En la habitación de luz ambarina, donde el hombre con la extraordinaria frente pitagórica trabajaba en el busto del siniestro chino, sonó uno de los siete teléfonos. Dejó la espátula de modelar con la que había estado trabajando y levantó el auricular. A continuación, escuchó:
—Al habla el número 12 —dijo una voz de mujer— desde la base 8. Conforme a las órdenes, conseguí escapar de la torre de Holy Thorn. Por desgracia, un agente federal cuyo nombre desconozco me capturó en el momento justo en que puse los pies en la calle. Me condujeron, bajo la custodia de un tal teniente Johnson, a una dirección que inventé al azar. Un coche Z me cubría. La intensa nevada me ofreció una oportunidad. Conseguí escapar y llegar al coche Z. Lamento decir que el agente federal retuvo la cartera que contenía el manuscrito. Nada más que informar. Quedo a la espera de nuevas órdenes.
El escultor colgó el auricular y reemprendió su tarea. Fue interrumpido dos veces más con informes desde California y desde Nueva York. No tomó notas ni respondió a las llamadas. Simplemente continuó con su tarea, que parecía interminable; continuamente deshacía el trabajo realizado: ahora una oreja, ahora una curva de la ceja, y volvía a moldear con paciencia.
Sonó un timbre, la luz se apagó y en la oscuridad se oyó aquella impresionante voz gutural:
—Transmítame el último informe sobre el mitin de Harvey Bragg en el Hollywood Bowl.
—El último informe —repuso la voz teutónica mientras un cigarrillo brillaba en la oscuridad— se recibió hace una hora y diecisiete minutos. Hora de la costa del Pacífico: las diez y doce minutos. Asistieron unas veinte mil personas, como se había informado antes. El lema de Harvey Bragg: «Norteamérica para cada hombre y cada hombre para Norteamérica» se recibió sin entusiasmo. Su afirmación, hasta ahora justificada, de que cualquier ciudadano honrado que esté necesitado sólo tiene que llamar a su oficina para conseguir de inmediato un empleo, fue bien aceptada. El informe sobre el final del discurso todavía no se ha recibido. No hay más noticias del Hollywood Bowl. El número 49 transmitió el informe.
A continuación, reinó el silencio, un silencio tan absoluto que podía oírse el crujido del tabaco encendido del cigarrillo egipcio.
—El informe del número 12 —prosiguió mientras miraba un reloj eléctrico que había sobre la mesa— se recibió a las dos cero cinco de la madrugada.
A continuación, el hombre de extraordinaria memoria repitió, palabra por palabra, el mensaje enviado desde la base número 8.
Se oyó un timbre lejano y la habitación volvió a iluminarse. El escultor tomó un instrumento de modelar.