La cosa no terminó ahí, claro está.
Beck fue acusado de asesinato, asalto a mano armada, secuestro, blanqueo de dinero, evasión de impuestos, complicidad en un delito de estafa al gobierno de Estados Unidos, manipulación de pruebas, obstrucción a la justicia, transacciones financieras clandestinas y cohecho. Al principio Beck se quedó impertérrito. Al fin y al cabo, sabía que tenía acumulado dinero de sobra para mantener una legión de abogados mientras fuese necesario. Sin embargo, faltaba un pequeño detalle, el pequeño detalle que Reba había omitido.
Yo simplemente lo conjeturé, pero no logré convencerla de que me lo confirmase. Antes de cambiar los dos ordenadores, había accedido a las cuentas de Beck, había consolidado todos sus fondos y transferido el dinero fuera del país, probablemente a otra de las cuentas numeradas de Salustio. Tenía la certeza de que se le había ocurrido alguna manera de compensarlo por retener el dinero hasta que ella pudiese reclamarlo.
Los federales lo sospechaban también, porque los muy picajosos se negaron a ofrecerle un trato. Reba volvió a la Penitenciaría para Mujeres de California en el primer autobús del sheriff. No me preocupo por ella. En la cárcel tiene buenas amigas, aprecia a las celadoras y sabe que no le queda más alternativa que comportarse. Entretanto, su padre va tirando. No morirá mientras Reba lo necesite.
En cuanto a Cheney y yo, todo sigue en el aire, pero, a decir verdad, empiezo a sentirme optimista respecto a nosotros. Ya iba siendo hora, ¿no creen?
He aquí, pues, lo que he aprendido: en el pasajero drama de la vida, normalmente soy yo la heroína, pero de vez en cuando hago el papel de personaje secundario en la obra de otra persona.
Atentamente,
Kinsey Millhone