III

El doctor Fu-Manchú presionó un interruptor de la mesa y en una habitación abovedada donde el Hombre Memoria, como resultado de muchas horas de trabajo paciente, casi había terminado otro de aquellos bustos majestuosos cuya elaboración era lo único que aliviaba el tedio de su vida, la luz ámbar se apagó.

—Déme el último informe del número encargado de patrullar Mott Street —se oyó una voz gutural y brusca.

—Recibido a las tres y diez de la tarde. El mensaje dice: «Los efectivos policiales y federales se han doblado en el área desde mediodía. El acceso a las entradas uno y dos es imposible. Un agente del gobierno muy bien escoltado y hasta el momento sin identificar, está al mando. Las señas indican una posible batida. Informando el número 41.»

La luz ámbar se encendió de nuevo en la habitación gótica y el escultor, con un cigarrillo egipcio en la boca, se dedicó a acentuar la frente prominente del busto.

El doctor Fu-Manchú, que había producido el cambio de luz al pulsar un interruptor, permaneció un rato sentado con los ojos cerrados. Los últimos pasos de su plan se habían realizado con éxito. El siguiente era, con mucho, el más difícil. El aire del extraño estudio habría sido irrespirable para un hombre normal. Un hilo grisáceo de humo se elevaba desde un quemador de incienso situado en una esquina de la mesa. El doctor Fu-Manchú tenía sus propios medios para inducir estados mentales. Entonces, pulsó un interruptor y aparecieron dos puntos de luz. Esperó un momento.

—Escucha con atención las órdenes que voy a dictarte —dijo en chino—. Se está tramando una conspiración para echarnos encima a los sabuesos, amigo mío. Escucha atentamente. Nadie debe entrar o salir de la base 3 hasta nueva orden. Las puertas que comunican con las entradas de la calle deben permanecer cerradas con llave. Esta noche, nuestros invitados entrarán por la compuerta del río. Su seguridad está en tus manos. Todos son importantes y algunos, muy distinguidos. Te mantendré informado…