Fistandantilus renacido
Tercer Bakukal del mes de Reapember
374 d. C.
Como un pequeño ciclón verde, la nube de gas se arremolinó en el aire, elevándose desde el núcleo de la gema, se enroscó para crear una forma translúcida y se inclinó hacia la calavera.
Pero algo le impedía llegar a ella.
Una ráfaga de aire tiró de Dan, le azotó el pelo y las ropas. La fuerza del remolino fue tan intensa que amenazó con tirarlo y arrastrarlo por el suelo.
Danyal notaba los tirones más fuertes en el cinturón y, cuando se llevó la mano a la hebilla, lo asombró sentir que el metal estaba caliente y que vibraba bajo sus dedos. La fuerza tiraba con fiereza de su talle, intentando arrancarle el cinturón.
Y entonces, de repente, lo comprendió: la antigua herencia, la hebilla llevada por sus antepasados, estaba de algún modo vinculada a la magia.
Con un ruido atronador, el torbellino se dividió en dos columnas gemelas de aire, que se arremolinaron para separarse con una violencia sobrenatural. Uno de los remolinos giró hacia la calavera, y ésta se alzó del suelo y quedó flotando en la extraña nube.
Fue el segundo torbellino el que se dirigió hacia Danyal.
El muchacho reculó, alejándose de la brillante forma que se acercaba, pero el vendaval lo atraía, el remolino lo sofocaba, ciñéndose a su cuello como el cinturón que apretaba su cintura. Al sentir el irresistible deseo de esa apestosa niebla, manoseó el cierre de la hebilla de plata, que se resistía a sus torpes dedos, y se quemó las manos con el calor sobrenatural del metal.
Finalmente la hebilla del cinturón se soltó. El muchacho abrió frenético el broche, y la piel de las palmas se le quemó con la fricción del cuero cuando éste le fue arrancado de las manos por el torbellino. Dan se desplomó en el suelo y quedó tendido, mirando lo que ocurría.
El cinturón propiamente dicho siseó al desaparecer convertido en cenizas por el toque sobrenatural de la nube verde. La hebilla flotó en el aire, suspendida dentro del ciclón, y el argénteo metal empezó a resplandecer.
Y entonces la plata comenzó a fundirse, y las gotas del incandescente metal fluyeron sobre el suelo. Ante los incrédulos ojos del muchacho, las gotitas fundidas convergieron y se elevaron en el aire. Girando lentamente, se transformaron en una forma brillante y perfecta: un reloj de arena plateado.
Dan no estaba seguro de cuándo sucedió el cambio, pero de repente los dos torbellinos gemelos menguaron y se difuminaron, y el espacio interior de cada uno de ellos se volvió sólido y nítido.
Y entonces los ciclones desaparecieron, y en su lugar quedaron dos figuras vestidas con túnicas negras. Sus facciones eran invisibles bajo los profundos pliegues de sus oscuras capuchas de terciopelo, pero Dan tenía pocas dudas acerca de su naturaleza: éstos eran hechiceros de magia negra, atraídos hasta allí por los inmemoriales conjuros de la gema, la calavera de Fistandantilus y la hebilla de plata de Paulus Thwait.
El dragón fue el primero en reaccionar. Flayze rugió atronadoramente, y se elevó con un gran batir de alas. Una corriente de aire golpeó a Dan y a sus compañeros en la cara, y el muchacho levantó una mano para protegerse. Al mismo tiempo vio abrirse la boca del dragón y percibió el infierno que crecía dentro del inmenso vientre escarlata.
Mirabeth lo cogió del brazo, y él se tiró al suelo, arrastrándola consigo e intentando escudarla bajo sus brazos de la letal llamarada inevitable. Recordó los cuerpos carbonizados en su pueblo, y los bandidos muertos sobre el puente de Loreloch; de algún modo parecía una ironía del destino que él también encontrara la muerte por el llameante aliento del reptil.
Alcanzó a oír unas cortas palabras secas, pero éstas fueron rápidamente ahogadas por el rugir del fuego. Danyal recordó el sonido de la forja del herrero cuando el fuego había sido atizado y bombeaba el fuelle. Este era el mismo rugir hambriento y chisporroteante, salvo que estaba muy magnificado, como si él mismo estuviera en el interior de la chimenea.
¡Pero no se estaba quemando!
La verdad penetró en su mente, paralizada por la conmoción, con una casi tímida llamada a sus sentidos. Danyal parpadeó al sentir que Mirabeth temblaba bajo él. Miró hacia arriba y vio una muralla de fuego ante ellos. Sobre su cabeza, y también por ambos lados, rugían las llamas aceitosas. Sintió el calor sobre su piel, como si estuviera mirando fijamente de cerca una cálida chimenea, pero la letal conflagración no los afectaba ni a Mirabeth ni a él.
Vio que las llamas tampoco quemaban a Foryth, Emilo, Kelryn o los dos magos de negras túnicas. Uno de estos últimos tenía alzada una mano que parecía la de un esqueleto, cubierta de una piel enfermiza; era la fuerza de ese gesto, supo de repente Dan, lo que estaba partiendo las llamas y desviando el letal aliento del dragón.
De repente cesó el fuego, y en su ausencia la caverna pareció quedarse completamente fría y oscura. Pese al calor y la luz emanados de los arroyos de lava incandescente que fluían por el vasto recinto, semejaba una noche de invierno en comparación con el fuego del dragón.
El otro mago extendió una mano hacia el monstruo en un gesto rápido y amenazador, y Dan tuvo tiempo suficiente de ver que la extremidad era más humana que los esqueléticos dedos del primer mago. Los de esta mano eran largos y finos, pero estaban innegablemente cubiertos de carne y de piel rosada y viva.
Otra palabra hendió el aire del interior de la caverna, un grito que sonó como un ladrido. Con un escalofrío, el muchacho comprendió que estaba siendo testigo de una magia aun más poderosa. Los sonidos arcanos eran ásperos a sus oídos, y la sensación que dejaron en su vientre fue la misma que si hubiera recibido un golpe violento.
Una estela de pálida luz se expandió de la mano del mago, un cono creciente que envolvió la mayor parte del dragón, y tocó con su frío brillo la extensión de lava burbujeante y la humeante pared del otro lado de la caverna. La roca líquida se oscureció de forma inmediata, solidificada, y unas grietas recorrieron violentamente el suelo.
Y, en medio del extraño brillo del conjuro, Danyal sintió un gélido frescor, una frialdad que traspasó sus ropas y su piel de tal modo, que parecía tornar en hielo la sangre de sus venas. Inmerso en ese frío, el joven entendió una cosa: él sufría sus efectos por el solo hecho de estar observando el hechizo, pero el verdadero frío era una fuerza de magia poderosa que afectaba a todo lo que se veía envuelto por la pálida y frígida luz.
Golpeado en medio del pecho por el ataque arcano, el dragón cayó hacia atrás con un bramido de dolor y de rabia. Escamas rojas, extrañamente recubiertas de escarcha, se desprendieron del monstruoso cuerpo para caer al suelo cuando el reptil se retorció para alejarse del odioso frío. Flayze intentó golpear al mago con su enorme ala, barrerlo de su sitio, pero la coriácea membrana se había tornado quebradiza y pesada, lisiada por el ataque de magia fría.
Dan era vagamente consciente de la presencia del extraño de la túnica gris que seguía en segundo plano. El hombre seguía tomando apuntes aunque parecía estar poco interesado por los hechos que se sucedían ante él. Había dado la vuelta al reloj de arena plateado, y los granos brillantes como diamantes se filtraban lentamente por el cuello de cristal.
Al parecer, Danyal era el único que había notado su extraña presencia en la caverna.
Pero era el dragón el que centraba de nuevo su atención. Flayze rugió, y su rugido fue como el estampido de un trueno que hizo que los compañeros y Kelryn Desafialviento cayeran hacia atrás por la brutalidad del sonido. Sólo los dos magos mantuvieron su posición, con sus negras túnicas aleteando alrededor de sus piernas y las miradas vueltas hacia la encogida forma del enfurecido dragón.
La cola se movía como un látigo, un zarcillo escarlata de aplastante poder. Pero el mago menos esquelético apuntó y pronunció una orden. Un relámpago atravesó el aire para ir a golpear la cola del dragón y destrozar la última mitad de la musculosa extremidad. Con un aullido, Flayze enrolló el sangrante muñón a sus pies.
Pero las alas del dragón empezaron a moverse de nuevo cuando los efectos de la mágica helada se fueron desvaneciendo. La gran cabeza se lanzó hacia adelante, sus enormes mandíbulas abiertas para asestar una dentellada a la más cercana de los dos figuras con túnica negra.
El mago desapareció de la vista justo antes de que se cerraran las mandíbulas del reptil. Danyal se giró asombrado y vio que el mago se había teletransportado al otro lado de la caverna; de inmediato levantó una mano y lanzó otro rayo que surcó siseando el aire para ir a descargarse contra el costado del dragón.
Rugiendo aún, Flayze se giró de nuevo, pero Danyal notó que el dragón se movía sólo como reacción a los ataques de los dos magos. En efecto, cuando las rojas mandíbulas atacaron a la figura que acababa de emitir el relámpago, el otro hechicero apuntó un dedo —esta vez Dan vio claramente que era tan huesudo y fino como el de cualquier esqueleto— y soltó una andanada de bolas mágicas, chispeantes y relucientes.
Los misiles arcanos golpearon el cuello del dragón y atravesaron una tras otra las capas de escamas blindadas. El gran reptil gimió, un sonido curiosamente lastimero para proceder de un ser tan monstruoso. Flayze se retorció de nuevo, más débil esta vez, e intentó extender una larga extremidad anterior, pero lo único que consiguió fue verla destruida por otra andanada de misiles mágicos.
Finalmente, con un gruñido escalofriante, el inmenso reptil rojo se desplomó en el suelo y yació inmóvil, muerto.