21. GALLAHO Y STERLING SE PONEN EN CAMINO

—¡Deténgase! —exclamó Nayland Smith por el altavoz—. Regrese al callejón que acabamos de dejar a la derecha.

El conductor del coche del departamento de investigación criminal frenó inmediatamente, se detuvo y dio la vuelta. No había ni rastro de niebla en aquel suburbio de Londres. La noche era muy clara. El enorme coche entró marcha atrás en la estrecha calle que Nayland Smith había indicado.

—Bien —dijo Gallaho—. ¿Qué debemos hacer ahora, señor?

—Estoy prácticamente seguro —dijo Sterling con excitación— de que ésta es la nueva base del doctor Fu-Manchú. Estoy casi seguro de que… Fleurette se encuentra aquí.

—Tranquilo. —Sir Denis le agarró del hombro—. Debemos pensar. Ahora, un error sería fatal.

—Me pregunto —dijo Gallaho— ¿qué clase de locura ha traído a sir Bertram hasta aquí esta noche?

—La locura —contestó Smith— que ha llevado a muchos hombres al desastre: una mujer.

—Sí —admitió Gallaho—. Es muy atractiva. Pero pensaba que él no caería.

Sir Denis… —A Sterling le tembló la voz—. Estamos perdiendo el tiempo.

Salieron todos del coche. Se habían quitado el maquillaje del rostro pero seguían con sus atuendos harapientos. Smith permaneció en la oscuridad de aquella silenciosa calle mientras se tocaba el lóbulo de la oreja.

—Me preguntaba… —murmuró—. Con el conductor, Gallaho, sólo somos cuatro.

—¿En qué está pensando, señor?

—En lo siguiente: propongo entrar en Rowan House.

—¿Con sir Bertram Morgan en su interior?

—Sí. A menos que salga en seguida.

—¿Cree que…?

—No creo nada: Lo sé. ¡El doctor Fu-Manchú se encuentra en esta casa! Si sir Bertram está en peligro o no, no lo sé; pero el hombre al que buscamos está aquí. ¿Doy por hecho que tiene la orden de registro en el bolsillo, inspector?

El inspector jefe Gallaho tosió de un modo audible.

—Puede dar por hecho que la tengo, señor —contestó.

Nayland Smith le agarró del brazo en plena oscuridad.

—No quise decir lo que está pensando, inspector —le dijo—, pero estamos tan atados por los trámites burocráticos que cualquier formalidad absurda que se nos pase por alto puede suponer el fracaso del caso.

Gallaho contestó casi disculpándose.

—Gracias, señor. Estoy completamente de acuerdo con usted. Casi se me olvida que usted ha sufrido por el papeleo tanto como yo. Pero supuse que quería decir que tal vez nos encontremos con cierta oposición.

Sterling, que abría y cerraba los puños, caminaba arriba y abajo muy nervioso.

—¡Sir Denis! —exclamó—. ¿A qué esperamos? Seguramente con la vida de una mujer en juego…

—Mire, Sterling —le espetó sir Denis—. Le comprendo, pero estoy al frente de este equipo y usted pertenece a él.

—Lo siento —dijo Sterling con voz ronca.

El conductor del coche, sentado al volante, observaba expectante al trío.

—Escuche, Gallaho —dijo Nayland Smith—. ¿Estamos cerca de alguna cabina telefónica?

—Me temo que no lo sé, señor. Esto está lejos de mi zona. ¿Usted lo sabe? —le preguntó al conductor.

—No, señor. La última por la que hemos pasado se encuentra en el cruce.

—Pues vaya hasta allí —le indicó Nayland Smith—. Debe llamar a la central.

—Muy bien, señor.

—Quiero un grupo de asalto en veinte minutos. Cuando sepa dónde debe ir, vaya a recogerles.

—Muy bien, señor.

Suave y silenciosamente, el enorme coche salió del callejón.

—En momentos de tensión —dijo Nayland Smith—, me temo que reincido en expresiones de la policía india. ¿Cree que su hombre puede hacerlo, Gallaho?

—Por supuesto, señor —contestó Gallaho—. La brigada móvil es muy eficiente. Tendremos a todos los hombres que quiere en veinte minutos.

—Me he equivocado al no pedir un coche con radio —dijo Nayland Smith.

—Estaban todos ocupados, señor.

—Pero podíamos haber reclamado uno. Tuvimos tiempo.

—¿Y ahora qué, señor?

—Debemos buscar los puntos vulnerables y vigilar. No quiero que el chófer de sir Bertram nos vea. No confío en nadie cuando se trata del doctor Fu-Manchú. ¡Vamos!

Empezó a caminar hacia, el paseo arbolado que conducía a Rowan House. Sus cautelosos pasos parecían perturbar el húmedo silencio de la avenida, pero continuaron hasta que las luces del Rolls de sir Bertram, aparcado frente al porche de la residencia, hizo que se detuvieran.

—¡Sterling! —La voz de Nayland Smith sonó tenue pero apremiante—. Vaya por los arbustos y luego rodee aquella ala, a la izquierda. Busque el modo de entrar, preferentemente una cristalera o algún lugar que pueda proporcionarnos una entrada rápida. Si encuentra a alguien, inmovilícele y luego avise. ¿Va armado?

—Sí. Desde que conozco al doctor Fu-Manchú se ha convertido en una costumbre.

—Bien. Vaya rodeando la casa hasta que encuentre a Gallaho. Luego regrese por el camino más adecuado. Éste será nuestro punto de encuentro. Y ahora usted, Gallaho, péguese a la sombras de aquel parterre y vaya hacia la derecha de la casa hasta que encuentre a Sterling. Yo voy a intentar darle un vistazo al chófer de sir Bertram. Su aspecto y su comportamiento me informarán de muchas cosas. Nos encontramos aquí en cinco minutos.

Gallaho y Sterling se pusieron en marcha.