—Quédese al pie de la escalera, Finney —ordenó Hepburn.
El inspector ocupó su puesto con cuidado.
—Usted —se dirigió al otro hombre— sujétela desde abajo, y usted —dijo a un tercero— agarre la escalera por el lado para que no se tambalee. ¿Todos listos?
Habían encontrado la escalera, que no era muy larga, en el patio del almacén y la habían subido a la azotea. Ahora, afianzada por los tres hombres, salvaba peligrosamente un hueco profundo, un vacío al final del cual se vislumbraban, a través de un manto de niebla, unas luces en movimiento y otras inmóviles. Se oían voces distorsionadas por la niebla y los sonidos amortiguados de actividad, pero no se percibían los bocinazos característicos de los taxis porque era una de las calles acordonadas; la entrada del Wu King’s Bar estaba justo debajo.
—Todos preparados, capitán.
Mark Hepburn empezó a remontar la escalera con cautela.
Se movía a la sombra del último tramo del edificio de Wu King. Era una acción de vértigo. No se atrevía a mirar al cielo frío y estrellado que parecía llamarlo desde el lado derecho del edificio ni al abismo nebuloso de la calle de abajo. Subió peldaño a peldaño hacia su objetivo, que era la ventana iluminada que había unos dos metros más arriba. Continuó escalando.
Por fin, a dos peldaños del extremo, pudo apoyar las manos en el antepecho de la ventana y mirar hacia el interior.
Lo que vio era tan extraño que, al principio, no comprendió lo que sucedía, se trataba de una sala decorada con muebles muy peculiares cuyo estilo, así como el de las lámparas, le daban un aspecto definitivamente oriental. Unas alfombras de vivos colores cubrían el suelo y vio unos divanes apoyados contra dos de las paredes. El tono predominante de la iluminación era el púrpura, lo cual le impidió distinguir con claridad lo que ocurría en el extremo más alejado. Vio una ventana abierta de par en par y a dos hombres chinos que tiraban de una cuerda. Este hecho por sí solo ya era singular, pero una tercera figura remataba la estrafalaria escena. Se trataba de un hombre vestido con una túnica negra con capucha que le cubría por completo el rostro y que tenía dos agujeros para los ojos. Salvo por el color de la ropa, parecía un cofrade de la hermandad de la Misericordia. Permanecía inmóvil justo detrás de los hombres chinos, los cuales, como observó Mark Hepburn, introdujeron en el interior de la sala a través de la ventana lo que parecía una butaca de contramaestre. Incluso entonces, no alcanzó a comprender lo que ocurría. El hombre encapuchado arrebujó la túnica entre sus piernas y, con la ayuda de uno de los chinos, se sentó en la butaca. Éstos volvieron a tirar de la cuerda.
La figura negra desapareció por la ventana…
De repente la verdad se abrió paso en su mente. La redada de Nayland Smith en la orilla del río había tenido éxito… ¡Ésta era una salida de urgencia para escapar del bloque cercado!
¿Cuántos habrían salido ya? ¿Cuántos faltaban? Estaba claro. Habían lanzado una cuerda a través de la calle hasta algún edificio del otro lado y, ¡justo por encima de las cabezas de los agentes, los hombres buscados eran transportados hasta un lugar seguro!
Ansioso por bajar, se puso de pie. Todavía no era demasiado tarde para localizar el otro edificio…
Entonces se detuvo.
Mientras los dos chinos sostenían la cuerda, apareció otra figura procedente de una puerta cubierta con cortinas.
Se trataba de un hombre alto vestido con una túnica amarilla; un hombre de facciones majestuosas que emanaba un poder que paralizó a Hepburn. Sujetándose con fuerza a la cornisa observó aquella figura imponente de altos hombros que permaneció inmóvil junto a las cortinas. Quizá su mirada fue tan intensa que transmitió su presencia al recién llegado.
Lentamente, la impresionante cabeza se volvió. Hepburn se encontró con la mirada de dos intensos ojos verdes que, a través de la ventana, parecían mirar directamente a los suyos… Nunca había visto unos ojos parecidos. No podía decir si, dadas las circunstancias, lo veía desde el interior, pero de un hecho, un hecho extraordinario sí estaba seguro: ¡Aquél era el doctor Fu-Manchú!