10. CHINA SECRETA

Desde que Nayland Smith había vuelto de Birmania, cada vez que leía el periódico me encontraba con pruebas de las diversas maquinaciones puestas en marcha por el doctor Fu-Manchú. No sé si hasta entonces esos indicios se me habían escapado por no prestarles excesiva atención, o si ahora su número iba incrementándose, pero así era.

Una tarde, poco tiempo después de nuestra estancia en Norfolk, estaba hojeando unos cuantos periódicos que había comprado y me encontré con no menos de cuatro noticias que tenían que ver, más o menos directamente, con el siniestro asunto que nos ocupaba a mi amigo y a mí.

Creo sinceramente que los blancos no se percatan en toda su dimensión de la fría crueldad de la raza china. A lo largo del período que el doctor Fu-Manchú permaneció en Inglaterra, la prensa mantuvo un silencio generalizado en torno a su existencia. Silencio que se debía a Nayland Smith. Pero cuyo resultado era la seguridad de que, en muchos círculos, mis relatos sobre sus actividades toparían con la incredulidad de mis interlocutores.

Aquella tarde había estado trabajando en los capítulos anteriores de esta crónica y me había dado cuenta de lo difícil que iba a ser para mis lectores, refugiados en sus territorios seguros y confortables, aceptar la existencia de un ser humano con la insensibilidad perversa precisa para poner en práctica un plan de asesinato como el que había terminado con la vida de sir Crichton Davey.

Ni del más implacable de los hombres se podría esperar que dejara de reprimirse antes de emplear —incluso contra su peor enemigo— un método como el del beso zayat. Y, mientras pensaba esto, mi vista se posó en una nota que publicaba el Express:

Nueva York. (De nuestro corresponsal.)

Los agentes del Servicio Secreto de Estados Unidos investigan por las islas de los mares del sur en busca de un súbdito hawaiano, de la isla de Maui, que se cree es quien ha vendido escorpiones venenosos entre la población china de Honolulú a personas deseosas de deshacerse de sus niños.

El infanticidio, mediante escorpiones o por otros medios, ha sufrido tan terrible incremento entre los chinos que las autoridades han puesto en marcha una operación cuyos primeros resultados han llevado a la orden de busca y captura del vendedor de escorpiones de Maui.

La práctica totalidad de los niños, de pocos meses, que han muerto misteriosamente son hijas no deseadas, y en casi todos los casos los padres atribuyen la muerte a la mordedura del escorpión, no vacilando en mostrar al venenoso insecto como prueba que garantice sus afirmaciones.

Las autoridades están convencidas de que el infanticidio por mordedura de escorpión es practicado cada vez más, y han dado órdenes para que el vendedor sea capturado a cualquier precio.

¿Podemos asombrarnos de que un pueblo así haya producido un doctor Fu-Manchú? Pegué el recorte en mi álbum y decidí que si vivía para publicar mi relación de los hechos, lo publicaría en ella como documento adicional sobre el carácter chino.

También un despacho de Reuter en The Globe y un párrafo de The Star dieron trabajo a las tijeras. Eran pruebas del malestar profundo, de la insidia secreta que se manifestaba, incluso tan lejos de su epicentro como la pacífica Inglaterra, en la persona del doctor Fu-Manchú.

Hong Kong. Viernes.

Li Hon Hung, ciudadano chino que disparó ayer contra el gobernador, ha sido acusado ante la magistratura de utilizar un arma de fuego contra él con el propósito de matarlo, lo que equivale a homicidio frustrado. El acusado, que carece de abogado, se declaró culpable. El fiscal adjunto de la Corona, que representaba a la acusación, solicitó que el procesado continuase detenido hasta el lunes, solicitud que fue admitida.

Unas fotografías tomadas por ciertos testigos presenciales del atentado de ayer han demostrado la presencia de un cómplice, armado también con un revólver. Parece que este segundo hombre, que fue detenido anoche, era portador de pruebas documentales acusatorias.

Posteriormente, el examen de los documentos hallados en poder del cómplice de Li Hon Hung ha servido para descubrir que los dos individuos habían sido bien pagados por la Canton Triad Society, cuyos directivos les habían encargado el asesinato de sir F. M. o del señor C. S., Secretario de Colonias. En un informe preparado por el citado cómplice para ser enviado a Cantón, y que fue hallado asimismo en su poder, manifestaba su disgusto por el fracaso del atentado.

Reuter.

Ha sido oficialmente comunicado en San Petersburgo que un destacamento de soldados chinos, acompañados por campesinos, rodeó la casa de un ciudadano ruso llamado Said Effendi en Khotan, en el Turquestán chino.

Hicieron numerosos disparos e incendiaron el edificio, en el cual había unos cien rusos, muchos de los cuales murieron.

El gobierno ruso ha dado instrucciones a su representante en Pekín para que presente sus enérgicas protestas ante tal hecho.

Reuter.

Finalmente, en la sección de anuncios por palabras, encontré lo siguiente:

HO-NAN. Abandonada visita. ELTHAM.

Acababa de colocar los recortes en mi álbum cuando hizo su entrada Nayland Smith y se dejó caer en el sillón que había frente a mí, al otro lado de la mesa. Le enseñé los recortes.

—Me alegro por Eltham… y por su hija —fue su comentario—. Pero ¡es otra victoria de Fu-Manchú! ¡Cielo santo! ¡Cómo tarda la revancha!

El rostro bronceado de Smith se había ido adelgazando desde que iniciara la lucha contra el enemigo más difícil, en mi opinión, al que un hombre haya podido enfrentarse nunca. Se levantó y comenzó a recorrer sin descanso la habitación mientras cargaba con furia su pipa de brezo.

—He estado con sir Lionel Barton —dijo de pronto— y, para decirlo pronto y sin rodeos, ¡Se ha reído de mí! Durante los meses que me he estado preguntando dónde se habría metido, ha estado por Egipto. Lleva una vida muy agradable, no cabe duda. La cuestión es que, según evidencia su carta al Times, ha visto en el Tíbet algunas cosas que Fu-Manchú preferiría que Occidente ignorase; de hecho, ¡ha encontrado una nueva llave para abrir la verja del Imperio Indio!

Tiempo atrás habíamos puesto el nombre de sir Lionel Barton en la lista de aquellos cuyas vidas se interponían entre Fu-Manchú y sus objetivos. Barton era orientalista, explorador y viajero intrépido, el primero en lograr acceder a Lhasa, tres veces peregrino en La Meca prohibida y, ahora, nuevamente interesado por el Tíbet: una forma de firmar su propia sentencia de muerte.

—¿No es un síntoma esperanzador que haya regresado vivo a Inglaterra? —sugerí.

Smith movió la cabeza y encendió la pipa.

—Inglaterra es la tela —replicó—; la araña está esperándolo. A veces me desespero, Petrie. Tendría que haber visto su casa de Finchley. Un lugar húmedo como un pantano que huele a selva. La casa, baja y rechoncha y completamente tapada por los árboles. Y todo patas arriba. Llegó esta mañana y trabaja y come (y supongo que duerme) en un estudio que parece la sala de subastas de Sotheby después de un terremoto. El resto de la casa es mitad zoológico y mitad circo. Tiene un mozo beduino, un criado chino y Dios sabe cuánta gente rara más.

—¡Un chino!

—Sí; lo he visto; un cantonés bizco que se llama Kui. No me ha gustado. Tiene también un secretario llamado Strozza que tiene una cara desagradable. Es un buen lingüista, según parece, y está trabajando en las notas en español de un próximo libro de Barton sobre los templos de Mayapán. Por cierto, el equipaje de Barton desapareció en el embarcadero, incluyendo sus notas tibetanas.

—¡Muy significativo!

—Desde luego que sí. Pero él aduce que ha atravesado el Tíbet desde Keun-Lun hasta el Himalaya sin que le hayan asesinado y que por lo tanto es poco probable que le vaya a suceder eso en Londres. Le dejé dictando su libro de memoria, sin las notas, a un ritmo de doscientas palabras por minuto.

—¡No pierde el tiempo!

—¿Perder el tiempo? Además del libro sobre Yucatán y de la obra sobre el Tíbet, la semana que viene va a dar una conferencia en el Instituto sobre una tumba que ha desenterrado en Egipto. Cuando me iba, llegó una furgoneta del puerto y un par de individuos sacaron un sarcófago tan grande como un barco. Es algo único, según sir Lionel, y en cuanto lo haya estudiado lo entregará al Museo Británico. Es un hombre que consigue hacer el trabajo de seis meses en seis semanas; y, en cuanto lo hace, se larga otra vez.

—¿Qué propone usted que hagamos?

—¿Qué podemos hacer? Yo sé que Fu-Manchú intentará eliminarlo. No me cabe la menor duda. ¡Uf! ¡La casa me dio escalofríos! Puedo jurarle, Petrie, que nunca ha entrado en aquellas habitaciones un rayo de sol. Y cuando llegué esta tarde había unas nubes de mosquitos que parecían de polvo; se veían en el más mínimo resquicio de luz que se colase entre los árboles de la avenida. Y un olor húmedo, casi a paludismo. Toda la pared del oeste está cubierta por una enredadera que se trajo de algún sitio hace años. Exhala un perfume sofocante y exótico de lo más apropiado. Le aseguro que ese sitio fue construido pensando en un asesinato.

—¿Ha tomado alguna precaución?

—Llamé a Scotland Yard, y han enviado un hombre para que vigile la casa, pero…

Se encogió de hombros, impotente.

—¿Cómo es sir Lionel?

—Un loco, Petrie. Un tipo alto y macizo. Llevaba un batín sucio de color indefinido. Pelo gris revuelto, bigotes erizados, ojos azules agudos y piel morena; suele llevar la barba recortada, o no se afeita casi nunca, no sé cuál de las dos cosas. Le dejé dando zancadas entre las mil y una curiosidades de aquella habitación increíble, tropezando entre muebles antiguos, libros de consulta, manuscritos, momias, lanzas, cacharros de cerámica, de todo. A veces tiene que apartar un libro de una patada, o se engancha con un cocodrilo disecado, o se da contra una máscara mexicana… y mientras tanto, habla y dicta al mismo tiempo. ¡Uf!

Nos quedamos un rato callados.

—Smith —dije—, no estamos avanzando nada en nuestro asunto. Pese a todas las fuerzas que se han aliado en su contra, Fu-Manchú continúa eludiéndonos, continúa llevando adelante su tarea diabólica, continúa su camino inescrutable.

Nayland Smith asintió.

—Y no lo sabemos todo —dijo—. Calculamos que tal o cual hombre no interesa con vida al «peligro amarillo», y le avisamos si tenemos tiempo. Algunas veces logran escapar; otras, no. Pero ¿qué sabemos de todos esos otros que seguramente mueren cada semana a causa de sus criminales actividades, Petrie? Es imposible para nosotros conocer a todos los que han desentrañado una parte del enigma chino. No dejo de preguntármelo cada vez que veo una información sobre alguien que ha aparecido ahogado, o sobre un suicidio aparente, o sobre cualquier muerte repentina, aunque parezca por causa natural. Le aseguro que Fu-Manchú tiene el poder de la omnipresencia; sus tentáculos lo abarcan todo. Dije que sir Lionel lleva una vida muy agradable, pero de milagro. Que nosotros estemos vivos, es otro milagro.

Miró su reloj.

—Son casi las once —dijo—. Dormir me parece una pérdida de tiempo, aparte del peligro que supone.

Oímos un timbre. Poco después, una llamada en la puerta de la habitación.

—¡Pase! —exclamé.

Entró una chica con un telegrama dirigido a Smith. Su mandíbula parecía, a la luz de la lámpara, más cuadrada, y los ojos le brillaban como el acero cuando lo cogió y abrió el sobre. Miró el impreso, se levantó y me lo pasó mientras recogía el sombrero que tenía encima de mi mesa de trabajo.

—¡Dios nos asista, Petrie! —dijo.

El mensaje decía así:

SIR LIONEL BARTON ASESINADO STOP ACUDAN A SU CASA INMEDIATAMENTE STOP INSPECTOR WEYMOUTH