Fey oteó reflexivamente desde la ventana hacia donde más allá del brumoso Embankment, fluía el río Támesis. Pasaba un pequeño barco de vapor, y Fey se descubrió calculando cuánto tiempo tardaría el barco en cruzar Limehouse Reach.
Estaba convencido de que aquella noche su monótono deber era también un deber inútil. Aquellos demonios amarillos sabían que sir Denis se hallaba en Limehouse, pero Fey siguió fumando en pipa estoicamente y caminando de un lado a otro según las órdenes. Hacía poco, el doctor Petrie se había marchado a Scotland Yard. Incluso para un hombre tan paciente, era muy difícil ser incapaz de ver lo que ocurría aun estando tan cerca de los hechos.
Fey estaba preocupado.
No le había dicho nada al doctor, pero a través de la ventana de una habitación a oscuras había estado observando a un vendedor de cerillas cuyo puesto en la margen del río se encontraba justo enfrente de aquellos apartamentos.
Sir Denis, antes de salir para ocuparse de aquel misterioso asunto que todavía le retenía, le había indicado a Fey que vigilara a aquel hombre y que anotara todos sus pasos. El hombre estuvo cinco minutos sin hacer nada, sentado en el parapeto. Luego se levantó.
Puesto que Fey había asumido que se trataba de un lisiado, aquello le sorprendió. Pero casi inmediatamente, el hombre volvió a sentarse.
Fey siguió vigilando.
Uno de aquellos indigentes que solían pasear por la zona se le acercó arrastrando los pies, se detuvo, habló con el hombre sentado en el suelo, y luego volvió sobre sus pasos.
Hasta que llegó el doctor Petrie, Fey se había estado preguntando si se había tratado de una mera coincidencia o había sido una señal para que un segundo vigilante supiera que había algo sobre lo que informar. La entrada del edificio era visible desde aquel punto, y Fey se inclinaba a creer que sir Denis, a pesar de su disfraz, había sido reconocido y que habían informado de su partida.
Poco después de que el doctor Petrie se marchara, su teoría fue confirmada.
En el momento en que el doctor Petrie debía de estar bajando por la escalera, el vendedor de cerillas volvió a levantarse… y de nuevo el indigente se aproximó arrastrando los pies, habló con él y desapareció.
El vendedor de cerillas había regresado a su posición, pero Fey, de vez en cuando, iba a la habitación contigua y lo observaba con unos prismáticos. De no ser por las órdenes que se lo prohibían, Fey hubiera salido subrepticiamente para poder observar más de cerca a aquel sospechoso personaje. De todas formas, había descubierto algo. El apartamento estaba muy vigilado, y aquella noche el enemigo sabía que sir Denis no se hallaba en casa y sabían, además, que el doctor Petrie había estado allí y que se había marchado.
Fey oyó la puerta del ascensor, y supo por experiencia que se dirigían a aquella planta. Permaneció inmóvil unos momentos, escuchando.
Sonó el timbre de la puerta.
Fey se dirigió al vestíbulo tras dejar la pipa en un cenicero y abrió la puerta.
¡Era Fleurette Petrie, con la cabellera despeinada y el semblante muy pálido!
Fey observó que Fleurette llevaba un traje de calle y unas extrañas zapatillas rojas. ¡Estaban peinando Limehouse por ella y ella estaba allí!
A Fey le dio un vuelco el corazón. Pero su rostro no reveló la mejor muestra de alegría.
—¡Oh, Fey! —exclamó ella—. ¡Gracias a Dios que he llegado!
—Me alegro mucho de verla, señorita —dijo Fey sosegadamente.
Fey se hizo a un lado para dejarla entrar y cerró la puerta sin hacer ruido. Fleurette estaba muy agitada, aun que intentaba ocultarlo, y Fey lo percibió. El efecto que provocó en él fue imponerse una calma casi artificial.
—¿Está sir Denis en casa, Fey?
—No, señorita. Pero su padre ha estado aquí hace menos de veinte minutos.
—¡Qué!
Fleurette agarró a Fey por el brazo.
—¡Mi padre! Oh, Fey, ¿dónde ha ido? Debe de estar terriblemente preocupado por mí. Y, por supuesto, tú no tenías nada que decirle…
—Muy poco, pero intenté tranquilizarlo.
—Pero ¿adónde se ha ido, Fey?
—Llamó por teléfono al comisario, señorita, y luego se marchó para verse con él.
—Tal vez todavía esté allí. ¿Podrías telefonearle, Fey?
—Por supuesto. Iba a proponérselo. Pero antes ¿quiere tomar algo?
—No, Fey, gracias. Estoy tan ansiosa por hablar con mi padre…
Fey hizo una reverencia y se dirigió al vestíbulo. Fleurette, temblando de nervios, cruzó la habitación y miro por la ventana hacia la orilla cubierta de niebla. Volvió sobre sus pasos y permaneció junto a la puerta del vestíbulo, demasiado nerviosa para esperar el informe de Fey, que ya había comunicado con Scotland Yard.
—Al habla el asistente de sir Denis Nayland Smith —dijo—. ¿Podría pasarme, por favor, con el despacho del comisario?
Hubo un silencio que a Fleurette le resultó difícil de soportar.
—Sí, señor. Soy el asistente de sir Denis Nayland Smith. El doctor Petrie acaba de marcharse de aquí para no ver al comisario, y debo informarle de algo urgentemente.
—Mala suerte —dijo una voz al otro extremo del cable. Era la voz de Faversham, el impecable secretario—. El doctor Petrie y el comisario se han marchado a Limehouse luce unos cinco minutos.
—¡Oh, qué lástima! Gracias, señor.
—¿Qué ocurre? —susurró Fleurette—. ¿No está allí?
—Acaba de salir con el comisario. Pero perdóneme un momento… —Volvió a hablar por el auricular—. ¿Sería posible ponerse en contacto con ellos?
—Sí —contestó Faversham—. Están en una especie de tienda. Daré órdenes para que se pongan en contacto con el oficial que esté al mando. ¿Quiere darle algún mensaje en particular al doctor Petrie?
—Sí, si no le importa —contestó—. Dígale al doctor Petrie que su hija ha regresado.
—¿Qué? —exclamó Faversham—. ¿Está seguro? ¿Dónde está?
—Está aquí, señor.
—¡Dios santo! Me pondré inmediatamente en contacto con él. ¡Es una magnífica noticia!
—Gracias, señor.
Fey colgó el auricular y salió del vestíbulo.
—Discúlpeme un momento, señorita —dijo.
Entró en la habitación contigua y enfocó los prismáticos en aquel punto donde el vendedor de cerillas itinerante tenía su puesto.
El hombre estaba de pie y, en el momento en que Fey le observó, ¡volvió a sentarse!
Fey dejó los prismáticos encima de la mesa y regresó a la salita de estar.
Fleurette se había acomodado en una silla y se estaba encendiendo un cigarrillo. Necesitaba algo que le calmara los nervios. El misterio de aquel espacio en blanco entre su despedida de Alan Sterling en el barco y su despertar en aquella casa de Surrey la aterrorizaba.
—Disculpe, señorita —dijo Fey—. ¿Por casualidad ha mirado por la ventana hace un momento? Me refiero a cuando he salido a llamar por teléfono.
—Sí —admitió Fleurette—. Recuerdo que he observado el Embankment y he pensado que parecía muy de solado.
Fey asintió con la cabeza.
—¿Por qué me lo pregunta, Fey?
—Sólo me lo preguntaba. Comprenda que ahora usted es responsabilidad mía.
Con mucha calma pero para gran sorpresa de Fleurette, Fey se dirigió al vestíbulo, encendió una pipa y empezó a caminar arriba y abajo de la habitación con aire abstraído. Fleurette se quedó muda de estupor por unos momentos.
—¡Fey! —exclamó—. ¿Se ha vuelto loco?
Fey se sacó la pipa de la boca y le contestó:
—Órdenes de sir Denis, señorita.