50. EL TRIUNFO DEL DOCTOR FU-MANCHÚ

Gracias a las fotografías de Rima, pude demostrar la verdad. La hoja de la espada, tal como había pensado, era la fabricada por Solomon Ishak. Se parecía mucho a la espada del profeta, pero difería en algunos detalles esenciales.

Las piedras de la empuñadura (cuya reproducción era exacta) eran auténticas y el jefe debía de haber pagado varios cientos de libras por ellas. Sin embargo, eran mucho más pequeñas que las de la fotografía y algunas tenían graves imperfecciones. Al observarlas con lupa, saltaba a la vista que las tablillas eran falsas. Más tarde me enteraría de que Rima había fotografiado las placas de oro y que los artesanos de Solomon habían efectuado el grabado. Al examinarlas de cerca, el oro recién tallado delataba el secreto.

La máscara constituía la réplica más perfecta que jamás haya tenido en mis manos, pero las dos grandes joyas estaban reconstruidas y el delicado grabado, al ampliarlo, se traicionaba del mismo modo que las tablillas.

No obstante, el clima amistoso se restableció antes de que la reunión se disolviera. Yo había reconocido —no tenía más remedio— que sir Lionel había encargado un duplicado en Persia y era evidente que teníamos ante nosotros el juego falso.

Dónde y cuándo se había realizado la sustitución, lo dejé a la imaginación de los visitantes. En parte se mostraron comprensivos, pero los ingleses se burlaron de mí. En cuanto al francés, que había acudido ex profeso desde París para ver las reliquias, estaba sencillamente furioso.

Sólo el profesor Eisner lo lamentó y pareció hacerse cargo de la situación. Fue el último en marcharse. Antes de partir, me dijo:

—Señor Greville… Sir Lionel Barton, en este asunto, ha jugado con grandes y secretas influencias. Ha sido astuto, muy astuto, pero ellos han sido aún más listos, ¿eh? Algún día averiguará cómo se llevó a cabo el cambiazo.

Desde la ventana, lo vi alejarse por Bruton Street con los andares de un dragón. En aquel momento comprendí que no había nada que averiguar. Ya sabía dónde terminaba el sueño y dónde empezaba la realidad. También sabía por qué Fah Lo Suee había susurrado: «Me odiarás por esto…»

Aún estaba intentando comunicarme con el jefe, cuyo número de Norfolk correspondía a una extensión privada, cuando Betts entró y anunció:

—Sir Denis Nayland Smith y el doctor Petrie, señor.

Colgué el auricular y me precipité a recibirlos.

Me estaban esperando en la sala situada a la izquierda del vestíbulo, la misma donde había recibido a mis ilustres visitantes aquella mañana. Supongo que mi expresión debió de delatarme, porque noté, mientras entraba a toda prisa, que ambos presintieron que algo había ido mal.

—¿Qué pasa, Greville? —me espetó Nayland Smith—. ¿Barton? ¿Rima?

—Están bien —contesté—. ¡Es una sorpresa maravillosa! ¡Han llegado un día antes de lo previsto!

—Hemos decidido viajar en avión desde Marsella —dijo sir Denis.

—Pero ha pasado algo, ¿verdad? —preguntó el doctor Petrie. Me tomó la mano y escudriñó mi rostro.

Asentí con una sonrisa, aunque no estaba de muy buen humor.

—Supongo que me recetará una copa, doctor —sugerí—. Estoy destrozado. Después intentaré explicarles la situación.

Me llevó más tiempo del que había supuesto, pues el relato incluía lo sucedido desde que me había separado de mi amigo la noche anterior hasta la reciente reunión con los cuatro expertos.

Mucho antes de que terminara, Nayland Smith ya estaba recorriendo la habitación arriba y abajo con aire inquieto y había encendido la pipa tres o cuatro veces. Cuando al fin concluí la extraña historia, gruñó:

—Extraordinario, aunque también terrible. —Se volvió hacia Petrie—. Le dije que Fu-Manchú llegaría a Inglaterra antes que nosotros.

—Es cierto —asintió el doctor.

—¿Está aquí? —exclamé.

—Sin duda, Greville. No pierde de vista a su preciosa hija. Su sueño, como usted ya había intuido, no fue ningún sueño, por supuesto. Ayer por la noche, en el sótano de la casa vecina, lo sometieron al procedimiento mencionado por el doctor Fu-Manchú: una inyección en el brazo. Lo más probable es que Petrie descubra la marca, ¿eh, Petrie?

—Es posible —respondió el doctor, cauteloso—, pero ya lo examinaré después. Por favor, continúe.

—Muy bien. Más tarde, le administraron ese «sencillo antídoto» que el doctor comentó. Ahora recuerda aquellas horas perdidas en El Cairo y algunos de sus recuerdos, Greville, son de lo más significativo. Ya podíamos Hewlett y yo buscar por el barrio de Sukkariya… ¡En realidad, la casa que buscábamos estaba a las afueras de Gizeh!

»La droga que utiliza Fu-Manchú (sin duda la mencionada por McGovern) deja al sujeto particularmente receptivo a la sugestión. Supongo que se hará cargo de que recibió instrucciones de Fah Lo Suee, quien aguardaba su regreso en la casa abandonada, para que le abriera la puerta a una hora determinada.

—Tuve que ser yo —respondí con voz inexpresiva——, pues, de otro modo, ¿cómo entró?

—Sin duda usted abrió la puerta; tan seguro como que anteriormente participó en el secuestro de Rima en el hotel Shepheard de El Cairo.

—Ella sustituyó las piezas originales por los duplicados, que por supuesto había traído, y probablemente entregó las primeras a un cómplice. Los momentos siguientes, Greville —esbozó su inconfundible sonrisa—, prefiero pasarlos por alto.

—Será mejor que todos los olvidemos —dijo Petrie.

—El doctor Fu-Manchú es el mayor experto en drogas que jamás ha conocido el viejo mundo y su hija es una buena discípula. Creo que realmente le tiene cariño, Greville… ¡sabe Dios por qué! En cualquier caso, dado que no fue un sueño, tenemos la palabra de Fu-Manchú de que no le hará daño. La verdad, creo que Barton se ha excedido un poco.

—¡Yo también! —volvió a interrumpir Petrie.

—Al fin y al cabo, incluso haciendo la vista gorda, hay cosas que no están bien. La palabra del alcaide a un convicto es tan sagrada como la palabra dada por cualquier hombre a otro. En mi opinión, que tal vez sea subjetiva, Barton jugó sucio con el doctor Fu-Manchú. Ese diablo tiene demasiada personalidad para malgastar un solo instante en la venganza, pero dadas las circunstancias, Greville, si no le importa, me gustaría ponerme en contacto con sir Lionel… y Petrie está deseando hablar con alguien que también está allí…