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Cautiva de nuevo

Segundo Kirinor del mes de Reapember

374 d. C.

—Voy a ir inmediatamente a la guarida del dragón —anunció Foryth Teel—. He mirado ya en mi libro. Hay una especie de mapa en la página doce mil seiscientos cuarenta y siete.

—Está usted loco —lo retó Danyal—. ¡Ya vio lo que ese monstruo le hizo a Loreloch! Ni siquiera podrá acercarse a la calavera, así que mucho menos tendrá una oportunidad de completar sus estúpidas investigaciones.

—Mi sentido del deber me obliga a intentarlo —dijo seriamente el historiador.

—¿Por qué? ¿Para que pueda aprender ese conjuro que le permita convertirse en clérigo? ¿De qué le valdrá eso si está muerto?

—No, ésa no es la razón. —Foryth Teel suspiró—. Me he dado cuenta de que me he estado engañando, que no tengo futuro como clérigo. De hecho, todos me habéis ayudado a llegar a esa decisión. Esto es, que habéis llegado a significar mucho para mí. Tanto, que ya no soy un cronista imparcial, y quizá nunca lo fui.

Se interrumpió y se aclaró la garganta con dificultad. Había bajado de la alta torre con los otros compañeros y habían cruzado el puente para detenerse al otro lado de éste, alejados de la devastada Loreloch. Finalmente el historiador continuó:

—Yo… —Nuevamente chasqueó la lengua—. En fin, creo que sería mejor que los demás os retiraseis a algún lugar más seguro.

—Debería venir con nosotros —insistió Danyal.

—Eres un chico valiente y un buen amigo, pero yo tengo mi misión y tú tienes la tuya. Debes cuidar de Mirabeth y de Emilo, ¿entiendes?

—Yo… yo voy contigo —manifestó súbitamente Emilo.

—Pero el peligro… —empezó a objetar Foryth; el kender agitó firmemente la cabeza.

—No sé por qué, pero tengo la sensación de que puedo aprender algo importante de esa calavera, como si la hubiera visto antes y fuera significativa.

—Entonces, yo voy también —dijo Mirabeth—. Tú no sabrías qué hacer si a Emilo… quiero decir, si le… —Los sollozos la interrumpieron, y se cubrió la cara con las manos.

—Estaré bien —aseguró el kender—. Deberías alejarte de aquí.

—Estoy de acuerdo; tú y el muchacho, por lo menos —dijo suavemente Foryth Teel—. Podéis ir a Haven, o incluso a Palanthas. Pero alejaos de estas montañas e id a algún lugar seguro. Los dos tenéis muchos años por delante. ¿Quién sabe? Quizá sea útil para futuros historiadores que actuéis como testigos de estos hechos. Podéis correr la voz de la muerte de Kelryn Desafialviento y del final de Loreloch.

—¿Crees que la gema ha sido destruida? —preguntó Danyal, mirando hacia las ruinas de la fortaleza.

El siguiente sonido se produjo detrás de ellos, y los cuatro compañeros se giraron a una al escuchar la seca y chirriante risa en la oscuridad.

—La gema no fue destruida. Todavía la tengo, muy a salvo.

La voz de Kelryn Desafialviento dejó boquiabierto a Danyal e hizo gritar a Mirabeth. El jefe de los bandidos sujetaba con gran fuerza a la muchacha con uno de sus brazos. Su otra mano agarraba un cuchillo, cuya afilada punta se hincaba ya en la piel de la garganta de la mujer.

Kelryn se acercó a ellos, levantando en vilo a Mirabeth mientras caminaba, con lo que ella apenas tocaba el suelo con los pies. Danyal, Emilo y Foryth advirtieron que el antes apuesto jefe de los bandidos tenía un aspecto deplorable. La mayoría del pelo se le había chamuscado, y una cicatriz de tejido rojo le recorría la frente y una de sus mejillas. Sus ropas estaban mugrientas y olían a hollín.

Al ver sus miradas de incredulidad Kelryn rió amargamente.

—Estaba avisado de que venía el dragón, así que tuve varios segundos de ventaja. Cuando mis hombres corrieron hacia el puente yo me tiré a la acequia. Estaba medio enterrado en el barro cuando llegó el fuego.

»Y estás en lo cierto, historiador. La calavera tiene que estar en la guarida del dragón —se mofó Kelryn—. Al parecer no eres tan idiota como yo pensaba. Ahora me llevarás allí.

La mano de Danyal asía con firmeza la empuñadura de su largo cuchillo y sus rodillas estaban flexionadas, listas para saltar hacia el odiado bandido que, de algún modo, había conseguido sobrevivir para seguirlos hasta allí. Empero, antes de que pudiera atacar, vio a la luz de las llamas algo que no podía pasar por alto.

Un hilillo de sangre manaba de la herida del cuello de la joven, allí donde apretaba la punta del afilado cuchillo. Mirabeth estaba totalmente quieta; Danyal sabía que el corte tenía que dolerle, pero el rostro de ella no revelaba temor ni incomodidad. Por el contrario lo miraba con una expresión que le imploraba que mantuviera la calma, que escuchara, que pensara.

Sobreponiéndose a su rabia y terror, el muchacho intentó hacer precisamente eso.

—¡Si le haces daño, te mataré! —advirtió con un gruñido, sin embargo—. Lo juro por los dioses. No me importa que me cueste mi propia vida. ¡Morirás!

Kelryn asintió con la cabeza, como si la pasión del muchacho fuese lo más natural del mundo.

—Tú procura no hacer nada que me obligue a matarla —declaró con tono despreocupado.

»Y ahora —le habló a Foryth—, te oí decir algo acerca de un mapa. Sácalo pues, historiador. Vas a llevarnos hasta la calavera de Fistandantilus.

Danyal lo miró incrédulo, pero fue Foryth quien hizo la pregunta:

—¿Cómo sabías lo del dragón?

—¿Qué quieres decir? —El amenazador bandido estaba sorprendido por la pregunta. Entonces Kelryn tiró de la gema, aún fija a la dorada cadena, y la sacó de debajo de su túnica—. Él me lo dijo, el alma del heliotropo que espera mi venida, mis oraciones.

—¿Fistandantilus? —dijo Foryth con un tono que indicaba un interés meramente profesional.

—El mismo. Al final me ha traído a vosotros, donde mi destino y el suyo se harán uno.

—¿Qué es lo que quieres? —lo interrogó Danyal—. ¿Poder? ¿Sabiduría?

—Sabía que el historiador había descubierto mis notas —contestó Kelryn con una risita—, y sospechaba que podría resolver el enigma y descubrir dónde estaba la guarida del dragón.

—Y la calavera —añadió Foryth Teel. Kelryn asintió y lo animó a que prosiguiera—. A juzgar por las notas que vi en la biblioteca, crees que la unión de la calavera y la gema te concederá uno de los grandes poderes de Fistandantilus.

—¡El poder de viajar a través del tiempo! —Kelryn Desafialviento no pudo contener más tiempo su exaltación—. La calavera para mostrar el camino, y la gema para posibilitar mi vuelo.

—Pero ¿por qué? —Para Danyal era un misterio. Podía entender un deseo de riqueza o de tierras e incluso el deseo de un hombre de dominar a otros, de convertirse en amo o en rey, pero éste era un antojo que no tenía sentido alguno para él.

—No hay mayor herramienta para aquel que busque mejorar su propio futuro —declaró Foryth Teel—. Un hombre que sepa lo que va a pasar el día de mañana puede prepararse para sacar ventaja de la mala suerte de sus enemigos. Me temo que lo que dije antes es cierto: nada podría detenerlo.

—Y así será —se mofó Kelryn—. ¡Mi poder en Haven, antes de venir los dragones, era sólo algo pequeño y patético comparado con el que tendré cuando sea Amo del Pasado y del Presente! Ahora, llévanos hacia la montaña, historiador. ¡Vayamos a reclamar la calavera!