28. EL TÚNEL BAJO EL AGUA

Las investigaciones en Surrey aclararon algunas cosas.

A una hora avanzada de la tarde Gallaho llegó al apartamento de sir Denis para informarle. Estar de servicio durante veinticuatro horas no era ninguna novedad para aquel miembro del departamento de investigación criminal, aunque se vio obligado a admitir que estaba agotado. Sir Denis, que llevaba un batín encima de la ropa de calle, irradiaba vitalidad. Fumaba frenéticamente, y sus ojos, de un gris azulado, mostraban tanto entusiasmo como si, después de dormir toda la noche, acabara de salir de la ducha.

Gallaho, que creía erróneamente que sir Denis era diez años mayor que él, no dejaba de asombrarse ante la energía de Nayland Smith.

Le informó de que en las caballerizas hasta las que habían llevado el coche de sir Bertram Morgan había un camión Ford que pertenecía a un contratista local.

Nayland Smith soltó una breve carcajada sin dejar de caminar por la alfombra.

—Cuando organiza citas importantes en una casa desocupada pero que el doctor conoce con anterioridad (y él jamás olvida nada)…, cuando acepta viajar en un camión de un decorador…

Nayland Smith volvió a reírse y, en aquella ocasión, fue una risa alegre que, como por arte de magia, le quitó algunos años de encima y le mostró como el hombre joven que era.

—Es gracioso —dijo Gallaho, mostrándose de acuerdo—. Sobre todo teniendo en cuenta que sir Bertram, según sus propias palabras, examinó un lingote de oro puro que este mago chino le ofreció.

Nayland Smith se volvió y miró a Gallaho.

—¿Ha pensado alguna vez en lo difícil que resulta vender oro, en el caso de que tuviera alguna cantidad? Quiero decir al por mayor.

Gallaho se rascó la cabeza, cerró un ojo y miró al techo con el otro.

—Supongo que en grandes cantidades resultaría difícil —admitió—. Sobre todo si el vendedor tuviera que hacerlo a escondidas.

—Le aseguro que sería muy difícil —dijo Nayland Smith—. Supongo que no hay más pistas de Rowan House…

—Nada. Es asombroso. Pero hubo una cita a las dos y media de la mañana. Decoraron el vestíbulo y dos habitaciones de la casa como si hubiesen preparado la puesta en escena de una única representación.

—Es evidente que lo hicieron, Gallaho. Y como usted dice, es asombroso. Recuerdo muy bien el lugar: lo visité en numerosas ocasiones cuando sir Lionel Barton vivía allí. Recuerdo en particular la habitación china, con sus puertas correderas y los muebles laqueados. Los objetos de decoración que no eran reliquias de Barton, y me refiero a las serpientes disecadas, a los objetos del laboratorio de química, etc., fueron llevados allí para sir Bertram Morgan.

—¡Ahí es donde entra en escena el camión Ford!

Nayland Smith se golpeó la palma abierta de su mano izquierda con el puño derecho.

—¡Exacto! ¡Tiene toda la razón! ¡Ahí es donde entra el camión! ¿Y el vigilante desaparecido?

—Los comerciantes locales le han descrito como a un «viejo extranjero».

—Algún empleado de Fu-Manchú. Jamás lo encontraremos.

Gallaho mascó su chicle inexistente.

—Un asunto extraño —murmuró.

—Rowan House ha conocido acontecimientos incluso más siniestros anteriormente. No obstante, yo mismo iré a dar un vistazo hoy si me es posible. ¿Qué hay del camión?

—He visto al antiguo propietario —Gallaho sacó un bloc y consultó sus notas—. Lo vendió el catorce de este mes. El precio de venta fue de treinta libras. Al comprador lo describe como un «tipo extranjero». Debo decir, señor —dijo mirando a sir Denis—, que dicho contratista no es demasiado listo, pero supongo que ese «tipo extranjero» era asiático. El comprador podía decidir cuándo llevarse el camión según su conveniencia.

—¿Cómo se hizo el pago?

—Con treinta y un billetes de una libra.

—Curioso —murmuró sir Denis—. Muy curioso. Me pregunto cuál es el verdadero motivo de la compra de ese camión. Que lo usaran anoche fue debido a una emergencia. Creo que eso podemos darlo por seguro. ¿Ha comprobado su rastro?

—No, señor. Todavía no.

—¿Algún agente ha informado de haberlo visto?

—Ninguno.

—¿Qué hay del Morris que se encontraba en el jardín de Limehouse?

—Tengo un pequeño informe —gruñó Gallaho mientras consultaba sus notas—. Es propiedad de Sam Pak, como suponíamos, y algunos de los pájaros de ese extraño aviario lo llevaba de vez en cuando. Personalmente, considero que lo utiliza para acompañar a los borrachos a su casa. Pero es de alquiler y, según Murphy, que ha estado allí, fue alquilado anoche o, mejor dicho, a primera hora de la mañana por una dama que había cenado a bordo de un barco que estaba amarrado en el muelle de West India.

—Sin duda sabe el nombre del barco…

—Murphy lo sabe.

—¿Alguna dama cenó a bordo?

—El barco que tengo anotado, señor —contestó Gallaho malhumorado—, zarpó cuando se levantó la niebla. No tenemos forma de confirmarlo.

—Comprendo —dijo Nayland Smith mientras el tabaco de su pipa crepitaba al fumarlo—. ¿Y el conductor?

—Un hombre llamado Ah Chuk. Tiene licencia. Le hemos seguido, y suele frecuentar el Sam Pak’s cuando no tiene trabajo. Trabaja de estibador.

—¿Ha visto alguien a este hombre?

—Sí: Murphy. Dice, y Sam Pak lo confirma, que llevó el coche hasta las puertas del muelle de West India y recogió a una mujer que llevaba un vestido de noche. La llevó al club Ambassadors. —Gallaho leía sus notas—. La dejó allí y regresó a Limehouse.

—¿Dónde está ahora el coche?

—De nuevo en el jardín.

Nayland Smith se paseó arriba y abajo.

—Una historia ridícula pero astuta —manifestó—. No obstante, Ah Chuk caerá en nuestras redes. ¿Algo interesante en los informes de los agentes que siguieron a los clientes que abandonaron el Sam Pak’s?

—Bueno… —La voz de Gallaho se tornó más grave—. Los que salieron eran del tipo habitual. Lo curioso es que algunos clientes que usted dijo haber visto en el interior no salieron.

—¿Qué?

—Murphy habló de siete personas, seis hombres y una mujer, en el Sailor’s Club. ¡Solamente tres, dos hombres y la mujer, han salido esta mañana a las siete en punto!

—Qué raro… —murmuró Nayland Smith.

—Hay dos cosas —dijo Gallaho— que me preocupan especialmente.

Cerró su bloc de notas.

—¿De qué se trata?

—De aquella extraña luz de la que he oído hablar pero que jamás he logrado ver, y del señor Sterling.

Miró con cierto reproche a sir Denis. Éste se volvió y le sonrió levemente.

—Veo que está preocupado —dijo—. Y tiene razón. Es un tipo estupendo y estaba muy afligido. Pero un individuo a quien el portero ha descrito como un holgazán, me dejó esta nota hace una hora.

Se dirigió a la mesa, y le entregó un sobre al detective inspector jefe Gallaho. Éste lo miró con desaprobación. Era un sobre de mala calidad, de ésos que pueden adquirirse en paquetes de doce en cualquier tienda. En el sobre ponía, con una letra que parecía la de un niño:

Nayland Smith

N.° 7 Westminster Court

Whitehall

Estaba escrito en lápiz. Gallaho extrajo el contenido del sobre, una pequeña hoja de papel fino arrancado de una libretita. En él, también en lápiz, habían escrito el siguiente mensaje:

Para Nayland Smith

N.° 7 Westminster Court

Whitehall

En manos de Fu-Manchú. En algún lugar donde hay un pozo profundo, un horno y un túnel bajo el agua. No sé nada más. Haga lo que pueda.

ALAN STERLING

Con la misma letra que la del sobre, debajo de la firma habían añadido una palabra muy significativa:

Limehouse

Gallaho miró a sir Denis. El sol había vencido temporalmente a la niebla y la habitación aparecía alegre e iluminada. Gallaho se descubrió mirando hacia un agujero de una de las ventanas, por el que recientemente había llegado una amenaza de muerte sin llegar a alcanzar su objetivo.

—¿Es la letra del señor Sterling?

—Sí. —A Nayland Smith le brillaban mucho los ojos—. ¿Qué sabemos de túneles, Gallaho?