Forester, de la policía del río, había tomado el mando del grupo que vigilaba el Sam Pak’s desde el Támesis. Su presencia, que era inesperada, había infundido un nuevo espíritu a la misión. El hecho de que le acompañara el célebre inspector Gallaho, del departamento de investigación criminal, provocó un tenso pero respetuoso silencio. Ahora todos sabían que tras aquella monótona tarea había un caso importante.
Un murmullo al que la presencia del famoso detective había dado alas, empezó a correr entonces de hombre en hombre.
—Se trata del asunto de Fu-Manchú. Ya te lo dije…
—Hace años que murió…
—Si tienes la mala suerte de encontrártelo…
—¡Silencio! —dijo Forester en un tono de voz bajo pero autoritario—. Esto no es un picnic: están de servicio. Escuchen: ¿hay algún marinero experimentado entre ustedes?
El exmarinero habló.
—Yo fui marinero de primera antes de ser tripulante.
—Usted es el hombre que necesito. ¿Ve aquella ventana iluminada? ¿La del Sam Pak’s?
—Sí, señor.
—Está a menos de tres metros por debajo del tejado y hay muchos puntos de apoyo. ¿Cree que podría subir por allí?
Se hizo un silencio.
—¿Al tejado, señor?
—Sí.
—Podría intentarlo. Si la marea estuviera alta, no sería tan arriesgado, pero con el barro no estoy tan seguro.
—¿Qué le parece?
—Lo intentaré.
—Bien dicho —dijo Gallaho—. El inspector Forester ha traído una escala. Queremos que suba una cuerda para que la escala quede bien sujeta. Nuestra intención es poder echar un vistazo a esa ventana iluminada. No lo olvide. Pero por el amor de Dios, no arme ruido. Nos la estamos jugando.
Merton, el exmarinero, no había pensado que iba a ser él el miembro del grupo que fuera a jugársela. Se esforzó por encontrar las palabras adecuadas para expresar esta idea, pero entonces se oyó una voz que procedía de la barcaza.
—Ése es un buen policía, inspector. Tenga siempre en cuenta al hombre que se presenta como voluntario para una tarea peligrosa.
Merton alzó la vista mientras dos hombres que parecían marineros portugueses saltaban de la barcaza a la popa de la lancha. La voz de aquel hombre era inconfundible. Los rumores eran ciertos.
La presencia del inspector Gallaho había suscitado muchos comentarios. Pero ahora aparecía alguien mucho más importante que Gallaho y que, además, iba disfrazado. La actitud del famoso detective del departamento de investigación criminal era prueba suficiente de la categoría de aquel hombre.
La embarcación de la policía del río fue conducida hasta los postes enmohecidos que sostenían aquella excrecencia del restaurante Sam Pak’s. Merton trepó sin problemas hasta alcanzar un punto justo debajo de la ventana iluminada. Allí se detuvo y empezó a hacer señales a la tripulación.
—Vámonos —espetó Nayland Smith en voz baja.
La pequeña lancha se alejó un poco, y Merton, cargando con la cuerda, procedió a cumplir con la segunda y más difícil parte de su tarea, mientras todos los hombres de la lancha de la policía del río le observaban conteniendo el aliento. Falló dos veces y, en una ocasión, pareció incluso perder el equilibrio. Pero finalmente se oyó una especie de murmullo solidario entre el grupo. Había alcanzado el tejado de la construcción de madera. Saludó con la mano y empezó a tirar de la cuerda atada a la escala.
Una silueta encorvada pasó por detrás de la ventana iluminada…
Merton, respondiendo a las señales de Gallaho, se desplazó a la izquierda de modo que cuando subía la escala, ésta no tapaba la ventana. Hubo una pausa durante la cual Merton, que había desaparecido de la vista de los que aguardaban abajo, buscó un montante al que fijar firmemente la escalera. Cuando lo hubo logrado, indicó por señas que todo iba bien.
—En cuanto yo esté en la escala —dijo Nayland Smith—, baja para cubrirte. El plan sigue según lo previsto.
Empezó a subir y… finalmente pudo mirar por la ventana iluminada.