra del POUM presentándolo como elemento «contra-revolucionario» y «agente del fascismo». También fuera de España se desató la propaganda comunista.
En los papeles conservados por Negrín afloran otros rastros de gestiones que probablemente los soviéticos pensaban que podían ser más productivas. A medida que se acercaba el día de la sentencia, el sucesor de Orlov (quien para evitar la posibilidad del proverbial tiro en la nuca ya se había fugado prudentemente hacia el denostado mundo capitalista) dio crecientes señales de querer saber por dónde irían las cosas. Dado que Negrín había montado fuera de Barcelona su lugar de trabajo, el receptor de tales preocupaciones fue su hijo, también llamado Juan, que hacía las veces de secretario particular. A él se dirigía constantemente el hombre de la NKVD, el general «Kotov» (alias que utilizaba el coronel Leonid Eitingon, de su verdadero nombre Naum Isakovich Eitingon), pidiéndole con insistencia que le concediera una entrevista.
Negrín hijo, suponiendo que entre otras cosas volvería a hablarle del POUM, se resistía. El interés de «Kotov» era profesional y personal. En el primer plano le había correspondido resolver los principales problemas operativos de la Rezidentur tras la fuga de Orlov (Ocherki, p. 144). En el segundo conocía bien el caso Nin. Al fin y al cabo, su chófer había sido uno de los pocos testigos de la inhumación clandestina. El 21 de octubre, una semana antes de que se diera a conocer la sentencia, el joven Negrín escribió a su padre una carta personal (AFCJN: cartas Negrín 1a-1b) en la que entre otras cosas le informó de lo sucedido y de que el fiscal había solicitado penas de hasta 25 años (señal indudable de que el presidente del Gobierno se había mantenido al margen y dejado que la Justicia siguiera su curso). Negrín hijo recordaba que el proceso traía «a mucha gente de dentro y, sobre todo, de fuera a mal traer, por los muchos intereses que unos y otros tienen puestos en él». Obvio es, pues, que en las alturas republicanas no eran muchos los que se chupaban el dedo. Con todo, el juzgado especial se pronunció según las leyes[1] y, como han reconocido incluso los más destacados historiadores antinegrinistas, los procedimientos judiciales moscovitas no se repitieron en la España republicana. No fue por azar.
Lo que es interesante de este episodio es que Negrín no tuvo el menor empacho en dirigirse algunos días más tarde a la troika soviética en demanda urgente de armamento. Y, según hemos señalado, el resultado del juicio del POUM no fue un impedimento para que Stalin la atendiera con presteza. Debemos subrayar esta circunstancia porque contrasta con la actitud de Franco, cediendo todo lo que había que ceder, para asegurarse el envío del material bélico alemán.
El caso merece algo más que una sucinta referencia. Poco después del episodio que antecede, Negrín se refirió brevemente a «Kotov» ante Marchenko. Como responsable de la Defensa Nacional, estaba en estrecho contacto con el SIM. De forma un tanto incidental (Marchenko afirmó que de pasada), Negrín abordó la actuación de los agentes de la NKVD («neighboring workers», en la traducción al inglés del despacho)[2]. Le dijo que convenía que «Kotov» no se destacara («advertise himself») ni que se procurara por sí mismo un amplio círculo de contactos oficiales. Marchenko añadió que era una forma de resaltar el comportamiento indiscreto de los predecesores de «Kotov»[3]. Negrín rechazó una conexión directa entre el Ministerio de la Gobernación o el SIM con «Kotov» y sus agentes. Esto implica que había existido anteriormente. Parece claro que no deseaba que continuase y sugirió que la relación de «Kotov» con los medios oficiales se hiciera por vías indirectas con él mismo.
En definitiva, en contra de lo que afirma Vidal, Negrín trataba de cortar las alas a la NKVD. Marchenko no se llamó a engaño. En un párrafo, que Vidal no se molesta en mencionar ya que al fin y al cabo va en contra de sus propósitos de manipulación, añadió:
Por desgracia, y como he informado en alguna ocasión, una serie de agentes que ya han vuelto [a la URSS] no comprendían que era preciso cambiar a tiempo sus métodos de trabajo sin esperar a que fueran los propios españoles quienes le pidieran[4].
Marchenko atribuía el deseo de Negrín a presiones del PSOE, los anarquistas y los agentes de la Segunda Internacional. Sin descartar tales posibilidades, lo más probable es que emanara del propio presidente. Innecesario es señalar que la época «gloriosa» de la NKVD y sus contactos con el SIM ha de ubicarse en el período de gestión de Prieto. Este episodio NO demuestra en modo alguno «la sumisión de Negrín a la URSS», como indica Vidal (2005a, p. 303)[5]. Es más, en Ocherki (p. 145) se recogen dos interesantes informaciones. La primera es que fue Negrín hijo quien, durante algún tiempo, asumió los contactos concretos con la Rezidentur por cuenta de su padre. La segunda es que desde mitad de 1938 la interacción de la NKVD con los servicios españoles, precisamente cuando Bolloten y tantos otros postulan la deriva republicana hacia los amantes brazos del PCE y de la URSS, empezó a torcerse, exactamente lo contrario. Es imposible sustraerse a la idea de que, en línea con la basura que en los últimos años ciertos autores han venido vertiendo sobre la República en guerra, su intención es remozar la viejísima tesis de Franco y de Gomá sobre la presunta subordinación republicana a la URSS. En este caso personalizándola, además, en Negrín.
El lector, sin duda, reparará en el procedimiento: ¿qué hay que inventar «evidencia»? Pues se inventa. ¿No abrieron ya camino los plumíferos a sueldo de los sublevados para «demostrar» que la rebelión se había efectuado para prevenir un golpe de mano comunista? Vidal se sitúa en el mismo enfoque, sólo que con peor fortuna porque en este caso la impugnación inmediata la hicieron los expertos del Foreign Office y del Deuxième Bureau, aunque tardó en salir a la superficie[6]. Hoy, sin embargo, es posible ir a Moscú y no resulta difícil cotejar documentos que, para colmo, existen en español al alcance de cualquiera.
NEGRÍN, SU MINISTRO ANARQUISTA Y EL GRUPO PARLAMENTARIO DEL PSOE
La segunda dimensión, de nombramientos, se alumbra mínimamente en un cruce de cartas (Millares, pp. 353s) del 3 y 4 de julio de 1938 entre el presidente del Gobierno y ministro de Defensa Nacional y el de Instrucción Pública y Sanidad, el anarquista Segundo Blanco. El motivo fue la política de nombramientos en el Comisariado, la eterna batalla que, según Prieto, había dado él poco menos que a colmillo descubierto. Blanco había criticado, en nombre de la CNT, la designación de Enrique Castro Delgado como secretario del Comisariado General. Negrín le respondió haciéndole una pregunta y añadiendo una constatación. La pregunta fue:
¿Tengo o no libertad, en gestiones cuya responsabilidad ante los partidos y al Gobierno me corresponde, a escoger y separar a mis colaboradores?
Y constataba que
A pesar de que como jefe del Gobierno podría vetar nombres propuestos por mis colegas, acostumbro no hacer observaciones siquiera, incluso en aquellos casos en que la designación es de Consejo de Ministros.
Es decir, en temas tan delicados Negrín recordaba una actuación basada, generalmente, en el consenso o en fiarse de lo que sugerían sus colaboradores. La conclusión reflejaba su asombro a que se le reprochara que no debía contar con igual margen de maniobra cuando se trataba de nombramientos, como el de Enrique Castro Delgado, que según la legalidad vigente eran de su libre designación. Por si acaso, informó a Blanco que había indagado entre quienes podían reunir las mejores condiciones para el cargo. Le había parecido que el más adecuado era Castro y subrayó:
Va a servir al Comisariado. No a su partido. Como han de ir todos. Tiene instrucciones precisas a las que habrá de atenerse. Si no, será depuesto. Como cualquier otro. La desproporción de los partidos en el Comisariado no es imputable a él. Ni él designaba comisarios, ni los proponía. En último término, esa desproporción existente es achacable al escaso interés que, por no creer en la eficacia de su misión, pusieron muchos partidos y organizaciones. Yo tengo como criterio el escoger las personas según su valía, competencia y conducta, después del juicio que me formo a través del máximum de asesoramientos. Seguramente me equivoco muchas veces, pero tengo también por principio el separar de su puesto al que no responde a mis exigencias, en cuanto me doy cuenta del error. Castro es comunista. ¿Es que debo a priori eliminar a todo comunista de cualquier candidatura a cargo de responsabilidad? Tengo derecho a exigirles que se sometan a una disciplina de Gobierno. Lo he exigido y lo he conseguido.
Blanco respondió al día siguiente. Daba por terminada su intervención, «en consideración a las dos primeras preguntas que su carta me formula». Esto equivalía a reconocer el bien fundado de las afirmaciones. Señaló, eso sí, que era costumbre de los anarquistas expresar sus opiniones abiertamente. Confiaba en que el presidente, «franco a carta cabal para expresar lo que siente», sabría también apreciar la franqueza de su organización. Igualmente reconoció que al principio no todos los partidos se esforzaron por estar bien representados en el Comisariado, pero poco a poco se habían hecho centenares y centenares de nombramientos que acusaban de modo indudable el afán de predominio del PCE. El ministro anarquista aportó de un plumazo el enfoque esencial con el cual destruir las densas leyendas que posteriormente se formaron en la literatura:
Es verdad que no tiene usted de ello la culpa. Se plantea el problema por entender que un error inicial no debe ser motivo de persistencia de tan enorme desproporción como la que se registra[7].
¿Qué significa todo esto? Simplemente que Negrín dejaba a los ministros que propusieran designaciones, que estos conocían tal política y que las concesiones al PCE en el EP tenían, en último término, un origen que no había radicado en Negrín sino en Prieto y en el pasado más remoto en Largo Caballero. El problema es que tras la salida de Prieto fue más fácil para Negrín acudir al PCE, que compartía e incluso superaba sus criterios de resistencia que a otras alternativas, bien fuesen los anarquistas —que preconizaban un tipo de guerra muy diferente y, para entonces, inviable[8]— o los propios socialistas, divididos, y muchos de los cuales no apoyaban eficazmente a su compañero. Es indudable que varios de entre ellos le hubiesen incluso defenestrado, si bien nunca encontraron otra solución que la de continuar con él, como se demostró en sucesivas reuniones de Cortes.
El 9 de diciembre de 1938, pocos días antes de la fecha prevista —luego demorada— para el comienzo de la ofensiva de Franco en Cataluña y ante la cual el EP ya se estaba preparando, como indican las directivas del Comisariado reproducidas en el CD del apéndice (doc. 40), el grupo parlamentario socialista se descolgó con una petición (AJNP) para que Negrín realizara cambios en la política de ascensos y destinos militares, «de manera que estos se hagan al margen de la influencia partidista»; depurase mandos; coordinase los Estados Mayores y crease un EMC eficaz; reorganizase el Comisariado y, por último, prohibiese que los militares interviniesen en política. Esto, en aquella fecha, era como pedir peras al olmo y muestra, en nuestra opinión, una cierta desconexión con la realidad. Mejor que perdernos en digresiones sobre el contexto, quizá sea más interesante, siguiendo a Millares (p. 334), reproducir las reacciones que Negrín consignó a mano en los márgenes del escrito. Como sabrá todo aquel que tenga la menor experiencia ejecutiva, tales apuntes suelen reflejar sentimientos íntimos, sin parangón con el estilo cuidado de una respuesta formal, directa o indirecta. Con respecto a los dos primeros puntos Negrín escribió:
Los ascensos y destinos se hacen según las aptitudes y merecimientos a juicio del ministro responsable y todos los organismos asesores de su confianza. Es, por lo tanto, una afirmación gratuita hablar de partidismos. No se sigue más política que la de aprovechar las competencias y premiar los servicios.
En relación con el tercer punto, quizá el grupo parlamentario, con su encasa experiencia en asuntos militares, no estaba bien informado. El EMC que dirigía Rojo podría no ser el mejor posible, pero sin duda no era tan malo como suponían los diputados. ¿Era ya posible crear un Gran Estado Mayor General a la usanza francesa? Negrín sólo anotó una palabra: «¡Idiotas!». En lo que se refiere a los dos últimos extremos dejó traslucir claramente su sentimiento: «Si no son traidores, que propongan lo que crean pertinente».
Los autores no sólo hicieron sugerencias, también elevaron quejas. «En los frentes, los socialistas son vejados y perseguidos por sus ideas. Son frecuentes los casos de asesinatos de compañeros nuestros[9]». La reacción de Negrín fue que «cuando se hacen afirmaciones de esta naturaleza hay que concretar y probar». Los firmantes se superaron a sí mismos al afirmar que el predominio del PCE se había conseguido por pasar a sus manos «muchos cargos de que son despojados los socialistas». Esto, por lo que sabemos, era inexacto como formulación general, aunque sin duda se dieron casos. Negrín fue durísimo: «¡A la m…!». No menos controvertible era el aserto de que «casi todos los cuerpos de ejército y divisiones están mandados por jefes ajenos al partido socialista, a pesar de haber sido tantos los compañeros abnegados que salieron a luchar desde el primer momento». Negrín comentó airadamente: «¡Pero que se creen estos miserables!». Es obvio que entre el presidente del Gobierno y un sector de su partido se ensanchaba una brecha importante. En diciembre de 1938, cuando la República luchaba por su mera supervivencia, tales distorsiones le enojaban profundamente y, como ha señalado Graham (pp. 419s), le inducían a tornarse más hacia los comunistas.
LA JAULA DE GRILLOS REPUBLICANA EN LA INFORMACIÓN A MOSCÚ
Para enjuiciar el tema del presunto acuerdo con los soviéticos que se ha inventado Vidal, procederemos metódicamente, à la Southworth. Por un lado abordaremos el tenor central de la información que la embajada soviética fue enviando a Moscú en aquellos meses finales de la guerra. Por otro, analizaremos las ideas que Negrín desgranó ante Marchenko de cara al futuro y que Vidal ha sometido a gravísimas manipulaciones, en la mejor tradición de la dictadura franquista. En una situación en la que de nuevo la URSS intervenís con material de guerra en grandes cantidades, es verosímil que en Moscú se diera prioridad a las informaciones del encargado de negocios o a las de «Kotov», que por desgracia no son conocidas, antes que a las de los representantes de la IC, que también mencionaremos aunque brevemente.
Los informes de Marchenko destacaron en primer lugar las ya bien conocidas desavenencias entre los partidos del Frente Popular. No cabe duda de que su exacerbación fue una de las consecuencias de los continuados reveses militares, como señaló Zugazagoitia. Toda la propaganda y todas las inyecciones de moral no pudieron ocultar el desgaste del Ebro ni el magullamiento que había recibido el ejército del mismo nombre, en el que los comunistas habían invertido prestigio y recursos, en descuido del trabajo político en otras regiones, sobre todo en la zona Centro-Sur. Precisamente fue en esta donde se produjeron los chispazos iniciales. Ya entonces, señaló Marchenko, circulaba la especie, que más tarde los putschistas de Casado elevaron al nivel de categoría, de que los comunistas preparaban un golpe de mano. En Alicante y Guadalajara se llegó casi a un enfrentamiento militar. Para el diplomático soviético la mano de la quinta columna se ocultaba detrás de tales acontecimientos, lo cual es cuando menos verosímil. Bahamonde, Cervera y muchos otros han documentado la creciente actividad de los agentes de Franco en aquella época, sembrando la cizaña y desvertebrando la moral republicana. En Madrid el SIM se había convertido en un instrumento de lucha contra el PCE. La dirección del PSOE, sin embargo, rehuyó una confrontación y procuró suavizar la situación. Más adelante, cuando se produjeron manifestaciones por la carencia de leche para los niños, Álvarez del Vayo dijo a Marchenko que detrás se movía la mano de los provocadores que se aprovechaban de la debilidad del trabajo de los comunistas en la capital.
Marchenko destacó que un sector de los republicanos burgueses se manifestó leal. Cuando se intensificaron los rumores acerca de un posible ascenso de Besteiro a la presidencia del Gobierno, Martínez Barrio se apresuró a ir a ver a Negrín a Camprodón y le expresó su indignación por el comportamiento de los azañistas. Negrín cortó por lo sano. El 7 de diciembre convocó dos reuniones, primero a los representantes de los partidos estrictamente republicanos y luego a los catalanes y a las organizaciones del Frente Popular. Según Marchenko, pronunció un gran discurso, hizo balance de la batalla del Ebro, subrayó la brillante retirada de las unidades y concluyó diciendo que la operación había reforzado la posición internacional de la República. Advirtió que, ello no obstante, la situación militar era difícil y que el enemigo podía pasar al ataque de un momento a otro. Estaba en lo cierto. No era imposible que sustrajese nuevos territorios al control de la República. También acertó. Hizo un llamamiento a la unidad, a la disciplina y a poner coto a la lucha entre partidos. Indicó que aunque la República era un régimen democrático y luchaba por la democracia, en tiempos de guerra cumplir estrictamente con los postulados que de ello se derivaban sería la perdición. Deseaba que la gente no se llamara a engaño sobre un rápido final de la guerra civil. Eran ilusiones, afirmó, que tenían algunos en la zona Centro-Sur, lo que había agudizado enormemente la pugna entre partidos. Estas informaciones, transmitidas a Moscú, muestran que en Barcelona no se ignoraba la situación muy especial que reinaba en Madrid. Otra cosa es que se tomaran medidas para remediarla.
Algo más tarde, Negrín declaró a Marchenko que las relaciones con la Generalitat habían mejorado temporalmente, una vez que el Gobierno central le inyectara fondos. Manifestó que los rusos no entendían el problema catalán. En su opinión, ERC se aprovechaba de la coyuntura para tratar de reconstituir las posiciones de la burguesía. Afirmó que Companys, que se hacía pasar por mártir, era un segundo Miaja multiplicado por Asensio, retorcido e intrigante. ERC se apoyaba en el campo, eliminaba en las escuelas el castellano y no se ocupaba de los niños refugiados «porque eran españoles». Él estaba a favor de echar una mano a la Generalitat pero no quería que de ayuda se utilizase para hacer propaganda antiespañola. También le sorprendía que un político como Comorera fuese tan benevolente con Companys. Lo mismo ocurría al ministro José Moix, hombre recto y honrado. Companys, por el contrario, se refería a ambos con enorme desprecio. Según Negrín, a ECR lo que le gustaría, en el fondo, era volver a la situación de antes del 18 de julio de 1936. Él pensaba que ese retorno no se produciría, que la burguesía no conquistaría de nuevo sus antiguas posiciones y que, llegado el momento, habría que proceder a una serie de nacionalizaciones (lo que hicieron los laboristas tras la segunda guerra mundial).
A finales de diciembre, cuando la ofensiva de Franco ya se había iniciado, Marchenko se hizo eco de los enfrentamientos entre ERC y el PSUC con motivo de la presentación de un proyecto que preveía la devolución de las casas municipalizadas a sus antiguos dueños, siempre que estos no se hubieran pasado al otro bando. Lo caracterizó de provocación. Una medida de tal porte no podía plantearse sin una labor explicativa previa. Comorera parecía abrumado por la situación militar y próximo al pánico. Intentaba descargar en Negrín y en el Gobierno las responsabilidades por los fracasos y de una manera u otra, consciente o no, empujaba al PSUC hacia la oposición contra las autoridades centrales y los mandos militares, es decir, hacía el juego a los enemigos de la República[10]. Comorera se dirigió, poco después, al PCE con la propuesta de que se le designara como delegado extraordinario para la defensa de Cataluña, con atribuciones de ministro de Defensa Nacional. Con su prestigio personal y el apoyo de Companys creía poder salir adelante. El 1 de enero Marchenko, en plena ofensiva franquista, se entrevistó con él durante tres horas. Detectó un odio escasamente encubierto hacia el Gobierno y hacia Negrín. Comorera le habló largo y tendido de la desastrosa política de este último, de la usurpación de las minas de potasa, de la violación de los derechos de Cataluña y de la funesta política militar. Marchenko explicó tal actitud bien porque se le manejara desde ERC o tal vez a causa de su resentimiento por no haber sido nombrado ministro. En el ínterin, Companys había tenido una larga conversación con Álvarez del Vayo que relató a Comorera. Este ganó la impresión de que el ministro de Estado preparaba el terreno para intentar dar el salto a la jefatura del Gobierno. La idea se la dio la exagerada insistencia de Álvarez del Vayo en que él respetaba cuidadosamente los derechos nacionales de Cataluña, quizá implicando que otros (¿Negrín?) no lo hacían.
Hemos aludido brevemente a este tipo de informes porque constituyen el trasfondo sobre el cual hay que proyectar un intercambio entre Negrín y Marchenko que ha dado origen a múltiples comentarios. Sin conocerlo, parece difícil abordar tal intercambio correctamente.
LA ÚLTIMA RONDA DEL DESMONTAJE DE LAS ÚLTIMAS MENTIRAS
Cómo salir de aquella jaula de grillos fue algo que para Negrín terminó convirtiéndose en una cuestión esencial. A lo largo de los últimos meses de y principios de 1939 fue perfilando su pensamiento a grandes rasgos. En un primer momento Marchenko le vio optimista. Era cuando Negrín y otros pensaban que el EP podría sostener la acometida del enemigo. Las ya mencionadas directivas del comisario general, el republicano Ossorio y Tafall, así lo indican en prosa vibrante y entusiasta[11]. Había que elevar la moral como objetivo prioritario, incluso si el nivel de equipamiento era de pena. A comienzos de diciembre, Negrín habló extensamente con Marchenko sobre la situación del EP en materia de armamentos. Era el problema más agudo, mucho más que el abastecimiento y la política interior. Si bien los aprovisionamientos eran difíciles, la ayuda internacional empezaba a notarse. Las organizaciones norteamericanas prometían enviar 14 000 toneladas de cereales al mes. Había recibido informes de que Roosevelt estaba a favor de suministrar productos alimenticios.
Negrín creía que necesitaba tiempo para consolidar su política y poner orden en el interior. Ya lo había señalado a Stalin. Según dijo a Marchenko, aún en el supuesto de que la victoria fuera posible (que obviamente no lo era), no la precisaba antes de medio año. Esta es una confesión un tanto sorprendente, pero ¿cabría ponerla en relación con el diagnóstico que había dado a Stalin de que el verano de 1939 vería la explosión del conflicto europeo? ¿O consideraba que las discordias internas eran más peligrosas que Franco? El 3 de diciembre confirmó a Marchenko que había hablado con José Díaz y Vicente Uribe. Les había planteado una cuestión de principio: la posibilidad de organizar un frente común o único, algo así como un nuevo partido, basado en miembros individuales, que sustituyese en esencia al Frente Popular y que estuviese llamado a convertirse en el principal partido-sustento del Gobierno. El objetivo principal era apartar a los viejos líderes políticos, en particular del PSOE[12], y en conseguir margen para una mayor libertad de acción gubernamental. No tenía suficientemente claro cómo podría traducirse tal idea a la práctica. Díaz y Uribe se habían mostrado, claro está, reservados y le aconsejaron que se reuniera con los representantes del Frente Popular. Negrín lo prometió[13]. Lo hizo, sí, pero aparte de enfatizar la necesidad de unidad, no siguió adelante. Posiblemente, no estaba demasiado seguro de cómo presentar su idea. El 10 de diciembre continuó desgranando sus reflexiones[14].
Según informó Marchenko, la idea se le había ocurrido tras haber perdido la fe en la posibilidad de lograr la unión de los partidos socialista y comunista. Esto podría ser una forma de introducir el tema a un soviético o tal vez reflejara que Negrín había llegado a la misma conclusión que ya había alcanzado Prieto después de la primavera de 1937. En descargo del presidente del Gobierno hay que señalar que a finales de 1938 la situación política y militar se había enrarecido considerablemente. Tal y como dijo a Marchenko, los dirigentes del PSOE se oponían de forma irreductible. No está clara, en mi opinión, la afirmación recogida por el diplomático soviético de que a lo máximo a que se podría llegar sería a la absorción del PSOE por el PCE al final de la guerra, pero que incluso en ese caso los altos dirigentes del primero no la reconocerían. ¿Estaba Negrín jugando, en la desesperada situación en que se encontraba la República, a ser más papista que el Papa? Es una cuestión a la que cabe dar una respuesta negativa documentable.
Tal y como indicó seguidamente Negrín, el Gobierno no podía apoyarse en el PCE. No convenía desde el punto de vista internacional. Ahora bien, los partidos republicanos burgueses no tenían perspectivas. El Frente Popular, que había sido un instrumento útil, carecía de disciplina y se destrozaba en pugnas interpartidistas. Se necesitaba una organización que conjuntara lo mejor que había en cada partido y que se convirtiera en el apoyo principal del Gobierno. No tenía una idea precisa de cómo constituirlo. Podía admitirse la doble pertenencia, o sea que sus miembros continuasen formando parte de los partidos de origen, cuya actividad no se limitaría[15]. Esta última característica permite pensar que la noción, todavía poco trabajada, no tenía por qué parecerse a las condiciones partidistas que la URSS impondría, muchos años más tarde, en las futuras «democracias populares». No es de extrañar: la idea de Negrín era de elaboración propia (aunque es más que verosímil que Rojo le ofreciera alguna). El basamento de aquellas reflejó las nuevas oportunidades que despertaban la cercanía a la URSS y la presencia omnipotente del Ejército Rojo. La afirmación de Vidal (2006a, p. 331) de que «una de las consecuencias que se extraen de la antigua documentación soviética es que (…) [Negrín] ya había llegado a un acuerdo con los agentes de Stalin para implantar en España una dictadura similar a las que oprimieron Europa oriental tras la segunda guerra mundial» carece de toda base documental y es una mera calumnia[16].
Negrín creía que el PCE podía traspasar miembros a esa nueva organización, pero que no fuesen dirigentes. Las tareas de organización y de propaganda sí podrían realizarlas los comunistas [que al fin y al cabo tenían gran experiencia en tales ámbitos]. Deberían incluirse militares que no pertenecieran a ningún partido así como destacados representantes de la intelectualidad, fuera del sistema de partidos y, por tanto, del Frente Popular. En tal sentido, su organización constituiría una ampliación de este[17]. ¿A qué militares se refería? Algunos eran de lealtad impecable como Rojo. Otros eran dudosos, si bien Negrín lo ignoraba (Matallana y Menéndez). Había uno que ya estaba acercándose a la quinta columna: Casado. Son detalles significativos en los que, naturalmente, ni Radosh ni Vidal se molestan en reparar.
Marchenko aprovechó para informar de que «K» (¿«Kotov»?), le había explicado que Rojo le había comentado en varias ocasiones la necesidad de un único partido gubernamental, parecido «al de los comunistas». De ser cierta tal afirmación, es obvio que Negrín y Rojo habían intercambiado opiniones al respecto. Cuando se hablaba de una eventual crisis de Gobierno Rojo solía decir: «Todo lo que queráis. Únicamente que se quede Negrín». Si este último se sinceró con el jefe del EMC, patriota a carta cabal, el partido u organización que Negrín tenía en mente no podía ser un calco del PCE. Nada de esto lo intuyen Radosh et al.
Para derrumbar las sesgadas interpretaciones conviene subrayar que Negrín dejó claro ante Marchenko que no insistiría en su idea siempre y cuando se le indicase otras salidas alternativas de la situación. Togliatti recogió una actitud menos condicionada en su telegrama a Moscú: «Afirma que desistirá de este proyecto si no estamos de acuerdo». En nuestra opinión, tiene mayor verosimilitud la versión de Marchenko ya que en ella reflejó la argumentación seguida por Negrín: había que pensar que tanto entonces como en el futuro, cuando la unidad de España se restableciera y se reincorporaran a la vida política las masas de la zona de Franco, que habían estado sometidas durante años a un fuerte lavado ideológico, no sería fácil el regreso al antiguo parlamentarismo. De hacerlo, la derecha podría alcanzar nuevamente el poder. Se necesitaba una nueva organización política o una dictadura[18].
Uno podría pensar que hubiera sido difícil que la vieja estructura de partidos políticos de antes de la guerra no sufriera cambios después de esta. Ocurrió en Italia y Francia después del segundo conflicto mundial. También en Alemania. Se trata de un tema nada esotérico pero que Radosh et al. prefieren ignorar. Por un lado afirman que el despacho de Marchenko sugiere que «si los republicanos hubiesen ganado la guerra civil, España hubiera sido una nación muy diferente de la que existía antes del 18 de julio de 1936». Lo que salió, gracias a Franco, no se parecía ciertamente en nada. No tienen razón en su conclusión final: «Habría sido algo muy próximo a las “democracias populares” de después de la segunda guerra mundial». Esta tesis, recurrente en tales autores, la impugnan los propios documentos que han seleccionado.
Como es obvio, Negrín no proponía lanzar su idea inmediatamente. Eso sí, convendría ir pensando en introducirla poco a poco, con cuidado, entre las masas. Pasarían muchos meses antes de que se abonara el terreno en el que pudiera germinar la noción. Marchenko ganó la impresión de que no tenía clara la forma pero que había pensado lo suficiente al respecto. En el caso de que la República obtuviera éxitos militares, Negrín podría ir a la creación de «su» partido, de todos los españoles, con la participación de los comunistas, siempre que estuviesen de acuerdo con ello, y sin los comunistas, «por lo tanto, en contra de ellos», si se negasen. Esta impresión es algo que no comentan Radosh, Payne o… Vidal (quien la omite totalmente)[19]. No sorprende mucho tratándose de autores tan prejuzgados: es la única información que, por lo que valga, contradice directamente la tesis que abanderan en base a la exégesis, más bien breve, de un solo documento. Ahora bien, de prestar crédito a esa impresión de Marchenko, es obvio que Negrín, que estimaba a los comunistas, no estaba dispuesto a verse dirigido por ellos. Con todo, afirmó el diplomático, había que tener en cuenta que todo ello era poco actual y que pasaría mucho tiempo antes de que el problema se plantease agudamente[20]. Nada de lo que antecede permite argumentar que Negrín apareciera como una marioneta de los comunistas. Marchenko lo advertía con claridad. Lo que quería era desarrollar una plataforma política que superara las luchas internas que desgarraban el Frente Popular[21]. Lo hizo, en el crisol de la segunda guerra mundial, el general De Gaulle con una auténtica refundación de la República francesa. No se trata, pues, de un disparate. Negrín, simplemente, se adelantaba a su tiempo. Al rememorar aquellos días en su fundamental informe final del 21 de mayo de 1939, Togliatti (p. 237) se refirió a los proyectos negrinistas en los siguientes términos:
El 2 de diciembre de 1938 [nos hizo] la propuesta de crear un frente nacional en el seno del cual desaparecieran todos los partidos. Pensaba que así iba a tener la posibilidad de gobernar sin verse obligado a tener en cuenta a cada momento las exigencias y las intimidaciones de los distintos grupos políticos. La idea, con toda probabilidad, le había sido sugerida por Rojo. El partido le desaconsejó asumir esa iniciativa, que no iba a surtir el resultado que él esperaba y encerraba, en cambio, el peligro de la dictadura personal. Nosotros impulsamos una vez más a Negrín por la vía del fortalecimiento de sus vínculos con el Frente Popular. Nos escuchó y convocó al Frente Popular, pidiéndole un apoyo más decidido, etc. Obtuvo algún resultado, pero no decisivo…
Esta es una valoración que se conoce desde hace años pero que ni Radosh ni Vidal mencionan, quizá porque derrumba totalmente su peregrina tesis. ¿Dónde está, pues, el acuerdo Negrín-Stalin de que tanto ha alardeado este último en, al menos, tres libros y casi siempre en los mismos términos? Con independencia del significado de las declaraciones negrinistas, lo que es evidente es que los soviéticos no las aceptaron. En definitiva, en la mejor tradición de las prácticas franquistas, de las que los genuinos historiadores conservamos amargos recuerdos, Vidal falsifica y tergiversa. Es más, ni lee ni está al día. «Stepanov» (pp. 260s) explicó lo que había visto detrás:
Cuando la situación política … se hizo muy tensa a finales de 1938, Negrín defendió la idea que le había dado Rojo sobre la formación de un partido nacional único y la suplantación de los demás partidos y organizaciones. Esta idea se la planteó como la única vía para acabar con las intrigas capitulacionistas de los numerosos partidos pequeños, grupúsculos y camarillas de politiqueros. La formación de este partido fue razonada por él en este sentido y debía ser llevada a cabo de tal modo que en su dirección ampliada de un centenar de personas la dirección verdadera fuese efectuada por el Partido Comunista pero de modo discreto. Durante unas cuantas semanas Rojo y Negrín insistieron y apretaron terriblemente al Partido Comunista para que definiese su posición sobre esta cuestión.
Esto significa que habría intervenido Rojo. Cabe pensar si lo de la dirección a que aludió «Stepanov» era exacto o una exageración. En cualquier caso, parece evidente que Negrín a lo que reaccionaba era a su soledad en la jaula de grillos republicana. Tampoco hay que remontarse a los escritos de Togliatti o «Stepanov». Basta con acudir a fuentes bien conocidas (aunque a Radosh y Vidal les parezcan exóticas). El 10 de diciembre, mientras Negrín continuaba desgranando sus ideas a Marchenko, Dimitrov ya había reaccionado:
El plan de Negrín es inadecuado. Encierra tendencias a favor de una dictadura personal. En la presente etapa, el conseguir la unidad entre las organizaciones sindicales es crucial para la victoria. Esto es lo que debería tratar de conseguir Negrín en la perspectiva de eliminar las dificultades que provocan las oligarquías de los viejos partidos (Banac, p. 91)[22].
Naturalmente tal respuesta no carecía de morbo. ¡Qué lo dijera Dimitrov en pleno apogeo de la dictadura estalinista! No se trataba, sin embargo, de una réplica adecuada porque Negrín no había preconizado como salida una dictadura de tal tipo, suya o de otro[23]. Por supuesto, el tiempo hace cambiar las percepciones. A veces, también la situación. Muchos años después, Uribe escribiría que Negrín tenía su «solución».
Consistía en la desaparición de todos los partidos y su fusión en un conglomerado donde estaríamos todos los partidos, una especie de movimiento. Mi opinión personal es que Negrín había tomado como ejemplo lo que había hecho Franco en la zona ocupada por los fascistas. Argüía que en tal conglomerado o movimiento nosotros con nuestra fuerza y experiencia de trabajo lograríamos imponer nuestra orientación. Para la formación de este partido único no estaban excluidas las medidas administrativas, porque una vez formado este Partido único del Gobierno, es decir de Negrín, todos los partidos serían prohibidos en la zona republicana. Nuestros razonamientos opuestos a tal idea no surtieron ningún efecto en Negrín. La prueba la podemos tener en el hecho de que muchos años después yo he oído decir a Negrín que si su idea y propuesta de ese partido único hubiese sido aceptada, las cosas habrían transcurrido mejor para la República.
En este párrafo los recuerdos son diferentes. El motor no es Rojo sino el ejemplo de Franco. El social-demócrata que siempre fue Negrín ya no tenía objeciones a una eventual orientación procomunista. Sin embargo, lo que escribe Uribe no coincide con los documentos de la época, a los que otorgamos más credibilidad y en este punto a la información transmitida por Marchenko. Es más, no hay que olvidar que después de la guerra el PCE fue por un lado y Negrín por otro. Y que Uribe, que reprocharía a Negrín el que no apoyase desde el Reino Unido a los comunistas en las pugnas del exilio tendría uno dorado, en México, haciendo y deshaciendo a placer, junto con Mije, como ha demostrado convincentemente Fernando Hernández Sánchez. En realidad, las palabras de Uribe hay que tomarlas, como las de Prieto o Jesús Hernández, en el contexto de los ajustes de cuentas y de sus respectivas posiciones políticas en los momentos en que se escribieron. Algo en lo que Bolloten (pp. 988s) ingenua o premeditadamente no reparó y que Payne (p. 352) repite fielmente.
Varias de las preocupaciones adicionales de Negrín surgieron en el continuado cruce de opiniones e informaciones con Marchenko, algo que ni Payne, Radosh et al., o Vidal sospechan. A principios de 1939, el político canario recaba todas las teclas que podía. Tres eran fundamentales. Todavía creyendo que el EP podía resistir la embestida de Franco, se cuidó de que Carles Pi i Sunyer, consejero de Cultura de la Generalitat, recibiese el plácet como nuevo embajador en Moscú. Dado que el coronel Arnal no podría quedarse indefinidamente en la URSS, pensó en adjuntar a Pi i Sunyer una persona que se encargara de los asuntos militares. Para lograr una buena interlocución con las autoridades soviéticas, creía que lo mejor era que se tratase de un comunista. De sopetón, el 6 de enero de 1939 soltó a Marchenko la sugerencia de que quizá la mejor persona sería Jesús Hernández. El encargado de negocios se sorprendió, dada la talla política del sugerido, y respondió que le daba miedo que Negrín pudiera encontrar una fuerte resistencia por parte de ciertos partidos y organizaciones. Negrín le desengañó y Marchenko tuvo la impresión de que quería desembarazarse de Hernández, de cuya ejecutora como comisario del Ejército del Centro no estaba demasiado convencido. Pensando en sus superiores en Moscú, apostilló que no sin fundamento. Es primera tecla empezó a funcionar. El 15 de enero Martínez Pedroso se personó en el NKID para solicitar el plácet. Habló con Potemkin, el cual pensó que no estaba demasiado feliz por la gestión que se veía obligado a realizar El encargado de negocios le dijo que siempre había tenido buenas relacionen con Álvarez del Vayo y que estaba sorprendido porque no le advirtiera de nombramiento del nuevo embajador[24].
La segunda tecla fue, naturalmente, Francia. Negrín informó a Marchenko que Morel iba a París para tratar de ver si el Gobierno Daladier aflojaba sus obstáculos al paso del material bélico por la frontera (y también para que suministrase algo). El nuevo embajador, que acababa de presentar sus cartas credenciales a Azaña, era, a diferencia de Labonne, un hombre muy de derechas. No se equivocaba. Jules Henry era un íntimo colaborador de Bonnet y había estado mezclado en su diplomacia paralela, una que no se reflejaba en las instrucciones que se cursaban formalmente a las misiones. Negrín dijo a Marchenko que Henry había llegado a Barcelona convencido de la gran «influencia bolchevique» sobre el Gobierno republicano. Azaña y él habían procurado explicarle las cosas, las relaciones de la República con la URSS y el interés español en que se reforzaran las relaciones bilaterales entre esta última y Francia, algo por lo que nadie en París, empezando por el propio Daladier daba en aquel momento dos céntimos[25].
La tercera tecla ya la había planteado Negrín a Auriol y probablemente no sorprendería a Marchenko. Se trataba de la norteamericana. Referencias a Estados Unidos aparecían con frecuencia en El Socialista. Negrín consideraba que, fuera como fuese, era preciso obtener créditos de tal país. Si era necesario, cabría sugerir a Washington una serie de concesiones en materia de electrificación, producción de nitrógeno, etc. Había tenido varias conversaciones con diversas personalidades y hombres de negocios norteamericanos. Creía que era posible conseguir atraer capital de esta procedencia porque España se había preocupado de continuar pagando los intereses de su deuda exterior. Es obvio que este deseo de acercarse a Estados Unidos no se compatibiliza fácilmente con la creencia, propalada por tantos propagandistas profranquistas y guerreros de la guerra fría, de que quería anclarse en Moscú. Por lo demás, no había en ello nada nuevo. Ya se lo había dicho a Azaña mucho tiempo antes y a lo largo de 1938 la línea de Roosevelt había variado sensiblemente a favor de la República (Tierney, pp. 121ss). Mostrando que jugaba limpio, Negrín dio a Marchenko el texto de un telegrama que había enviado al presidente aquel mismo día, 6 de enero. Era la reacción a unas palabras de Roosevelt ante el Congreso que permitían pensar en la posibilidad que tal vez se levantara el embargo contra la República. Sin entrar en detalles, señalaremos que, como apunta Ruiz-Manjón (p. 444), se trató de una idea que pronto se vio frustrada ante las presiones en contra de los sectores católicos.
Negrín expresó a Roosevelt su solidaridad con el texto de su discurso. Aprovechó para recordarle que los enemigos de la libertad y de la democracia habían querido engañar al mundo sobre el significado de la guerra en España. Habían utilizado una asfixiante propaganda a base de patrañas. El adversario, comprendiendo que necesitaba acelerar el desenlace, deseaba una rápida victoria. Atemorizaba la retaguardia y aplastaba los frentes. Las escuadrillas alemanas e italianas iban destruyendo las ciudades, en su mayoría indefensas (las defendidas lo estaban mal). Por tierra avanzaban las divisiones romanas, los técnicos germanos y los guerreros africanos, con gran derroche de material. Los republicanos hacían esfuerzos sobrehumanos, pero estaban condenados a perecer si sus manos seguían vacías y sus estómagos encogidos. Los puños de una nación hambrienta, por muy fuerte que fuese su espíritu, no podrían detener el avance del totalitarismo. En contra de la potencia económica y militar de Alemania e Italia no podía luchar indefinidamente una República bloqueada por los enemigos con la colaboración de neutrales y amigos. Si los agresores se marchaban y se les proporcionaban los medios materiales y económicos para asegurar su defensa, los republicanos se apañarían para liquidar la guerra. Una prueba se había dado con la evacuación de los voluntarios internacionales.
El político canario advirtió: «El resultado de la lucha en España decidirá lo que ha de ser Europa y marcará el rumbo del mundo en el porvenir. La historia será inexorable con aquellos hombres de Estado que hayan cerrado sus ojos a la evidencia y con los que por indecisión hayan dejado poner en riesgo los principios de tolerancia, convivencia, libertad y sana moral que inspiran a la Democracia». Sus últimas palabras fueron dramáticas y condensaron en pocos términos la concepción histórica de Negrín:
Si pereciéramos, habríamos al menos cumplido como colectividad nacional nuestra misión histórica y como individuos con el mandato de nuestra conciencia[26].
Sobre cómo se veía en las alturas gubernamentales la situación en aquella fecha da cuenta una carta de Álvarez del Vayo a Pascua que reproducimos en el CD del apéndice (doc. 41[d41]), en nuestro intento de sacar a la luz algunas fuentes primarias significativas. Se la consideraba apretada. Ahora bien, a pesar del avance franquista y de la superioridad material, la moral republicana todavía aguantaba.
Marchenko abordó con Negrín la situación de la flota y le dijo que no era buena. El presidente compartió sus temores. Manifestó que cambiar el mande tropezaba con grandes dificultades. Luis González de Ubieta había presentado la dimisión. Había tres candidatos: Miguel Buiza (que en tiempos había cesado por derrotismo)[27], Pedro Prado, comunista (a quien no le aguantaban) y un tercero que era poco fiable políticamente. En caso extremo cabía recurrir al primero, si se le ponía al lado un buen comisario. A Bruno Alonso había que cesarle pero todas las candidaturas que se le habían presentado tuvo que rechazarlas por motivos políticos: no era posible designar a un comunista. Había que encontrar a un socialista o a un republicano[28]. Poco después, opto por Buiza (una elección desafortunada) y Alonso continuó. Al final se cumplieron los temores soviéticos sobre la falta de fiabilidad de los cuadros de la Armada.
La imagen de Negrín como «marioneta» soviética tiene su correlato en las versiones soviéticas que presentaban a Franco como «marioneta» de los dictadores fascistas. Sobre esta última es interesante uno de los escasos telegramas que he localizado del nuevo jefe supremo de la NKVD, Laurenti Beria. El 25 de diciembre de 1938 escribió a Vorochilov informándole que sus agentes en Roma habían logrado hacerse, a través de un contacto en el Ministerio de Asuntos Exteriores, con una orden (sic) de Mussolini a Franco sobre el comienzo de la ofensiva en el frente de Cataluña, coincidiendo con la mejora de las condiciones climáticas. De ello se desprende, implícitamente, la creencia de que el Duce poco menos que trataba a Franco como a un subordinado. Un funcionario del NKO consignó a mano en la nota que la información había llegado tarde. El ataque se había iniciado unos días antes (RGVA: fondo 33987, inventario 3, asunto 1081, p. 51).
FALLAN LOS PUNTALES DE LA ESTRATEGIA NEGRINISTA
Es posible que, como señala Juliá (p. XLIV), Negrín pudiera haber pensado que una gran victoria cambiaría el curso de la guerra. Ciertamente, no lo pensaba ya al acercarse 1939. Su carta a Stalin trasluce con mucha mayor exactitud el escenario que se planteaba. Munich había sido una etapa en la vía de la capitulación de la que, tarde o temprano, las democracias saldrían. En ese momento se produciría un conflicto europeo. Su estrategia estaba basada en un principio (ganar tiempo) y en tres puntales: que el EP resistiera, que la marchita unidad del Frente Popular aguantara y que las democracias —sobre rodo Francia— se mantuvieran en línea, al menos como hasta entonces. El primer puntal falló rápidamente y los dos restantes se desplomaron como fichas de dominó. Con independencia, pues, de las valoraciones que susciten los últimos proyectos políticos de Negrín y que, en nuestra opinión, no ennegrecen su buen nombre, la dinámica de los hechos discurrió por otras vías.
La clave estaba en el EP, que no pudo contener el avance de las tropas de Franco. En Cataluña carecía de armas y, a pesar de las soflamas del Comisariado de Guerra, de moral y esperanza, sólo al principio se batió bravamente. Al menos eso es lo que afirmó Álvarez del Vayo en la carta a Pascua que reproducimos en el CD del apéndice (doc. 41). Es más, en Extremadura, donde había comenzado una ofensiva, las cosas parecieron ir bien aunque se torcieron en poco tiempo. Los reveses militares intensificaron la fragmentación y disgregación políticas. Con ello se desplomó el segundo puntal. Tras la evacuación del Gobierno de Barcelona y la caída de esta el 26, muchos buscaron salida, a trompicones y alocados, en un ¡sálvase quién pueda[29]! Hacía días que la frontera estaba abarrotada de refugiados que huían. El comportamiento de Azaña hizo que el tercero también fallase. La República implosionó: al cerco exterior se unió el desplome interno, en la lógica que había estructurado toda la contienda. Aunque no podemos hacer un recorrido de la etapa final, sí documentaremos algunos que necesitan ser precisados.
Como es sabido, uno de los primeros en dar la señal del cercano hundimiento fue Vicente Rojo. Se confió al general Jurado y lo hizo también de pa labra, en una reunión con Azaña y Negrín, el 28 de enero[30]. Dibujó una imagen sombría y su conclusión fue que no había nada que hacer (Azaña, pp. 430s). En consecuencia, este sugirió a Negrín que se solicitara la mediador de Francia y el Reino Unido con vistas a una suspensión de las hostilidades concertar las mejores condiciones de paz, «que no pueden ya ser de carácter político sino puramente humanitario para asegurar la salida de España a los jefes y oficiales del ejército, a los políticos y funcionarios, etc., más amenazados y obtener garantías respecto de la vida y la liberad de los que se quedan» El Gobierno no tomó ningún acuerdo en tal sentido al día siguiente, pero, quedó profundamente impactado por la estimación de Rojo (GRE, IV p. 215). Azaña se quejó de la inacción en una carta a Ossorio en que narró, en junio de 1939, sus desventuras e interpretaciones. Según indicó Cordón, que obviamente no estaba en el Consejo de Ministros, Jurado le puso al corriente de las ideas procedimentales de Rojo. Su reacción fue que no se aceptarían porque eran «absurdas». Jurado las defendió. Comprendía que Cordón abogase por la resistencia (era la línea política del PCE) pero hacerlo desde la zona Centro-Sur no tenía sentido. Él pensaba en los riesgos, caso de quedarse, entre ellos la posibilidad de un «paseo» (Cordón, pp. 665-667). Una prueba indirecta de la descomposición que afectaba a la cúpula militar republicana.
Negrín todavía no recurrió a los buenos oficios franco-británicos (había hablado el 25 de enero con Henry, a quien procuró dar una impresión optimista de la situación dentro de la gravedad) pero sí aludió a la última sugerencia de Azaña. Lo hizo de la forma más solemne posible. En la reunión final en territorio republicano, en el castillo de Figueras, de lo que quedaba de Cortes el 1 de febrero. Expuso tres condiciones: garantía de independencia para España (siempre el temor de las contrapartidas que pudiera otorgar Franco a las potencias fascistas) y de que las fuerzas extranjeras evacuasen el territorio, garantía de que el pueblo español decidiría definitivamente de sus destinos, régimen y organización y garantía de que por parte de nadie se ejercieran represalias o persecuciones. Eran peticiones inaceptables para Franco y las dos primeras desbordaban el consejo presidencial. A lo largo de aquellos días hubo contactos entre Rojo y Negrín (Cordón, p. 669), en los que el primero y Jurado remacharon la inexistencia de posibilidades de continuar la resistencia. Se conservan unas notas manuscritas de Rojo que le sirvieron de guión para un «informe verbal al Presidente con propuesta de rendición».
Según Rojo, la prolongación de la resistencia era posible si se detenía la persecución del enemigo, llegaba apoyo internacional en hombres y medios, se recibían abastecimientos, se producía una reacción moral y se restablecía la unidad y la disciplina. Era imposible en la situación de entonces. En consecuencia, había que pedir la paz sin condiciones y entregar el territorio. No era factible salvar Cataluña a causa de la inferioridad de medios, falta de hombres y material, cohesión moral y apoyo de la zona Centro-Sur e internacional. Por análogas razones no podía continuar la lucha en aquella. El dilema era agudo. Seguir arruinaría al pueblo español. No continuar equivalía a renunciar al ideario que la República defendía. Con todo, sopesando los dos extremos a Rojo le parecía que era indispensable pedir la paz urgentemente. De aquí la necesidad de hablar de los temas de procedimiento (AHN: AGR, 25/11)[31]. Es posible que la primera reacción de Negrín no fuera de rechazo inmediato o que, picado en su curiosidad, le pidiera que perfilara estos últimos. El hecho es que, según anotó Cordón el 30 de enero, las ideas de Rojo quedaron en suspenso.
El 2 de febrero Rojo volvió a la carga y envió a Negrín la siguiente carta manuscrita, que se conserva en AJNP:
Mi querido Presidente:
Le adjunto la orden corregida por si quiere autorizarla. Para darle mayor difusión, si lo estima pertinente, se tiraría a imprenta.
Le saluda
Vicente Rojo
La orden corregida explicaba las razones de la rendición como sigue:
Para terminar la guerra de una manera digna una vez quede admitido que tanto por razones de orden interno como internacional es imposible sostenerla con alguna probabilidad de éxito; para terminar la guerra de manera que quede a salvo el prestigio de las instituciones republicanas y democráticas que venimos defendiendo, sin que haya nada de tipo vergonzoso en la conducta de las tropas y los dirigentes y el Gobierno, dejando abierto el cauce para sostener el derecho a restablecer el ideario que se defiende por nuestra parte; para liquidar la lucha sin que pueda haber sacrificios colectivos estériles y queden a salvo las personas y las cosas cuya conservación pueda interesar a la ulterior defensa de nuestra causa.
A continuación Rojo describió extensamente el procedimiento a seguir, que reproducimos en el CD del apéndice (doc. 45[d45]). Incluía un proyecto de consigna a la tropa y un escrito a los mandos de los Cuerpos de Ejército franquistas. No cabe duda de que sus intenciones eran nobles. Su proyecto desprende, no obstante, un cierto efluvio académico, como si se tratara de un ejercicio de EM. Da la impresión de que Rojo no se daba cuenta cabal de la naturaleza del enemigo. Alternativamente, quizá lo redactara ignorándolo de forma consciente. En cualquier caso, su plan no era compatible con los deseos de Franco, tal y como este los había manifestado públicamente en repetidas ocasiones y Rojo no podía desconocerlo. Según había anticipado Cordón, Negrín lo desechó[32]. Rojo continuó trabajando y esbozando planes. Si bien Ramón Salas (p. 2229) critica los argumentos que le dio Negrín, y que Rojo reprodujo en Alerta los pueblos, no dejan de tener sustancia: la renuncia podría originar una lucha intestina (algo de eso insinuó Jurado a Cordón), el temor al ensañamiento del enemigo contra los vencidos (que no necesita hoy demasiada demostración) y la necesidad de salvar el tesoro artístico. Ese mismo día Negrín se entrevistó con el representante británico (Moradiellos, 1976, p. 348) y le explicó las garantías que había expuesto ante las Cortes. Azaña le segó los pies poco más tarde. También él tenía su juego, para el cual Rojo había suministrado la necesaria munición.
Entre los muchísimos problemas que se amontonarían sobre la mesa del presidente del Gobierno, nunca un gran organizador del trabajo burocrático y menos en aquellas condiciones, destacaba otro: la reestructuración de las fuerzas y nuevos nombramientos. Gracias al informe de Cordón que hemos dado a conocer en la nueva versión de sus memorias, sabemos de la presencia de, al menos, dos de los consejeros soviéticos agregados al EMC en aquellas horas de agonía. Uno era el coronel Sapunov, que ya nos es conocido. El otro se llamaba Bekov. Quedaban más, pero no sabemos cuántos[33]. Cordón (p. 668) discutió con este último el 29 de enero alguno de sus planes. En la zona catalana, por ejemplo, propuso crear un solo ejército y suprimir el funcionamiento de las subsecretarías, EMC, EM del Ejército de Tierra, EM del Grupo de Ejércitos y agrupar las unidades lo antes posible. En una nota que se conserva en AJNP, y que probablemente provino de él, se sugería dar la jefatura del Ejército del Ebro al teniente coronel Líster, sacar inmediatamente a la 26 División del Ejército del Este y ponerla a disposición del Grupo de Ejércitos o del primero. Esta idea la consignó tanto en su informe como en sus memorias, en las que Perea aparece arrastrando los pies.
El aspecto de los nombramientos, del que hemos localizado una propuesta del 2 de febrero, es extraordinariamente interesante. En primer lugar, se sugería desprender la responsabilidad operativa del Grupo de Ejércitos del general Miaja y pasársela a Matallana[34]. Esto significa que Cordón no sospechaba de este último ni tampoco Negrín, quien más tarde quiso que fuera el sustituto de Rojo. En segundo lugar se proponía que se relevara al coronel Casado de la jefatura del Ejército del Centro y se le trasladara como director a la Escuela Superior de Guerra, puesto secundario. Esto podría indicar que existían sospechas sobre su lealtad. Por desgracia, Negrín tampoco le siguió sino que, como Matallana comunicó a Casado el 28 febrero, quiso llevarle de jefe del EM del Ejército de Tierra (Bahamonde/Cervera, p. 336). En tercer lugar, se propugnaba el nombramiento del coronel Modesto, comunista y procedente de milicias, como jefe del Ejército del Centro. Que en Figueras hubiera el sentimiento de que tal vez pudiese ocurrir algo raro en Madrid (la conspiración casadista llevaba algunos meses desplegándose) lo refuerza la idea de nombrar al gobernador de Guadalajara, José Cazorla, comunista, jefe del SIM en la zona Centro-Sur, al comisario del I Cuerpo de Ejército, Hervás, jefe de la demarcación madrileña, y al gobernador de Cuenca, Jesús Monzón, también comunista, director general de Seguridad (AJNP). Todo ello apuntala la posibilidad de sospechas sobre el comportamiento de Ángel García Pedrero, que como jefe del SIM en la zona estaba mezclado en la conspiración. En resumen, si los comunistas o Cordón tenían dudas sobre la lealtad de ciertos mandos parece que trataron de insinuar algunas medidas preventivas. Que Negrín no les hiciera caso puede deberse a que no les creyera o a que estuviese totalmente conturbado, pero también a la posibilidad de que quisiera jugar con gente de la que se fiaba, comunistas o no, siempre que le apoyaran en la resistencia.
Es difícil saber si algunos de tales cambios hubieran podido retrasar el golpe. Ciertamente, a Casado una mutación como la propuesta se lo hubiese puesto más difícil. Negrín sabía, porque se había reunido con él y con Miaja el mes de noviembre anterior, que estaba pensando en el futuro. En aquel momento Casado le había sugerido la posibilidad de adelantarse a un posible levantamiento comunista que pudiera producirse si Negrín salía del Gobierno[35].
Poco después de la reunión de las Cortes se recibió un radiograma del general Miaja que reproducimos en el CD del apéndice (doc. 44[d44]). Es un antídoto a la visión un tanto optimista de Ramón Salas (pp. 2262s) sobre las posibilidades de resistencia en la zona Centro-Sur. Miaja constataba un agravamiento de la situación militar, tras el fracaso de la ofensiva en Extremadura, tanto en términos de reservas como de pertrechos. No había gran capacidad de resistencia. El material estaba gastado, la gente ahíta. Con todo, la moral no era demasiado mala. El orden en la retaguardia, excelente. Miaja cuidó las formas y extremó sus admoniciones pero el mismo día en que Rojo exponía por escrito sus planes para suspender las hostilidades, se reunió con Casado, Matallana y Menéndez. El primero dio a conocer sus planes para rebelarse, formar un Consejo Nacional de Defensa y hacer la paz, «entre militares».
Sobre aquel primer puntal en que se basaba la estrategia negrinista ya en franco bamboleo, se proyectó con fuerza el vector exterior. Es un tema conocido. Sin embargo, no me parece que se hayan documentado los resortes que movían a Negrín. Para ello hemos de recurrir a los papeles de Azcárate. Permiten realizar un análisis sin concesiones de la escena exterior tal y como se contemplaba por el lado republicano. La visión de Azcárate, en un puesto clave, es la que contaba, porque la agonizante República sólo respiraba hacia fuera por el conducto de los embajadores en Londres y París. Sus informaciones eran vitales para apoyar o descartar movimientos tácticos. No hay que insistir en que el Gobierno británico no sólo estaba en contacto con el francés. Había ya decidido reconocer a Franco. Lo único que le preocupaba era el momento de hacerlo. Azcárate, como excelente profesional, ponía en primera línea la interacción entre la evolución interna y la externa y desde el primer momento sugirió medidas que, en general, Negrín atendió.
El punto de partida fue el tremendo impacto en el mundo político británico del avance franquista y la ocupación de Barcelona. Era urgente restablecer la confianza, apoyando no tanto las posibilidades de resistencia en Cataluña sino las que ofrecía la zona Centro-Sur. Azcárate habló con unos y con otros y redactó un memorándum en inglés que distribuyó a sus interlocutores en el Foreign Office, a los líderes de los partidos políticos y a ciertos periodistas. En él resumía los elementos que justificaban la resistencia como base de la política del Gobierno. Lo reproducimos en el CD del apéndice (doc. 47[d47]) porque probablemente sus ideas y sugerencias contribuyeron a reforzar la postura, todavía no del todo sedimentada, de Negrín. El 31 de enero envió a Álvarez del Vayo un telegrama en el que tuvo en cuenta las impresiones recogidas. La situación política de la República en el Reino Unido no dependía de la resistencia en la frontera sino de que Azaña y el Gobierno se trasladaran a la zona Centro-Sur en el momento mismo en que se abandonara la zona catalana[36]. El lector debe tener en cuenta que aquí ya no analizamos estrategias sino tácticas. El destino de la República descansaba en aquellos momentos tanto en el EP como en Londres y el problema estribaba en cómo administrar la dinámica que llevaba a la futura derrota militar.
La recomendación de Azcárate respecto a Azaña coincidía con el sentimiento de Negrín pero ni una ni otro llegaron a tener virtualidad. El presidente de la República se negó, pura y simplemente, a volver. Hasta ahora, lo que se sabe al respecto es en gran parte tributario de lo que el propio Azaña escribió a Ossorio en junio de 1939. Silenció algunas cosas o las expresó más suavemente. Esto no es una crítica. ¿Quién desea autoinculparse por escrito? Afortunadamente, existe evidencia documental coetánea en términos menos autocomplacientes. Álvarez del Vayo, testigo presencial de algunas de las decisiones, narró a Pascua, sobre la marcha, lo que le había contado Martínez Barrio, presidente de las Cortes y entonces uno de los interlocutores más asiduos de Azaña (CD del apéndice, doc. 46[d46]). En contra de la versión edulcorada que este último dio a Ossorio, ante Martínez Barrio se expresó en términos descompuestos: Negrín podía atarle y meterle en un avión pero en cuanto descendiera de él gritaría hasta que le matasen o le dejaran en libertad. De haberse producido tal escenario, es obvio que hubiese puesto a la República en una situación infinitamente peor. Negrín y Álvarez del Vayo no tuvieron más remedio que inclinarse.
La salida de Azaña el 5 de febrero, acompañado de Negrín y de parte del Gobierno para darle cobertura, causó gran impacto[37]. Un simple sentimiento de decencia exigía que el Jefe del Estado no pareciera que se escapaba como un vulgar fugitivo. Poco después, Negrín se entrevistó con los representantes británico y francés, quienes tuvieron la impresión de que lo que le preocupaba no era tanto el cumplimiento por Franco de las garantías planteadas como la salvación de los republicanos en la zona Centro-Sur (Avilés Farré, p. 182). Daban en el clavo. Lo exigían las razones que en parte explicaban la necesidad de resistencia y la de mantener mínimamente el pabellón de cara al exterior. Esto no es una suposición aventurada. Tal y como había anunciado Prieto a Azaña tras la crisis de abril de 1938, su eventual dimisión causaría un perjuicio irreparable a la República. Negrín lo sabía. Lo que no sabemos es si Azaña embrolló sus pistas conscientemente. Es cierto que no presentó la renuncia hasta que Francia y el Reino Unido reconocieron a Franco el 27 de febrero (¿una coartada?) pero su continuada permanencia en la embajada en París como molesto huésped de Pascua causó estragos no reparables. En opinión de Azcárate, su ausencia de España constituyó la chispa final. Dejémosle la palabra:
Sin intento de enjuiciar en este momento conductas ni actitudes, tengo que hacer constar que la permanencia temporal del Gobierno y permanente del Jefe del Estado en territorio extranjero causó inmenso daño a la situación política de la República en Inglaterra y presumo en el resto del mundo. El daño causado por la salida del Gobierno, aunque grande, quedó reparado con su vuelta al territorio nacional. Pero, al contrario, el producido por la permanencia en París del Jefe del Estado, sobre todo desde que se hizo patente su intención de no volver a España, y su discrepancia sobre este punto con el jefe del Gobierno, no sólo fue ya irreparable, sino que constituye a mi modo de ver la causa determinante de los desdichados acontecimientos que se han producido desde entonces … Desde que resultó claro el carácter permanente de la ausencia del Jefe del Estado del territorio nacional, fue evidente que nada ni nadie podría detener el proceso que había de conducir, más pronto o más tarde, al reconocimiento de los rebeldes.
El Gobierno británico tomó el 8 de febrero la decisión reservada de hacerlo en cuanto fuese posible (Moradiellos, 1996, p. 350). En parte ello se debía a Francia, que tenía muchos contenciosos pendientes con el futuro Gobierno de una España reunificada. Las dos potencias no estaban dispuestas a proceder separadamente y debían lidiar con algunas controversias internas. Ahora bien, la valoración de Azcárate es independiente del hecho de que la República ya se debatiese en la agonía. El comportamiento de Azaña se ha explicado por diversos motivos. Hay autores que aluden a su cobardía física. Las genuinas discrepancias con Negrín sobre la utilidad de la resistencia no pueden olvidarse. Para nosotros la pregunta crítica es: ¿anticipó que con su dimisión disparaba un torpedo en la línea de flotación de la legitimidad republicana? El tema, como muchos otros de este sombrío capítulo, requiere más espacio del que disponemos.
Dado que no hay mala situación que no sea susceptible de empeorar, tampoco dio resultados una de las últimas gestiones desesperadas de Negrín que el 6 de febrero Álvarez del Vayo recordó a Pascua: que tratara de conseguir que el material de guerra que se evacuaba de Cataluña a Francia fuese enviado a la zona Centro-Sur y que continuara recibiéndose en esta el material soviético. Reconoció con toda claridad que si no se daban tales condiciones, la resistencia se extinguiría fatalmente. Esto es muy importante porque es difícil que Negrín pensara de otra manera. Tampoco se argumentaba de forma diferente en Moscú. Al día siguiente, la IC telegrafió a Thorez que el PCF debía presionar sobre el Gobierno parisino para que los refugiados militares pudieran regresar a la zona Centro-Sur. Habían de enviarse suministros de armas y alimentos a Valencia. Debían pasar al CC del PCE la necesidad de continuar la resistencia, que se activara el frente levantino e incluso que se cambiara a los ministros que preconizaban la capitulación (Banac, p. 95). Eran, por supuesto, píos deseos. Con cinismo insuperable (Realpolitik, sin duda, para muchos), uno de los altos funcionarios de Bonnet en el Quai d’Orsay, Emile Charvériat, anunció en una de las reuniones semanales con el Ministerio de la Guerra que, a priori, la respuesta sobre el envío de las armas soviéticas remansadas en territorio francés era negativa. «Ese material es una prenda para los arreglos ulteriores con el futuro Estado español» (Lacroix-Riz, p. 374).
Ya el 25 de enero Bonnet había apretado el acelerador. Había recibido, prácticamente en plan de embajador, a Quiñones de León y le hizo sugerencias respecto a quién pudiera ser el representante francés que negociara el reconocimiento con Franco. De entre los nombres que afloraron, Quiñones, lógicamente, se inclinó por Pétain. Al final, se decidió que fuese un senador de derechas, Léon Bérard. Este se desplazó a Burgos el 3 de febrero para iniciar al día siguiente sus negociaciones con Gómez-Jordana. El Quai d’Orsay se preparó para afrontar las consecuencias operativas. Eran tan complejas y diversas que los servicios de Bonnet no podían atender a todas y el 15 solicitaron ayuda a otros Ministerios (CARAN: F60/173). Hacía días que la prensa evocaba la posibilidad de que no tardase en producirse el reconocimiento franco-británico de los vencedores. Azcárate lo comunicó al ministro de Estado. No hay razón para suponer que no lo hicieran Maisky y Suritz al NKID.
Fue en este momento cuando Stalin se pronunció definitivamente sobre qué línea seguir de cara a la República. Lo hizo en respuesta a una nota de Vorochilov del 16 de febrero (Radosh et al., doc. 81) que también se elevó al conocimiento del Buró Político. El comisario para la Defensa dejó entrever que subsistían las dificultades francesas con respecto al tránsito de material. Marchenko, Suritz y un asesor llamado Kolchonov, de quien no sabemos ningún detalle, habían informado a Moscú de que Negrín, por mediación de Pascua, estaba tratando de obtener respuesta a su petición de nuevas entregas de armas. Esta formulación podría hacer pensar que se refería a material francés pero es fácil deducir que se aplicaba a las soviéticas. Vorochilov sugería, en efecto, que se dieran instrucciones a quienes cursaban las peticiones de Pascua. Como entre ellos figuraba el embajador soviético, cabe pensar que también se solicitaba armamento de esta procedencia. Vorochilov expuso el tenor de tales instrucciones. Eran muy precisas y, por lo que hemos podido reconstruir en este libro, la argumentación no era demasiado inexacta. La URSS había tratado con benevolencia las peticiones y, en la medida de sus posibilidades, les había hecho caso. (Tal cualificación es significativa: Vorochilov no podía ignorar el choque con los suministros a China). Se había atendido bastante bien el último pedido hecho por Hidalgo de Cisneros. Ello no obstante, los republicanos no habían podido llegar a un acuerdo con los franceses para su rápido traslado a España. Esto era un poco exagerado, porque el primer envío había llegado a Francia hacia el 15 de enero. Más importante era que una gran parte del material suministrado no había pasado todavía la frontera. Existía el riesgo de que los franceses se incautaran del mismo. Vorochilov hacía una afirmación parecida a la dicha a Hidalgo de Cisneros a principios de 1938. En febrero de todo hace pensar que la impresión no estaba demasiado desenfocada (habría, claro está, que analizar las comunicaciones de Suritz o de su equipe militar para determinarlo, pero ya hemos indicado que el Quai d’Orsay quería prendas para utilizar en las negociaciones con el vencedor y no es imposible que los soviéticos supieran algo)[38]. Vorochilov no dejó lugar a dudas de que no estaba de acuerdo con acceder a las nuevas peticiones republicanas y solicitó instrucciones a Stalin. Fueron negativas. La ayuda soviética, importante, voluminosa, decidida con gran velocidad, había topado con las reticencias de Francia. Al no poder materializarse, los días de fuego estaban contados. Es totalmente inverosímil que Stalin no se diera cuenta de las consecuencias.
Ello no obstante, Payne (p. 355) ha lanzado la tesis de que Stalin carecía de estrategia de salida y que dio órdenes de que continuara la resistencia, ya que ello supondría una distracción que limitaría el avance del fascismo (¿el Tercer Reich?) en otros lugares. No ofrece fuentes aunque tal vez haya utilizado algunas que no identifica[39]. Incluso la noticia de un donativo de cinco millones de francos, en su momento ampliamente difundida, la lleva Payne a su molino. No está claro que los republicanos los recibieran. La oferta fue oral, de Suritz a Pascua, y se hizo el 1 de marzo. Pascua se apresuró a comunicarla a Martínez Barrio al día siguiente. Esto no quiere decir que la BCEN los otorgara. El 28 de abril Azcárate, que ya se ocupaba de los exiliados, visitó a su director y este se escabulló. Seguidamente fue a conversar con Suritz, quien se hizo el loco. Pascua escribió desde Massachusetts el 26 de mayo que no le sorprendían las dificultades, probablemente en razón de cómo había terminado la guerra[40].
En lo que se refiere al problema central, tal vez Payne equipare la visión de Stalin con la del terreno. La primera no tenía por qué coincidir con lo que pensase el PCE, que laboraba bajo el imperio de las condiciones locales. Había muchos motivos detrás de lo que, acertadamente, Elorza/Bizcarrondo (pp. 431ss), han caracterizado de «deriva hacia el numantinismo». A nosotros nos parece sintomático, sin embargo, que los asesores militares soviéticos hubiesen abandonado casi en su totalidad el territorio. Marchenko y su pequeño equipo lo habían hecho antes y por Ocherki, p. 145, sabemos que en febrero dejó de existir la Rezidentur de la NKVD. Las relaciones exteriores del PCE seguían vehiculadas por Togliatti y «Stepanov[41]». En el PCE había gente que hablaba de tomar todos los resortes del poder, otros a quienes asustaba el aislamiento hacia el que se encaminaban y Togliatti estaba lleno de reticencias. El 28 de febrero, día señero en el que las cancillerías empezaron a deglutir el reconocimiento franco-británico, Togliatti transmitió a Moscú el deseo de ayuda de Negrín. El 3 de marzo (Bayerlein, p. 242) envió otro telegrama en el que informaba que Negrín deseaba enlazar (sic) con el Gobierno soviético para saber si podía contar con apoyo material y en qué medida. Es prueba de lo poco que funcionaba en el Estado republicano. Es verosímil que Casado tratara de aislar más aún a Negrín, no entregándole los telegramas a tiempo[42].
Sobre las posibilidades de resistencia en la zona Centro-Sur hubo una época en la que el debate fue muy intenso, también en el seno del PCE, donde Líster nadó a contracorriente. Sus argumentos (pp. 165ss) no tienen en cuenta el clima que reinaba en un EP cuyos mandos o no creían en la resistencia, o conspiraban activamente para liquidarla o se mantenían a la expectativa. Que un sector comunista quería continuar la lucha es indudable. Que estaba bastante aislado, también. La historia canónica (GRE, IV, p. 230) afirma que existían posibilidades de resistir algunos meses. Es más que dudoso. El propio partido, por imprevisión, incapacidad, descoordinación, desorientación o todo ello a la vez no pudo lograr que bastantes de sus propios cuadros secundaran sus órdenes en los momentos decisivos del golpe casadista[43]. En cualquier caso, el final de la guerra no sólo se decidió en tierra española sino también en Londres, París y Moscú.
Al tiempo que se iniciaba la sublevación de Casado, la IC respondió el 5 de marzo (Elorza/Bizcarrondo, p. 433) de manera muy ambigua a la petición de Negrín: sería preciso que el Gobierno republicano estuviera realmente dispuesto a luchar, que tuviese garantizado el paso del material por Francia y que este no cayese en manos del enemigo. Eran argumentos correctos pero a la contestación es imposible atribuirle mucha significación. Reiteraba condiciones que los franceses habían incumplido, como Moscú conocía sobradamente. El propio Dimitrov recogió en su diario que «en la práctica apenas si sería posible organizar la ayuda» (Bayerlein, p. 242). Una visita de Martínez Pedroso el 8 de marzo al NKID debió de reforzar tal impresión. Completamente despistada puso a solfa al Consejo de Defensa (salvo a Besteiro), alabó a Negrín y terminó preguntando si Moscú pensaba establecer algún tipo de relación. Le preocupaba la posibilidad de que los soviéticos pudieran poner obstáculos a su actividad cuando era preciso organizar la salida de la URSS de muchos españoles (maestros, en particular) (AVP RF: fondo 06, inventario 1, asunto 103, carpeta 10, pp. 19s). Nada de lo que antecede hace pensar que Stalin estuviera dispuesto a invertir más recursos en una operación que había llegado a su fin.
Lo que sí parece cierto es que Negrín todavía se agarraba a un clavo ardiendo y que quería continuar la resistencia, aunque sólo hasta un punto determinado. Echó mano de quienes estaban más próximos a tal idea: los comunistas. Con sus planteamientos estratégicos y los puntales que los sustentaban hechos pedazos, la cuestión es por qué no tiró antes la toalla, como se le pedía insistentemente. La abordaremos con brevedad. El tema exigiría un tratamiento más pormenorizado.
RESISTIR PARA SALVAR VIDAS
Negrín (muy criticado en esta última etapa por los comunistas) no tuvo tentaciones de numantinismo. Mientras transcurrieron los episodios descritos en este capítulo, supo que la guerra pintaba mal y empezó a tomar medidas para afrontar las consecuencias de la derrota. Moradiellos (2007) ha destacado las iniciales. Fueron dos: a) el envío a finales de 1938 a la embajada en París de grandes cantidades de archivos oficiales y personales (que forman la base de lo que hoy es el AJNP), y b) una orden a Pascua, poco antes de la ofensiva franquista en Cataluña, para que preparase sitios de garantía y a reserva de un embargo en donde depositar bienes propiedad del Estado. Se trataba de aspectos financieros porque debía de hacerlo de acuerdo con Pedro Pra. Además, debía gestionar el tránsito para embarcar ciertas cajas «en barcos nuestros».
Por su parte el Banco de España llevaba tiempo poniendo a salvo valores en Francia. Por aquellas fechas se registró el paso de varios camiones en franquicia. El 27 de enero dio órdenes al BCEN para que asegurase el pago hasta marzo de los haberes del cuerpo diplomático y consular en el extranjero, cerrase una cuenta en dólares y otra de tesorería en francos y acreditara los saldos a otra en esta última divisa. Finalmente, debía trasladar el total a su Agencia en París. Dada la exigüidad del saldo resultante (algo más de cuatro millones de francos) es evidente que tales operaciones debían de referirse únicamente al propio Banco y no a otras dependencias republicanas[44]. A la vez, el Centro Oficial de Contratación de Moneda ordenó a los bancos londinenses que trabajaban para la República que a partir de la recepción de las instrucciones debían suspender toda clase de pagos que no se autorizasen desde la central. Azcárate informó, por si acaso, al ministro de Estado (AMAE: AFP, caja 122/13). Es evidente la intención de conservar el control de los recursos financieros en el extranjero.
Nada de lo que antecede obsta para que se produjeran rémoras. Al contrario, con el rápido avance franquista y el colapso del aparato estatal, incluso sufrió retrasos la operación conducida por el Ministerio de Hacienda y Economía. Sólo así se explica la carta que el 3 de febrero de 1939 dirigió Pascua a Méndez Aspe en Figueras. Le remitía un proyecto de oficio reservado que le rogó devolviera firmado para regularizar las actuaciones. Le recordó una propuesta que habrá de causar estupor entre los antinegrinistas, antirepublicanos y anticomunistas recalcitrantes. Había insistido repetidamente ante él y ante Negrín en que era preciso tomar disposiciones drásticas para salvaguardar los saldos que habían ido acumulándose en la BCEN. Pascua deseaba que se le autorizara a ordenar su transferencia a Moscú. La situación hasta entonces era la siguiente:
Todas las cuentas de los diversos departamentos dependientes del Gobierno de la República y residentes en París están establecidas a mi nombre, en tanto que embajador de España, y por una autorización mía, conforme a las instrucciones recibidas de Vdes., disponen de sus fondos en la forma en que lo hacían anteriormente las personas que regentan la contabilidad y pagos de esas diversas comisiones o agencias. Mediante una orden que yo pudiera dar en cualquier momento en que lo considerara preciso o conveniente, o en que Vdes. me lo advirtieran, todos los saldos existentes revertirían a mí, en tanto que embajador de España en París. Si circunstancias de índole diplomática, no del todo improbables, hacen que el Gobierno de la República francesa reconozca a Franco e incluso le envíen un embajador y reciba otro de él, los saldos podrían ser afectados por estas medidas … (AHN: AP, 2/17.2).
Pascua no se chupaba el dedo. Como había que evitar la incautación o el embargo, una posibilidad estribaba en poner a salvo los saldos en Moscú. El que lo dijera esto el único diplomático republicano, hiperprudente, obsesionado por la seguridad, que conocía bien la burocracia soviética, las costumbres moscovitas y que había estado asociado desde el primer momento a las relaciones sobre las cuales se había edificado el escudo de la República, nos hace pensar que no desconfiaba de las autoridades financieras de la URSS. La carta llegó en un momento de gran tensión en el que Negrín estaría digiriendo las dramáticas sugerencias de Rojo y Cordón, el frente se colapsaba, ríos de refugiados se encaminaban a Francia, Azaña emprendía su marcha acercándose a la frontera y se procedía a toda prisa a la evacuación del tesoro artístico, incluidos los cuadros del Museo del Prado. En tal situación, de claro desespero, Negrín tomó dos decisiones muy importantes. La primera fue negociar con las autoridades francesas la autorización para el paso en franquicia de un convoy de camiones en los que se trasladaba lo que terminó siendo la carga del Vita, fuente de tantas desavenencias entre Prieto y él posteriormente. La segunda fue la respuesta a Pascua, que trasladó Méndez Aspe. No en el sentido apuntado por el embajador, antes al contrario. Se trata de un documento, que ya dimos a conocer en 1979 (hoy en AHN: AP, 4/2.2) y que no ha perdido un ápice de intensidad dramática (se reproduce en fotografía en el CD del apéndice):
Excmo. Sr.:
Sírvase transferir a la cuenta de D. Pedro Pra López la totalidad de los saldos existentes en las diferentes cuentas que figuran a nombre de V. E. en la Banque Commerciale pour l’Europe du Nord.
Toulouse, 9 de febrero de 1939
El ministro de Hacienda y Economía
F. Méndez Aspe
Vo Bo: El presidente del Consejo y
Ministro de Defensa Nacional
J. Negrín
Excmo. Sr. Embajador de España en París.
¿Qué significa esto? Simplemente que Negrín deseaba tener la vara alta sobre los recursos financieros de la República, que con la transferencia a un particular evitaba la posibilidad de su incautación y que con ellos se encontraría en las mejores condiciones para movilizarlos rápidamente desde Francia con el fin de atender a las consecuencias de la derrota[45]. Todo hace pensar que en torno a la fecha en que tuvo lugar la salida de Azaña cristalizaron decisiones que quizá hubieran podido tomarse antes pero que se adoptaron entonces. Como consecuencia, el 10 de febrero el BCEN comunicó a Pascua que le enviaban cheques en saldo de sus cuentas. Las sumas fueron las siguientes:
The Moscow Narodny Bank, Londres | £ 146 281-6-8 |
The Chase National Bank of the City of New York | $ 1 686 888,35 |
Banque de France | fr. 3 166 295,67 |
Pascua y Pra ordenaron a la BCEN el mismo día que se girara a este último (cuenta I) el saldo de £ 405.362-6-10 (ibid., 4/2).
No fueron las únicas instrucciones. El 11 de febrero, desde Perpiñán, el subsecretario de Estado, Quero Morales, telegrafió a Azcárate ordenándole el giro telegráfico del remanente de las cuentas del Ministerio de Estado en Londres. Debía hacerlo a Perpiñán, a nombre de Julio Álvarez del Vayo, José Quero Morales y Tobío Fernández, indistintamente (AMAE: FPA, caja 122/13). De aquí debían remitirse a Pascua (AHN: AP, 14/19). Ni siquiera la embajada en Moscú se libró. Martínez Pedroso relató en el NKID en su visita del 8 de marzo que había recibido instrucciones para transferir a Perpiñán todas las reservas de que dispusiera la embajada. Lo hizo y se quedó sin un céntimo para pagar el personal (AVP RF: fondo 06, inventario 1, asunto 103, carpeta 10, P-18).
Por último, Méndez Aspe pidió a Pascua el 21 de febrero que transmitiera a Negrín, por cifra, los resultados de sus negociaciones en París con representantes soviéticos, quienes comprarían al contado los cuatro barcos siguientes (ibid., 4/1)[46]:
Cabo San Agustín, | £ 300 000 |
Ciudad de Tarragona, | £ 106 000 |
Juan Sebastián Elcano, | £ 95 000 |
Ciudad de Ibiza, | £ 106 000 |
Total | 607 000 |
No sabemos si la transacción llegó a consumarse, aunque sí nos consta que Negrín la autorizó (se conserva en AJNP una nota manuscrita al efecto). También ignoramos si Fernando de los Ríos consiguió que la Hanover Sales Corporation girase a la BCEN el saldo de una cuenta especial que importaba $ 355 250. En su liquidación hubo problemas inmensos en que no podemos detenernos y un «listo» (que no identificaremos) se quedó con un paquete. En cualquier caso, la documentación localizada no permite pensar otra cosa sino que Negrín, Méndez Aspe y Álvarez del Vayo se disponían a afrontar inminencia de la derrota. La resistencia debía apoyar tales propósitos. Gracias a los papeles conservados por Azcárate es posible documentarlos[47].
El 15 de febrero se entrevistó en París con Álvarez del Vayo. En esta conversación, en la que también participó Pascua, quedó claro que era contraproducente mantener dos de los puntos enunciados por Negrín ante las Cortes. El esfuerzo debía concentrarse en el aspecto relativo a represalias, de manera a poder salvar el mayor número posible de vidas. No sólo por razones obvias de humanidad, sino por razones políticas, «en vista de nuestra acción ulterior» Álvarez del Vayo telegrafió inmediatamente a Negrín en Madrid:
Después hablar extensamente con nuestro Embajador Londres considero elemento máxima importancia gestiones cerca Gobierno británico mantener firme impresión posibilidad resistencia zona Centro-Sur. Empeño Gobierno británico presionar autoridades rebeldes para arreglo permita término próximo lucha será tanto mayor cuanto mayor temor podamos infundirle prolongación indefinida lucha. Difundir directa indirectamente impresión resistencia nula o escasa es disminuir posibilidades solución permita cuando menos salvar miles vidas. Nada contribuiría reforzar esa impresión como presencia Madrid Jefe Estado. Su ausencia reduce gran escala probabilidades éxito gestiones. Estimo necesario llamar atención Gobierno sobre este punto que requiere ya solución inmediata.
No entraremos en los altos y bajos de la acción diplomática ulterior. Con todo, es indispensable mencionar los esenciales. Al día siguiente lord Halifax convocó a Azcárate. ¿Podía darle la seguridad de que el Gobierno republicano terminaría de inmediato la lucha si las autoridades franquistas aceptaban una propuesta británica? Esta comprendía tres puntos: renuncia a represalias políticas; los responsables de delitos de derecho común serían juzgados por los tribunales ordinarios y facilidad para que salieran de España los elementos directivos. El Foreign Office extremó la delicadeza hasta cotas muy elevadas (mala señal). Azcárate, para evitar que se echara atrás, respondió que el Gobierno aceptaría. En la misma tarde, lord Halifax le pidió que volviera. Quería mostrarle el telegrama que, caso de recibir la confirmación de Negrín, enviarían a Burgos. En este punto, Azcárate no se atrevió a ir más adelante. Viajó de nuevo a París y habló con Álvarez del Vayo quien solicitó a Negrín una respuesta. Esta se demoró porque en Madrid no recibió los telegramas. En el ínterin, Franco había contraatacado. Al Foreign Office se le elevó una comunicación mendaz que embarulló los planes. Se transcribe, tal y como se la pasaron a Azcárate:
National Spain has won the war and it is therefore incumbent on the vanquished to surrender unconditionally. The patriotism, chivalry and generosity of the Caudillo of which he has given so many examples in the liberated regions and likewise the spirit of equity and justice that inspires all the National Government’s acts constitute a firm guarantee for all Spaniards who are not criminals. The Courts of Justice applying established laws and procedure promulgated before the 16th July 1936 are restricted to bringing to judgment within the framework of those laws the authors of crimes. Spain is not disposed to accept any foreign intervention which may impair her dignity or infringe her sovereignty. If, by prolonging a criminal resistance, the Red leaders continue to sacrifice more lives and to shed more blood exclusively in their own personal interests then —inasmuch as the conduct of the National Government and of the Caudillo is free from any spirit of reprisalsthey will only succeed in provoking the definite postponement of this insane resistance and will aggravate gravely their own responsibilities.
Muchos de los elementos de la leyenda franquista sobre la resistencia republicana están en esa nota que Gómez-Jordana entregó a Hodgson (Moradiellos, 1996, p. 353). Franco quería la rendición incondicional. No hacía promesas. Evocaba, eso sí, su propio patriotismo, su hidalguía y su generosidad como única garantía para quienes no hubiesen delinquido. Se aplicarían las leyes sustantivas y procesales anteriores al 18 de Julio. Previendo alguna presión por parte británica, no se toleraría ninguna imposición ni restricción de la soberanía. La resistencia se atribuyó a los dirigentes «rojos», que sacrificaban vidas para favorecer sus intereses personales. La nota era mendaz porque desde los lejanos tiempos de los comienzos de la sublevación el naciente Estado, aunque hubiera sido campamental, se había dedicado a destruir el orden jurídico republicano con, entre otros extremos, la ilegalización de partidos y sindicatos, la eliminación de las libertades de expresión e información, la anulación de las resoluciones judiciales de los tribunales, la suspensión del jurado, la derogación del Estado laico y su sustitución por el Estado confesionalmente católico, la eliminación del divorcio, las depuraciones masivas de jueces, maestros y funcionarios, la expansión brutal de la jurisdicción militar y, no en último término, la ley de responsabilidades políticas[48]. Todo este esfuerzo, que continuaría y se acentuaría en la posguerra, estaba destinado a ilegitimar a la República y a borrar en todo lo posible los avances y progresos jurídicos y civiles en ella conseguidos.
Negrín respondió el 25 de febrero. Creía que se le habían interceptado los telegramas. Aceptaba la propuesta si bien hacía notar que la aplicación de las leyes anteriores al 18 de julio equivalía a una declaración de ilegalidad de todas las actuaciones posteriores de la República. Daba en el clavo. Los sublevados de 1936 consideraban que se trataba de un régimen ilegítimo. El 27 de febrero tiró su último cartucho desde Alicante:
Ratifico disposición Gobierno poner fin lucha si se obtiene garantía auténtica no habrá represalias y seguridad evacuación 10 a 20 mil personas. Caso contrario no nos queda otra alternativa que luchar. Represalias Cataluña adquieren volumen monstruoso según declaración evadido. Más de mil soldados y civiles pasados en un solo día lado Franco desde Francia fueron ejecutados con ametralladoras. Divulgue V. E. medios amigos esta represión salvaje que nos obliga a obtener garantía o proseguir en resistencia.
Fuese cierta o no tal noticia, el telegrama llegó demasiado tarde. Ese mismo día, el Reino Unido y Francia reconocieron a Franco. No cabe duda, sin embargo, de la preocupación esencial de Negrín: salvar al mayor número posible de republicanos. Esta postura no sólo era suya. También la compartían los soviéticos. Esto puede deducirse de la entrevista que Azcárate tuvo con Maisky el 24 de febrero. Ambos coincidieron en que la resistencia debía emplearse como elemento negociador para lograr las mejores condiciones posibles respecto a represalias. Maisky consideró que la única garantía eficaz estribaría en obtener facilidades para la salida de España de los elementos comprometidos. Era un extremo de especial importancia y aconsejó que todos los esfuerzos se concentraran en él.
No cesará la discusión en torno a si Negrín siguió el mejor camino para alcanzarlo. Las alternativas que Casado y sus conspiradores eligieron, aunque explicables, no dieron mejores resultados. Al contrario. Hundieron las escasas posibilidades existentes. El informe de «Stepanov», si bien exagerado en algún punto (p. 260), confirma que Negrín no fue una marioneta del PCE:
No teniendo ni su partido, ni su fracción dentro del Partido Socialista, ni su aparato, ningún apoyo por parte de los demócratas y de los socialistas en el extranjero, Negrín se vio obligado a apoyarse exclusivamente en el Partido Comunista y principalmente en las unidades militares comunistas. No contaba con ningún apoyo en el seno de los sindicatos. Pero apoyarse directa y abiertamente en el Partido Comunista y en las Juventudes Socialistas Unificadas no era ventajoso y por eso, más a menudo, para no comprometerse mucho con su colaboración con los comunistas, hizo concesiones a los socialistas, a los republicanos y anarcosindicalistas a costa del Partido Comunista. Dijo frecuentemente que él, Negrín, había dañado al Partido Comunista más que ningún otro y que satisfizo las exigencias de otros a costa del Partido Comunista.
La naturaleza democrática de la República no permitía un juego sustancialmente diferente al que siguió Negrín. Este consiguió bajar el nivel e intensidad de discordia registrados durante el período de Largo Caballero pero los reveses militares la acrecentaron. También la predominancia comunista obró en tal sentido, pero Prieto no supo o no quiso manejarla creativamente, como intentó Negrín. Al final, el abandono de las democracias, en particular la británica, el acoso permanente del Eje y las continuas derrotas fortalecieron el círculo vicioso que se había formado desde el lejano verano de 1936. Ni Negrín ni ningún otro hubieran logrado romperlo.
Si se compara el tono de los mensajes entrecruzados entre Negrín/Álvarez del Vayo y Azcárate/Pascua a lo largo de la segunda mitad de febrero con el aire de relativa confianza que Negrín exhibió de puertas afuera, la discrepancia es notable. La resistencia debía mantenerse, al menos para intentar conseguir que el Gobierno británico pudiera continuar reteniendo su única arma, el reconocimiento de Franco. La idea estribaba en obtener un mínimo de garantías. Su implementación dependió de la buena ejecutoria de una decena de hombres que le eran adictos. Intentó exponerla, con mayor o menor claridad, pero tampoco se le creyó.
Uno de los puntos culminantes se produjo en la famosa reunión de Los Llanos (Albacete) el 17 de febrero de 1939 con los mandos militares y en la que no estuvieron ni Jesús Hernández ni uno de los pocos consejeros soviéticos que todavía quedaban en territorio español, probablemente Sapunov. Las fuentes sobre el desarrollo de la misma son un tanto contradictorias pero los comunistas se enteraron y Franco, más o menos, también. A tenor del informe de «Stepanov» (p. 171), Negrín dijo que Francia no permitía el transvase de armamento a la zona Centro-Sur; que no cabía esperar armas del exterior; que todo el material recibido procedía de la URSS y que continuaban las conversaciones con Francia y el Reino Unido en relación con la paz y las garantías. Todo ello era exacto y probablemente Casado estaba al corriente, si interceptaba los telegramas de Pascua y Azcárate. No parece, sin embargo, que Negrín desvelara sus últimas cartas, aparte de afirmar que el Gobierne había tomado las medidas para que pudieran salir los oficiales en caso de necesidad y que los profesionales no debían tener miedo de quedarse, pues nada les amenazaba. Esto tampoco pudo suponer una novedad para Casado, ya que sus relaciones con la quinta columna le habían proporcionado dos días antes una carta del general Barrón, inspirada por Franco, que le daba garantías (Martínez Bande, 1973, p. 121; Cervera, pp. 401s).
Que Negrín se comportara como lo hizo es explicable. De haber revelado, en toda su crudeza, la desesperada situación exterior hubiera precipitado la catástrofe. Es más, cuando el complot empezó a dibujarse tal vez pensó que podría deshacerlo por dos vías: halagando a Casado (a quien ascendió a general) y dando poder a los militares leales, entre ellos comunistas. ¿Pudo pensar que iba a verse privado del instrumento más importante: la flota? Uno de sus errores más importantes resultó fatal: el nombramiento de Miguel Buiza. En la reunión de Los Llanos los testimonios disponibles son acordes en afirmar que este dijo que la flota estaba cansada y que él no respondía de su comportamiento si no había paz (por ejemplo, «Stepanov», p. 171). ¿Hubiera podido cesarle Negrín a las pocas semanas de haberle nombrado? Optó por otra vía. Alonso (p. 159) señala que a finales de febrero (Azaña ya había dimitido) visitó la base de Cartagena el ministro de la Gobernación, Paulino Gómez. Es verosímil que a consecuencia de su informe Negrín decidiera enviar a un hombre de probada lealtad, comunista, Francisco Galán, para hacerse cargo de la misma[49]. Su llegada fue el detonante de varios movimientos insurreccionales que determinaron que Buiza se hiciera a la mar el 5 de marzo, el mismo día del golpe. Con ello privó a la República del único medio de que disponía para proceder, bien que mal, a una evacuación en masa.
Fue entonces cuando Negrín debió de recibir de Méndez Aspe un desesperanzado telegrama (que se reproduce en el CD del apéndice, doc. 49[d49]): se habían agotado los stocks; si continuaban los aprovisionamientos dentro de muy poco tiempo se extinguiría el fondo de reserva que se estaba constituyendo para el futuro, con vistas a financiar la emigración (Moradiellos. 2006, pp. 448s). Es fácil advertir el dilema. Cabía, quizá, continuar algún tiempo la resistencia, pero a costa de arriesgar el futuro. No sabemos si antes de ello tuvo o no alguna comunicación telefónica con París, pero es improbable que desconociera la situación. En tal contexto fue cuando procedió a sus últimos nombramientos militares, que han dado origen al mito, cuidadosamente amamantado desde entonces por historiadores profranquistas y, en general, antinegrinistas, de que preparaba un ¡golpe de Estado!, para dar el poder a los comunistas. En mi opinión, deben interpretarse al contrario: como una maniobra para asegurar el control del proceso de salvación del mayor número de republicanos. Fueron una estupenda coartada para quienes ya estaban dispuestos a capitular, «entre militares». También ellos querían salvar vidas, pero se equivocaron en cuanto a los medios y siguieron sin valorar adecuadamente la naturaleza del adversario.
En la izquierda británica, que tan vanamente se había batido por influir sobre el Gobierno conservador, algunos se desesperaron. Una tarde, mientras las luces se apagaban sobre Europa, Aneurin Bevan y su esposa, Jenny Lee, leyeron unas líneas amargas de A. E. Housman:
Be still, be still, my soul; it is but for a season:
Let us endure an hour and see injustice done.
En la España de Franco, con sus fronteras cerradas a cal y canto, las horas iban a ser muchísimo más largas que las de la noche europea. Durante muchos años, demasiados, sobre los vencidos iban a abatirse el plomo y la venganza de la dictadura.