–¡Ashley! —exclamó Nina.
Para Nina, todo lo que acababa de vivir en el mundo de los espíritus era como otro de sus extraños sueños: recordaba lo sucedido, pero sólo lejanamente. Como si le hubiera sucedido a otra persona. La experiencia ya le parecía remota y perdida en el tiempo.
Salvo la figura de Ya-wau-tse.
Y la presencia de Ashley, que había estado dispuesta a darlo todo por ella.
El recuerdo hizo que Nina se sintiera fatal por el modo como había tratado a su prima.
Vio titubear a Ashley en el quicio de la puerta. Todo el resto de los presentes pareció moverse como a cámara lenta y, durante un largo e interminable instante, el mundo quedó reducido a ella y Ashley. El entendimiento que circuló entre ellas hablaba un idioma que nunca podría expresarse en palabras. A continuación, se organizó un revuelo cuando sus padres corrieron a preocuparse por Ashley. Gwen la estrechó contra su pecho mientras John las rodeaba a ambas con sus brazos.
Por una vez, Nina no sintió ni un ápice de celos.
—¡Ah!, nos tenías tan asustados —decía la madre—. No vuelvas a hacerlo nunca, ¿me lo prometes, Ashley? Si te sientes desgraciada por algo, cuéntanoslo primero. No te escapes.
—No me escapé —contestó Ashley—. Se me llevaron.
—¿Qué sucedió? —quiso saber John.
Cuando éste y Gwen le dieron ocasión, fue el turno de Cassie de abrazar a Ash.
—¡Vaya si nos has tenido preocupados, muchacha! —le dijo.
Y, a continuación, el tiempo pasó como un soplo mientras cada cual explicaba lo que le había sucedido aquella noche. Se estableció entre todos una corriente de simpatía y franqueza —como si todos fueran amigos, en lugar de adolescentes y adultos, de padres e hijas—; únicamente Ashley se calló la manera en que había salvado a Nina. Al relatarlo, hizo que sonara como si lo hubieran hecho los manitús. Y no mencionó el brazalete de amuletos que llevaba en la muñeca izquierda. Pero Nina sabía de qué se trataba. Su animal tótem seguía vivo dentro de ella y le permitía ver el mundo con nuevos ojos. Podía establecer relaciones entre hechos aparentemente inconexos como jamás habría creído que haría.
Sabía que el brazalete era mágico.
Igual que sabía que ella y Ashley, pese a ser sólo primas, estaban tan unidas como lo habían estado sus madres.
—¿Amigas? —dijo a su prima cuando finalizaron las explicaciones. Ella y Ashley estaban sentadas en el sofá con Judy entre ambas. Nina se inclinó hacia Judy y le pasó un brazo por los hombros mientras ofrecía el otro a Ashley.
—Amigas —respondió Ashley, tomándole la mano.
—Las cosas van a cambiar —dijo Nina.
—Pues espero que empieces por esos cabellos —replicó su prima.
—¿Qué le pasa a mi pelo?
—Necesita un cambio de estilo total. De verdad. Ese flequillo tiene que desaparecer.
—Tal vez tenga razón —intervino Judy.
—¡Vaya, muchas gracias! ¿Os vais a poner todos contra mí?
—Ash sólo está de broma —dijo Judy—, ¿verdad?
Ashley se encogió de hombros.
—Tal vez…
Pero en sus ojos había un brillo desconcertante.
—Muy bien, ¿qué hay, entonces, de esa chaqueta tuya? —contraatacó Nina.
—¿Qué le pasa a mi chaqueta?
—¿Que qué le pasa? ¿Dónde vas con todos esos parches de conjuntos de heavy?
Los padres de Nina estaban sentados con Cassie y Huesos al otro extremo del salón, pendientes de la conversación. La adivinadora y su amigo, el chamán, asistían divertidos al diálogo de las muchachas, pero Gwen frunció el entrecejo de preocupación.
—Pensaba que por fin iban a hacerse amigas —comentó—, pero ya las oís…
—Quizá sea mejor que te decidas a considerarlas hermanas —dijo Cassie.
John asintió y cogió de la mano a su esposa.
—Me decidiré a ello cualquier día.
Huesos les miró y sentenció:
—Me temo que no vais a tener más remedio.