La marcha. Vivos y muertos
Tercer Bakukal del mes de Reapember
374 d. C.
El verde vórtice de magia seguía suspendido sobre el reloj de arena, girando como si fuera un espejo líquido. Ahora, en vez de ver un reflejo puro, los compañeros empezaron a distinguir lugares concretos. Dan vislumbró un bosque y después una extensión de playa con lisas olas. Entretanto, los dos magos luchaban ferozmente con su magia, tensando cada vez más la telaraña de verde poder.
Otra convulsión sacudió la guarida de Flayzeranyx, y Danyal estuvo a punto de perder el equilibrio cuando un trozo de techo se desprendió y se estrelló contra el suelo cercano. Ya había desaparecido el pasillo por el que los compañeros habían entrado, aplastado bajo los escombros.
—¡Idos! —gritó Foryth Teel entre el caos, apuntando hacia la brillante abertura—. ¡Este lugar está condenado! ¡Es vuestra única oportunidad!
Dan advirtió que la diamantina arena relucía mágicamente al atravesar el estrecho cuello del reloj de arena. El hombre de la túnica gris bajó su pluma y miró fijamente a los compañeros.
Escribiría, pensó Danyal, cuando ellos actuasen. Pero ¿qué debían hacer?
Un siseo de energía chisporroteó intensamente cuando el lich Fistandantilus intentó arrastrar hacia un lado a su otra mitad. La versión humana del archimago asentó bien los pies y abrió los dedos de las manos para crear una rugiente espiral de fuego verdoso que impidió de forma momentánea ver a las dos figuras. Los gritos que traspasaban la cortina de magia eran escalofriantes y sobrenaturales, y resonaban con una furia y una violencia desencadenadas.
El vórtice hacia los mundos giró como una imagen calidoscópica, mientras el kender observaba fascinado.
—Vaya lugar para recorrer. ¡Y cuántos sitios para elegir! —dijo con asombro—. Hay una cordillera de azules montañas y, ¡mirad!, toda una ciudad contenida en una gran torre.
—Vete entonces. Ve a conocer esos lugares —lo animó el historiador—. Escapa mientras puedas, para sobrevivir y viajar.
—Amigos míos, haré justamente eso —declaró Emilo, decidido de repente.
Mirabeth lo estrechó en un fuerte abrazo.
—¡Ve ahora! —lo apremió, con los ojos llenos de lágrimas.
—¡Adiós entonces a todos vosotros, y gracias! —gritó Emilo Mochila, girándose para decir adiós con la mano a los tres humanos. Los dos magos, aún envueltos y cubiertos por la magia, hicieron caso omiso de los compañeros.
Antes de que Dan tuviera ocasión de dar algún tipo de respuesta, el kender se tiró de cabeza y atravesó el espejo. El muchacho entrevió una calle llena de gente, una ciudad con extraños y elevados muros, y luego la imagen cambió para mostrar un cielo frío y estrellado. Las vistas de la arcana ventana siguieron cambiando. El siguiente lugar le resultó familiar, un valle de montañas, recorrido por un pequeño y ruidoso riachuelo. Dan reconoció el camino que habían recorrido cerca de Loreloch, y después vio las mismas ennegrecidas ruinas. En otro momento vio moverse algo, una forma equina y familiar.
—¡Ahí está el caballo! —gritó, cuando apareció la imagen de la negra yegua galopando grácilmente por la calzada.
—¡Malsueño! —gritó Mirabeth—. ¿Puedes oímos? Ven.
De repente la escena cambió; la imagen se amplió girando a toda velocidad, y súbitamente el caballo estuvo ante ellos. De un salto, el animal atravesó la reluciente ventana y aterrizó a su lado en la cueva.
—Os llevará a ambos a salvo. ¡Debéis seguir al kender! —dijo imperiosamente Foryth Teel, cogiendo a Mirabeth y Danyal por un brazo—. ¡Dejadme a mí a Fistandantilus!
—¡No! —gritó Dan—. ¡No puedo dejarlo! —Aunque sabía que era peligroso permanecer dentro de la montaña que se desplomaba, sentía una intensa lealtad por el historiador que había demostrado con creces ser un amigo.
—¡Yo también me quedo! —dijo Mirabeth, que se aferró al brazo del muchacho.
La montaña tembló con creciente violencia. Una esquirla de piedra abrió una profunda brecha en la cabeza de Foryth Teel, que se tambaleó hacia atrás mientras la sangre brotaba de su herida.
De repente, el velo verde cayó dejando a la vista las dos imágenes de Fistandantilus, y los dos archimagos se separaron; la humana boqueaba buscando aire, en tanto que el lich se irguió lentamente para adoptar una rígida postura.
—¡Antes de que sea demasiado tarde! —insistió el historiador, gesticulando con rabia hacia Danyal y Mirabeth.
Pero los dos jóvenes humanos se limitaron a negar con la cabeza y se abrazaron al ver que compartían la intención de quedarse con el historiador hasta el final. Mirabeth extendió una mano para alcanzar el ronzal de Malsueño y, al notar su suave tacto, el caballo se mostró extrañamente tranquilo entre tanto caos y destrucción.
Haciendo caso omiso de sus testarudos compañeros, el historiador se volvió hacia los dos archimagos. Inflamados por el consumo de la esencia de Kelryn Desafialviento, lo miraron con un brillo hambriento, apenas saciado, en los ojos. La telaraña de luz verde seguía reluciendo entre ellos, y Dan advirtió claramente la tensión y la tirantez entre las dos figuras. El equilibrio de poder entre ellos era frágil, y el muchacho comprendió que ninguno podía relajarse o la victoria del otro sería absoluta.
—Podéis convertiros en lo que queráis; lo sabéis, ¿verdad? —dijo Foryth—. Una verdadera fusión de vuestros seres, a través del heliotropo, dará lugar a un ser de poder verdaderamente divino.
—No cederé ante un cadáver —contestó con desprecio la versión más humana del archimago.
—Ni yo me rendiré a la mortalidad —gritó el otro.
—Pero ambos ya lo habéis hecho —replicó Foryth Teel con aire totalmente razonable—. En verdad sois el mismo ser, pero habéis sido traídos aquí por tramos distintos del río del tiempo. Si pensáis en ello, la posibilidad de fusionaros con vosotros mismos es una oportunidad única, una combinación que jamás ha sido intentada en la larga historia de Krynn.
Mientras los magos se miraban intensamente, Danyal vio que Foryth Teel había cogido la cadena dorada con su colgante de gema verde.
—La clave, por supuesto, está en que sólo uno de los dos puede adueñarse del heliotropo. ¡Tomad! —De improviso, Foryth lanzó la gema al aire, en medio de los dos magos; durante un instante, Danyal tuvo la impresión de que el tiempo se detenía. La piedra giró en el espacio, mientras la cadena dorada describía veloces círculos a su alrededor, y entonces cada uno de los magos asió un extremo de la cadena y ambos tiraron del atesorado talismán.
Los eslabones se tensaron cuando el poder de ambos magos recorrió el metal, y el ruido de una tormenta eléctrica invadió la cámara. Brillantes emisiones de luz, similares a relámpagos verdes, salieron despedidas de ambas figuras e hicieron recular a los humanos que las observaban. El aire de la caverna se vició al momento, cargado con el hedor de la muerte.
La tormenta giratoria explotó a su alrededor con un estruendo que superaba cualquier otro que Danyal hubiera oído en toda su vida. Estrechó a Mirabeth contra sí y ambos se acurrucaron en el suelo para protegerse del vendaval sobrenatural que los azotaba como una fuerza física.
Y, entonces, los Túnicas Negras desaparecieron a la vez con un chisporroteo de verde humo. La tormenta se desvaneció con ellos, aunque los temblores de la montaña seguían sacudiendo el suelo y aún caían escombros y rocas del techo.
—¿Qué… qué ha pasado? —preguntó Dan, aturdido. Pese a los temblores y el rumor de explosiones subterráneas, la caverna parecía extrañamente silenciosa tras la desaparición de los hechiceros al desaparecer.
—Las dos versiones de Fistandantilus están esparcidas de nuevo, fragmentos diversos repartidos a lo largo del río del tiempo. Una vez más, deberán transcurrir muchos siglos antes de que ese poder vuelva a fusionarse. —El tono de Foryth era melancólico, casi como si lamentase que los archimagos se hubieran marchado antes de que él pudiera entrevistarlos.
—Pero ¿cómo? ¿Por qué había dos? ¿Y por qué salió uno de ellos de mi hebilla?
—He estado pensando acerca de eso, y tengo una idea —repuso—. Pero dime primero una cosa: ¿tienes acaso un antepasado que era platero en Haven, alguien que llevó esa hebilla tuya en una batalla contra un mago?
—Eso dice la leyenda familiar, sí.
—Creo que Fistandantilus planeó refugiarse en un objeto metálico, y esa hebilla estaba cerca cuando mataron a su anfitrión original, un mago Túnica Negra llamado Whastryk Milano. El espíritu del archimago ha debido de estar albergado en la plata, latente durante siglos.
»Después, tras la violenta explosión del Monte de la Calavera, Fistandantilus sobrevivió en otra forma de muerto viviente. Ése fue el lich. Cuando la esencia espiritual fue exorcizada de nuestro amigo el kender, entró en la calavera y creó esa criatura. Pero al mismo tiempo se partió, desgarrándose en dos por el antiguo hechizo almacenado en tu hebilla.
»Los dos magos eran quizá los únicos seres de Krynn capaces de derrotarse el uno al otro. Afortunadamente la competencia entre ellos era inevitable, ya que ambos necesitaban el mismo artefacto; y esa batalla aseguraba su mutua destrucción.
Otro temblor sacudió la caverna y con ello cayó un gran trozo del techo que, por cierto, casi los aplasta a todos. Los tres humanos se agacharon rápidamente para cubrirse la cabeza del impacto de las afiladas esquirlas de piedra.
El vórtice, la ventana hacia otro plano, seguía girando ante el trío. El reloj de arena continuaba bajo ella y no había habido ningún cambio apreciable en el nivel del polvo que pasaba a través de su estrecho cuello.
—Vosotros dos debéis iros también. Seguid a Emilo o emprended vuestro propio camino. Este portal es el único acceso seguro para salir de aquí. ¡Marchaos ahora que podéis!
—¿Qué pasará contigo? —preguntó Mirabeth insistentemente.
—Me quedaré. Es esencial que registre los acontecimientos de los últimos días.
—Ya sé, por la historia —interrumpió Dan—. Pero podría venir con nosotros y escribirlo en algún otro sitio, donde esté más seguro.
—Creo que cualquiera de nosotros que atraviese esa ventana no podrá regresar aquí jamás. Pero habrá otros mundos, otras aventuras esperando, y ambos estáis bien preparados para afrontarlas.
—Pero usted morirá aquí dentro.
—Quizá… si mi dios así lo desea; si no, viviré y escribiré.
Malsueño relinchó ruidosamente al temblar de nuevo la caverna. Al otro lado del caballo, el hombre de la túnica se acercó y los miró con una expresión de serena paciencia.
Y Danyal comprendió que Foryth Teel estaría a salvo.
—Esta ventana no durará mucho tiempo. ¡Idos! —gritó el historiador, y esta vez el muchacho estuvo de acuerdo. Estrechó a Foryth en un fuerte abrazo y esperó mientras Mirabeth hacía lo mismo; luego se unió a la muchacha en el lomo de la inquieta yegua.
Los temblores sacudían el suelo, y la ventana parecía oscilar. Mirabeth taloneó los flancos de la yegua y, con un poderoso salto, Malsueño se lanzó hacia el frente y atravesó la ventana para penetrar en los nubosos remolinos del espacio y el tiempo.
Un instante más y el caos desapareció. Danyal y Mirabeth se encontraron en una calzada, un camino de liso adoquinado. El muchacho miró sobre su hombro, pero no vio señal alguna de la ventana mágica tras ellos.
Malsueño avanzaba con paso fácil y se acercó al ancho vado de un limpio arroyo. Un castillo más hermoso que todos los que habían visto en su vida se elevaba al otro lado del río. Torres plateadas se alzaban hacia el cielo y estandartes multicolores ondeaban y brillaban en la brisa primaveral.
—Veamos quién vive allí —dijo el muchacho conduciendo suavemente a la yegua a través del poco profundo vado.