—El factor humano, siempre incalculable —musitó Nayland Smith.
Colgó el auricular, se dirigió a la ventana y miró a través de ella.
La noche tenía un millón de ojos. Las luces de Nueva York parpadeaban… Sin duda, la situación era difícil. Se puso mentalmente en el lugar de Hepburn, quien sólo había pedido que le permitiera quedarse hasta que llegara el famoso médico.
Nayland Smith miró la decapitada estructura del Stratton Building. En los pisos inferiores había habitaciones iluminadas, pero los de arriba estaban a oscuras. La gran explosión en la cima del edificio había causado tantos estragos que incluso ahora era posible que todo el edificio fuera declarado en ruinas. ¡Aquella voladura había sido la obra personal del doctor Fu-Manchú!
Su escapada de la catástrofe que había preparado para ellos, casi rozó el milagro. Sin embargo, el doctor Fu-Manchú continuaba aún en libertad, y su extraordinario cerebro seguía tramando planes que superaban la imaginación de los hombres normales…
¿Podía algo, aparte de la destrucción de aquella vida en apariencia indestructible, evitar el triunfo de Paul Salvaletti? Los norteamericanos empezaban a reconocer abiertamente la existencia de un movimiento fascista con la deslumbrante personalidad de Salvaletti como su cabeza visible. El miércoles siguiente, a las ocho, el abad Donegal (si seguía con vida) revelaría la verdad al país. ¿Cuál sería su reacción?
¡El doctor Fu-Manchú estaba comprando a los Estados Unidos con oro!
En una ocasión había dicho en presencia de Nayland Smith: «¡Oro! ¡Podría ahogar a la humanidad en oro!»
El doctor chino conocía el secreto a cuyo descubrimiento tantos alquimistas habían dedicado la vida. Smith sabía desde hacía tiempo que se estaban realizando impresionantes operaciones en oro. Aunque muy pocas habían despertado sospechas, sin duda, esas operaciones secretas habían provocado el caos financiero que todas las naciones del mundo padecían en ese momento.
Aquella noche, el final le parecía inevitable. Allí, solo, contemplando las luces de Nueva York, Nayland Smith libraba una gran batalla.
¿Podía esperar detener a aquel superhombre que luchaba con armas de las que nadie más disponía?, ¿que gozaba de la experiencia de una edad inimaginable?, ¿que manejaba fuerzas que nunca nadie había controlado? Había una forma segura, y sólo una, que sin duda el mismo Fu-Manchú habría elegido.
La muerte de Paul Salvaletti provocaría que aquella poderosa estructura se viniera abajo…
Pero, aunque el destino del país y quizá del mundo occidental estaba en juego, el asesinato era un arma que Nayland Smith no podía utilizar.
Había, quizás, otra manera: la destrucción del doctor Fu-Manchú. Si eliminaban aquel control sutil, la máquina, enorme pero frágil, dejaría de funcionar; sería como una nave sin timón en un huracán.
Sonó un timbre. Fey entró y se dirigió al teléfono.
—El teniente Johnson, señor.
Nayland Smith tomó el auricular.
—Hola, Johnson.
—¡Otra vez por los pelos! —dijo Johnson en tono exaltado—. Uno de nuestros policías ha reconocido al doctor Fu-Manchú, pero su vehículo alcanzó una velocidad asombrosa y nuestros hombres no pudieron seguirlo. Han avisado al siguiente puesto de vigilancia y hemos interceptado el vehículo. ¡Estaba vacío, salvo por el conductor! Lo hemos retenido.
—¿Algo más?
—Sí, me han informado de que dos hombres fueron vistos mientras intercambiaban sus vehículos en Greenwich. Las descripciones concuerdan. Vieron al segundo coche cruzar el río y se ha comunicado su descripción a todos los coches patrulla. Le hablo desde el Times Building.
—Quédese ahí, me reuniré con usted.
Nayland Smith colgó el auricular.
—¡Fey! —gritó.
Fey volvió a aparecer sin hacer ruido.
—El capitán Hepburn está en la segunda dirección que aparece debajo del nombre de Adair en la libretita que hay junto al teléfono. No tenemos el número de teléfono. Si necesito a Hepburn, envíele un mensajero.
—Muy bien, señor.
—Estaré en contacto. Voy a salir.
—¿Así vestido, señor?
—Sí —dijo Nayland Smith sonriendo con frialdad—. Mi intento de cambiar de residencia ha sido un fracaso, y no quiero proporcionar más diversión al enemigo utilizando disfraces extravagantes.