A Luis María Anson, cuyo libro La negritud me abrió una ventana a un mundo desconocido.
A Julia, Madre María de san Ignacio, cuyo ejemplo y recuerdo me acompañaron toda la vida.
Al equipo de Ediciones B, Marta Rossich, Carmen Romero y Lucía Luengo, por su entusiasmo y dedicación.
A todos mis amigos y lectores que, con su interés y apoyo, hacen que siga escribiendo.