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El clérigo ambicioso

Tercer Bakukal del mes de Reapember

374 d. C.

—¡Mi señor Fistandantilus! —gritó Kelryn, y se tiró al pie del más cercano de los magos—. ¡Has aparecido como respuesta a mis oraciones! —Hizo ademán de rodear con sus brazos las piernas de la figura, pero luego dudó y se puso de rodillas, mirando esperanzado hacia arriba.

El hechicero hizo caso omiso del hombre y giró el rostro, oculto bajo la capucha, para contemplar a la otra lúgubre figura de negro. Aunque ambos vestían igual y tenían aproximadamente la misma talla, el hechicero más cercano era, de algún modo, más sustancial, más sólido que el otro.

Ambos atemorizaban a Dan en la misma medida.

El segundo mago retiró su capucha para revelar un horroroso semblante. Danyal reconoció la calavera de Fistandantilus, sólo que ahora al óseo rostro se había unido un cuello de esqueleto, todo ello acoplado al consumido cuerpo de un cadáver. Los brazos que movían las mangas de la túnica parecían vaporosos e incorpóreos, mientras que la cara tenía la misma mueca burlona y llena de dientes que los compañeros habían visto en la calavera inanimada; las manos eran poco más que piel sobre hueso y parecían flotar al final de las anchas mangas.

Con un escalofrío de terror, Dan advirtió que los ojos de la calavera habían cambiado. En lugar de las frías sombras, dentro de las órbitas brillaba una chispa de calor, un punto de ardiente fuego carmesí que parecía atravesar la piel de Danyal y estrujarle las entrañas con una gran fuerza de odio, violencia y crueldad. Era como si la pura maldad de este ser se hubiera condensado en luz, y ese vil brillo relucía ahora perversamente en las siniestras órbitas.

El muchacho percibió vagamente que el ardiente e infernal escrutinio no estaba dirigido específicamente a él. En efecto, aunque los ojos parecían contemplarlo todo, la postura del cuerpo esquelético mostraba que la atención del extraño ser estaba fija en el otro Túnica Negra.

—¿Quién eres? —preguntó el mago de la calavera a su contrincante. Su voz era un retumbante gruñido que hizo temblar la piedra de la montaña.

—¡Soy Fistandantilus! —gritó en tono exultante el otro hechicero. El archimago echó hacia atrás su capucha, y Danyal vio el rostro de un hombre maduro, pero no viejo. Su pelo era largo y negro y en sus adustas facciones resaltaba una nariz aguileña. Los fríos y oscuros ojos ardían con intensidad cuando alzó un dedo y apuntó a su adversario—. ¡Ahora, di tu nombre! —demandó.

—¡Soy Fistandantilus! Soy el lich del Monte de la Calavera, superviviente de los turbios ataques de la Reina de la Oscuridad. —El grito salió de la calavera al abrirse las descarnadas mandíbulas de par en par—. ¡Tú eres el impostor y eres tú quien está condenado!

Danyal apartó los ojos y vio que Kelryn miraba, enloquecido, a una y otra de las negras figuras. Mirabeth y Foryth observaban atemorizados, mientras que Emilo Mochila contemplaba el conflicto con intrigada curiosidad. Echando una ojeada en derredor, el muchacho vio que el observador de la túnica gris seguía en su sitio, escribiendo diligentemente. Los granos seguían cayendo por el cuello del reloj de arena, aunque su nivel no parecía haberse modificado.

«Imparcial». Dan recordó de repente la palabra escogida por Foryth Teel, el ideal al que aspiraba, y supo que encajaba perfectamente en la descripción de esta silenciosa y distanciada figura.

—¡Esperad! —La orden procedía de Kelryn Desafialviento. El Buscador, aún arrodillado, se arrastró para acercarse al Fistandantilus humano—. Ambos habéis venido como respuesta a mi oración. ¡Ambos unidos sois el archimago!

—¡No tengo necesidad de unirme, ni de aceptar ninguna otra ayuda! —declaró el hombre de negra túnica sin apartar los ojos de la aparición de la muerte, que a su vez mantenía vigilado a su oponente—. Yo soy yo, poderoso e invulnerable. He regresado a Krynn y ahora estoy listo para comenzar mi venganza.

—¡Guau, echa un vistazo a eso! —La voz de Emilo, que había hablado tranquilamente al oído de Danyal, fue como un jarro de agua fría para el entumecido joven. Agradecido por cualquier detalle de normalidad, Dan se volvió para ver lo que indicaba el kender.

Emilo apuntaba al suelo, donde yacía el heliotropo de Fistandantilus, olvidado por el momento. Danyal vio cómo latía la verde gema, mientras irradiaba su enfermiza iluminación en la oscuridad, una luz penetrante y vaporosa que aparentemente pasaba inadvertida para las dos grandes figuras que se debatían cerca de allí. El halo de luz se arremolinó en el aire y se fue condensando en un disco plano que quedó suspendido perpendicular al suelo. El reloj de arena estaba debajo del disco, y la brumosa imagen parecía estar centrada sobre el plateado cronómetro.

Mientras miraba, Danyal vio que cobraba forma una esencia vaporosa hasta crear una imagen que parecía la de una ventana, un mirador a través del espacio hacia un lugar de gris neblina, como el aire impregnado de rocío en una brumosa mañana. La imagen adquirió consistencia por encima del reloj de arena, y Dan comprendió que estaba mirando un lugar completamente diferente.

—Es el poder de la piedra y de la calavera —exclamó Foryth—. Ha abierto una ventana hacia otros planos, otros mundos. Una puerta al espacio y al tiempo.

El bandido no prestaba atención más que a los dos hechiceros.

—¡Habéis venido porque yo os mandé llamar! Yo os invoqué —gritó Kelryn Desafialviento poniéndose en pie y haciendo frente primero a un mago y luego a ambos.

—¡Silencio! —espetó la versión humana de Fistandantilus. Miró de hito en hito a Kelryn durante un momento, pero luego sus ojos se giraron, atraídos por otra cosa—. ¡Ah, mi heliotropo! —dijo el archimago al divisar la gema en el suelo de la caverna. Y dio un paso hacia el pulsante artefacto.

Danyal observó que la reluciente ventana iba cobrando mayor consistencia en el aire.

—¡Quieto! —gritó el Fistandantilus esquelético. De repente el grotesco personaje desapareció para reaparecer justo delante de su contrario. Kelryn Desafialviento fue tras él para formar así el tercer vértice de un triángulo.

—¡Ya recuerdo! —fue Emilo Mochila quien habló; su voz era un susurro de asombro—. Recuerdo todo lo que me pasó. Todo empezó con la calavera, hace ya mucho, mucho tiempo. La vi allí, en la oscuridad. El enano me golpeó con ella y perdí la memoria, con todos mis recuerdos.

Miró a Dan; sus ojos estaban muy abiertos como consecuencia tanto del temor como por el hecho de comenzar a entender todo lo que le había pasado.

—¡Ese fue el origen de mi enfermedad y se llevó también mis recuerdos! ¡Mi vida, todo mi pasado! ¡Pero ahora han vuelto! —Emilo dio unos pasos alegres, como si fuera a empezar a bailar—. ¡Vengo de Kendermore, y… y recuerdo un tiempo anterior al Cataclismo! ¡Y os agradezco a todos el haberme ayudado, haberme mantenido con vida y haberme permitido sanar!

—Tú nos salvaste también, por si no lo recuerdas —respondió Danyal.

—Pero esa piedra y esa calavera —dijo el kender, fruncido el entrecejo—, no deberían estar juntas, ¿verdad?

—No, no deberían. —Mirabeth abrazó fuertemente al kender, mientras Dan seguía observando a los dos hechiceros y a su profeta. Kelryn estaba enloquecido, y su voz; sonaba estridente mientras hacía peticiones, primero a uno y después al otro.

Entretanto, la gema permanecía en el suelo, latiendo con la misma cadencia que la ventana enmarcada en verde. El misterioso portal se arremolinaba en el aire, suspendido aún sobre el argénteo reloj de arena.

—¡El poder era mío, la piedra me pertenecía a mí! —chillaba inútilmente Kelryn.

El lich se volvió finalmente para contemplar al jefe de los bandidos con sus refulgentes y horripilantes ojos.

—Tú eres mío —dijo con una voz que sonaba como el aire que sale de una cripta recién abierta—. Has estado usando mi talismán como tu juguete durante muchísimo tiempo; jugabas a ser clérigo. ¡Mi fuerza te ha sostenido, pero ahora tú me sostendrás a mí!

Kelryn reculó, y su rostro fue perdiendo color ante el escrutinio a que lo sometía el cadavérico mago.

—¡Su vida me pertenece a mí! —interrumpió el otro hechicero—. Fue mi esencia la que frenó los estragos del tiempo y le permitió sobrevivir tan largo período.

Cada uno de los magos de negra túnica cogió un brazo del bandido. Una intensa luz abrasó el aire, un ardiente halo que delimitó perfectamente la figura de Kelryn. Danyal, que miraba asombrado, comprendió que el fulgor era poder y observó que el poder estaba dividido.

La esencia de la vida de Kelryn Desafialviento fue absorbida de su cuerpo mientras el jefe de los bandidos se retorcía y gritaba, preso de un dolor indescriptible; se debilitó rápidamente y, con un gemido, se desplomó entre los dos poderosos hechiceros. La vitalidad iba desvaneciéndose de los ojos del hombre, y Dan casi pudo apreciar cómo el vigor y el calor de su sangre eran arrancados de su carne para fluir a partes iguales hacia las dos versiones del archimago.

Finalmente, los hechiceros soltaron sus manos en forma de garra de su marchita víctima, y Kelryn Desafialviento cayó al suelo; o más bien cayó la reseca envoltura que era ahora su piel, vaciada de sangre, de energía y de vida.

El cadáver quedó inmóvil en el suelo, mientras las dos imágenes de Fistandantilus temblaban ante la avalancha de vida renovada y poder restituido. Una telaraña de luz verde apareció centelleante entre los dos archimagos; zarcillos de fantasmagórico poder se conectaron para formar una refulgente red de siniestra y sobrenatural fuerza.

—¡Juntos! ¡Lo han absorbido juntos! —susurró Foryth Teel, asombrado.

—¿Qué quiere decir eso? ¿Qué va a suceder? —preguntó Danyal.

—No lo sé, pero observa: ninguno de los archimagos puede desprenderse de su complementario. Creo que quienquiera que prevalezca será muy poderoso, tanto, que se hará invulnerable o estará condenado.

La propia montaña tembló ante la ola de poder casi incontenible. Algunos fragmentos de roca se soltaron del techo y fueron a estrellarse contra el suelo. Varias esquirlas afiladas de piedra cayeron aquí y allá, algunas peligrosamente cerca, pero Danyal seguía absorto en los dos magos.

Estos se esforzaban visiblemente por separarse el uno del otro, pero, con los violentos temblores de la montaña, las dos formas con túnica negra eran inexorablemente atraídas entre sí.

Al mismo tiempo, las vibraciones de poder retumbaban en la estancia. La gravilla salpicó desde el techo, y en el suelo aparecieron unas grietas por las que brotaban largas lenguas de fuego. La caverna se sacudió con violencia, y el aire se llenó de humo y polvo, mientras crecía el tronar de los derrumbes.

Danyal supo que la montaña de Flayze se desplomaba.