Año 1989. Todavía me estremezco al recordarlo. Inició con el accidente mortal de un querido amigo; siguió el asesinato de mi hermano en Beirut, y se cerró con la muerte de mi madre. Ocurrió cuando estábamos en Kenia.
Hubiera sucedido tal vez, estando en Brasil, París o Hong Kong, pero pasó mientras vivíamos en Nairobi.
La vida nos depara extrañas sorpresas.
Acudía yo, ilusionada, en octubre de 2010, a la presentación de mi novela La Roldana en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Los presentadores eran de postín: Gonzalo Anes, director de la Real Academia de la Historia; Covadonga O’Shea, presidenta del ISEM y Ana Romero, analista internacional del diario El Mundo.
Los tres me prestaron su valiosísima y generosa ayuda en esa tarde. Ana, según yo entendí, iba a hablar de Cádiz en la época que describe la novela. Ella, como gaditana, buena conocedora del lugar, daría una magnífica visión de esa tierra extraordinaria. Sin embargo, yo no estaba preparada para lo que vino después.
Ana se refirió a mi familia, en concreto a mi hermano Perico, de manera tan emotiva y cariñosa, que no pude contener las lágrimas. Disimulé como pude y continuamos con la presentación.
En aquel momento, una idea comenzó a germinar. Comprendí que la pena, a pesar de los años transcurridos, seguía ahí, viva, hiriente. Resolví iniciar mi catarsis con un libro que mostrara la esperanza que puede surgir tras el drama.
Y la acción habría de desarrollarse en el país donde padecí tanto dolor: Kenia.
Supe que tenía que neutralizar el pasado y cerrar heridas que permanecían abiertas.
Los acontecimientos recientes han vuelto a mostrar a los ojos de Europa la tragedia que tiene lugar, ahora y durante demasiados años, en los campos de refugiados en el norte de Kenia. Este libro quiere ser también un recuerdo a esos miles de seres que solo conocerán la miseria. Una miseria que nos debe avergonzar.
Así, esta historia es mi CATARSIS.
Pero es asimismo, el viaje de Mayte, la protagonista, una mujer independiente, vital, celosa de su libertad, a través del mundo y de un profundo amor.
Más importante aún: es el tránsito de un ser humano que busca la seguridad material, el goce y la riqueza.
Acabará hallando la pasión arrolladora, la dificultad, y, al final, la espiritualidad. La Paz. Yo he hallado la mía.
PILAR DE ARÍSTEGUI
15 de octubre de 2011,
día de santa Teresa de Ávila