Mark Hepburn, exaltado por la intensidad del momento, se arriesgó a subir hasta el peldaño más alto de la tambaleante escalera. Se aferró a un agarradero que había junto a la ventana para los limpiacristales y rompió con el talón derecho uno de los cristales.
Se inclinó hacia delante, pasó la mano con la automática por la abertura y gritó:
—¡Manos arriba, Fu-Manchú! —Su voz adquirió, sílaba a sílaba, un tono más agudo debido a la excitación.
La niebla continuaba su insidiosa invasión de las calles. Una detrás de otra, ocultó todas las luces de abajo. Una voz habló desde la azotea, a los pies de la escalera.
—¡Vaya con cuidado, capitán, si se cae no podremos agarrarlo!
Hepburn apenas prestó atención al grito. Todo su interés estaba centrado en el misterioso ser de la puerta con cortinas. Los dos hombres que tiraban de la cuerda eran unos sirvientes muy bien entrenados, porque a pesar del ruido del cristal al romperse y su orden a voz en grito, no se habían sobresaltado ni se habían vuelto, sino que continuaron realizando de forma mecánica la labor que se les había encomendado.
Despacio, sin que la mirada perturbadora de los ojos verdes titubeara, el chino de gran altura levantó las manos. Quizá no veía a quien había dado la orden, pero sí veía el cañón de la automática.
—¡Muévase hacia la izquierda! —le gritaron con apremio desde abajo—. No podemos dominar la escalera.
Durante un segundo irrevocable, Hepburn desvió su atención. Y en ese momento, la habitación se sumergió en la oscuridad.
Se aferró al gancho con más fuerza y disparó en dirección a la puerta con cortinas… y a la luz del fogonazo vio que estaba vacía. Era inútil efectuar más disparos. Se tambaleó.
—¡Corra la voz de que hay una cuerda que cruza la calle! ¡La maldita niebla les ha servido de ayuda! ¡Que vigilen y registren el edificio del otro lado!
Se oyeron unas órdenes proferidas a gritos, el ruido de unos pasos a la carrera y a los policías de abajo que hablaban a voces…
—Arresten a todos los que estén en el Wu King’s y registren el lugar desde el sótano hasta el tejado.
Volvió a disparar en dirección a la ventana del otro lado por encima de las cabezas de los hombres chinos. Se tambaleó hacia delante, oyó unos pasos precipitados y, a continuación, se hizo el silencio. De un modo peligroso, pero ayudado por la excitación que lo había invadido cuando se dio cuenta de que estaba delante del casi mítico doctor Fu-Manchú, apoyó el pie en uno de los peldaños y descendió hasta la azotea. Finney, con un brazo extendido, lo ayudó a bajar del parapeto sobre el que se apoyaba, en equilibrio, la escalera.
—¿Qué ha ocurrido allí arriba, capitán? —preguntó con aspereza—. Me sentía impotente, pegado a la escalera.
—Hay una ruta de huida a través de la calle. En marcha. Hay que darse prisa.
Sin embargo, el teniente Johnson ya había delegado a un joven competente el asunto del Wu King’s y de quienes se encontraban en el interior y había entrado en el edificio indicado.
Éste consistía en una tienda que habían cerrado media hora antes y en las viviendas de arriba. (Las investigaciones demostrarían que el propietario no era otro que Wu King.) Utilizando los métodos habituales de la policía responsable de la buena conducta en Chinatown, entraron sin miramientos en todos los pisos y las habitaciones hasta la planta superior. Allí, se encontraron con un problema.
El piso más alto era la guarida de la sociedad secreta china Hip Sing. Nadie tenía la llave y la puerta se resistía a las acometidas de los agentes.
Como medida preventiva, todos los hombres, mujeres y niños del edificio fueron arrestados. Los furgones cargados de la policía los llevaban a la prisión cuando Hepburn subió corriendo hasta el rellano superior. El derribo de la puerta de la sede de la sociedad secreta había comenzado. Como pudieron comprobar, se trataba de una ardua tarea.
—¡Dejen paso! —se oyó gritar a alguien.
Un policía de rostro sombrío subía la escalera mientras asía a un anciano chino por la nuca.
—Tiene la llave —explicó de forma lacónica.
Un instante después, la puerta se abrió con brusquedad. Buscaron los interruptores de las luces, los encontraron y apareció un lugar decorado con colores chillones.
Estaba impregnado de un curioso olor a incienso viejo que flotó hacia ellos a causa de la corriente de aire provocada por una ventana que daba a la calle. Sobre el suelo yacían unas cuerdas. Había, también, una polea montada en una de las vigas que cruzaba el techo. La huida desde el piso superior del edificio de Wu King se había efectuado a través de aquel lugar.
El templo de la sociedad secreta estaba totalmente vacío…