—¡No vamos a cenar, Kerrigan! Tomaremos cualquier cosa por el camino.
—¿Cómo dice?
—La casualidad ha querido que usted encontrara la primera pista en muchos y agotadores días y noches, Kerrigan, y la verdad es que ha actuado con inteligencia.
—Gracias.
—Las últimas informaciones que acabo de recibir explican por qué el interés del doctor Fu-Manchú se centra, ahora, en Rudolf Adlon. ¡Adlon se dirige a Venecia para entrevistarse en secreto con su camarada el dictador Monaghani!
—¡Pero eso es imposible, Smith! —exclamé. Todavía no me había recuperado de mi carrera a la estación—. En los periódicos de la tarde se anuncia que Adlon pasará revista a sus tropas mañana por la mañana.
Smith, con un viejo batín de seda y fumando su pipa, paseaba de un lado a otro. Se detuvo, se volvió hacia mí y me miró con las cejas enarcadas mientras me lanzaba una mirada perpleja.
—Creí que era del dominio público, Kerrigan —dijo pausadamente—, que Adlon tiene un doble.
—¡Un doble!
—En efecto. Supuse que ya lo sabía; casi todo el mundo lo sabe. Stalin, de Rusia, tiene tres.
—¿Tres dobles?
—Tres. Sabe que es factible que intenten asesinarlo en cualquier momento y, de este modo, las probabilidades son de tres a uno a su favor. En acontecimientos como el que usted ha mencionado, en los que el mandatario del país tiene que estar en posición de firmes y saludando durante unos cuarenta minutos mientras las tropas marchan con precisión mecánica, no es el auténtico Rudolf Adlon quien permanece en esa dolorosa posición. ¡Oh, no, Kerrigan: es el Rudolf Adlon número dos! El número dos estará mañana en el desfile, pero el número uno, el original, el Rudolf Adlon auténtico, ya está camino de Venecia.
—Entonces, cree que el hecho de que esas dos mujeres se dirijan a Venecia significa que…
—¡Significa que el doctor Fu-Manchú está en Venecia o que no tardará en llegar! A lo largo de toda su carrera ha utilizado el arma de la belleza femenina, un arma, muchas veces, de doble filo. De todos modos, ahora sabemos lo que buscamos.
—Supongo que realizará las gestiones necesarias para que las detengan en Folkestone…
—De ningún modo.
—¿Por qué?
Sonrió con calma.
—¿Recuerda las palabras de Fu-Manchú sobre golpear al corazón, al cerebro? Pues bien, el corazón es el Consejo de los Siete, y el cerebro es Fu-Manchú. Mi intención es golpear directamente al cerebro, o sea que salimos para Venecia de inmediato.
Llamó al timbre y la puerta se abrió dando paso a Fey.
—Indique al comandante de vuelo Roxburgh que tenga el avión preparado para despegar en una hora, con destino a Venecia; que notifique del vuelo a París y a Roma, y que disponga lo necesario para un aterrizaje nocturno.
—Muy bien, señor.
—Y prepare el coche.
Fey salió.
—¿Está seguro, Kerrigan, está seguro —me preguntó Smith con excitación— de que no le han reconocido?
—Tan seguro como se puede estar. Ardatha estaba leyendo y tengo la certeza, casi absoluta, de que no pudo verme, y la otra mujer no me conoce.
Nayland Smith soltó una carcajada y me miró divertido.
—Todavía tiene mucho que aprender sobre el doctor Fu-Manchú, Kerrigan.