III

El tradicional debate que el dedo de la Historia inscribiría en los anales de Norteamérica, se produjo en una atmósfera de tensión que no tenía parangón en la memoria de ninguno de los presentes. Después del acontecimiento, muchos recordaron hechos significativos, como, por ejemplo, que Harvey Bragg utilizó notas, cuando tenía por costumbre hablar de forma improvisada (y, si estaba de humor, durante horas). También recordaron que, con frecuencia, dirigía la mirada hacia su secretario, Salvaletti, que, a Veces, parecía apuntarle lo que tenía que decir.

Oculto a los ojos de la audiencia, Dom Patrick Donegal observaba el duelo mundano. Y, sin poder intervenir, se dio cuenta, como lo hicieron todos los asistentes a la multitudinaria reunión, de que el doctor Orwin Prescott era un hombre vencido.

En cuanto a la oratoria, su actuación fue quizá la mejor de su carrera; su hermosa voz y su erudición dejaron en ridículo los extemporáneos bramidos y la lamentable ignorancia histórica de su oponente. Pero con casi todas sus frases le hacía el juego a Harvey Bragg: cayó en trampas que hasta un niño podría haber evitado. Con dignidad, seguridad y una elocución perfecta, hizo declaraciones que incluso el crítico más benévolo habría calificado de locuras.

A veces, parecía reparar en este hecho. En más de una ocasión, se llevó la mano a la frente como si intentara poner en orden sus ideas. Y, en concreto, se vio claro que ciertas afirmaciones en respuesta a las indicaciones aparentes de Salvaletti, tenían un resultado desastroso para el doctor Orwin Prescott.

Sus seguidores más acérrimos se descorazonaron. Mucho antes de que el debate hubiera finalizado, ya parecía que Harvey Bragg ofrecía la prosperidad para el país. El doctor Prescott no tenía nada que ofrecer salvo frases de hermosa construcción.

Y el mejor orador de los Estados Unidos, el abad de Holy Thorn, escuchaba en silencio y miraba. Miraba mientras su amigo, Orwin Prescott, arruinaba, con cada palabra que pronunciaba, la excelente reputación que había construido con esfuerzo y honradez.

Fue el triunfo de Barba Azul.