En una habitación pequeña e iluminada con una luz ámbar que procedía de unas elevadas ventanas, un hombre trabajaba con paciencia en un busto de arcilla de un hombre chino. Un timbre distante sonó y la habitación se sumió en la oscuridad. Se oyó una voz fuerte y gutural.
—Repítame el último informe del número responsable de vigilar al agente federal 56 en Nueva York.
—Sólo ha llegado uno que se ha recibido a las ocho cuarenta y cinco —respondió de inmediato el escultor—.El agente federal 56 se hospeda en un apartamento del Regal-Athenian Tower. El capitán federal Mark Hepburn también se hospeda allí y lleva a cabo experimentos químicos. Unos minutos después de las ocho, el agente federal 56 salió del hotel por una puerta de servicio y tomó un taxi de la Lotus Cabs. El conductor informó al número que cubría las salidas a Lexington. Se avisó a un vehículo de seguimiento pero el 56 los despistó en la esquina de la Cuarenta y ocho y llegó a Centre Street a las ocho treinta y cinco. El informe termina de este modo: «Se supone que todavía se encuentra en el cuartel general de la policía porque no hay ningún indicio de que lo haya abandonado.»
A estas palabras, siguieron unos minutos de silencio.
—Infórmeme —prosiguió la voz gutural— tan pronto como reciba un informe del número 38 que ahora se dirige de Cleveland a Nueva York.
El timbre distante sonó de nuevo y la luz ámbar se encendió una vez más en la pequeña habitación abovedada. El escultor intelectual de pelo blanco parpadeó ligeramente, como si aquella repentina iluminación le dañara los ojos. A continuación volvió a colocarse los lentes de carey que se había sacado al apagarse la luz y echó en un cenicero la colilla de un cigarrillo egipcio tras encender otro con ella. Tomó una espátula de modelar y reemprendió su interminable labor.