King’s Bar ">32. DEBAJO DEL WU KING’S BAR

—¡Deténganse ahí! —gritó el inspector Finney.

El estruendo del soplete de soldadura autógena se interrumpió. Estaban trabajando tres plantas por debajo del local de Wu King adonde habían accedido por una escalera subterránea que, de modo afable, Wu King había negado conocer.

—¿Qué novedades hay? —gritó Finney volviendo la cabeza hacia arriba.

—¡Hemos abierto la puerta que comunica con la calle!

Finney dejó a los hombres del soplete y subió corriendo la escalera. La atmósfera de abajo era sofocante y estaba cargada de vapores acres. Una puerta sumamente pesada que estaba encajada en un marco de hierro y que, por el lado exterior, parecía una pared pues estaba tabicada con medios ladrillos, estaba abierta. Un grupo de hombres sudorosos por el trabajo realizado la examinaban. Fuera, en la calle, dos policías hacían circular a los curiosos.

—Así que éste era el truco —musitó Finney.

—No me extraña que no pudiéramos encontrarla —le dijo uno de los hombres mientras echaba hacia atrás un mechón de pelo pegajoso que le cubría la húmeda frente—. ¡Parece un muro de ladrillo y suena como un muro de ladrillo!

—Sin duda —comentó Finney con sequedad—, porque es un muro de ladrillo, sólo que se abre. Ahora resulta fácil deducir cómo la montaron. Construyeron el laberinto desde el otro extremo, esté donde esté. ¿Dónde nos encontramos con exactitud?

Salió a la calle y miró a derecha y a izquierda. La puerta disimulada ocupaba el fondo de una oquedad que había entre un extremo del local de Wu King y el comienzo de una tienda de cigarros chinos. La función de aquel hueco era albergar un contador de inspección eléctrica en la acera. El contador era auténtico, comunicaba con un cable principal de electricidad; el inspector Finney lo sabía muy bien. Se echó el sombrero negro hacia atrás y miró con una expresión de extrañeza la abertura en la que durante muchos años había visto un muro de ladrillo.

—¡Caramba, es increíble! —musitó.

—Supongo que esto deja libre de sospechas a Wu —dijo uno de los hombres—. Si nosotros no sabíamos que la maldita puerta estaba aquí, también él puede alegar que lo ignoraba.

—Así lo hará —repuso Finney—. Y es bastante probable que de esta forma se libre… Tiene que haber un timbre en algún lugar; hemos localizado el cable más abajo.

—Aquí está. Lo hemos sacado fundiendo el hierro. Hicieron que los ladrillos parecieran antiguos y encima pegaron unos letreros. Supongo que el interruptor estaba debajo de éstos; al menos eso es lo que parece.

El inspector Finney volvió a entrar, no sin antes mirar a izquierda y derecha con severidad a los rostros inexpresivos de los chinos que, a una distancia respetable, observaban las operaciones. La ingeniosa puerta disponía de una complicada cerradura eléctrica que se accionaba a distancia, pero desde dónde… todavía estaba por descubrir.

Diez minutos más tarde, forzaron la tercera puerta y el inspector Finney se encontró en una sala rectangular de extraño mobiliario pero con muestras evidentes de haber estado abandonada durante largo tiempo. Ahora, el lugar olía como una fundición.

—Diría que es un viejo antro de drogas —dijo uno del grupo—, pero está claro que no se ha utilizado en mucho tiempo.

—Echad abajo las paredes —ordenó Finney—, todavía no hemos terminado.

A continuación, se produjo un episodio de demolición entusiasta que ni el departamento de bomberos podría haber mejorado. No obstante, transcurrió casi una hora antes de que descubrieran una cuarta puerta escondida con ingenio.

—A por ella, chicos —dijo Finney.

Los sudorosos trabajadores se pusieron manos a la obra, bajaron el soplete y lo montaron para las nuevas operaciones. Finney miraba de modo pensativo un trozo de pared que tenía ciertas marcas. No sabía, ni supo, que al otro lado de aquel trozo exacto de pared en el que tenía clavada la mirada, había una escalera en espiral que conducía desde más abajo al piso superior del edificio de Wu King. Como el hueco de la escalera sólo podría descubrirse realizando mediciones y no por el sonido, era normal que, al localizar la cuarta puerta de hierro, el inspector Finney centrara toda su atención en ella y la escalera continuara oculta.

Aquellas puertas de hierro lo volvían loco. En aquel momento se acordó de una conversación reciente que había mantenido con el agente del gobierno Hepburn. Recordaba haber alardeado de que una puerta de esas características no podía montarse en Chinatown sin que él lo supiera. ¡Tendría que tragarse aquellas palabras, porque había cuatro!

Sin embargo, reflexionó con satisfacción, nadie lo sabe todo. Al menos, podía felicitarse por haber encontrado aquel túnel secreto. La búsqueda había permitido localizar la abertura ignorada que existía entre el extremo oriental del local de Wu King y el occidental del local adyacente. Los trabajos realizados en el interior del local de Wu King, durante los que se había levantado parte del suelo, habían revelado una gruesa pared medianera. Finney había ordenado que abrieran en ella un boquete y así encontraron el primer tramo de escalones que descendía desde el nivel de la calle.

¡Había sido un buen trabajo! Volvió a ajustarse el sombrero en su dura cabeza y encendió un cigarrillo…

De todos modos, desde el momento en que, por la mañana temprano, habían comenzado las operaciones hasta que la cuarta puerta cedió, el grupo que actuaba a las órdenes del inspector Finney había trabajado largas y penosas horas. Finney estaba en la calle preguntándose qué significaba en realidad aquella construcción subterránea cuando oyó un grito cavernoso que procedía de las acres profundidades.

—¡Ha cedido!

Un minuto más tarde, Finney se encontraba en el peldaño más bajo e iluminaba, con la luz de la linterna, el agua oleosa y de aspecto sucio.

—Supongo que estamos en el nivel de pleamar —dijo una voz—, pero, a veces, estos peldaños descienden más abajo.

El inspector Finney recorrió con la luz de la linterna las aguas de aspecto malsano. En el otro extremo, vio una abertura cuadrada que sobresalía entre cincuenta centímetros y un metro por encima de la superficie.

—Hay o había otra puerta de hierro —gruñó—, pero ahora está abierta. Me pregunto qué habrá al otro lado.

Finney era bajo y fornido. Se volvió a uno de los hombres que había estado trabajando para forzar las puertas.

—¿Cuánto mide, Ruskin? —preguntó.

—Un metro ochenta, inspector.

—¿Nada usted bien, verdad?

—Bastante bien.

—Si los peldaños de piedra continúan debajo del nivel del agua —explicó Finney—, no tendrá que nadar. Creo que podría llegar hasta allí sin perder pie, llevar una linterna por encima de la cabeza y ver lo que hay al otro lado. ¿Qué le parece?

—Lo intentaré.

Ruskin se desnudó parcialmente para la misión, sujetó la linterna con la mano derecha y empezó a descender los peldaños de piedra mientras tanteaba el camino con cuidado. El agua, en la que flotaban todo tipo de objetos, le llegaba justo hasta los hombros cuando anunció:

—Ya he tocado fondo.

—Vaya con cuidado —advirtió Finney—. Si pierde pie, suba a la superficie y regrese a nado.

Ruskin no respondió, continuó caminando mientras sostenía la linterna por encima de la cabeza. Cruzó la abertura cuadrada y se quedó allí unos instantes.

—¡Santo Dios! —gritó.

La linterna desapareció; se le había caído. Se oyó un chapoteo y unas sacudidas. Finney se quitó el sombrero y el abrigo y bajó los escalones mientras otro hombre lo seguía.

—¡A ver esas luces! —gritó a los hombres que permanecieron en suelo firme.

A la luz de las linternas vieron el rostro de Ruskin por encima de la superficie del agua. Finney lo agarró y no tardaron en arrastrarlo arriba de los peldaños. Permaneció allí echado señalando hacia abajo, temblando y boqueando…

—Hay un amplio espacio cubierto de agua —jadeó— y una cosa horrible vive allí. ¡Es un monstruo! ¡He visto cómo brillaban sus ojos!

Sam Pak había inundado el templo de la diosa de los siete ojos, pero la cabeza de la deidad que lo presidía sobresalía de la superficie…