Ash

–¿Sabes esquiar? —preguntó Lusewen.

Ash apartó la vista del bosque a sus pies para mirar a su acompañante.

—Pues no —contestó. ¿Por qué?

—Sería el modo más rápido de bajar la cuesta.

Ash asintió. Una espesa capa de nieve cubría el valle y las laderas que lo rodeaban, compacta como un tazón de gachas. No iba a ser divertido abrirse paso por ella. Se ajustó más la chaqueta. Ninguna de las dos llevaba tampoco ropas adecuadas para el frío de allá abajo; en especial Lusewen, con su tenue vestido negro y aquel largo velo.

—Puedo aprender —se ofreció Ash. Lusewen se echó a reír.

—No es una habilidad que se adquiera en pocos minutos. Pero no importa. Tengo otra idea que nos servirá.

Desprendió del brazalete un dije en forma de pequeño tipi y lo arrojó al suelo. En el instante en que tocó el páramo, el amuleto de plata creció hasta convertirse en torno de ellas en una tienda de campaña que las envolvió con su calor. En el centro del tipi ardía con llama baja una pequeña hoguera; las brasas se amontonaban en ella, circundadas de piedras, y el humo escapaba a través de una abertura en el vértice superior, donde se juntaban todos los palos del armazón. El suelo estaba alfombrado de gruesas pieles. La atmósfera estaba cargada de olor a humo y a cuero húmedo. Ash notó que le picaban los ojos, pero agradeció el calor.

—Mira si encuentras algo adecuado dijo Lusewen, indicando un montón de ropas de piel apilado en un rincón de la tienda de cuero.

—¿Cómo funcionan esas cosas? —quiso saber Ash.

—¿Los dijes?

Ash asintió.

—Son mágicos —respondió Lusewen con una sonrisa.

—Eso ya lo sé. Es sólo que… ¿cómo puede una cosa tan pequeña y hecha de plata convertirse en otra de tamaño natural y real? Me resulta completamente incomprensible.

—La magia es así. Estos amuletos funcionan aquí, en el mundo de los espíritus, en todos los aspectos del mundo de los espíritus, pero no en el nuestro.

—Es una lástima.

—Cada mundo tiene sus propios prodigios.

—Supongo que sí.

Mientras hablaban, Lusewen se había dado más prisa en vestirse que Ash. Había escogido una chaqueta de piel con capucha y unos pantalones, una gruesa bufanda y unas botas cálidas de piel vuelta. La muchacha se apresuró a imitar su indumentaria. Salvo un par de botas que le ajustaban perfectamente, el resto de la ropa que encontró le venía un poco demasiado holgada.

—Parecemos un par de esquimales —comentó mientras se echaba la bufanda al cuello.

—Pero no pasaremos frío —replicó Lusewen.

En otro rincón de la tienda, sobre las pieles del suelo, había una especie de trineo que la mujer recogió.

—¿Todo a punto? —preguntó. Ash asintió.

Lusewen hizo de nuevo aquel extraño movimiento con los dedos y el tipi volvió a su forma de dije, llevándose con él su oscuro calor. Ash parpadeó ante el brusco cambio de luminosidad y tomó el trineo de manos de Lusewen mientras ésta recuperaba el amuleto y volvía a colgarlo del brazalete.

—¿Cómo es que todo esto no desaparece también? —preguntó Ash, pellizcando la manga de la chaqueta de piel. Lusewen se encogió de hombros.

—Por la misma razón que dejamos de tener hambre después de nuestra comida de hace un rato. No sé qué son esos amuletos, de dónde vienen o cómo actúan. Sólo sé el modo de utilizarlos. —Tomó de nuevo el trineo, lo colocó sobre la nieve en la parte alta de la ladera y añadió—: ¿Prefieres sentarte delante o detrás?

—Decididamente, delante —dijo Ash.

—Sabía que dirías eso —sonrió su acompañante.

El descenso hasta el bosque resultó estimulante y regocijador. Kyfy y Hunros planearon sobre ellas Llenando el aire de voces ásperas y estridentes que se emparejaban con las carcajadas que surgían de la garganta de Ash. Por unos instantes, los problemas y preocupaciones quedaron olvidados. Cuando llegaron al fondo estaba sin aliento. Ni siquiera la tenebrosa penumbra del bosque logró disipar su repentino buen humor. De momento, Ash se sentía contenta de estar viva.

Se apearon del trineo y se sacudieron la nieve acumulada en las chaquetas. Lusewen hizo aparecer de nuevo el tipi, guardó el trineo en su interior y, acto seguido, colgó de nuevo el dije en el brazalete. Mientras lo hacía, Ash estudió el bosque. Sus inquietantes sombras le pusieron los nervios de punta. Poco a poco, la euforia que había sentido fue difuminándose.

—Noto como si alguien nos estuviera observando —comentó.

—Así es, en efecto. Pero no te preocupes —añadió Lusewen y, al ver que Ash le dirigía una brusca mirada de inquietud, añadió—: Sólo son los espíritus de los árboles. No rompas ninguna rama ni prendas fuego y no tendrás nada que temer.

Algo en su tono de voz avivó todavía más la inquietud de Ash.

—Lo has dicho como si no fueras a venir conmigo —apuntó.

—En efecto. Aquí te dejo.

—Pero…

—Esta empresa es cosa tuya —añadió Lusewen con voz suave mientras acariciaba las plumas de Hunros, que se había posado en su hombro con las zarpas profundamente hundidas en la piel de la chaqueta. Kyfy seguía aún en el aire, revoloteando sobre sus cabezas en grandes círculos.

—Sí, pero todo esto ha sido idea tuya —protestó Ash—. Yo no sé nada de Ya-wau-tse. ¿Cómo daré con ella? ¿Qué debo hacer cuando la encuentre?

—Encontrarla es fácil. Cuando entres en el bosque verás un sendero. Síguelo y te llevará directamente a su torre. Pero no te apartes del camino.

—¿O apareceré en otro lugar?

—… o en otro tiempo —añadió Lusewen, asintiendo.

—Pero ¿qué hago entonces? ¿Cómo puedo derrotarla?

—En ningún momento hemos hablado de luchar —puntualizó la mujer—. Si he entendido bien, lo que te proponías era rescatar a tu hermana.

—¿Y cómo se supone que voy a hacerlo?

—Podrías ofrecerte a ocupar su lugar.

Ash miró a la mujer con una expresión de desconcierto. Lusewen se limitó a sostener su mirada con aire apacible.

—No hablarás en serio, ¿verdad? —dijo la muchacha.

—Es una opción.

—Una opción fantástica. Así, Nina vuelve a recuperarlo todo y yo me quedo sin nada. Lo pierdo todo.

—O tal vez lo ganas… todo.

—Me parece que algo falla en lo que dices —insistió Ash—. Si entregarse a Ya-wau-tse es tan buena cosa, ¿por qué no dejar que Nina se aproveche de ello?

—Porque tu hermana no lo hace voluntariamente.

—¿Y eso cambia las cosas?

—Las opciones que tomamos siempre cambian las cosas.

—Ya entiendes a qué me refiero.

—Y tú también entiendes a qué me refiero yo —replicó Lusewen.

Ash volvió de nuevo la mirada hacia el bosque. La nieve se amontonaba en las ramas de los pinos. Salvo el sonido de sus propias respiraciones, el silencio era absoluto. Más allá de los primeros árboles, la oscuridad se hacía impenetrable. La muchacha miró otra vez a su acompañante. Kyfy se había posado por fin y estaba acicalándose las plumas sobre el otro hombro de Lusewen.

La mujer hizo saltar el broche que cerraba el brazalete y ofreció los dijes a Ash.

—Ahora, esto te pertenece a ti —proclamó.

—¿A mí?

Ash cogió con cautela el brazalete. Los amuletos aún estaban calientes del contacto con Lusewen.

—¿Puedo utilizar alguno de ellos para derrotar a Ya-wau-tse? —preguntó.

Lusewen movió la cabeza en gesto de negativa.

—Los amuletos son para crear, no para destruir. Puedes encontrar o inventar otros y añadirlos al brazalete; recuerda solamente que deben ser de plata auténtica y que no han de ser símbolos de forma alguna de destrucción. Si añades un solo dije de estas características en el brazalete, se convertirá en lo que es en nuestro mundo: apenas una pieza de orfebrería más. Sin poderes especiales.

—Llevaré cuidado.

—Para dar vida al amuleto —continuó Lusewen—, debes concentrarte en una imagen mental muy clara de lo que quieres invocar. Y esto… —la mujer hizo de nuevo aquel extraño movimiento con los dedos, pero en esta ocasión lo efectuó lentamente, de modo que Ash pudiera observar cómo se hacía— es para devolver a lo invocado a su aspecto de dije.

Ash asintió para demostrar que lo había entendido, pero en aquel instante le costaba bastante concentrarse. Mientras sostenía el brazalete, la asaltó un recuerdo que su mente se negó a pasar por alto.

En él, vio a Cassie sentada junto a ella en el banco de los jardines de Sileno, extendiendo las cartas sobre el mármol como había hecho aquella mañana, antes de que empezaran todos aquellos sucesos sobrenaturales. La novena carta, la que representaba las propias esperanzas de la consultante, había mostrado una imagen de la propia Ash intentando alcanzar una cumbre en la que no quedaban ya más asideros. En la carta, una mano descendía de la parte superior para prestarle ayuda. Y —Ash lo recordaba ahora con claridad— esa mano auxiliadora lucía en la muñeca un brazalete de amuletos.

El mismo que ahora tenía en su poder, advirtió la muchacha. Tenía que ser el mismo brazalete.

Lo cual significaba que la mano que aparecía en la carta había de ser la de Lusewen.

—¿Quién eres? —preguntó Ash. Lusewen sonrió:

—¿Todavía andas buscando una categoría en la que poder encasillarme definitivamente?

—Te aseguro que no.

—Soy quien tú podrías ser.

Ash sostuvo el brazalete en la palma de la mano.

—¿Te refieres a que podría convertirme en una hechicera como tú?

—Ante cada opción que realizamos se abre un millar, mil millares de futuros posibles —respondió Lusewen—. Y cada uno se convierte en un mundo entero donde desarrolla su vida la persona que ha tomado la decisión de crearlo.

—¿Estás diciendo que podría?

—¿Quién sabe? En alguno de esos mundos, tal vez. Cualquier cosa es posible, sobre todo aquí, en este lugar.

—Pero ¿sigue siéndolo cuando una regresa a su mundo? —insistió Ash—. ¿O el objeto pierde sus facultades y vuelve a ser normal?

—Depende de quién lo utilice y de qué facultades se trate —contestó Lusewen. Se llevó la mano al bolsillo, sacó aquella curiosa granada de franjas grabadas con imágenes, la sostuvo a la altura de los ojos unos instantes y se la entregó a Ash.

—Esto también es para ti —anunció.

—¿Qué es?

—Lo que tú quieras que sea —respondió Lusewen encogiéndose de hombros.

—No hables así, por favor. Me desconciertas.

—¿Recuerdas lo que te he dicho sobre este lugar cuando me has encontrado?

Ash asintió.

—Que es el mundo de los espíritus el que está 1oco y no la gente que lo habita.

—Exacto. Pero puede volver loco a cualquiera. Ahí está la trampa. Este mundo intenta cambiarte para que te parezcas a él, en lugar de dejar que seas tú misma. Tienes que ser fuerte.

—Pero…

—Buena suerte, Ash.

—¡Espera un momento! —suplicó la muchacha—. ¡No te vayas!

Pero ya era demasiado tarde. Lusewen dio una zancada da hacia un lado y desapareció como si se hubiera ocultado entre los pliegues de un telón invisible.

—¡No puedes dejarme aquí! —exclamó Ash—. No soy más que una niña.

Apenas terminó de decirlo, se levantó una ventolera que hizo volar la nieve en torno a ella.

Eso hemos sido todas alguna vez, oyó que susurraba al pasar.

El viento se calmó.

Volvió el silencio.

Y Ash se encontró sola, plantada entre los ventisqueros en el lindero del bosque.

«Me ha tendido una trampa», pensó. Todo aquello había sido una encerrona. Lusewen estaba conchabada con Ya-wau-tse.

Bajó la vista hasta el puño izquierdo, cerrado con fuerza. Lentamente, abrió los dedos y estudió el brazalete que sostenía en la palma. Después, observó con la misma atención la extraña… fruta de joyería, fue el único nombre que se le ocurrió para describir el objeto.

Nada tenía ya lógica ni sentido.

No sabía en quién o en qué confiar ya.

Lusewen le había parecido la amiga perfecta. Un poco extraña al principio pero, una vez la había conocido mejor, Ash había sentido una auténtica afinidad con la mujer. Había creído que podía confiar en ella a pesar de sus ojos inquietantes, de la magia, de los pájaros y de todo lo demás. Lusewen había parecido mostrar auténtico interés por ella; no en cómo le iba en la escuela y con los demás chicos y chicas, o en si ayudaba en las tareas de la casa o en si era puntual, sino interés por ella. Por lo que sentía, por sus esperanzas y aspiraciones, por sus temores…

Ash se había abierto a ella como nunca lo había hecho a nadie… ni siquiera a Cassie.

Y ahora Lusewen la abandonaba.

Igual que había hecho su madre.

Y su padre.

Esta empresa es cosa tuya.

Claro. Como si pudiera llevarla a cabo sola.

Había entendido que te proponías rescatar a tu hermana.

Como si Nina fuera a hacer alguna vez lo mismo por ella.

Podrías ofrecerte en su lugar.

Seguro. Sacrificarse por Nina, que siempre conseguía lo que se proponía.

¡De ninguna manera!

Tal vez lo ganes todo.

Ash volvió a mirar el brazalete.

¿Todo?

La magia no lo era todo, comprendió en aquel instante. La magia sólo era una herramienta que se utilizaba para ayudar a conseguir un objetivo, pero lo más importante era el proceso, el aprendizaje, y no el resultado final. Esto era lo que decían todos los libros serios que había leído sobre el tema. Importaba el viaje, no el destino, aunque se necesitaba éste para embarcarse en aquél.

Y, en último término, tenía que hacerlo una misma. Los demás podían señalar direcciones, marcar buenas rutas, pero el viaje tenía que realizarlo una misma paso a paso.

Esto era lo que había querido decir Lusewen, ¿verdad? Ésta era la razón de que se hubiera marchado de aquella manera.

Ash deseó convencerse de ello porque quería confiar en la misteriosa mujer. Porque necesitaba confiar en alguien.

Necesitaba amigas de verdad.

Con un suspiro, se ajustó el brazalete sobre la muñeca, guardó la granada en el bolsillo y, volviéndose, contempló de nuevo el bosque.

Naturalmente, pensó, por eso había ido a escoger por amiga a una persona como Cassie, que estaba más tiempo fuera de la ciudad del que pasaba en ella. Pero no era preciso que las amigas estuvieran siempre justo al lado para saber que una contaba con su amor y su apoyo, ¿verdad? Y cuando una tenía que hacer algo por sí misma…

¿Deseaba realmente hacer aquello?

En absoluto.

Pero Lusewen lo había dejado muy claro: Ash estaba tan absorta en lo que consideraba que iba mal en su vida, tan concentrada en sus aspectos negativos, tan dispuesta a dejar que todo fuera pasando y a aceptar aquel estado de cosas, que ni siquiera había intentado nunca mejorar su existencia. Cualquiera que tuviese un ápice de autoridad sobre ella se convertía automáticamente en el enemigo. Y todo el mundo lo era…

Cuando estaba con Cassie, no hacía más que hablarle de sus problemas. En realidad, Ash no sabía gran cosa acerca de su amiga. Por ejemplo, ignoraba la razón de que una mujer de su evidente buena educación hubiera escogido vivir en las calles como echador de cartas.

En cuanto a los chicos y chicas de la escuela… Estaba claro que ninguno de ellos era más que fachada. Poses de suficiencia y frialdad. Aires de rudeza.

Y Nina.

Si tenía que ser sincera consigo misma, pensó Ash rememorando el pasado, debía reconocer que su prima se había esforzado realmente por hacerla sentirse cómoda cuando se había mudado a la casa de sus tíos. Ella no le había concedido entonces la menor oportunidad, por lo cual no era de extrañar que Nina hubiese terminado por responder a la hostilidad de Ash con su enojo.

¿Podrían ser amigas alguna vez? ¿Realmente deseaba ser amiga de alguien como Nina, con su peinado perfecto y sus ropas de anuncio de revista, su música sensiblera y sus notas excelentes?

Pero, en realidad, todo aquello no tenía nada que ver, ¿verdad?

Una no se metía en un asunto como aquél intentando calcular lo que podía sacar de él.

Una lo hacía, y basta.

El bosque la engulló no bien hubo traspasado sus límites. El sendero que Lusewen le había indicado, fácil de seguir, serpenteaba entre los árboles como una cinta desenrollada. Bajo el dosel que formaban las copas de los pinos, la nieve no era muy profunda, pero el frío parecía colarse entre las pieles y aterirla hasta la médula. A cada paso que daba, notaba las miradas de los espíritus arbóreos más y más concentradas en ella. «No rompas ninguna rama ni enciendas fuego y no te sucederá nada», le había dicho Lusewen, pero Ash percibió que los árboles abrigaban desconfianza hacia ella por el mero hecho de haber penetrado en su territorio.

¿Desviarse del camino?

De ningún modo. En aquel mundo, no. Ya había aprendido la lección cuando se había visto separada de Cassie y de Huesos y no tenía intención de repetirlo. En aquel extraño lugar era demasiado fácil perderse y quién sabía cómo podía ser el siguiente mundo al que fuera a parar. Pero, si conseguía salir con bien de la confrontación con Ya-wau-tse, estaba dispuesta a aprender todos los secretos de viajar por aquellos otros mundos.

Ash se preguntó si sus ojos estarían adquiriendo ya aquel extraño brillo que había visto en los de Lusewen y de Huesos.

Pensó en lo agradable que sería estar tumbada tranquilamente en la cama, leyendo un libro y con una cinta de The Cure sonando en los auriculares.

Continuó caminando.

E intentó no preocuparse.

Por Ya-wau-tse.

Por lo que haría cuando, por fin, estuviera cara a cara con aquel espíritu de la tierra.

Tenía ya unas agujetas atroces en las pantorrillas cuando, por fin, el sendero fue a desembocar en lo que Ash tomó por un claro del bosque. Éste se había hecho más ralo conforme la muchacha se acercaba al lugar, una extensión que se había convertido en un cementerio de árboles. Una serie de pinos enormes yacía en el suelo en un confuso montón, con las agujas agostadas y muertas y las ramas rotas a consecuencia de la caída, durante la cual los árboles de mayor tamaño habían arrastrado consigo a los más pequeños. El sendero zigzagueaba entre los restos hasta terminar en lo que parecía una zona abierta, pero resultaba difícil determinar con precisión qué había más allá. Allí donde terminaban los árboles, las ráfagas de viento levantaban cegadores velos de nieve que impedían ver más allá de donde alcanzaba la mano.

Ash hizo una pausa, protegiéndose los ojos de la nieve impulsada por el viento. No sentía el menor deseo de meterse en la tormenta.

Si Ya-wau-tse era un espíritu de la tierra invernal, pensó, aquél tenía que ser el sitio donde vivía. Y si aquél era el sitio donde vivía Ya-wau-tse, continuó diciéndose, había llegado al final del viaje. Lo que no sabía era si podría continuarlo.

Yo no he hablado nunca de luchar, había dicho Lusewen. Bueno, menos mal, porque Ash no se sentía con fuerzas ni para enfrentarse a un ratón. Pero la otra posibilidad que le había presentado Lusewen, ofrecerse a ocupar el lugar de Nina…

Eso requeriría un valor que Ash no creía poseer.

El temor a aquel instante había ido creciendo progresivamente en su interior con cada nuevo paso que daba por el sendero. Y en aquel momento, allí, al término del viaje, se sentía aterida de miedo, más que de frío. Era incapaz de moverse.

«Vamos —se dijo—. No seas tan gallina. ¿Dónde está la tía dura de la calle que siempre tiene una respuesta mordaz para todo y para todos?».

Ash supo dónde estaba. Tal persona no existía. Era sólo un artificio, un disfraz, para ocultar las heridas recibidas. Y para evitar recibir otras nuevas.

«Muy bien —se dijo a sí misma—. Entonces, haz el cambio. Hazlo, simplemente».

Con un estremecimiento, tomó una bocanada de aire helado y penetró en el velo de nieve, para detenerse otra vez casi de inmediato. En esta ocasión, debido a la sorpresa.

El bosque desapareció de pronto, sin dejar el menor rastro, y con él desapareció la ventisca, aunque no la nieve. Ésta continuaba formando una fina capa sobre el duro suelo. El viento seguía soplando también, levantando nubecillas de nieve granulada contra la piel de la muchacha y barriendo luego una llanura que se extendía en todas direcciones hasta donde abarcaba la mirada. Y allí, a unos centenares de metros de donde estaba Ash, había una edificación que le resultó extrañamente familiar. Tardó unos, momentos en reconocerla como la torre de la consulta del tarot que Cassie le había efectuado en el banco del parque Fitzhenry.

Había sido la quinta carta.

La que representaba el futuro próximo del consultante.

Pues bien, aquel futuro ya había llegado.

Y debía limitarse a darle cumplimiento, se dijo.

Se disponía a avanzar un paso más cuando unas pisadas en la nieve, a su espalda, le hicieron volverse rápidamente, con el pulso acelerado. Sus temores no se aliviaron en absoluto cuando se encontró frente a frente con el tipo que la había seguido a casa desde la tienda de ocultismo la noche anterior.

Esta vez, su aspecto era algo distinto. Seguía llevando el cabello muy corto pero, en lugar de la ropa callejera de punk con la que lo había visto en su anterior encuentro lucía una indumentaria de pieles muy parecida a la suya. Llevaba ambas manos metidas en los bolsillos.

Sus ojos, en cambio, no habían cambiado en absoluto y su mirada permanecía fija en la muchacha con una intensidad amenazadora.

—¿Tú? —murmuró Ash—. ¿Qué estás haciendo aquí?

¿Qué significaba aquello? ¿Acaso ella era la única persona que no había viajado nunca entre los mundos?

—Yo vivo aquí —respondió él.

—Sí, claro.

—Es cierto. La verdadera pregunta es qué haces aquí.

Ash indicó con un gesto de cabeza la torre que tenía a su espalda.

—Estoy tratando de rescatar a mi prima —respondió.

El extraño suspiró y sacó las manos de los bolsillos. En la derecha blandía una navaja.

—Entonces, estoy aquí para detenerte —anunció.