Buenas noticias de Moscú
sobre trasfondo de reveses militares
y crisis política
EN LOS MESES iniciales de 1938 el escaso solaz de que disfrutó la República, porosidad de la frontera francesa aparte, estuvo relacionado con la Unión Soviética y, no en último término, con el propio Franco. Lo primero fue resultado de duras negociaciones que podemos alumbrar gracias a la documentación conservada por Pascua y Negrín. Lo segundo se derivó de la peculiar concepción de la guerra que seguía el todopoderoso Caudillo y que veremos en el próximo capítulo. En lo que se refiere a las negociaciones se entremezclaron vectores muy diversos: los contactos sobre el ansiado crédito, la necesidad de seguir vendiendo oro y nuevos planteamientos por parte soviética. La simultaneidad de tales movimientos en un lapso muy corto de tiempo obliga a un esfuerzo de racionalización en el análisis.
NEGRÍN DA UN ÓRDAGO E INSINÚA SU DIMISIÓN A LOS SOVIÉTICOS
Dejamos a Pascua fulminando ante la contrapropuesta soviética a la petición de un crédito de 150 millones de dólares. Los veinte que ofreció el comisario de Finanzas, Zverev, parecían un insulto. En el ínterin se habían producido retrasos de diversa índole por ambas partes. El 13 de diciembre, Pascua se dirigió por escrito al comisario para el Comercio Exterior. Había intentado verle, sin éxito. Negrín estaba preocupado por las mercancías que debían salir de los puertos del Mar Negro. No se trataba de material de guerra pero sí de productos necesarios. También los republicanos se habían rezagado. Había detenidos cinco buques en el Mar Negro a causa de deudas de CAMPSA. Las tripulaciones estaban desmoralizadas. Pascua había aconsejado que se vendieran los barcos o que se alquilaran a los soviéticos para tráfico de cabotaje[1]. El 26 de enero Negrín comunicó el endeudamiento con respecto a la URSS: 357 266 libras, 2 585 250 dólares por mercancías de carga general y 1 321 932 dólares de petróleo, en total unos 64 millones de euros de 2005. Para saldarlo hubiera sido preciso desatender apremios muy urgentes. La delegación comercial soviética en Barcelona reiteraba la necesidad de pago para evitar los trastornos a las organizaciones comerciales y de exportación[2]. Insinuó que de lo contrario se crearían dificultades a la hora de cargar los barcos para recoger el resto de las mercancías adquiridas. Una forma de presionar. Negrín pidió a Pascua que hiciese ver en Moscú la conveniencia de facilidades crediticias ya que hasta el momento se había pagado contra presentación de documentos de embarque (AFCJN: carpeta 25, 1-12e). Pocos días más tarde le recomendó que activase las gestiones porque su presencia le era necesaria en Barcelona. En fechas sucesivas dio instrucciones para que se aceleraran las situaciones de fondos en el BCEN. Había pendientes algunas. Otras se cursarían de inmediato e hizo un gesto. El 9 de febrero comunicó al embajador que ya había abonado cincuenta millones de francos. El resto confiaba en transferirlo en los quince días siguientes. También dio a conocer su valoración de la situación:
No se me ocultan motivos nuestra política que originan dificultades ahí. No puedo vencer esos inconvenientes sin la colaboración y ayuda de nuestros amigos. Sintiéndome desasistido del apoyo indispensable de ahí, desasistencia que estimo consecuencia de una falta de confianza y de no darse cuenta de la limitación de mi poder, me veo obligado a sacar las consecuencias necesarias. Me doy cuenta de la gravedad de mi propósito, pero no puedo seguir asumiendo la responsabilidad de un juego que no dirijo. La reserva comprensible de nuestros amigos no me da autoridad ni fuerza para vencer los escollos con que aquí tropiezo (AFCJN: carpeta 25, 13a-26).
Los soviéticos, no sabemos si coordinada o descoordinadamente, aplicaban la técnica de la ducha escocesa: por un lado el Comisariado para el Comercio Exterior (NKVT) informó el 9 de febrero que ya se habían enviado todas las mercancías pendientes y que desde el 1 de enero habían salido 11 vapores. Esperaban cargar seis más. Por otro lado, su delegado, Malkof, visitó a Prieto el día siguiente para solicitarle la rápida conformidad con las relaciones de los últimos cargamentos (por importe de 5,6 millones de dólares), que se pagara el millón de dólares por enseñanzas impartidas a la primera promoción de pilotos y que firmara él mismo la recepción de los planos de construcción de una ametralladora (Maxim 7,62), de los accesorios y de la documentación técnica. No parecía suficiente que lo hiciera uno de los funcionarios de la Subsecretaría de Armamentos. Prieto llamó al subsecretario del Aire (comunista) quien le dijo que él no podía dar su visto bueno porque faltaba parte del material. El de Armamento (socialista) explicó que hacerlo con tanta premura era como firmar en barbecho. Respecto a la factura de los pilotos, Prieto sugirió que decidiera Negrín (AJNP)[3].
Era obvio que las autoridades económicas soviéticas apretaban. Pascua tuvo un duro forcejeo con el comisario para el Comercio Exterior y su adjunto y con el presidente y vicepresidente del Banco de Estado. Se le repitió que las organizaciones comerciales que no recibían pagos habían entrado en dificultades y que el banco no podía extenderles más crédito. Ello forzaría la suspensión de los envíos. Sugirieron que se liquidase directamente la deuda mediante nuevas ventas de oro o que se transfirieran fondos de los existentes en el Moscow Narodny Bank londinense. Pascua se esquivó: la primera alternativa era demasiado simplista y afectaba a cuestiones de alta política que no estaba autorizado a discutir. La segunda era un asunto que atañía exclusivamente a Negrín y él no conocía sus intenciones y el destino que pensaba dar a tales fondos. Ahora bien, como la balanza comercial bilateral era desfavorable para la República, el problema había que englobarlo en el tema más amplio de la concesión de facilidades (Viñas, 1979, pp. 359s).
El 14 de febrero, Negrín precisó su pensamiento. Antes de que Pascua dejara Moscú[4] debía informar que las peticiones de divisas a las que el Gobierno tenía que atender eran del orden de ocho millones de libras mensuales en promedio para combustibles, materias primas y avituallamiento. Había que añadir las cantidades, enormes, que consumía el Ministerio de Defensa en material de guerra. También se necesitaban urgentemente nueve millones de libras para transportes: carriles, traviesas, locomotoras, vagones, camiones, tractores, etc. No era posible satisfacer ni la mitad de las exigencias. Sacrificándose, estaba dispuesto a dar prioridad a las deudas con la URSS pero a expensas del abastecimiento de la población y de los ferrocarriles. Subrayó que el caso español era quizá el único de un país que llevaba año y medio de guerra sin obtener créditos. Estaba seguro de que, en seis u ocho meses, sería posible conseguir alguno (no explicó de dónde, quizá se trataba de insuflar moral) pero, mientras tanto, la cooperación soviética era insustituible. Como sospechaba, con razón, que los rusos podían estar descontentos no dejó de reiterar que
Reconozco que determinadas conductas y hechos significativos que yo soy el primero en lamentar no pueden crear ahí un ambiente propicio a nuestras demandas, pero es preciso que sepa si cuento con la confianza y el apoyo de nuestros amigos ahí para vencer obstáculos de aquí. De lo contrario mi posición es poco sólida. Si en plazo perentorio la cuestión no se aclara me veré obligado a renunciar a las responsabilidades de Gobierno. Me doy cuenta perfecta de la gravedad de mi decisión y sé que la consecuencia será entregar el mando a un Gobierno que por su falta de ánimo, derrotismo y parcialidad nos llevará a la catástrofe o a un Gobierno, que tal como ya muchos preconizan, busque un arreglo con Italia y Alemania y nos entregue atados de pies y manos a esta última. Soy consciente del peligro, pero no puedo seguir asumiendo una responsabilidad sin el apoyo y colaboraciones indispensables (AFCJN: carpeta 25, 3a-26).
En definitiva, Negrín echó un órdago. No era Prieto el único que sufría, como luego se autopresentó ante la posterioridad. También sufría Negrín pero el problema, de siempre, era el mismo. ¿Qué hacer? Negrín era consciente de que si la URSS no continuaba echando una mano, habría que cerrar la tienda. Tarde o temprano estallaría una crisis gubernamental pero él se adelantaría porque ya habría presentado la dimisión. No parece que amenazase. Ponía a los soviéticos delante de sus continuadas proclamaciones. Sin demasiada ayuda francesa, y en vista del apoyo que las potencias del Eje prestaban a Franco, el dilema de la República estaba claro: seguía combatiendo o deponía las armas.
Pascua se entrevistó el 10 de febrero con Potemkin. Dejaba la URSS. El Gobierno experimentaba grandes dificultades internas. Hasta entonces su mayor soporte había sido la ayuda militar y económica soviética. En aquellos momentos se sentía su debilitamiento. A Potemkin la explicación le pareció pobre y recordó que la URSS siempre se había mostrado receptiva a los deseos españoles. Pascua replicó que su intuición le decía que en Barcelona se estaban incubando decisiones muy importantes y, posiblemente, acontecimientos alarmantes. Era una lástima que los observadores soviéticos parecieran no apreciar la seriedad de la situación y que no enviasen señales de alarma sobre la crisis que se avecinaba (AVP RF: fondo 05, inventario 18, asunto 86, carpeta 144, pp. 3s)[5]. De dónde tenía Pascua estas impresiones no está documentado, pero o se las inventaba o había recibido noticias al respecto.
Potemkin respondió que informaría de inmediato a sus superiores y escribió directamente a Stalin (además de a Molotov, Kaganovich, Vorochilov y Yezhov) (RGAV: fondo 33987, inventario 3, asunto 1149, p. 3). Intervino el segundo (según confesó el 26 de febrero a Pascua en una recepción en la legación de Lituania) y con premura se organizó una reunión de trabajo de alto nivel. Sólo conocemos parcialmente lo que en ella se dijo. Tuvo lugar el 14 de febrero[6]. Al día siguiente Pascua envió a Negrín dos telegramas. El primero lo repitió el 19. Ante la agravación de la situación militar, Moscú trataría de enviar lo antes posible 62 katiuskas y otro modelo nuevo de doble empleo. Le exigieron la más absoluta reserva. Sólo Negrín y Prieto debían saberlo. Los soviéticos tenían una preocupación constante por la incertidumbre del tránsito a través del territorio francés. Revisarían inmediatamente su oferta con las mejores intenciones y darían instrucciones al comisario para el Comercio Exterior de que suavizase sus presiones. En el segundo telegrama, Pascua informó que se le había dicho que los soviéticos estaban muy contentos con su labor como embajador. Les agradaba que hiciese frecuentes viajes a España para allanar dificultades, tantear el ambiente y facilitar soluciones. Los dirigentes le expresaron la alta consideración que tenían de Negrín, cuyo Gobierno estimaban muy superior al de Largo Caballero. También le hicieron una sugerencia tan importante que no se atrevió a ponerla por escrito pero que explicaría en su próximo viaje a Barcelona. Volvió a entrevistarse con Stalin, Molotov y Voroshilov el 26. Es posible reconstruir su tenor gracias al extenso resumen que conservó[7].
STALIN CONCEDE UN CRÉDITO
De entrada, Molotov hizo una oferta a dos años por importe de 50 millones de dólares. Estarían cubiertos con una garantía oro al 50 por 100 y devengarían intereses anuales al 3 por 100. Era un aumento sustancial y con un tipo de interés menor respecto a lo que había sugerido Zverev a finales de noviembre. Pascua planteó dos cuestiones. La primera sobre las modalidades del devengo. El propio Stalin se las explicó. La segunda respecto al volumen, que era más importante. Teniendo en cuenta las enormes cargas de la guerra, 50 millones de dólares no darían para mucho. En aquellos momentos el montante de las deudas republicanas podría ser del orden de 15 o 16 millones. Pascua propuso que se aumentara el volumen y, quizá, el porcentaje de garantía y el plazo de validez.
El poderoso trío consultó entre sí. Al cabo de un rato se declararon dispuestos a subir a 60 millones y a tres años. Pascua se mantuvo firme y continuó regateando. Hubo otra ronda de consultas y, por fin, Stalin habló: subía a 70 millones (unos 786 millones de euros de 2005) y a cuatro años, con una garantía al 50 por 100 que revertiría al Gobierno soviético a los dos. El resto sería pagadero al final del cuarto. Pascua preguntó para qué tipo de gastos. Él prefería que se incluyeran los de material bélico, que eran los más importantes. Stalin reflexionó y respondió que para toda clase de adquisiciones. Se incluirían, no obstante, las deudas acumuladas y el NKVT ya no apretaría las tuercas.
Pascua aprovechó la ocasión para subrayar la gravedad y seriedad de la situación militar, «como lo hice en mi anterior visita, pero en términos más agudos a la vista de las informaciones que me transmite el presidente del Consejo y de su ruego de que se lo advierta así». Los puntos suscitados fueron los siguientes: a) gran desánimo y desilusión después de la retirada de Teruel; b) resultado de la enorme desproporción de aviación existente, y c) efectos de pánico que producía la superioridad franquista. De aquí la necesidad urgente de restablecer rápidamente la paridad, al menos en aviación. De no lograrse quizá se produjeran graves consecuencias en el plano político pues la posición de Negrín se resquebrajaba ya que perdía prestigio ante un desamparo visible. Podían abrirse las puertas a todo tipo de maniobras en contra del Gobierno.
Vorochilov replicó que las cifras dadas por el embajador (500-600 aviones franquistas contra 123 republicanos) no eran exactas. Franco no contaba con más de 250, que estaban concentrados principalmente en Teruel[8]. Pascua contrarrestó aduciendo que Franco recibía nuevos refuerzos y la República ninguno. Vorochilov respondió a su vez que conocía las quejas de Prieto pero que rara vez habían pasado una semana o diez días sin que no se remitieran suministros. Ciertamente no de aviación pero sí otros muy importantes. En lo que a aviones se refería el problema radicaba en los transportes pero, en cualquier caso, no convenía exagerar la importancia de los elementos materiales. Más esenciales eran el temple y el espíritu de las tropas. Molotov abundó en las mismas consideraciones.
Stalin preguntó qué recibía la República de Francia. Nada o casi nada, fue la respuesta. No debía de ser muy importante ni muy bueno pues a Pascua no se le había dado ninguna información. Stalin se despachó con un término poco elogioso para los franceses y remachó que los republicanos no ponían un interés serio y profundo, como deberían hacer, en la fabricación propia. Podían conseguir mucho más. La URSS suministraba motores, que era lo difícil. En resumen, había que reorganizar la industria de guerra[9]. Los argumentos de Pascua no convencieron. Molotov preguntó sobre la actitud de Prieto. El embajador respondió prudentemente:
Hago un gran elogio de su capacidad y atribuyo su estado de ánimo y natural nerviosidad a carencia aviación y elementos y gravedad que él atribuye a la situación, sobre todo por falta refuerzos. Quizá también algo temperamental de reacción por conciencia gravedad situación.
Vorochilov saltó al quite. Los republicanos habían pedido continuamente aviones de bombardeo. Tal y como se había comunicado al embajador en la conversación anterior se suministrarían 61. Pero ¿qué pasó? Que de Barcelona pidieron entonces 30 de bombardeo y 30 de caza. Esto lo decía, escribió Pascua, para mostrar la desorientación y falta de criterio e información de los españoles[10]. Ya de pie, insistió en la necesidad urgente de una ayuda rápida, teniendo en cuenta la buena disposición del Gobierno francés. Stalin le despidió afirmando que «lo haremos, pero hay que organizar allí y sacar más rendimiento». La impresión de conjunto la resumió Pascua en los siguientes términos: «Buen espíritu, pero críticos y duros por creer que nuestro esfuerzo no se desarrolla al máximo». Telegrafió a Negrín que habían ampliado la propuesta inicial y añadió que para las compras de otros países seguirían ayudando, como hasta entonces, las operaciones verificadas con el oro. Aconsejó que no se perdiera tiempo y que se aprovechara rápidamente la favorable disposición del momento[11].
Negrín reaccionó de inmediato. El 3 de marzo respondió que, después de un estudio detenido y ante el apremio de las circunstancias, no quedaba otra opción. El montante era notoriamente insuficiente y casi se evaporaría en el pago de las deudas y operaciones pendientes. Lo que quedase debía transferirse al BCEN (AFCJN: carpeta 25, 13 a-26) a lo largo del mes de marzo ya que la República se hallaba en «situación apurada ante exigencias abastecimientos materias primas y demandas guerra» (telegrama del 7 de marzo, AJNP). Pascua realizó las gestiones correspondientes y, en lenguaje un tanto críptico, respondió que, con el convenio, Negrín tenía en sus manos un triunfo importante, aun cuando debiera mantenerse reservado. Los soviéticos transferían cinco millones de dólares (procedentes de una venta de oro) y el resto lo enviarían antes del 15 de abril. Si no le parecía bien a Negrín, tratarían de realizar la colocación antes del 15 de marzo. De hecho se hizo con rapidez.
El convenio lo firmaron en Barcelona el 7 de marzo Negrín y Marchenko, debidamente autorizado. Su texto, poco conocido, se reproduce en el CD del apéndice (doc. 24[d24]). A tenor del mismo, la URSS abrió varias líneas de crédito. Se estableció una cuenta en dólares, denominada «cuenta especial número 10» en el Banco del Estado a favor del Gobierno republicano. Del depósito inicial se traspasó la cantidad correspondiente de monedas de oro y se formalizó un nuevo depósito cuya composición en oro aleado se indica en el cuadro XI-1.
En esta comunicación de Zverev se indicó con toda claridad que «una vez transferida la cantidad de monedas de oro … al depósito número 2, quedan a disposición del Gobierno de la República (depósito número 1) varias monedas de oro con un peso de 1 452,7 gramos (sic) conteniendo 1 298 104,4 gramos de oro fino y cerca de 580 000 gramos de oro refinado». En vez de «gramos» deben entenderse kilogramos, como es obvio, pero dicha información puso de relieve que en aquella época sólo quedaban dos toneladas de todo el oro enviado. Negrín no había exagerado al hablar de las apremiantes necesidades financieras. ¿Cómo se había llegado a tal situación? El cuadro XI-2 sintetiza las operaciones efectuadas en 1938 y sus resultados.
Si se compara este cuadro con el IV-1 se observa un cambio importante de naturaleza procedimental pero que probablemente obedecía a razones operativas y, en último término, políticas. Así como en 1937 predominaron los pagos directos a la cuenta del agente comercial soviético en comparación con las transferencias al BCEN, al año siguiente todo el contravalor de las ventas del metal se transfirió al Ministerio de Hacienda y Economía. No extrañará que, en consecuencia, la República fuese acumulando deudas con las organizaciones comerciales soviéticas tanto por los suministros no bélicos, que eran los que ya predominaban, como por los bélicos, en regresión. Los motivos de esta modificación no son claros y no hemos encontrado documentación que la explique. Podría tratarse de un esfuerzo de racionalización. O bien de control del gasto. No sabemos si Malkof solicitó en más de una ocasión la conformidad a las facturas de suministros no bélicos. Sólo la documentación soviética podría arrojar luz al respecto.
Desde el punto de vista republicano tenía sentido desviar todas las transferencias hacia el Ministerio, ya que ello permitía acompasar la asignación de divisas a los pagos hacia la URSS y los que había que hacer para atender otros suministros. En la época en que los volúmenes de material, de guerra o no, que veremos en el próximo capítulo, traspasaban la frontera francesa y que los envíos bélicos soviéticos disminuían, tenía sentido dar la prioridad a los restantes suministradores. Quizá fuese ello lo que encrespase la actitud de las autoridades comerciales moscovitas. En definitiva, Negrín pudo intentar crear las condiciones para que la URSS concediera, de facto, créditos puente mientras llegaban a buen término las conversaciones para el crédito de iure. La URSS no perdería nada porque, si se alcanzaba un arreglo, las deudas acumuladas se subsumirían en el crédito. Con cargo al mismo Negrín ordenó el día de la firma que se pagase un total de 33 297 265 dólares, aproximadamente la mitad en concepto de pagos a diversas organizaciones comerciales soviéticas, a las que se debían en torno a 18 millones de dólares. La diferencia entre los pagos y el endeudamiento no está explicada (Viñas, 1979, pp. 402s) y es un punto que convendría aclarar.
No debe creerse, sin embargo, que el Gobierno republicano funcionase normalmente. El impacto de los reveses militares y la desazón política subsiguiente generaron un hálito de caos. En los aspectos financieros exteriores corrientes se notó inmediatamente. Durante el primer trimestre de 1938, las representaciones diplomáticas de la República dejaron de percibir asignaciones de créditos. La desesperación cundió ya fuese en París o en Washington, en Manila o en Moscú. Después de investigar, se encontró el motivo: hasta finales de enero no se habían publicado los estados por conceptos correspondientes a la prórroga del presupuesto (AJNP). El susto debió de ser morrocotudo.
STALIN ORDENA QUE LOS COMUNISTAS DEJEN EL GOBIERNO
Uno de los temas que Pascua tenía reparos en explicar por escrito ha dado origen a interpretaciones múltiples. Se conocen algunos hechos. Lo que falla, en nuestra falible opinión, es incrustarlo en un contexto mejor documentado y que lleva a otras conclusiones. Según el diario de Dimitrov (Banac, pp. 67 y 70s), Stalin había accedido a apoyar a los nacionalistas (y comunistas) chinos con el objetivo principal de ayudarles a ganar la guerra contra los japoneses. Poco más tarde había afirmado que en política exterior la meta esencial de la URSS estribaba en conseguir que Francia se emancipara del Reino Unido, es decir, que pudiera ponerse en una línea que no estuviese subordinada a los deseos de los conservadores británicos (como sabemos, era una percepción que iba ganando terreno en las alturas de la élite francesa, aunque nadie quisiera llegar a tanto). El 15 de noviembre, Ramón González Peña[12] le dijo que la fusión del PSOE y del PCE no sería adecuada porque ello provocaría muy probablemente una reducción de la asistencia a la República por parte de la IOS (lo cual sería contrario a las instrucciones que la Comintern había dado dos meses antes).
No hemos localizado mucha documentación sobre la postura directa de Stalin hacia España en temas políticos hasta el mes de febrero. A partir del día 3 de este salió en escalones hacia Moscú una delegación del PCE —con «Stepanov» y Manuel Delicado (Elorza/Bizcarrondo, p. 410)—. Les precedió el ruego de que no se tomaran decisiones antes de su llegada. Cualesquiera que fuesen las razones, Stalin no esperó porque el 14 bien él o Molotov expusieron sus deseos a Pascua. Tres días más tarde convocaron a Dimitrov y Manuilsky y les dieron un ukase. Los comunistas debían salir del Gobierno republicano. Stalin adujo tres razones: ocupaban puestos de segunda fila (no era un argumento válido ya que los tenían desde septiembre de 1936); la desintegración en el campo franquista se acentuaría (esto posiblemente reflejaba la creencia de que el anticomunismo y la «cruzada» eran dos elementos esenciales que contribuían a mantener unidas unas fuerzas políticas heterogéneas, un enfoque insuficiente pero no despreciable[13]); por último, la posición internacional de la República mejoraría algo. De las tres era la que tenía más sentido, cuando el fantasma de la «sovietización» de España ya no despertaba ni en el Foreign Office ni en el Quai d’Orsay los fantasmas de antaño. Esta es, además, la interpretación correcta porque se la habían dicho a Pascua poco antes y este la había telegrafiado a Negrín: las ventajas de la no participación de los comunistas en el Gobierno, aunque apoyasen intensamente a un gabinete compuesto por socialistas y republicanos competentes y enérgicos, eran que facilitarían la situación internacionalmente[14] (Pascua también indicó la referencia a la retaguardia de Franco). Encontramos, pues, de nuevo el reflejo de uno de los rasgos esenciales de la estrategia estalinista: ayudar sí, pero desde una segunda línea[15]. La retirada debería hacerse sin escándalo, para que no pudiera interpretarse como manifestación de una carencia de empatía entre el Gobierno y los comunistas. Habría que indicar que dado que los sindicatos no participaban, los comunistas tampoco lo harían.
Naturalmente, Dimitrov transmitía a Stalin los telegramas que en aquella época recibía de Barcelona y que ha exhumado Firsov. El mismo 17 de febrero Togliatti había remitido uno que decía:
Dentro del Gobierno se observan las conocidas tensiones entre Negrín, por un lado, y Prieto y los republicanos por otro. Estos últimos trabajan también fuera del Gobierno para consolidar sus posiciones. Negrín quiso subrayar, con una intervención del 16 de febrero, la necesidad de reforzar la unidad de los socialistas, comunistas y del Frente Popular. Fue pospuesta debido al desacuerdo con Azaña y Prieto. Negrín dijo a nuestros camaradas que tenía la intención de aceptar los compromisos que habían vuelto a surgir debido al proyecto inglés de reconocer a Franco como beligerante. También ha declarado que no aceptará las medidas de Prieto porque tienden a debilitar nuestra postura en el ejército y repitió que no seguirá en su posición hasta el punto de que falte al Gobierno el apoyo a la participación de los comunistas o socialistas y el amistoso de la URSS. Considero que el empeoramiento de la situación del Gobierno [vocablo no descifrado] es actualmente muy peligroso. El partido está tomando medidas para aumentar la influencia del partido socialista, de Prieto, de los republicanos, etc., y subraya ante las masas la necesidad del Frente Popular y de reforzar la unidad para solucionar los problemas de la guerra[16].
De aquí se desprenden, al menos, dos conclusiones. La primera es que Negrín decía a los comunistas lo mismo que Pascua afirmaba ante los soviéticos. El apoyo del PCE y de la URSS era indispensable. La segunda es que en aquellos momentos el PCE no parecía plantearse una guerrita contra el PSOE (aunque sí contra Prieto, si bien la debilitaría posteriormente) ni tampoco contra los anarcosindicalistas. Ponía el acento en la necesidad de reforzar el Frente Popular, algo imprescindible. En otro telegrama, no menos importante, Togliatti tiró del timbre de alarma:
Azaña ha dicho a nuestros ministros que no veía la posibilidad de una victoria, que la prolongación de la guerra es ir a una catástrofe y que era indispensable buscar una salida[17] (…) consideró que el Consejo de Ministros debía plantear el problema general de las perspectivas de la guerra. Negrín, por su parte, afirma que si Azaña suscita el tema de la capitulación habrá crisis de Gobierno. Declara que está de acuerdo con nosotros en todos los temas, pero insiste en que nuestros ministros no empeoren las relaciones con Prieto, quien afirma que también él cree imposible una victoria bélica si no recibe pronto aviones y armas (…)[18]. Los dirigentes socialistas están desmoralizados.
La postura del PCE la resumió como sigue: sin dar a su campaña un carácter de oposición al Gobierno, rogar a Negrín que se adoptaran todas las medidas necesarias y se hiciera todo lo posible para involucrar a los socialistas; pedir que se incluyera en el Gobierno a la CNT y actuar de acuerdo con él. Nada de ello era exagerado y demuestra que Negrín se había convertido en el árbitro de la situación. En tales condiciones, ¿cómo se recibió en el PCE el ukase de Stalin? Con sorpresa inmensa. Togliatti la reflejó crípticamente refiriéndose al consejo principal emanado de Moscú (p. 197). Hernández intervino en tono casi desesperado («eso significaría perderlo todo[19]»). Es lógico que el italiano preguntase si se trataba de la salida pura y simple debido a la situación o si significaba «negarse a participar en el Gobierno». Tardó en recibir la respuesta. El punto crítico era la política militar. Togliatti afirmó que las medidas que los comunistas sugerían no se llevaban a cabo. Negrín no se decidía a intervenir. Añadió: «Opinamos que ante una situación cada vez más difícil militarmente y, deseando evitar la catástrofe, hay que exigir a Negrín que reorganice urgentemente la dirección militar. Cuanto más se tarde, más difícil será todo después».
A la vista de estos telegramas, Dimitrov insinuó a Stalin si no convendría modificar el ukase: «Teniendo en cuenta que la salida de los comunistas del Gobierno en la actual situación las masas podrían interpretarla como una huida ante las dificultades de la lucha y que los republicanos burgueses tienden a la capitulación, le solicitamos su opinión e indicaciones». Que sepamos, no recibió contestación, lo cual es significativo[20]. Ahora bien, como es notorio, los comunistas no salieron del Gobierno. ¿Por qué? Para responder a esta pregunta no podemos contentarnos con las comunicaciones entre el PCE y la Comintern. Hay que considerar la actuación del propio Negrín que, dada la importancia del tema, se llevó a cabo en el más absoluto secreto.
El mediador fue, una vez más, Pascua. Le cayó encima la difícil tarea de transmitir la reacción negrinista: fue negativa. El embajador hubo de presentarla en lenguaje diplomático para evitar herir susceptibilidades. Potemkin le recibió el 5 de marzo, poco antes de la firma del convenio de crédito. A Pascua le había llegado un telegrama en el que Negrín expuso sus opiniones. Se resumían en dos argumentos. El primero era que entendía como obligación suya subrayar que en los representantes del PCE el Gobierno encontraba invariablemente colaboradores muy valiosos. Los comunistas eran jóvenes, activos, fuertes y disciplinados. Negrín tenía con ellos una relación de lealtad. Tras esta píldora azucarada, vino el «no». Su alejamiento representaría una pérdida muy sensible. Si los dirigentes soviéticos creían conveniente que los comunistas no ocupasen puestos destacados, él atendería a su deseo pero lo que quería, ante todo, es que su salida no llevara consigo un extrañamiento ni un debilitamiento del apoyo que proporcionaban. El segundo argumento fue que él deseaba que los comunistas continuasen colaborando con el Gobierno, aunque fuera en puestos menos visibles. Ya se preocuparía de que en el gabinete y en el EP entrasen personas que poseyeran la máxima energía y firmeza. También se cuidaría de que nada pudiese ocasionar perjuicios a la autoridad política del PCE y a los intereses de su lucha por la República.
Potemkin debió de quedarse muy sorprendido. Tras el éxito que suponía haber conseguido el crédito, Negrín no dudaba en, con modales exquisitos, llevar la contraria a Stalin. No extrañará que pidiese a Pascua confirmación explícita de lo que acababa de oír. Para que no hubiera dudas se lo repitió y el embajador lo reconoció como una formulación absolutamente exacta. Pascua rogó que comunicase a sus superiores que Negrín tenía la intención de pronunciar el 18 de marzo un gran discurso político. Antes de ese momento solicitaba que se le diesen indicaciones definitivas respecto a la participación comunista. Es decir, además de dar un «no», sugería un plazo de respuesta. A Potemkin no le quedó más remedio que decir que transmitiría el mensaje inmediatamente. Pascua respondió que, en los siguientes días, debería ir a España a petición de Negrín. Estaba claro, escribió el comisario adjunto, que no se iría hasta que no informase de la respuesta[21]. Probablemente Negrín deseaba forzar una decisión definitiva.
Los soviéticos conocían algo de los propósitos negrinistas por las comunicaciones de Togliatti y quizá desearon demostrar que no se les forzaba así como así. El 11 de marzo, Pascua envió su último telegrama desde Moscú. La ocasión la deparó una entrevista con Molotov, quien le encomendó de forma insistente que el tema del crédito permaneciera en el máximo secreto. El embajador respondió que probablemente habría que darlo a conocer a Azaña y Martínez Barrio. Molotov se mostró de acuerdo[22]. Aprovechó para decir que no había nada nuevo en relación con la participación comunista. En cuanto se decidiera algo lo comunicarían, pero sin indicar cuándo. Pascua se ofreció a quedarse por si se necesitaba alguna aclaración. Molotov no se comprometió. En vista de ello, el embajador decidió partir al día siguiente para Estocolmo y quemó todas las cifras (Viñas, 1979, p. 367). Se marchó silenciosamente, nada que ver con la forma en que se le había recibido. En comparación, cuando el embajador norteamericano se fue en junio, lo hizo con todos los honores (DDF, X, doc. 19). La discreción estaba en la línea con lo que Stalin había dicho en febrero de 1937. Nada de grandes gestos.
La tesis de Negrín había sido muy simple. En las condiciones de la época, no cabía prescindir del apoyo explícito de los comunistas[23]. Nadie lo entendería. El argumento de realzar la credibilidad republicana ante las democracias occidentales probablemente le dejaba frío. Había constatado hasta la saciedad la hostilidad británica y, sin dejar de sostener ciertos contactos discretos con neutrales adversos y con el enemigo, ponía sus esperanzas en la conjunción soviético-francesa, a través de la cual, bien o mal, fluían apoyos materiales. Retengamos que era la tercera vez que un socialista decía que no al líder soviético y lo hacía precisamente en un momento en que los historiadores profranquistas y conservadores se deleitan en enfatizar la dependencia de la República ante los presuntos dictados de Moscú. ¿Cuándo hizo algo similar Franco ante a Hitler o Mussolini? Naturalmente, la postura negrinista era condición necesaria, no suficiente. Para que continuara habiendo una presencia comunista en el Gobierno era preciso el consentimiento de Stalin. Hemos de traer a colación tal obviedad porque todo esto sucedía en el mismo período en que empezaban a dar frutos los contactos de Pascua con el NKID. Hubiera sido totalmente incongruente que Stalin dejara de lado la opinión de Negrín cuando contribuía a reforzar su posición mediante el crédito y estaba en marcha la remesa de ayuda militar, limitada cierto es, a través de Francia. El consentimiento de Stalin se produjo, pero tardó.
Mientras tanto, a la dirección moscovita le llegaron informes sobre la actitud antisoviética que empezaba a reinar en la Armada, donde Prieto había procedido a una remodelación de mandos. El nuevo jefe de la base de Cartagena, Antonio Ruiz, se negó a reconocer a los comisarios y tuvo un fuerte encontronazo con Bruno Alonso. Tras una entrevista entre este y Prieto regresó con el ánimo cambiado y dio instrucciones para que cesaran las interferencias pero, cumpliendo órdenes, más o menos despidió a los asesores soviéticos. El subsecretario de Marina, Valentín Fuentes, negó ser el origen pero tuvo que aceptar lo contrario al verse confrontado con su propia firma. El tema se elevó a Prieto que trató de contemporizar. Ante una actitud enérgica de los rusos el ministro llegó a plantear su dimisión, algo que los soviéticos no aceptaron. Este gesto es importante y no deja de tener su morbo a la vista de lo que Prieto diría después. El trasfondo del encontronazo lo dio el aumento de influencia de la oficialidad, de tendencia nacionalista y en cierto modo derechista. Habida cuenta de la gravedad de la situación, los rusos prefirieron no agravar el tema, que poco a poco fue calmándose tras una carta disculpatoria de Prieto. Los informes a Moscú no ocultaron, sin embargo, el deseo del ministro de promocionar a oficiales estrictamente profesionales (RGVA: fondo 33987, inventario 3, asunto 1149, pp. 50-59). La situación de la Armada se agravaría y terminó en una catástrofe.
STALIN CAMBIA DE OPINIÓN
La evolución hacia la crisis de Gobierno ha dado pie a prolijos análisis, académicos y no. Se conocen muchos aspectos de la misma y se dispone de informaciones fragmentarias sobre lo que pensaron o dijeron que pensaban algunos de los afectados. Las memorias de Prieto y Hernández, con sus respectivos ajustes de cuentas, han creado costras interpretativas impenetrables[24]. Ansó, Togliatti, Vidarte y Zugazagoitia esclarecieron parte de lo que ocurría en las bambalinas. Pero quedan cosas por saber y rectificaciones que aportar a las versiones en boga. En primer lugar, hemos de indicar que las noticias que el SIPM proporcionaba a Franco en aquella época eran, cuando menos, agridulces. Un informe del 7 de marzo subrayó las declaraciones de «un significado dirigente rojo» hechas a un íntimo amigo suyo en París. Quienes mandaban en la zona republicana eran Prieto y Negrín. El Gobierno disponía de una tropa de orden público muy disciplinada, «capaz de hacer entrar en razón a la FAI y a los comunistas». La tenacidad prietista limaba competencias a la Generalitat. El EP había mejorado mucho en organización e instrucción. Lo que le hacía falta era aviación, armamento y municiones. Sin embargo, en la retaguardia no se lograba aumentar la producción de material de guerra. Poco a poco iban eliminándose a los pilotos soviéticos, sustituidos por españoles. Por su importancia reproducimos tal informe en el CD del apéndice (doc. 14[d14]).
A comienzos de 1938, pasada la fase de colaboración y tan pronto como cayó Teruel, el PCE impulsó una campaña contra Prieto. Según comunicó este a Negrín en una carta fechada el 1 de marzo[25] el Comité comarcal de Cartagena del PCE le había calificado de «enemigo del pueblo» en un documento del que le había dado traslado. La cosa podría no tener demasiada importancia pero más tarde Dolores Ibárruri, quien también le había atacado en público aunque sin nombrarle, se había entrevistado con él para notificarle que los comunistas estaban en contra de su actuación. En tales circunstancias se produjo un mitin en Barcelona en el que se hicieron comentarios a afirmaciones efectuadas en Consejo de Ministros. Prieto prefirió no responder. Destacó, eso sí, que los comunistas habían acusado al Gobierno de practicar una política de silencio al día siguiente de una alocución de Negrín. También subrayó lo que representaban de ruptura de la solidaridad ministerial las filtraciones y, por tanto, de afrenta a los gobernantes. «Sin dignidad no hay autoridad», remachó. Había transmitido su reacción a Pasionaria y a los ministros comunistas. No estaba dispuesto a soportar una campaña como la que habían lanzado el año anterior contra Largo Caballero. Recordó a Negrín que este último se creía insustituible. «Yo, por el contrario, creo que me puede sustituir cualquiera y, en la mayor parte de los casos, con ventaja». Al final del escrito insinuó: «Puede usted disponer libremente de la cartera de Defensa Nacional, eso en cualquier instante. Mas ante el rumbo que llevan las cosas, no le sorprenda que llegue el momento en que yo estime que por ninguna clase de consideraciones debo continuar en este puesto». La carta la envió también a la Ejecutiva socialista. Obsérvese que, en fecha tan avanzada, Prieto ofrecía dos opciones: su remoción o, si los comunistas persistían, su dimisión.
La campaña no se compadecía demasiado con las condiciones de relativa discreción que Stalin había exigido. La responsabilidad ha de colgarse, pues, sobre los hombros del PCE. No es comprensible si no se tiene en cuenta que la evolución política dependía en gran medida de los altos y bajos de la situación militar. Las semanas previas habían sido malas. Franco, que ya había avanzado por el Alfambra, desencadenó una fortísima ofensiva el 9 de marzo. La llevaba preparando desde, por lo menos, finales de febrero en su único gesto de auténtico estratega en toda la guerra civil[26]. En el mismo sentido iba una carta de Mussolini, del 2 de febrero (DDI, VIII, doc. 87), muy diplomática pero en la que:
Mussolini terminó diciendo que si los planes de Franco no coincidían con tales apreciaciones, y confiaba en que otros factores impulsaran la decisión, resultaría obvio que la permanencia de los efectivos italianos tendría que terminar en algún momento, porque no habría razón para mantenerlos[28].
La ruptura del frente cogió de sorpresa a los republicanos y a Negrín en París. El colapso inicial indujo deserciones y machacó la moral. Rojo no ocultó la gravedad. Toda una división, la 24, abandonó la lucha sin entrar en contacto con el enemigo. Numerosas brigadas mixtas siguieron su ejemplo. El XII Cuerpo de Ejército dejó de existir. Rojo solicitó que se le nombrara general en jefe para adoptar sin dilación cuantas medidas se impusieran. Las memorias de Cordón, a quien convirtió en el responsable de su EM, dan una vivida impresión del desastre. Maldonado ha rastreado los archivos españoles e italianos y destacado dos aspectos: la dramática superioridad de la aviación franquista y las triquiñuelas de Ramón Salas para equiparar los efectivos en liza, abultando indebidamente los republicanos (pp. 317 y 321). En lo que se refiere al primero, decisivo, la fuerza aérea se vio particularmente apoyada por los italianos (que habían venido cediendo aparatos a los españoles)[29] y por la Cóndor.
La temperatura política ascendió con brusquedad en un ambiente en el que arreciaban las críticas contra Negrín y el PCE ante la política de resistencia, según observó Togliatti en un informe que llegó a Moscú el 10 de marzo (Elorza/Bizcarrondo, pp. 407s, 512). En varias reuniones ministeriales chocaron repetidamente las posturas de los partidarios de buscar un eventual compromiso con Franco y los opuestos. El 16 de marzo los comunistas comprobaron que no sólo ellos sino también los anarquistas estaban a favor de continuar la guerra. Una manifestación monstruo, organizada e impulsada por el PCE, ratificó el fervor de las masas en tal sentido. Los socialistas, según Vidarte (pp. 824s), no pudieron por menos que apoyarla. Una comisión en la que estaban representados la UGT, la CNT, el PSOE, la JSU, el PSUC y la FAI se entrevistó con Negrín, quien prometió continuar la lucha. Pasionaria por un lado y Negrín por otro contaron después a Vidarte que había fuertes tendencias hacia la capitulación en el seno del Gobierno. La primera incluso utilizó el término de traición. Había sido una reunión mucho más significativa de lo que suele afirmarse. En ella se examinó una propuesta que Labonne presentó inesperadamente a Negrín: la disponibilidad de París para, de acuerdo con los británicos, examinar si era posible lanzar una negociación de armisticio, tal vez en cooperación con algunos países neutrales. Advirtió de las escasas posibilidades de éxito pero los franceses no querían dar un paso sin el consentimiento previo del Gobierno republicano. El embajador había ofrecido también a Azaña asilo diplomático en su residencia. Zugazagoitia (p. 402) precisa que el presidente no estuvo de acuerdo con la decisión gubernamental, pero no identifica esta. Estribó en rechazar el asentimiento previo del Gobierno a aceptar la propuesta, lo que el propio Azaña consignó (1990, p. 281). Al relatar lo ocurrido a Azcárate, Negrín agregó que se había quedado muy sorprendido (como lo fue el propio Azaña) ante la démarche francesa porque no estaba en línea con las conversaciones que había mantenido en París. Todo hace pensar que se trató de una improvisación, muy en consonancia con la histeria o el doble juego del embajador francés en aquellos días[30].
Sobre el fondo de la tan decantada reunión arrojan luz e interrogantes las memorias no publicadas de Uribe así como un duro apunte de Rojo sobre Prieto, que concuerda con una parte de aquellas a pesar de que, naturalmente, ninguno de los dos supo lo que escribía el otro. Según Uribe, desde hacía algún tiempo Prieto tenía el plan de retirar de la zona Centro Sur todos los efectivos militares y concentrarlos en Cataluña para reforzar la defensa. Esto es contrario a lo que aflora en la literatura, que es precisamente lo opuesto. El exministro comunista afirma, sin embargo, que era algo que Prieto había defendido en el CSG, ante el cual había hecho desfilar a los jefes militares más relevantes con objeto de que informasen sobre la situación, estado de fuerzas, efectivos, material, etc., para que dieran elementos de juicio que reforzaran por sí solos la solución que preconizaba. También compareció el famoso teniente coronel Manuel Urribarri, jefe del SIM, quien poco más tarde se escapó al extranjero con los bolsillos bien repletos[31]. Los militares no se prestaron a avalar las conclusiones de Prieto y subrayaron que las determinaciones políticas correspondían al Gobierno. Uribe recordó que el más contundente a tal respecto, como buen conocedor de las intenciones del ministro, fue Rojo[32] quien probablemente fue asimismo, el autor de un conocido informe (XI, Martínez Bande, pp. 308-313) que preconizaba precisamente lo contrario. Si tal versión es correcta, Prieto se vería inducido a dar marcha atrás. Quizá ello explique que presentase la postura de Rojo como propia[33].
Mientras la aviación italiana desparramaba toneladas de bombas sobre Barcelona y se multiplicaban los síntomas de la descomposición republicana tales como peticiones de pasaporte, renuncias, lenidad en los tribunales, reblandecimiento policíaco, según comentó Zugazagoitia a Pascua (4 de abril, AHN: AP, 2/16), Azaña solicitó una reunión de los dirigentes de los partidos políticos. Sus argumentos condujeron a unas conclusiones muy parecidas a las de Prieto. Por el PCE le respondió José Díaz afirmando que se extralimitaba en sus funciones y que trataba de influir en los presentes para llevarles por un camino que no era el de la defensa de la República. Martínez Barrio y Companys tampoco se prestaron al juego. Los demás lo rechazaron limpiamente. Los anarquistas extrajeron sus propias conclusiones. En primer lugar abogaron, según Uribe, por la creación de un Gobierno obrero, porque «todos los burgueses eran capituladores», y se acercaron a los comunistas. Prieto se negó a retirarse, alegando que en los momentos graves no se dimitía (olvidó lo que había ofrecido tras la caída de Bilbao y del Norte).
Los comunistas habían jugado al alza. Una nota del 15 de marzo recoge los problemas que plantearon a Negrín: realización inmediata de sus propuestas que el presidente podría llevar personalmente al Consejo de Ministros; convocar a todos los partidos del Frente Popular y organizar la resistencia política a cada intento de capitulación; resolver el problema de Rojo, del que desconfiaban, poniendo cerca de él a un ministro como comisario especial del Gobierno; realización de cambios en el Comisariado; creación de centros de recuperación de los emboscados; envío de comisarios extraordinarios en todos los centros de instrucción de reclutas; creación de un consejo coordinador y planificador de la industria de guerra dirigido por el ministro de Defensa; constitución en Presidencia de un grupo de técnicos para que controlasen dicha industria; nombramiento de un delegado extraordinario del Gobierno para organizar la industria de aviación; militarización del transporte; reclutamiento intenso de voluntarios para Carabineros, etc. Sólo al final de tal lista evocaron la posibilidad de cambio del ministro de Defensa Nacional y el deseo de que el CSG funcionase normalmente[34].
A tenor de los recuerdos de Vidarte, en el seno de la Ejecutiva socialista se produjo una fuerte confrontación entre Negrín y Prieto. Se advirtió que sólo había dos soluciones: la dimisión del primero y su sustitución por el segundo o la salida de este. Para nuestro argumento, más significativo que los hechos anteriores es que el 18 de marzo Togliatti envió un telegrama a Moscú, a la atención de Manuilsky. En él se reflejaba el clima dominante de excitación, enervación y confrontación[35]. Que sepamos, no es conocido en la literatura occidental y, por su importancia, lo reproducimos en el cuadro XI-1, tanto en la versión literal —es decir, con los códigos utilizados en la época— como en limpio.
Este telegrama se descifró, según Firsov, el 19 de marzo. Hay que suponer que se reelaboró rápidamente para darle un estilo más formal y en ese mismo día o al siguiente como máximo Dimitrov lo remitió a Stalin. Esta secuencia temporal es muy importante porque, como han indicado Elorza/Bizcarrondo (p. 415), la respuesta de Moscú anulando el ukase se produjo el 20. Es decir, en aquellos momentos Stalin ya no dudó mucho tiempo. El terreno quedó expedito para la continuada participación comunista en el Gobierno republicano[36]. Debió de sorprender en Barcelona dado que «Stepanov» y Delicado todavía no habían regresado. Lo hicieron el 22 pero ello no impidió que continuaran las discusiones puesto que Togliatti, no Gerö como afirman tales autores (pp. 415s), telegrafió el 23 preguntando si la anulación valía sólo para aquella situación concreta o si tenía una validez general. Elorza/Bizcarrondo han recogido la respuesta: hasta que variara la situación de suerte tal que la salida del Gobierno presentase las ventajas que se habían comunicado a los emisarios[37].
¿Por qué cambió Stalin? Es una pregunta pertinente porque por aquella época había negado a Thorez la participación comunista en el segundo Gobierno Blum[38]. De haberla autorizado quizá la vida de este hubiese sido menos corta y la evolución política francesa hubiera discurrido según otra dinámica. En el caso español, Stalin modificó su actitud, en nuestra opinión, esencialmente por dos razones. La primera es porque entre lo que Pascua había contado a Potemkin por orden de Negrín y lo que decía Togliatti en nombre del PCE existía un punto común: los comunistas debían continuar asociados a la política de resistencia. En segundo lugar, porque el telegrama de Togliatti mezclaba argumentos sensatos y otros que apelaban a la fibra más sensible del dictador soviético. Destaca al respecto la acusación a los «trotskistas» como responsables del hundimiento del frente de Teruel. Para Stalin esto era como mentar a la bicha y no es descartable que Togliatti lo indicara con una intención táctica: enlazar la situación en España y la guerra a muerte contra el trotskismo desencadenada en la URSS. Es lo que había ocurrido en septiembre de 1937 en el seno de la IC. En ambos casos los «trotskistas» aparecían como un riesgo para la seguridad del Estado, soviético o republicano. De la misma forma que no se les daba cuartel en la URSS, tampoco podía dejárseles que siguieran haciendo de las suyas en España. Si tales hipótesis no fueran convincentes habría que explicar por qué Stalin tardó tanto en reaccionar a las insinuaciones que le habían llegado previamente, tanto de Dimitrov como de España, para que revisara su ukase[39].
Los comunistas sugerían medidas obvias. La más importante era el paso de Negrín al Ministerio de Defensa. No cabe exagerar su significación política en el sentido, abrumadoramente presente en un sector de la literatura, de que con ello querían poner a alguien que les entendía en el puesto operativo más decisivo de la República. Según Vidarte también la Ejecutiva socialista había llegado a tal conclusión. Marchenko no había pensado en la conveniencia de sustituir a Prieto en noviembre. Es más, los asesores soviéticos, se habían pronunciado en contra semanas antes.
Ahora bien, ¿qué otras alternativas existían en términos operacionales? Subrayaremos más bien el deseo de que un comunista ayudara al nuevo ministro y que otro se encargara del Comisariado de Guerra. El refuerzo, disciplina y reorganización del EP estaban en juego en unos momentos de crisis abierta en el frente. Incluso Rojo había presentado su dimisión que, naturalmente, no le fue aceptada. Obsérvese, además, que el PCE se situó incluso en un escenario de emergencia extrema: el que se produjera una traición que pudiera hundir la resistencia (como ocurrió en marzo de 1939). Para ese supuesto se pensaba en medidas extraordinarias tales como la constitución de un Gobierno integrado por comunistas, UGT y CNT (es muy importante la implicación de esta última) a la vez que se movilizarían paroxísticamente las masas republicanas.
En definitiva, entre las tres alternativas que venían empozoñando el debate político interno (resistencia, búsqueda por extranjeros interpuestos de una mediación o armisticio, capitulación), los comunistas, Negrín y los anarcosindicalistas se decantaron por la primera. Para completar el cuadro, convendría comparar las sugerencias del PCE con las informaciones que habían ido remitiendo los asesores soviéticos, algo que no podemos abordar en esta obra. Sí cabe afirmar que a Moscú habían llegado informes republicanos, tanto por el lado del Comisariado como del mando militar. El primero explicaba el colapso del frente de Teruel por las debilidades de que adolecía el EP[40], errores tácticos y el peso abrumador de los medios materiales, especialmente aviación, de los atacantes[41]. Esto último está revalidado por la investigación[42]. El PCE también sugería que se redujera el número de ministros de los partidos republicanos y que la CNT tuviera un ministro sin cartera, idea que correspondía, por lo demás, a los deseos anarcosindicalistas.
EL TRASFONDO DE LA SALIDA DE PRIETO DEL GOBIERNO: UN MITO QUE SE DERRUMBA
La significación de la crisis está ligada a la figura de Prieto y su salida de la cartera de Defensa[43]. A pesar de lo que registra una abundante literatura, que ha solido seguir la versión prietista y en la que brilla con luz propia (pero no por ello menos rechazable) la tan ensalzada interpretación de Bolloten, no se produjo por exigencias de Moscú. Tampoco fue la culminación inevitable de peticiones del PCE, que ciertamente ya no le estimaba. Los autores se han basado por lo general en una glosa de los argumentos y contra-argumentos contenidos en el Epistolario Prieto-Negrín, publicado en el contexto de las agudas controversias tras el final de la guerra y cuando el primero se había hecho con una base de poder propia, al incautarse del valioso cargamento del vapor Vita (Negrín se refirió en corteses, suaves y crípticas alusiones al tema, p. 59).
Conviene situar la cuestión en su perspectiva. Las relaciones entre Prieto y Negrín habían ido enfriándose ante la evolución de la contienda pero no hay que sobreacentuarlas, como se hace habitualmente. No cabe descartar que otras razones hubieran empezado a cobrar importancia. En qué medida pudieron tener que ver con los informes de «C», sobre todo en lo que se refería a presuntos trapicheos económicos de Prieto y su hijo, con el fin —según acusó— de hacerse un «colchoncito» para después de la derrota[44], no está comprobado. Sí lo están, por el contrario, algunas decisiones que pueden representar una cierta reacción en tal línea. El 4 de enero de 1938, Negrín escribió a Prieto explicándole con todo detalle los motivos por los cuales convenía que en lo sucesivo las adquisiciones de material de aviación se hicieran a través de la Campsa-Géntibus (que actuaba sobre todo en el ámbito de las transacciones comerciales ordinarias). Ello implicaba retirarlas del ámbito de la Comisión Técnica parisina, sobre algunos de cuyos integrantes no cesaban los rumores de escándalo. Prieto se mostró conforme aunque advirtió que lo que iba a suceder es que la delegación de Aviación se partiría en dos, con lo cual aparecería un nuevo escalón burocrático (AJNP).
La operación de París era muy importante. En ella se centralizaba lo que la República adquiría por las vías del contrabando[45]. Su contrapolo en los pagos lo constituía el BCEN. A finales de 1937, los compromisos aceptados ascendían a unos 75 millones de francos y lo previsto para los siete primeros meses de 1938, si todos los planes se cumplían, podía llegar a los 1500 millones. El lector puede preguntarse a qué se destinaba tan enorme cantidad: motores de aviación, repuestos, accesorios, primeras materias para reparar aviones, armamento, municiones, maquinaria para las fábricas y, por supuesto, aviones mismos. Se pensaba en adquirir, pero ignoramos si se hizo, 18 Potez 542 para bombardeo nocturno, 30 Caproni o similar de bombardeo rápido, 22 Bellanca y 25 G-1 de bombardeo y ataque, 40 Avia de caza, etc. En diciembre de 1937 se había pensado que en el caso más favorable debían comprarse 178 aviones; en el menos favorable, 38. Se habían estimado necesidades en cuanto a elementos terrestres y material antiaéreo. Hasta julio de 1938 el total de fondos requeridos se desglosaba como sigue:
En definitiva, se trataba de una mina de oro de cuyo funcionamiento, que había dado origen a tantas sospechas, no se sabe demasiado. En una nota a Prieto el 7 de enero de 1938, Negrín señaló que en diciembre se habían situado 98 millones de francos para aviación, aparte de otras sumas para maquinaria, materias primas, camiones, etc. «Si esas cantidades, como a no dudarlo se hace, se emplean debidamente, el temor de que nos quedemos sin aviación aunque los rusos se retrasen es un tanto exagerado». Añadió significativamente:
Si se tiene en cuenta que ni Inglaterra, Francia, Alemania, Italia o Estados Unidos gastan lo que nosotros para adquisición de material, según los datos presupuestarios pedidos por mí, y de los que dentro de unos días podré darle el detalle preciso, no veo motivo de grave alarma, por temor a que nos falte material. Si llega. Lo que sí me permitiría rogarle es que sembrara en sus servicios, con la maestría con que U. sabe hacerlo, la preocupación de que el sacar el máximo rendimiento a las divisas que se conceden tiene tanto valor y desde luego es tan indispensable, por lo menos, como el heroísmo y pericia que con derroche se prodiga (sic) en el arma de aviación.
Es decir, Negrín anticipaba retrasos pero, en el fondo, no parece que para entonces confiase demasiado en la Comisión Técnica o en Prieto. Este último respondió puntualizando dos cosas. La primera, que las insidias contra el delegado de Aviación, coronel Ángel Pastor, probablemente procedían de los anarquistas (no le faltaba razón), quizá en connivencia con un aventurero, Michel Holzmann, que a través de un tal Jácome había estafado una cantidad considerable al Ministerio. La segunda, que el nuevo sistema ocasionaría, en su opinión, muchos perjuicios[46]. Mientras tanto, el comunista Antonio Camacho, subsecretario de Aviación, apretaba a Francisco Méndez Aspe, su colega de Hacienda, urgiéndole la necesidad de enviar fondos a París con el fin de aprovechar las posibilidades de adquirir aviones que «de ser un hecho, nos daría francamente una superioridad en el aire, cosa que ahora no tenemos». Añadió, con fecha 6 de febrero: «Como para la próxima primavera el enemigo ha de hacer un ataque fuerte, si llegásemos a conseguir este material, unido a la producción de nuestras fábricas y el que pudiera enviarnos la URSS … aseguraría que la victoria sería nuestra y a breve plazo». Ilusiones que no se cumplieron. Méndez Aspe, angustiado, trasladó a Negrín las peticiones.
No hemos localizado evidencia que nos permita clarificar más la cuestión[47] pero, en términos políticos y administrativos, la significación de las medidas adoptadas era obvia: Negrín transfirió a su cartera la responsabilidad y la supervisión de tales adquisiciones, hasta entonces controladas por Prieto. La modificación era todo menos desdeñable[48]. La operación de París se mantuvo por diversas razones. Entre ellas, que la alternativa estribaba en depender más intensamente de la URSS que, como Negrín dijo a Zugazagoitia el 25 de junio de 1938, cobraba demasiado por sus servicios. Tal ayuda costaba «un riñón» (AHN: AP, 2/16). En esa situación, ¿qué ocurrió después?
La última reunión del Consejo de Ministros anterior a la crisis tuvo lugar el 29 de marzo. Se han conservado restos de la correspondencia cruzada días antes entre Prieto y Negrín hasta ahora no conocidos. Se reproducen en el CD del apéndice (doc. 18[d18]). No se advierten grandes tensiones. Grigorovich volvía a la URSS y Prieto sugirió a Negrín que presidiera la comida de despedida. Es más, le trasladó alguna de las recomendaciones del general en el sentido de que no se desaprovechara la posibilidad de adquirir aviones que no fueran soviéticos ya que Negrín parecía confiar demasiado en los envíos de la URSS. Esto hace pensar que Grigorovich sabía que Stalin no haría el envío y que Negrín era presa de un cierto wishful thinking.
En lo que se refiere a la reunión ministerial, Zugazagoitia (pp. 410s) y Ansó han contado algunas de sus interioridades[49]. Prieto dio por sentado que la ofensiva franquista llegaría al Mediterráneo y que cortaría en dos el territorio republicano. Al traslado a la zona Centro se opuso Negrín. Esto ha sido criticado recientemente por Miralles (2007, p. 63) pero, en mi opinión, con la lábil situación francesa, la dependencia republicana de los vitales suministros que traspasaran la frontera y la necesidad de estar en contacto permanente con París, había poderosos motivos para continuar en Barcelona. Prieto respondió que entonces sería preciso tomar medidas precautorias tales como nombrar a Miaja jefe militar de toda la zona no catalana e instalar en ella delegaciones ministeriales con poderes adecuados con el fin de evitar consultas inútiles ya que las comunicaciones entre una y otra se verían dificultadas. El cuadro que describió era, según relató Negrín al subsecretario de la Presidencia, José Prat, profundamente descorazonador. Fue en aquel momento cuando preguntó a Zugazagoitia si creía que Prieto pondría dificultades para aceptar un cambio de cartera. Recordemos que, tan sólo cuatro semanas antes, este había escrito que podía disponer de su puesto pero como habían ocurrido tantas cosas la cuestión era pertinente.
Negrín deseaba que Prieto continuase en el Gobierno, con independencia de lo que pensasen los comunistas (algo en lo que lamento discrepar de la argumentación de Miralles, 2007, p. 84). También lo quería la Ejecutiva del PSOE. El 30 de marzo llamó a Zugazagoitia y le encomendó formalmente la delicada misión de que sondeara a Prieto para ver qué es lo que quería. Él mismo se ocuparía de la parte operativa de la defensa y le ofreció una nueva cartera, de Guerra, que desglosaría. Esto significa que, para mantenerlo en el gabinete, no tenía inconveniente en devolverle las competencias que le había arrebatado dos meses y medio antes e incluso a ampliárselas. También, obvio es decirlo, que la actitud del PCE le importaba poco porque, al fin y al cabo, la nueva cartera desglosada no apartaba a Prieto de los temas militares. Es una medida, entendemos, de la importancia que atribuía a su permanencia, a pesar del pesimismo prietista del que ya había hablado en tonos un tanto descompuestos a Azcárate.
Zugazagoitia cumplió el encargo y su respuesta fue que Prieto no sólo no estaba enfadado sino que pareció relajarse. Había respondido que lo que Negrín hacía era lógico y normal ya que él creía la guerra perdida y no podía seguir en Defensa. Estaba dispuesto a dar todas las facilidades posibles pero no veía cómo podría realizarse el desglose de Guerra del Ministerio de Defensa Nacional y no quería dar la impresión de permanecer en el Gobierno con un rango disminuido. Aconsejó a Negrín que no asumiera la cartera de Defensa porque le acarrearía el peso de una derrota inevitable. Lo mejor sería poner en ella a un militar profesional. Entendemos que esta sugerencia, que Negrín no recogió, quizá hubiera sido más útil que la de trasladar la sede del Gobierno a la zona Centro-Sur. El problema era ¿quién se haría cargo de la cartera? Probablemente la única alternativa seria hubiera sido Rojo pero es obvio que Negrín confiaba en sí mismo más que en el jefe del EMC, que quedaría a sus órdenes. Inmediatamente después, Prieto escribió a Negrín una carta que dio conocer en su informe al Comité Nacional del PSOE, aderezada de algunos aguijones y que se reproduce en el CD del apéndice (doc. 18). Su formulación quedó matizada. No es de extrañar que a Negrín le pareciera que no cerraba la puerta a la permanencia en otras condiciones[50]. No es esta una deducción infundada. A Togliatti (p. 194) le llegó la noticia de que Prieto no dijo que quisiera salir del Gobierno.
Con todo, en el Epistolario, Prieto la presentó como una renuncia inequívoca. Esto no es sorprendente. Tanto en su mencionado informe como en su cruce de cartas con Negrín en 1939, Prieto sembró pistas falsas y enfatizó que hubiera debido dimitir tan pronto como se produjo en el Consejo de Ministros un famoso choque con Jesús Hernández[51]. En particular hizo hincapié en que no quería estar en un Gobierno en el que debiera convivir con un compañero que tan sañudamente le había atacado. Según Negrín, si tal era el obstáculo, sería este último quien saldría del Gobierno (algo que rozó, aunque no en tanto detalle, en el Epistolario, p. 33). A tal efecto, convocó a algunos miembros del BP y les notificó su intención de proceder a la remodelación. Se quedaron muy sorprendidos al saber que Hernández no formaría parte y replicaron que debían consultar con el pleno. Volvieron a las pocas horas: si iba a haber un único comunista preferían que fuese el ministro de Instrucción Pública. Negrín replicó que era precisamente Hernández quien debía cesar. Los comunistas se aguantaron y solicitaron para él el puesto de comisario general. Negrín tampoco lo aceptó con el argumento de que justamente un miembro del PCE no podía ocuparlo. De nuevo los comunistas se plegaron[52]. Nada de esto es demasiado compatible con la versión prietista. Por otro lado, llama poderosamente la atención, además, que Prieto se centrara en Hernández pero que dejase de lado los ataques mucho menos velados que le había dirigido Uribe, también compañero de gabinete. ¿Por qué no aludió a ellos ni en sus cartas a Negrín, ni en su alegato ante el Comité Nacional del PSOE, ni en sus escritos posteriores?
En realidad, los artículos de Hernández fueron un dechado de sutileza en comparación con lo que afirmó Uribe en, por lo menos, dos arengas. Una en Unión Radio y otra en una alocución en el Teatro Calderón. Los reproducimos parcialmente en el CD del apéndice (doc. 19[d19]). Repárese en una circunstancia. Cuando Prieto se quejó a Negrín el 1 de marzo de los ataques que le propinaba el PCE, se refería a reproches que tenían que ver con la falta de reacción a la caída de Teruel y la ofensiva franquista en Aragón, atonía que cabía identificar con derrotismo y capitulación. Pero los embates dialécticos de Uribe fueron mucho más allá y el del Teatro Calderón en particular hizo referencia a un manifiesto conjunto PSOE-PCE-UGT (cuyo texto recogió Mundo Obrero el 28 de febrero) donde se comprometían a mantener la inquebrantable fe en la resistencia y en la victoria. Es decir, Prieto jugó con la verdad porque lo que le interesó era señalar no que él se estaba aislando sino que los comunistas y sólo los comunistas le empujaban. La cosa no tendría mayor trascendencia si la versión prietista no hubiese alcanzado el estatus de verdad trascendente y, por definición, inatacable. Negrín, entre tanto, volvió a la carga a través de Zugazagoitia. Que eligiera Prieto. Se le ocurrían dos alternativas: que se quedase como ministro sin cartera y adjunto al presidente o que asumiera Obras Públicas (Vidarte, p. 854, añadió Gobernación). Prieto se esquivó: no quería un retiro honorable y le parecía ridícula la segunda cartera cuando apenas si había trabajos públicos. Pidió Hacienda, que era como mentar la proverbial bicha. Negrín respondió que «mientras dure la guerra el Ministerio de Hacienda tiene que estar sometido a las necesidades de la misma y no puede tener una política propia». Este va y viene se desarrolló sobre un trasfondo de tensión y de especulaciones entre la clase política con, naturalmente, desbordamientos hacia el exterior. Era imposible mantener la situación de forma indefinida.
Rememorando este clima, muchos historiadores, por no decir casi la inmensa mayoría, han tendido a asumir los planteamientos ulteriores de Prieto y a presentar su salida del Ministerio de Defensa Nacional como resultado de una insoportable presión comunista. Las cosas, sin embargo, no parece que fueran así. En contra de los postulados bollotonianos, tan apreciados por autores profranquistas, conservadores, anarcosindicalistas y guerreros de la guerra fría, el PCE bajó drásticamente sus reivindicaciones en el corto lapso de dos semanas críticas. Ello se refleja en un documento que resume la postura que los dirigentes del PCE plantearon a Negrín en torno al 3 de abril, un par de días antes de la remodelación gubernamental[53]. Es sumamente clarificador de un terreno que sigue estando minado. Los comunistas continuaban creyendo que la situación militar era muy grave, pero no desesperada. El enemigo había atacado con aproximadamente 200 000 hombres en tanto que el EP disponía de unos 130 000 en el Este, a los que había que añadir 65 000 del Ejército de Maniobra. Si las líneas hubiesen estado fortificadas y se hubieran desplazado a tiempo las fuerzas de reserva, no se habría creado la crisis militar. El PCE entendía que la dirección del EP había cometido graves errores al apreciar la situación. Las reservas se habían enviado gota a gota, lo que había permitido al enemigo batirlas separadamente. Se había echado en falta más energía por parte de la dirección militar, a lo que se añadía que desde hacía quince días prácticamente no había Gobierno.
En su entrevista con Negrín, los comunistas denunciaron los retrasos en tomar decisiones de gran importancia tales como las referentes a la constitución de nuevas reservas, rápida movilización de nuevas quintas, desplazamientos organizados de reservas desde otros frentes, centralización y militarización de los transportes, reorganización del EM del Ejército del Este. Su diagnóstico fue que la situación militar era consecuencia de una política militar errónea. No todo estaba perdido, sin embargo. El pueblo no se daba por vencido. Miles de soldados habían regresado de Francia para seguir combatiendo. Los casos de pánico se debían a errores o fallos del mando. Había armamento. Llegaría más. Existían las condiciones necesarias y suficientes para la resistencia. Un compromiso en aquellos momentos con el adversario sería una rendición. Era preciso sacar hombres de otros frentes, concentrar las fuerzas, obstaculizar el posible corte de la zona republicana. Si se producía, como fue el caso, habría que organizar líneas de resistencia sólidas y promover, sobre todo, una dirección enérgica de la guerra.
Los comunistas recordaron que en la reunión del Consejo de Ministros del 15 de marzo habían hecho una serie de propuestas que incluso Prieto había reconocido como adecuadas. Eran, probablemente, del tenor consignado en la nota del día 13. Pero después no se había hecho nada. De aquí que el PCE hubiese dado comienzo a una campaña de movilización general y que tomara medidas tales como formar dos divisiones de las JSU, a pesar de los impedimentos interpuestos por la dirección militar. El CSG se había reunido en varias ocasiones, sin resultado. Por ello se intentó forzar el reclutamiento de más voluntarios, aunque el ministro de Defensa no lo había visto con buenos ojos. El 28 de marzo, el PCE había planteado nuevas propuestas a Negrín que también quedaron sin consecuencias. ¿Resultado? El EMC y muchos combatientes estaban desmoralizados. Tras este análisis, que suponemos se ampliaría en la entrevista con Negrín, los deseos del PCE se concretaron en la necesidad de llevar a cabo una política de guerra enérgica, que era cuando menos una exigencia bastante trivial, y para conseguir la cual los comunistas estaban dispuestos a hacer todos los sacrificios. Específicamente, los dirigentes (¡ojo a esta afirmación!) señalaron que no tenían nada en contra de Prieto, si bien había que reconocer que su dirección no había estado a la altura de la situación. Sobre estaba base preconizaban: que no hubiera crisis; que si se quería ampliar el Gobierno con representantes de la UGT y de la CNT se hiciera, pero rápidamente porque ello no debía llevar a perder tiempo; que se concedieran plenos poderes a Negrín para reorganizar el gabinete como Gobierno de guerra y de unión nacional y, por último, que se llevara a cabo la remodelación urgentemente, porque todo retraso podría ser fatal. En la cuneta habían quedado muchas otras sugerencias como las relativas a Rojo, envíos de comisarios extraordinarios, destituciones, etc.
¿Qué significa todo esto? Pues, simplemente, que ante la posibilidad de que Negrín pudiese sustraer a los comunistas una de las carteras o incluso las dos que ostentaban (quizá porque no se fiaban de la aquiescencia moscovita, «sacada» a Stalin por Togliatti) el PCE se ponía a la entera disposición del presidente del Gobierno, daba marcha atrás en sus ataques a Prieto, se reconciliaba con su permanencia en el gabinete (aunque mantenía sus críticas) y dejaba a Negrín como único árbitro de la situación. Es decir, en contra de lo mantenido desde hace setenta años, la segunda «gran conspiración comunista» —tras la fantasía de deshacerse de Largo Caballero— queda, documentadamente, en agua de borrajas. Los comunistas cedieron al presidente del Gobierno la remodelación que tuviese por conveniente llevar a cabo. Lo que el propio Negrín había escrito a Germaine Moch. El fin de un mito.
NEGRÍN, MINISTRO DE DEFENSA
Mientras tanto, en sus relaciones con Prieto, el presidente del Gobierno había ido advirtiendo que, a medida que las horas pasaban, el ministro endurecía su postura. Negrín no sabía si era por un cambio de humor típico de una personalidad ciclotímica (que como médico le había diagnosticado) o por complicidad con alguien que quería que la guerra terminase lo más pronto posible. Probablemente pensaba en Azaña, aunque no identificó el destinatario de sus sospechas. Negrín llamó a Giral, le explicó las razones por las cuales quería sustituirle y le rogó que permaneciera en el Gobierno sin cartera. Giral aceptó y aunque Negrín tuvo la impresión de que ya sabía lo de Prieto no dijo nada al respecto. A través de Zugazagoitia, Negrín dio a este nuevas garantías de que no se trataba de enviarle a un retiro honorable sino de que siguiera colaborando con él íntimamente.
Negrín también había estado hablando con la CNT. Según Uribe, no permitió que los anarquistas designaran su representación. Esto es lo que había hecho Largo Caballero en noviembre de 1936. Les exigió por el contrario una terna de la cual él escogería a quien le pareciese más adecuado. Para facilitar las cosas, la CNT ya se había adherido formalmente al Frente Popular. Negrín recordó en su escrito a Germaine Moch que llevó a Azaña la propuesta de un nuevo Gobierno con Prieto como ministro sin cartera. Azaña no objetó pero se mostró compungido cuando vio que Álvarez del Vayo iría a Estado. Sugirió que pasase a Defensa y que el propio Negrín se hiciera cargo de los temas internacionales. No parece que Azaña quisiera prescindir de él al frente del Gobierno, ni siquiera haciéndolo a través de los partidos, como han indicado algunos autores. Tal y como refiere Zugazagoitia, lo que había detrás era un rencor personal de Azaña[54] quien pidió unos días para meditar y plantear alguna maniobra que torpedeara la operación. No logró resultado alguno. Azaña explicó su situación a Labonne: reconocía la desproporción de fuerzas, la superioridad aplastante de material franquista, la carencia de cuadros superiores e intermedios en el EP y el inmovilismo de las potencias democráticas ante las embestidas del Eje. Pero tenía a todo el Consejo de Ministros en su contra una vez que se pronunció por la resistencia a ultranza (DDF, IX, doc. 102). Azaña carecía de alternativa y al verse apoyado Negrín por la Ejecutiva socialista (aspecto que resaltó Vázquez Ocaña pp. 99s), el presidente de la República no pudo sino inclinarse.
En este intervalo final no cabe descartar que hubiese algún contacto, directo o indirecto, entre Prieto y Negrín quien, a pesar de la comprensión que los comunistas mostraron el 3 de abril, entendió por fin que no podía contar con su exmentor[55]. Zugazagoitia se enteró por la prensa dos días después de que Azaña había dado su conformidad a la remodelación del Gobierno. La urgencia era obvia porque las noticias eran catastróficas. Con Lérida perdida y con las tropas de Franco acercándose al Mediterráneo no había nadie que pareciera poder detenerlas. Independientemente de que mucho después algunos comunistas en informes internos se colgaran la medalla de la defenestración de Prieto (algo que «Stepanov» y GRE se cuidaron de no mencionar), como ya lo habían hecho en el caso de Largo Caballero, la decisión fue inequívocamente de Negrín, ya entre la espada y la pared con su deseo de mantener a Prieto dentro y la urgencia de resolver la remodelación antes de que degenerara en una crisis muchísimo más grave.
La idea estribó en constituir un gabinete de unión nacional, como el que Blum no había podido hacer en Francia ante la oposición de Stalin. Por ello sí hizo caso a los comunistas para dar entrada a las centrales sindicales[56]. Los cambios fueron los siguientes: Negrín dejó su cartera, que traspasó a su subsecretario de Hacienda, Francisco Méndez Aspe, de IR. Asumió directamente Defensa, de la que no desglosó nada. La de Hernández fue a parar al cenetista Segundo Blanco. Giral se vio sustituido por Álvarez del Vayo pero permaneció sin cartera. Zugazagoitia había dado el nombre de Paulino Gómez (socialista) como su sucesor y Negrín lo aceptó rápidamente. En Justicia entró Ramón González Peña (de la UGT y presidente del PSOE). A Obras Públicas llegó Antonio Velao (de IR). No variaron Jaime Ayguadé (ERC) ni Irujo. Quedó fuera Ansó, que había entrado en Justicia en diciembre de 1937. El núcleo duro era socialista[57].
LA LEYENDA DE PRIETO
Según relató más tarde el exministro de Defensa, lo que motivó su decisión de no participar en el Gobierno fue la idea que atribuyó a Negrín de que Hernández pasaría a comisario general y que Antonio Cordón, comunista, sería nombrado subsecretario de Guerra. De nuevo tergiversaba[58]. Lo primero no se produjo (aunque sí ocupó el puesto de comisario del ejército de la zona Centro-Sur, que es donde se concentraba el grueso del EP). Lo segundo sí. En 1939, en el prefacio a la edición francesa de su alegato ante el Comité Nacional del PSOE, Prieto dio la gran escalada: «Por negarme a obedecer mandatos de Moscú, me expulsó Juan Negrín el 5 de abril de 1938 del Gobierno que él presidía» (1968, p. 21). Esta interpretación la mantuvo de forma consistente durante todo lo que le quedó de vida[59] y ha pasado a constituir poco menos que un dogma para numerosos historiadores (no, desde luego, para Ricardo Miralles y pocos más). No corresponde a la realidad. En el mismo prefacio, Prieto acusó también a Negrín de sentir entusiasmos por las organizaciones de la III Internacional que él negó para sí (olvidando prudentemente su deseo de fundir al PSOE y el PCE en la primavera de 1937) pero para entonces ya había hecho público el intercambio de cartas (el Epistolario) en el que sentó, con autoridad y bastantes torcimientos de los hechos, la versión que le interesaba. Ignorando lo mucho que sabía de la estrategia estalinista lanzó una acusación que hizo fortuna en la atmósfera de la postguerra: la expansión del PCE en las fuerzas armadas era la forma de asegurarse el poder tras la victoria. Es una interpretación que convenía ante todo a Prieto, lanzado a la tarea de expandir su influencia en la emigración y, como señala Vázquez Ocaña (p. 99), minar al tiempo la credibilidad de Negrín en los medios políticos franceses, escasamente proclives a Moscú en aquella época[60]. También agradaba a los derrotados no comunistas y no negrinistas, que siempre quisieron autoexculparse; a los franquistas, que habían hecho de la «cruzada» anticomunista la razón de ser de su rebelión, y a muchos socialistas que resentían, como ha señalado Miralles (2007, p. 66), que un advenedizo como Negrín no sólo estuviera en la cúspide de la política sino que se permitiera actuar con independencia de amplios sectores del partido. El ataque a Negrín oscureció, por último, el aspecto que más interesaba a Prieto en aquellos momentos. Tras el golpe de mano del Vita, disponía de fondos con los que acrecentar su influencia y autoridad en el desorientado y dividido exilio republicano. No hay mejor defensa que el ataque y Prieto atacó con extrema dureza. Su versión tomó nuevos vuelos a raíz del pacto germano-soviético de agosto de 1939 y naturalmente en el período posterior a 1945, de control del PSOE por un aparato prietista. Las implicaciones han deformado el análisis y subsisten hasta nuestros días.
No se enfatiza demasiado el hecho de que si Prieto creía que los comunistas querían su cabeza la mejor forma de darles un triunfo gratis era marcharse tras un portazo. Podría tener un ego hiperdimensionado, pero ¿era tan horrible permanecer en el Gobierno cuando un expresidente, Giral, lo hacía[61]? La comparación entre uno y otro es ilustrativa. Prieto pareció olvidar su disponibilidad a continuar la lucha desde cualquier otro puesto. Lo había afirmado tras la caída del Norte. Reiteró su falta de apego al cargo unos meses después. Pidió, literalmente, que se le relevase, pero no descartó continuar sirviendo donde Negrín estimase conveniente. Él, afirmó, no desertaba. Sin embargo, lo que Prieto contribuyó después a la defensa de la causa republicana no tiene parangón con lo que, bien o mal, hicieron Negrín, o los comunistas, o tantos otros republicanos medios y de a pie que continuaron el combate. A Prieto, que tantos hombres había enviado a la muerte, cabría exigirle un mayor sentido de la realidad y de la responsabilidad. Tras su espantada del Gobierno, lo único reseñable, aparte de ciertas maniobras todavía rodeadas de sombra, es su gran alocución en el cincuentenario del primer congreso fundacional del PSOE, que reproducimos parcialmente en el CD del apéndice (doc. 28[d28]), y en la que su encendido verbo brilló en todo su esplendor.
En lo que se refiere al PCE, ¿tenía Prieto razón? Obviamente no, según sabía Negrín. Pero no sólo fue él. No, escribió también Rojo en unos amargos apuntes no publicados[62]. Al contrario, fue su propia conducta como ministro la que empujó a muchos hacia los comunistas. Quienes se adherían no lo eran necesariamente por el mero hecho de tomar un carnet. Rojo sabía de lo que hablaba y en este aspecto es mejor dejarle la palabra. El auge del PCE se debió esencialmente
… a que el hombre español, que respondió por impulso propio a la llamada de la guerra, al tener que encuadrarse en una fuerza política, optó por aquella que le parecía que más honradamente hacía la guerra, es decir, al lado de quienes con mayor entereza se ponían al servicio de la causa del pueblo y daban mayores muestras de sacrificio. Ello no quiere decir que fueran comunistas. Si los socialistas y los republicanos, en vez de ser tan acobardados y tan egoístas hubieran dado ejemplo de abnegación y de sacrificio, con ellos se hubiera ido la masa pues mayores motivos había para que les siguiesen a ellos que a otros partidos extremistas; es por esto que las verdaderas fuerzas de lucha se condensaron en la CNT y en los comunistas, desvirtuando el fondo de la guerra y envileciendo las razones que nos movían a la lucha a los españoles que honradamente defendían los ideales de la España democrática … No es posible que hubiera España terminado comunistizada. Nosotros creemos que no porque éramos muchos los que podíamos evitarlo y los que teníamos sobre ellos autoridad para imponer un criterio justo y patriótico, como pudimos imponerlo en el curso de la guerra… (AHN: AGR, 36/2).
El que esto lo escribiera el más alto soldado de la República, conservador, católico, sin partido, fiel a su juramento de lealtad y que nunca buscó prebendas públicas es todo un símbolo. Suponemos que merece algo más de credibilidad que Bolloten o Payne, por no hablar de los «historiadores» franquistas. Que la expansión comunista en el EP determinase la posibilidad de que una República victoriosa se convirtiera en una democracia popular avant la lettre es uno de los mitos más longevos. Ni respondía a los condicionantes internos, ni a los internacionales, ni a los designios soviéticos. ¿Cómo iba a sostenerse una España «comunistizada» a espaldas de Francia y tan próxima al Reino Unido? La posición geoestratégica y el tempo político lo excluían. Ya lo vio Azaña y Stalin era muy consciente de ello. Cuando se hundió la legalidad republicana, todo el aparato militar comunista se hundió también. Otra cosa es que la expansión respondiera a pulsiones internas, como señaló Rojo, a la campaña proselitista del PCE, a razones de clientelismo (muy subrayadas por Helen Graham) y a una peculiar forma del PCE de enfocar la realidad circundante.
En su bien conocido y fundamental informe del 21-22 de abril de 1938, al reflexionar sobre la crisis, Togliatti (pp. 196-199) puso de manifiesto que el PCE se había deslizado de nuevo hacia actitudes sectarias. Incluso había sido preciso corregir un discurso de Pasionaria, dirigido contra el Frente Popular —«consideración de la pequeña burguesía en bloque como una masa de cobardes, desprecio por la Constitución[63]»—. En otro discurso había caído en una auténtica provocación («invitación a los soldados a dirigir sus armas contra el enemigo interior»). Togliatti luchó contra la tendencia a «creer que la solución de todos los problemas será posible si el partido toma en sus manos todos los resortes del poder». Como sabemos, esto último era algo que estaba en neta contradicción con los deseos de Stalin. Togliatti denunció, además, la creencia de que «los comunistas actúan siempre bien; sólo los no comunistas dejan de cumplir con su deber». En los cuadros y en la base se exigía «que el partido tome en sus manos todo el aparato del Ministerio de la Guerra y todo el ejército; se orientan excesivamente, en el ejército, a la conquista de “puestos” de dirección, lo que, entre otras cosas, expone a algún camarada a hacerse instrumento de las intrigas de los militares de carrera; alguno pierde la cabeza[64]». En realidad, la ayuda, una propaganda intensa y el clientelismo propiciado por un pequeño partido recién llegado a la alta política son tres de las claves del auge comunista. La última y definitiva la señaló el propio Rojo:
La crisis de abril de 1938, diga lo que quiera el señor Prieto, fue una sanción general contra su derrotismo. Salió del Ministerio porque no podía ni debía estar en él quien no tenía la menor confianza en la victoria pues esta falta de confianza fue la que esterilizaba todos los buenos deseos.
El general no se privó de denunciar la actividad del binomio Prieto-Azaña:
Las relaciones … son muy estrechas y se sostienen en el terreno público y privado al margen de las funciones de Gobierno y, a veces, contra las decisiones del Gobierno pues hay una razón que da lugar a la constitución de un binomio verdaderamente sustancial… Ambos están de acuerdo en muchas cosas pero, al objeto de estos comentarios, lo están esencialmente en que la guerra está perdida, en que militarmente nada podemos hacer, en que internacionalmente es inútil buscar ayudas, en todos los signos de derrotismo que criminalmente pueden encarnar en las alturas de la dirección del país y de la guerra y que son la causa esencial de que esos problemas ni se resuelvan ni se encaucen.
Para ser exactos, habría que señalar que Rojo no parece haber conocido todos los entresijos de la crisis, si bien tampoco entraba en sus atribuciones. En uno de los momentos álgidos, Prieto prestó un gran servicio a la República al disuadir a Azaña de que no dimitiera, porque sin él todo se vendría abajo (como ocurrió a finales de febrero de 1939). En su alegato ante el Comité Nacional del PSOE del mes de agosto, Prieto fue, sin embargo, escasamente mesurado. Algunos testigos presenciales criticaron su informe y Rojo, en sus apuntes, señaló que muchas de sus observaciones sobre los rusos eran nimias. Luego se han inflado en la literatura. Como es inverosímil que los soviéticos no llegaran a conocerlo con referencias, cabría pensar que Prieto, para calmar su orgullo, no dudó en asestar un golpe traicionero contra la República que todavía combatía y que tan urgentemente necesitaba el apoyo del Kremlin. Es una de las manifestaciones menos agradables de un temperamento proclive al exceso.
A pesar de todo ello, Prieto siguió manteniendo connivencias con Negrín después de su salida del Gobierno. Este es el lugar de traer de nuevo a colación el informe del servicio de inteligencia que transmitió a aquel el 22 de febrero y al que ya hemos hecho referencia. En él se analizaban con gran exactitud los resultados de una de las periódicas consultas que el Gobierno londinense había hecho a sus representantes en Barcelona, Salamanca y Hendaya para sondear las posibilidades de un arreglo entre ambos bandos. La respuesta de Franco había sido que no tenía el menor interés, dada su «convicción de que ganará la guerra», y que creía «firmemente en la justeza de sus ideales». Prieto podía no prestar atención al SIM pero no debía ignorar que por aquella época Franco realizaba afirmaciones públicas del mismo temor. Pues bien, en este contexto Negrín recibió nuevas noticias de «C» sobre Prieto haciéndose eco de concomitancias tanto con los ingleses como algunos sectores franquistas (nota del 26 de febrero en AFPI: ACZ 194-30). No debería, pues, haberle sorprendido un nuevo episodio de esos contactos que esta vez quiso llevar a cabo Prieto personalmente y no por personas o emisarios interpuestos. Lo intentó hacer no con un cualquiera sino con uno de los ministros de Franco.
Se trataba de un arquetipo de «camisa vieja»: Raimundo Fernández Cuesta, albacea de José Antonio Primo de Rivera[65]. Prieto había intervenido personalmente en su canje por Justino de Azcárate. El ministro falangista dejó en sus memorias una versión, quizá un tanto sesgada, de la entrevista que mantuvieron. Prieto deseaba que en la zona franquista Fernández Cuesta actuase como agente perturbador. Una de las constantes en la información de espionaje que llegaba a los republicanos y a los soviéticos se refería a las disidencias en el bando enemigo. Como ha recordado Tusell (1992, pp. 145ss), Prieto se equivocó de personaje. Fernández Cuesta se plegó con toda rapidez a las condiciones que encontró. Naturalmente, negó (pp. 111s) cualquier tipo de compromiso pero, en realidad, no tenemos sino su palabra. Por el contrario, Azaña dejó constancia en sus apuntes (1990, p. 259) de la sorpresa que Fernández Cuesta les había deparado, «totalmente entregado a Franco[66]». No sólo se convirtió en el secretario general de Falange Española Tradicionalista y de las JONS sino en el primer ministro de Agricultura. Si, como cabe sospechar, en las circunstancias del canje hubo algún aspecto parecido a lo que negó posteriormente, se comprende que Prieto intentase establecer contactos con él. Según Ossorio y Gallardo, en una carta a Giral de 13 de enero de 1938, le había enviado alguna nota a través de intermediarios. Los republicanos tenían conexiones con falangistas disidentes y uno de ellos, cuyo nombre no mencionaremos, pasaba informaciones. Las que he localizado proceden de una carta de Rafael Garcerán, antiguo primer pasante de José Antonio Primo de Rivera, a un pariente o amigo que transcribió dicho contacto. En ella Garcerán se hizo eco de una reunión en la que Fernández Cuesta, después de hablar con Serrano Súñer, intentó convencer a Franco de que una paz podría obtenerse entonces en buenas condiciones (AJNP)[67].
Esto significa que el papel que se atribuyera a Fernández Cuesta no era precisamente un secreto entre la cúpula republicana. Prieto intentó retomar contacto con el conocimiento de Negrín. En honor de este hay que decir que lo aceptó a disgusto y con tal de no saber nada oficialmente, condición razonable y que muestra su pragmatismo. Sin duda, no querría cerrar ninguna puerta[68] pero al autorizar la gestión muestra que entre él y Prieto seguía existiendo una cierta confianza[69]. La tarea no pasó desapercibida para el encargado de negocios británico, John Leche[70] quien comentó que el nuevo Gobierno tenía la firme resolución de continuar la lucha hasta el final. Eran conscientes de que perderían todas las batallas excepto la última. En tal atmósfera, la actuación de Prieto estaba condenada al fracaso, afirmó, salvo que regresase al poder. La literatura no ha hecho mucho hincapié en tales contactos. No encajan en la descripción de una crisis que Prieto presentó y sigue presentándose en tonos de estricto claroscuro.
Negrín no cesó a Prieto siguiendo «instrucciones» de Moscú ni del PCE. Antes al contrario, intentó desesperadamente mantenerlo en el gabinete. Si, como suponemos, tenía sus sospechas en el ámbito de la gestión financiera, se las tragó al insistir en su ofrecimiento. Prieto lo tomó a mal, quizá pensando en su imagen o tal vez dolido por alguna falta de cortesía de Negrín, como si este no hubiera tenido más cosas que hacer aquellos días de espantosa crisis militar que masajear el ego malherido de su exmentor. Es obvio que Negrín, al igual que la mayor parte de los miembros del nuevo Gobierno, era consciente de que el dilema de siempre se había agudizado: ¿Ir a una mediación? ¿Continuar combatiendo? Si Franco no aceptaba lo primero, lo único que quedaba era lo segundo o, simplemente, capitular. En el sentido de estimular esta solución han de entenderse algunos pasos, dados en el más absoluto secreto, por los servicios franquistas a través de «C» para que hiciera llegar a Negrín un mensaje: puesto que el Gobierno republicano tenía perdida la partida, más valía poner fin a las hostilidades y salvar las vidas de quienes, de otra manera, habían de perecer. (Nota del 21 de abril. AFPI: ACZ 184-30). Un canto de sirena que terminó calando casi un año más tarde. A pesar de todo, y en parte gracias a Franco, la República siguió combatiendo.