23. LA COMPUERTA DE FU-MANCHÚ

—Apague el motor —espetó Nayland Smith—. Deje que la corriente nos lleve.

El zumbido de la lancha cesó.

Un millón de luces los contemplaban a través del aire helado. Luces que, desde el nivel del río, parecían elevarse hasta la bóveda del cielo. En las orillas había grupos de lucecitas rojas, azules y verdes que se reflejaban sobre el agua, que fluía con lentitud. Había luces inquietas, como luciérnagas, que salían disparadas, se mezclaban con otras y reaparecían sobre los puentes. Las luces de un transbordador se movieron con suavidad por el lado de su popa: había luces de todos los colores, luces estáticas y luces febriles; arriba, en el cielo, se veían bombillas de colores. Otras eran mágicas y traviesas y parecidas a fuegos fatuos. Pasaron lentamente, arrastradas por la sombría corriente. Pegada a la pared del muelle, la lancha se deslizó, silenciosa, junto a una hilera de árboles que la protegían de millones de ojos implacables. Envueltos en las sombras de la parte baja de la iluminada ciudad avanzaron con lentitud hacia su destino.

—¿Debo entender —se escuchó la voz de Nayland Smith que atravesó la oscuridad desde la proa—, que ha llegado un cuarto hombre?

—Exacto, jefe —repuso el capitán de la policía Corrigan—. Lo vieron entrar y me han informado por radio hace dos minutos.

Los toques de sirena intermitentes de los remolcadores y los más largos de los grandes barcos completaban el cuadro pintado por las luces, y el incesante rugido de la ciudad les hacía de fondo. El viento se había convertido en una simple brisa del este; sin embargo, era una noche de frío intenso.

—Hay una escalera —dijo Corrigan— y una trampilla que da al muelle de arriba.

—¿Y el terreno pertenece a la South Coast Trade Line?

—Así es.

Tras arduos esfuerzos, Nayland Smith había descubierto que el difunto Harvey Bragg tenía acciones en la South Coast Trade Line

—Ya hemos llegado —anunció una voz.

—Nada de motores —ordenó Nayland Smith—. Deslícenla con cuidado; hay muchos asideros.

Las luces de Manhattan se desvanecieron cuando entraron en el oscuro canal. Las sirenas sonaban con estridencia y un transbordador que provenía de la orilla de Brooklyn produjo reflejos ámbar sobre el agua aceitosa. Un remolcador pasó muy cerca de ellos y los hizo balancearse. Todas las luces habían desaparecido cuando el haz luminoso de una linterna eléctrica atravesó la oscuridad.

Vieron, entonces, una plataforma de madera. De ella partía una escalera que se sumergía en las sombras de arriba. El agua de la marea murmuraba y lamía suavemente la lancha mientras atravesaban el oleaje originado por la estela del remolcador.

—¡Ahora, silencio! —exclamó Nayland Smith perentoriamente—. Levantad el palo y apoyadlo en la borda. ¿De cuántos hombres disponemos, Corrigan?

—De cuarenta y dos, jefe.

—No veo ni un alma.

—¡Eso me enorgullece!

Nayland Smith apoyó la mano en el hombro del agente que iba en la popa y subió a la plataforma de madera. Mientras Corrigan se unía a él, otro remolcador pasó cerca de donde estaban. Las luces de estribor hicieron que el grupo de la lancha pareciera una tripulación de demonios y brillaron de modo funesto en el cañón de la pistola que Corrigan llevaba.

—¿Los dos hombres que acompañaban al cuarto pasajero eran los mismos de antes? —preguntó Smith.

—No puedo asegurarlo hasta que me lo confirme Eastman, que está al mando en el muelle. Pero a los tres primeros los acompañaban dos chinos. Uno de ellos pulsó un timbre que supongo que podré localizar porque los observaba con unos prismáticos. En cuanto a las veces que lo pulsó, es difícil de decir, salvo que lo hizo más de una.

—Sé cuántas veces lo pulsó, Corrigan: siete… Encuentre el timbre.

—¡Tengo la mano sobre él!

Los hombres de la lancha levantaron el palo por encima de sus hombros y lo apoyaron en la barandilla de la plataforma. Poco a poco y sin hacer ruido, lo empujaron hacia delante. Corrigan chasqueó los dedos para indicarles que el palo casi había tocado la puerta.

—No sabemos en qué sentido se abre —susurró—; suponiendo que se abra.

El palo estaba entre los dos hombres.

—Eso no importa. Llame al timbre siete veces.

El capitán de la policía Corrigan levantó la mano hasta el timbre escondido y lo presionó siete veces. Casi de forma inmediata, la puerta se abrió. Al otro lado había una oscuridad cavernosa.

—¡Vamos allá, chicos! —gritó Corrigan.

Empujaron el palo con fuerza a través del hueco de la puerta. Nayland Smith y Corrigan lanzaban rayos de luz a la oscuridad de delante. En algún lugar de arriba sonó un silbato. Se oyó el ruido de unos pasos rápidos sobre una tarima y un bullicio amortiguado.

—¡Vamos, Corrigan! —soltó Nayland Smith.

Corrigan saltó por encima del palo y siguió a su jefe hacia la oscuridad parcialmente quebrada por la luz de las dos linternas. Se encontraron en un túnel de ladrillo interminable. Corrigan se detuvo y se volvió hacia atrás.

—¡Por aquí, chicos! —gritó.

Los pasos ligeros y apresurados resonaban, como un eco extraño, en el estrecho corredor. De un modo vago, se veía el palo atrancado en el umbral de la puerta perfilado contra los reflejos del agua del fondo. La linterna de Nayland Smith ya estaba lejos, más adelante.

—¡Espéreme, jefe! —gritó Corrigan con apremio.

Mientras Corrigan corría detrás de Nayland Smith, apareció, con sus hombres, el oficial a cargo del destacamento oculto que habían reunido en secreto desde hacía horas. Su silueta se recortó en el fondo tornasolado del agua.

Corrigan no había dado más de cinco pasos cuando Nayland Smith se volvió.

—¡Espere a los hombres, Corrigan! —gritó. Y sus bruscas palabras reverberaron de un modo extraño en el túnel.

Corrigan se detuvo y se volvió. Una hilera de figuras avanzaba, como si fueran hormigas, desde la puerta del río.

—¡Dios mío! ¿Qué es esto? —gruñó de repente Corrigan.

Algo, alguna cosa que producía un ruido estridente había ocultado la escena. Corrigan volvió el haz de luz de su linterna hacia delante. Nayland Smith corría hacia él.

Una plancha de hierro que parecía una compuerta había descendido entre ellos y el río… ¡Estaban atrapados!