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Salvo mi hermana Julia, y Laura cuando conseguía verla entre alguno de sus viajes, nadie en mi entorno se interesaba por mi vida pasada ni sentían curiosidad por un lugar tan alejado como Kenia.

—¿Qué tal, pochola? Contenta de estar aquí, ¿verdad?

Y cuando la memoria me asediaba y yo intentaba iniciar el relato de lo que había sido mi vida, zarandeada por el dolor, y exaltada por el descubrimiento de personas y sucesos inesperados, alguien preguntaba:

—¿Quieres más natillas?

Yo comprobaba que no me escuchaban, que su mirada se había hecho transparente, que un mundo tan lejano como había sido el mío, no podía interesarles durante más de cinco minutos. La realidad cotidiana, con sus luces y sus sombras, sus anhelos y sus decepciones, constituía su único horizonte.

¿Cómo iba yo a contar, sin aburrirles, de amaneceres y crepúsculos gloriosos? ¿Sobre esa sensación incomparable de participar en el inicio de la creación? ¿Sobre la felicidad entrañable de abrazar a la hija añorada durante, me parecía, siglos? ¿Sobre la pasión entreverada de ternura, complicidad, éxtasis y amor profundo que encontré en un hombre único?

Nunca lo hubieran entendido. Es más, percibía que, en el fondo de sus corazones, anidaba un reproche que acallaban para no ser tachados de intransigentes, racistas, clasistas o cualquiera de los términos que en la sociedad actual se emplean para descalificar a toda persona que ose ser diferente.

Excepto Julia. Su mente era una senda abierta hacia sus semejantes, a quienes no juzgaba. Al contrario: para ella, el ser humano era tan interesante, que intentaba desentrañar el misterio que cada uno lleva dentro. Su ejemplo me orientó en los muchos avatares que me asediaron, y que a menudo me sumergían en una profunda confusión.

Estoy segura de que cada etapa de mi vida, cada sorpresa inexplicable, cada persona que marcó mi mundo tienen un sentido. Y debo admitirlo: he sido muy rica. En afectos.

El amor es la gran fuerza que mueve el universo. Por amor se cometen disparates, se sufre, se goza, se crece… Y se realizan las obras más generosas de las que es capaz el ser humano. La búsqueda de ese ideal me acompañaría a lo largo de mi atribulada existencia, de mis penas y mis alegrías, de una vida que ha sido plena, con sus errores y sus aciertos, en la que al fin encontré la paz.