Ash

El lunes siguiente por la tarde, a la salida de clases, Ash y Nina acudieron juntas a una de las salas de lectura de la biblioteca de la Universidad Butler para consultar un diccionario córnico-inglés, inglés-córnico.

—¿Qué te hace pensar que vas a encontrar algo ahí? —quiso saber Nina.

—El modo en que la mujer me dijo su nombre —respondió Ash, recorriendo con el dedo una página del diccionario. En realidad, no me dijo que su nombre fuera Lusewen, sino que podía llamarla así. Tiene que haber una razón para que escogiera ese nombre, pues las dos aves que la acompañaban tenían nombres que significaban algo.

—Pero ¿por qué estás tan segura de que Lusewen es una palabra del idioma de Cornualles?

—Porque yo nací en esa región y porque los nombres de sus aves eran palabras córnicas.

Su dedo se detuvo a media página.

Lusewen.

En inglés, «Ash».

—Tu nombre —dijo Nina mientras se inclinaba hacia adelante para leer lo que su prima estaba señalando.

—Sí —respondió Ash—, pero ¿qué significa?

La muchacha dejó que su mirada vagara por la biblioteca sin advertir siquiera las largas estanterías repletas de volúmenes ni la presencia de los estudiantes que preparaban sus tesis.

¿Qué significaba aquello?

«Ash» era, en efecto, la abreviatura de su nombre.

Pero sus extensas lecturas sobre diversas tradiciones mistéricas sugerían otros significados; unos significados más esotéricos, más… sugerentes de lo que Lusewen representaba para ella.

En inglés, «Ash» era también «ceniza», lo que deja el fuego una vez ha quemado por completo un objeto; un claro símbolo de la naturaleza transitoria de la vida humana. O, como diría un manitú, un recordatorio de la Rueda vital de cada individuo, cíclica como las estaciones del año. La duración de una vida podía parecer breve, pero siempre volvía al punto de partida.

Otra acepción de «Ash» en inglés era «fresno», el árbol que servía de vínculo entre los mundos interior y exterior en la mitología druida. Yggdrasil, el Árbol Mundo del que colgó Woden para obtener su iluminación. En el alfabeto ogham de los druidas, Gwidion tomó el lugar de Woden y, con él, los misterios se hicieron más insondables. Para los druidas, que lo denominaron Nuin, este árbol conectaba los tres círculos de la existencia, que unos denominaban pasado, presente y futuro, y otros llamaban confusión, equilibrio y fuerza creativa.

Círculos. Ruedas.

¿Dónde dejaba todo aquello a Lusewen?

Nosotros llenamos el mundo de los espíritus con nuestros sueños, le había dicho a Ash el manitú.

¿Significaba eso que los propios manitús habían creado a Lusewen para que le sirviera de guía, o acaso Lusewen era la persona en la que Ash podía convertirse con el paso del tiempo?

Yo soy quien tú podrías ser, había respondido Lusewen la última vez que Ash le había preguntado quién era.

—¿Ash?

La muchacha parpadeó y volvió la vista hacia su prima.

—Parecías estar a muchos kilómetros de aquí —comentó Nina.

—Lo estaba.

Le contó a Nina lo que había estado pensando, satisfecha con el sencillo placer de tener a alguien con quien compartir un asunto como aquél; alguien de su misma edad, en quién podía confiar.

—¿Significa eso que tu tótem es un fresno? —preguntó Nina cuando hubo terminado la explicación—. ¿Es posible, siquiera, una cosa así?

—No lo sé.

—¿Y cómo podríamos averiguarlo con certeza? —quiso saber Nina.

Ash tardó un buen rato en contestar. Primero, se puso a jugar distraídamente con los dijes del brazalete que Lusewen le había regalado; después, pensó en la granada.

Definitivamente, decidió, iba a tener que dedicarse a la orfebrería en plata.

—Sólo hay un modo de descubrirlo.

Encontraron a Huesos en el parque Fitzhenry, leyéndole el futuro a una turista. Las dos muchachas esperaron en las proximidades, observando la caída de los huesecillos y el gesto delicado con el que los dedos del chamán trazaban sus dibujos en el aire encima de las tabas. Cuando la consulta terminó y la turista se hubo alejado tras expresar su satisfacción en forma de un billete de diez dólares que depositó en el cuenco de madera que Huesos tenía junto a sus rodillas, el indio se volvió hacia ellas.

—¡Eh, hola…!

Sus ojos volvían a presentar aquella expresión burlona, aquellas llamitas desquiciadas y vivaces en sus oscuras profundidades.

—¿Habéis venido para oír hablar a los espíritus a través de mí? —añadió con una sonrisa.

Ash movió la cabeza en gesto de negativa.

—Lo que queremos es que nos enseñes a recorrer el mundo de los espíritus —respondió.