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Dragones, clérigos y magia

Tercer Bakukal del mes de Reapember

374 d. C.

En las décimas de segundo que tardó en reconocerlo, Danyal supo que la oleada de miedo al dragón era inminente e inevitable. Aun así, la realidad de la presencia del monstruo rojo tornó en gelatina sus rodillas y lo hizo caer como fulminado… salvo que seguía vivo, jadeando horrorizado, desplomado impotente sobre el suelo. Mirabeth, Foryth e incluso Kelryn Desafialviento habían sufrido el mismo efecto por la llegada del reptil, aunque el jefe de los bandidos había caído encima de la chica, inmovilizándola contra el suelo con su propio peso. Los cuatro humanos miraban boquiabiertos, atenazados en menor o mayor grado por el temor y la inmovilidad.

Sólo Emilo seguía en pie. Danyal recordó la impasibilidad del kender cuando el dragón había sobrevolado Loreloch y, pese a que de nuevo veía ante sí la evidencia, se preguntó cómo podía ser que su compañero se mantuviera erguido y, aparentemente, sin temor ante una presencia tan letal y sobrecogedora.

En efecto, Emilo, que sujetaba aún la calavera, pasó al lado de Kelryn Desafialviento sin aprovechar la circunstancia de encontrarse detrás del bandido. ¡Podría haber sacado a Mirabeth de sus garras! En vez de eso se alejó caminando de los otros, con la cabeza levantada para mirar al inmenso dragón.

El cuello del monstruoso reptil se retorció, y el rostro bestial bajó con un chirriante sonido de escamas secas hasta que los ollares gemelos se abrieron ante los compañeros. Una pequeña nubecilla de humo negro emergió del resplandeciente hocico, y Danyal tosió de forma refleja. Kelryn Desafialviento seguía paralizado por el miedo, mirando fijamente al wyrm.

Extrañamente, la tos pareció darle un ligero control sobre sus extremidades, y Dan pudo incorporarse un poco para ponerse de rodillas.

Gateando para llegar a Mirabeth, la cogió de la mano y se congratuló por el apretón que ella le devolvió.

«¡Ahora!», articuló mudamente.

Mirabeth asintió, y Dan tiró de su mano mientras ella intentaba rodar para alejarse de Kelryn Desafialviento, pero el clérigo consiguió superar algo de su propio terror para girarse y amenazar de nuevo a la muchacha con el cuchillo, ahora apretado contra su espalda.

Ella gruñó por el dolor, y, con una mueca de amargo desaliento, Dan se quedó inmóvil de nuevo.

—¡Mira! —jadeó Mirabeth.

Apretando aún su mano, Dan se volvió para ver a Emilo de pie, al parecer aturdido, ante el ancho hocico del dragón. Las mandíbulas escarlatas estaban levemente abiertas, dejando al descubierto una hilera de dientes, algunos de los cuales eran más grandes que la hoja del cuchillo de Danyal.

—La calavera de Fistandantilus me pertenece a mí —siseó ferozmente el dragón.

—No. La calavera no le pertenece a nadie; a nadie que no sea a sí misma —respondió el kender.

Por lo menos las palabras procedían de Emilo Mochila, pero la voz era más grave y enérgica que la del parloteo normal del kender.

Emilo estudió el cráneo que tenía entre sus manos, y luego alzó la cabeza para encontrarse con la penetrante mirada del dragón.

Con gesto deliberadamente lento, el kender metió la calavera bajo su brazo, con el óseo rostro mirando hacia atrás, y alargó la otra mano para meterla en un saquillo que tenía en un lado de su cintura y sacar una cadena dorada de la que pendía un colgante con una conocida gema.

—¡Mi heliotropo! —El chillido de Kelryn Desafialviento rasgó el aire como una cuchilla. Con los ojos muy abiertos, el hombre metió la mano izquierda dentro de su camisa. Su diestra tenía blancos los nudillos por la fuerza con la que sujetaba el cuchillo, cuya punta seguía pinchando cruelmente la espalda de Mirabeth.

La calavera miraba desde sus negras órbitas, con una mueca burlona en sus dientes cerrados.

—Si eres sabio, rojo reptil, te retirarás de inmediato y tendrás una oportunidad de sobrevivir.

Las palabras procedían del kender, pero de nuevo no era Emilo Mochila quien hablaba. La diminuta figura acunaba la calavera mientras permitía que la refulgente gema se balanceara hipnóticamente de lado a lado.

El dragón resopló, y Danyal tuvo por un momento la certeza de que todos iban a morir envueltos por una letal explosión de llamas. Pero algo, quizá simplemente el deseo de no dañar los tesoros, hizo que Flayze no lanzara su ataque.

En lugar de escupir fuego, el dragón movió lentamente una garra y golpeó con ella el pecho de Emilo, que salió despedido violentamente hacia atrás. El cuerpo del kender chocó contra el suelo, rebotó y fue a parar sobre Foryth Teel.

El historiador cogió al vuelo la fláccida figura de Emilo y lo bajó suavemente hasta el suelo.

De algún modo la calavera y el colgante habían permanecido con el débil cuerpo durante el violento ataque, y ahora, cuando la sangre empezaba a brotar de una profunda herida en el pecho del kender, la burlona cabeza de la muerte se hallaba a los pies de Emilo mientras que el colgante descansaba en el suelo, a corta distancia. La pálida luz verde latía en la piedra, y su brillo era claramente visible aun en la ígnea iluminación de la guarida del dragón.

Kelryn Desafialviento, cuya expresión no había perdido su mueca de horror, se abalanzó sobre la piedra pero no pudo cogerla porque, con un tirón, Mirabeth aprovechó la oportunidad para alejarse gateando de él. El jefe de los bandidos corrió tras ella, y tuvo que desistir con un gruñido cuando Danyal salió a su encuentro blandiendo el gran cuchillo curvo. Foryth Teel, mientras tanto, tanteaba suavemente el desgarrado pecho del kender.

—¿Está…? —Danyal echó un vistazo a la sangrante figura y se horrorizó al ver el blanco nacarado de las costillas de Emilo a través de la herida del pecho.

—Está vivo. —Foryth señaló a un músculo que se contraía, y el chico supo que estaba viendo parte del corazón del kender.

Foryth Teel levantó bruscamente la cabeza. Sus ojos se clavaron intensamente en el dragón, y su delgado cuerpo se tornó rígido y tenso de un modo que Danyal nunca había visto.

—Durante años he procurado mantenerme al margen, permitir que la historia teja sus hilos sin mi interferencia ni mis juicios. —Endureció el tono y agitó un delgado puño en el aire; tenía una expresión salvaje en el rostro, y la frente empapada de sudor—. Pero esto es demasiado. El destino es demasiado cruel, y yo os culpo a todos los que aspiráis a ser grandes protagonistas de la historia. —El cronista tomó aire y asentó con firmeza sus pies.

»Este ser es inocente y se lo ha utilizado de un modo cruel. —Foryth Teel gritaba ahora, con una voz que parecía tan poderosa como para sobrepasar los temblores volcánicos de la montaña—. ¿Cómo te atreves? —La voz del historiador se ahogaba por la pasión, y la intensidad de su ira pareció golpear al monstruoso reptil como un látigo.

Por toda respuesta, Flayze se limitó a resoplar con sorna.

Al mismo tiempo, Danyal notó una nueva presencia en la cueva, la incongruente imagen de un anciano vestido con una túnica de color gris pardo. El extraño estaba cerca, claramente dentro del campo de visión del dragón, y sin embargo su presencia parecía pasar inadvertida para el reptil. Foryth Teel paseó entonces la mirada por la estancia, y también él miró sin ver al hombre, sin dar señal alguna de percibir la presencia del misterioso observador.

«¡Eso es lo que es! ¡Un observador!», comprendió Danyal cuando el extraño alzó las manos y reveló que tenía entre ellas un largo rollo de pergamino. Acompañado por el chirriar de una pluma, empezó a escribir mientras su mirada iba pasando sin sobresaltos del dragón al jefe de los bandidos y al historiador.

Dan se asombró por su aceptación de la extraña aparición, pero no pudo dejar de pensar que el hombre parecía pertenecer a este lugar.

Foryth Teel se giró y apuntó un dedo acusador hacia Kelryn Desafialviento.

—¡Y tú también! —Le pareció a Danyal que todo el autocontrol de Foryth, toda su objetividad de la que tanto se jactaba, habían desaparecido consumidos por la rabia. Levantó sus puños, y echó la cabeza atrás para gritar al alto techo arqueado.

»¡Y todos vosotros, clérigos, e incluso los mismísimos dioses Paladine y Takhisis! Escupo sobre vuestra arrogancia, vuestras crueles manipulaciones. Y tú, Gilean, ¿me puedes oír? Tú eres el peor de todos. —Ante esas palabras el escriba se giró bruscamente hacia el historiador y sus ojos se estrecharon momentáneamente, pero luego volvió a observar al dragón.

»Buscas la imparcialidad, la falta de pasión, pero ¿cómo puedes hacer caso omiso de los sufrimientos? —Rebuscando en su saquillo, Foryth Teel sacó su Libro del saber y agitó despectivamente el tomo en el aire.

»Todos vosotros estáis corruptos. Maldigo vuestras inmortales pretensiones. —Ahora la voz del historiador se tornó menos estentórea, pero sin perder aún el tono acusador—. Veo que no sirve de nada limitarse a observar. Tengo que hacer mi papel, ser parte de la historia. Importa quién vive y quién muere. Las gentes como este kender son algo más que meros peones. ¡Merece algo más que perder la vida en medio de vuestro enfrentamiento! —Foryth contuvo un sollozo estrangulado, y volvió a ponerse erguido—. Yo no puedo cambiar nada; es una pena que no tenga amigos más poderosos.

Bruscamente arrojó el libro contra la rocosa pared al lado del nicho en el que habían encontrado la calavera. Las páginas se quedaron pegadas contra la pared y de repente saltaron chispas por la pétrea superficie, una cascada de luz que dejó a todos boquiabiertos.

Incluso Flayze miraba, sus amarillos ojos abiertos, sus largos colmillos asomando por las fauces entreabiertas.

Sobre la pared de la caverna aparecieron unas letras, palabras de magia y de poder. Foryth se arrodilló lentamente y comenzó a rezar. Sus manos fueron al pecho sangrante de Emilo, y la magia y la curación fluyeron de sus dedos.

Danyal miró asombrado cómo la abierta herida del kender empezaba a cerrarse. La sangre dejó de manar, y el corazón, y después las costillas, desaparecieron bajo la piel lisa y limpia. El chirriar de la pluma del observador era, a los oídos del muchacho, un ruido desmesurado. Foryth miró a lo alto.

—Y ahora, mi Señor de la Neutralidad, concédeme el poder de expulsar esta fuerza del cuerpo y el alma de mi amigo. Exorciza al espíritu que intenta subyugarlo. Expúlsalo de la inocente carne de Emilo Mochila.

Como la explosión de una alcantarilla, de la figura inerte salió un gas sulfuroso y hediondo; una niebla verde que parecía ascender del aún inmóvil kender se arremolinó en el aire formando una nube que rodeó a Foryth Teel.

Sólo entonces advirtió Danyal que la gema de Fistandantilus emitía un brillante resplandor verde y latía con más fuerza que nunca.