Aunque nadie que estuviera de paso habría advertido la situación, toda la Regal Tower, el ala más cara y de moda del hotel Regal-Athenian, estaba tomada por agentes de policía y federales. A los recién llegados que pedían alojamiento en aquel sector del hotel se les comunicaba que estaba lleno; los que ya lo ocupaban fueron trasladados con extrema cortesía a otras habitaciones con la excusa de unas reformas urgentes.
Desde los porteros a los recepcionistas, pasando por los ascensoristas y los botones, todos los uniformes escondían a un agente.
Se habían adoptado complejas medidas para asegurar la confidencialidad de las llamadas telefónicas entrantes y salientes. Ningún cuartel general había estado nunca tan vigilado como aquella ala del hotel. Se estaba librando la batalla definitiva, pero pocos eran conscientes de ello. En el pasado, Wellington acabó con la ambición de Bonaparte de dominar Europa, aunque el eminente corso tuvo que luchar en Waterloo con una espada mellada. Foch y sus poderosos aliados rechazaron al mariscal de campo Von Hindenburg y, del mismo modo, la máquina militar más admirable de la historia desde la retirada de Moscú acabó con el inmenso ejército de Napoleón. Pero ahora, Nayland Smith, respaldado por el gobierno de los Estados Unidos, luchaba no por salvaguardar la Constitución ni por la paz del país, sino por el futuro del mundo. Y las fuerzas enemigas estaban dirigidas por un genio loco…
Vestido con un traje viejo de mezclilla y con la pipa aferrada entre los dientes, paseaba de un extremo al otro de la salita. Sus recursos eran todo lo que un mariscal de campo habría deseado. Y su segundo, Mark Hepburn, era exactamente como él lo habría elegido. Pero…
Alguien abrió la puerta de la suite.
Fey apareció en el vestíbulo como por arte de magia con la mano derecha en el bolsillo de la chaqueta. Nayland Smith se desplazó con rapidez a la izquierda tomando una posición desde la que veía la entrada. Un hombre alto, pálido y con barba, cubierto con una capa y un sombrero negro de ala ancha entró…
—¡Hepburn! —exclamó Smith, corriendo a su encuentro—. Gracias a Dios que ha regresado y está a salvo. ¿Qué novedades trae?
El capitán Mark Hepburn, del cuerpo médico de los Estados Unidos y en aquellos momentos una parodia de sí mismo, esbozó una sonrisa forzada. Su palidez y las sienes encanecidas eras falsas, pero la barba y el bigote eran naturales y muy cuidados, aunque maquillados para la ocasión. Según los planes, era posible que tuviera que adoptar aquella identidad durante bastante tiempo.
—Acabo de abandonar la recepción en la residencia Dumas —relató mientras se quitaba las gafas y miraba ojeroso a Nayland Smith—. No hay mucho de lo que informar salvo que es bastante obvio que el secretario personal de Bragg, Salvaletti, es el enlace con Fu-Manchú.
—Entonces Bragg está vigilado por ambos lados —murmuró Nayland Smith con frialdad—. Y Lola Dumas es, casi seguro, otra de las agentes del doctor Fu-Manchú.
—En efecto —afirmó Mark Hepburn mientras se dejaba caer con cansancio en una butaca—. Pero hay cierta fricción en el grupo. Justo antes de que me marchara, anunciaron la llegada de una mujer y Bragg fue a entrevistarse con ella. Conseguí pescar algunas palabras de la conversación entre Salvaletti y Bragg. Y, por el modo en que Lola Dumas miró a Bragg, deduje que su relación se estaba poniendo tirante.
—Descríbame a Salvaletti —exigió Nayland Smith de modo conciso.
Mark Hepburn entornó los ojos y Smith lo observó. Había algo extraño en la actitud de Hepburn.
—Estatura por encima de la media, pálido, cargado de espaldas. Ojos azul claro, moreno y con el pelo lacio. Su voz es suave y su sonrisa, forzada.
—¿Lo había visto antes?
—¡Nunca! Me es desconocido.
—Quizá proceda del hampa norteamericana —murmuró Smith—, por lo que no es probable que yo lo conozca. ¿Está seguro que anunciaron a una mujer?
—Por completo. Harvey Bragg entró con ella en la sala y la presentó en público como su nueva secretaria. Es respecto a esta mujer que deseo hablarle. Quiero su consejo: no sé qué hacer. Era la señora Adair… la que escapó de la torre de Holy Thorn debido a mi negligencia.