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Pistas entre las cenizas

Segundo Kirinor del mes de Reapember

374 d. C.

El amanecer apuntaba en el cielo cuando Danyal, con la mente aún embotada por el temor, contempló las llameantes ruinas de Loreloch. De vez en cuando una piedra se liberaba de los escombros de los muros y, rodando entre las casuchas quemadas, caía desde lo alto de la cumbre chocando y rebotando por la ladera. Dos estructuras de piedra permanecían más o menos intactas entre las ruinas: el puente que llevaba hasta el caserón y la alta torre que antes se elevaba desde el interior de los muros.

—¡Foryth! —exclamó, apesadumbrado, el muchacho—. ¡Seguía allí dentro! ¡No puede haber sobrevivido!

Emilo movió tristemente la cabeza.

—No volví a verlo desde que los dos os fuisteis anoche hacia la parte posterior.

Danyal intentó reprimir las lágrimas; pero, cuando se desplomó de nuevo en la zanja, sintió contraída la garganta y sintió que el llanto no deseado le empezaba a picar en los ojos.

—¿Por qué tuvo que irse por su cuenta? —se lamentó—. Debería haberse quedado conmigo; si lo hubiera hecho ahora estaría aquí, con nosotros.

—Es muy posible que tengas razón —admitió Emilo.

Los ojos del kender estaban aún enfocados sobre la estructura en ruinas, y Danyal se giró para seguir la mirada de su compañero.

El dragón había completado la destrucción de Loreloch con la misma minuciosidad metódica con que había devastado Waterton. Además del puente y la torre, seguían en pie unas pocas chimeneas, unos muros de piedra y algún silo aislado, aunque las llamas seguían buscando, hambrientas, más combustible entre las ruinas. La destrucción había sido total, y era imposible pensar que quedara alguien con vida en su interior.

—¿No creéis que deberíamos irnos? —preguntó el kender como sin darle importancia—. Por si acaso alguno de los hombres de Kelryn Desafialviento sigue por aquí.

—Todavía no —se opuso Danyal al tiempo que sacudía enérgicamente la cabeza. Le parecía inconcebible que alguien pudiera haber sobrevivido al ataque, pero aun así no estaba dispuesto a abandonar el lugar en el que había visto por última vez a Foryth Teel.

»Quizás esté herido allí dentro, o atrapado en algún lugar.

Le sorprendió darse cuenta de que, a pesar del carácter fastidioso del hombre y sus prioridades poco prácticas, se había encariñado con el aspirante a clérigo. Además, la sabiduría de Foryth y su capacidad de penetrar en las mentes de otras personas, en especial en la del jefe de los bandidos y antiguo Buscador, habían sido armas reconfortantes en el escaso arsenal de los compañeros.

—Vayamos pues a echar un vistazo —acordó Emilo.

El final del puente estaba sembrado de cuerpos negros y calcinados. A pesar de que unos momentos antes estos hombres estaban intentando cobrarse su propia sangre, Dan sintió un triste pesar por la pérdida de vidas humanas, por el fuego implacable que había caído del cielo con efecto tan cruel y devastador.

—El dragón tiró incluso las chozas —dijo suavemente Mirabeth. Sus ojos estaban secos, pero el tono de su tez era tan pálido como una niebla fantasmal—. Había gentes durmiendo en su interior y ahora están muertas.

Otra roca cayó entre las ruinas, y los tres compañeros miraron hacia la torre esperando ver otra fase de desmoronamiento de Loreloch. En lugar de eso vieron abrirse una pequeña contraventana de madera que protegía una tronera en los gruesos muros de piedra de la torre.

—¡Hay alguien vivo allí! —susurró Danyal con una mezcla de esperanza y miedo en el corazón cuando vio salir una esbelta mano por la ventana. Antes de que la mano los saludara reconoció la manga marrón que caía de la fina muñeca.

»¡Es Foryth! —gritó el muchacho, y se arrastró desde la zanja hasta salir a la calzada, haciendo caso omiso de los dedos de Emilo que intentaban frenarlo—. ¡Foryth! —gritó de nuevo, brincando al final del puente y agitando sus propias manos—. ¿Estás bien?

No pudieron oír la respuesta, aunque Danyal imaginó con claridad el chasquear de lengua cuando el historiador se asomó por la pequeña abertura. Foryth saludó de nuevo, y el trío entendió finalmente la naturaleza de su gesto.

—¡Quiere que vayamos con él! —Mirabeth puso voz a la conclusión obvia—. A la torre.

—Pero… —Danyal podía pensar mil razones para oponerse, pero ninguna de ellas superaba la alegría de descubrir que su amigo seguía con vida—. Supongo que cree haber encontrado algo que debemos ver —concluyó.

—Bueno, entonces veamos de qué se trata. —Emilo se dirigió lentamente hacia el puente. Danyal y Mirabeth iban detrás, aunque los dos humanos se frenaron de forma apreciable al acercarse a la masa de cuerpos calcinados al final del puente.

—Me pregunto cuál de ellos es, o debería decir «era», Kelryn Desafialviento. —El kender habló despreocupadamente mientras pasaba entre los cadáveres carbonizados.

Danyal cogió la mano de Mirabeth y la apretó; advirtió, agradecido, que ella le devolvía el apretón. Evitaron mirar a los cuerpos y anduvieron por el borde del puente para eludir la zona de matanza. Aun así, el olor de la carne chamuscada, el pelo socarrado y la muerte era como una barrera física que impedía el paso. Al final, aguantando la respiración para no oler la peste, avanzaron a trompicones hasta llegar al destrozado recinto de Loreloch.

Dejaron que Emilo se encargase de encontrar el camino para atravesar las ruinas y llegar a la base de la torre. Danyal ayudó al kender a quitar las rocas que les impedían llegar a la puerta, la cual estaba hundida y salida de sus goznes como resultado del ataque del dragón.

Subieron rápidamente por la escalera espiral que ascendía por el interior de la torre.

—¡Foryth! —gritó Danyal al acercarse a lo alto.

Cuando llegaron al rellano y atravesaron la puerta abierta se encontraron en una pequeña biblioteca. El historiador se hallaba sentado ante una gran mesa y tenía un enorme libro abierto ante sí. Cerca de él había amontonados otros muchos tomos así como varios pergaminos agrupados al azar al otro extremo de la mesa. Uno de éstos había sido desenrollado, y estaba abierto y sujeto por un par de pesados pisapapeles de piedra.

—¡Ah, estáis ahí! —dijo alegremente Foryth—. Oí que había bastante alboroto ahí fuera. Me alegra ver que los tres conseguisteis escapar.

—¿Por qué se fue de esa manera? —demandó Danyal, furioso de repente por la imperturbabilidad del historiador—. ¡Podrían haberlo matado! ¡Se suponía que íbamos a seguir juntos! ¿Acaso no prestaba atención?

—¿Qué? Eh… sí… supongo que no. Quiero decir… —A los balbuceos les siguió el chasquear de la lengua—. Mira aquí, hijo mío. He encontrado algo que es absolutamente fascinante.

A pesar de su agitación, Danyal se inclinó sobre la página que indicaba Foryth. No lo sorprendió comprobar que no reconocía los símbolos escritos en ella.

—¿Qué se supone que significan? —preguntó el muchacho.

—¡Mira, aquí mismo! —El historiador apenas podía contener su agitación—. Dice que hay una calavera. ¡La calavera de Fistandantilus existe!

—¿Y por qué es eso tan importante? —inquirió Mirabeth.

—Porque si Kelryn Desafialviento pudiera obtener ambos talismanes el resultado sería… bueno, no habría palabras para describir las consecuencias. Eso quiere decir.

—¿Por qué? ¡Kelryn está muerto! —objetó Danyal—. Seguro que el dragón lo ha matado.

—Quizá. Pero la amenaza sigue ahí. Si alguien malvado y ambicioso consiguiera poseer la calavera y el talismán obtendría un poder impensable.

—¿Qué poder?

—Podría viajar en el tiempo, convertirse en el Amo del Pasado y del Presente, como Fistandantilus lo fue en otra época. Quiero decir que la combinación de la calavera con el heliotropo permitiría a su poseedor viajar en el tiempo, al igual que hizo el propio Fistandantilus.

—¿Y eso sería malo para Krynn? —intervino Mirabeth.

—Si el viajero del tiempo es malvado y lo suficientemente ambicioso, no habría límites al daño que podría infligir. Kelryn Desafialviento podría fácilmente convertirse en un dictador casi inmortal, el amo de un reino mayor que Solamnia. Y sería total y completamente invulnerable, porque podría usar ese poder para prever cualquier amenaza contra él antes de que pudiera ejecutarse.

—¿Dónde está la calavera? —quiso saber Danyal.

—He ahí el misterio que frenó a Kelryn Desafialviento, que impidió que fuera tras la calavera, algo estupendo para el mundo, debo añadir.

—¿Y con todas esas explicaciones quiere decir que usted tampoco sabe donde está? —El muchacho se impacientaba por las respuestas indirectas del historiador—. Entonces ¿por qué no salimos de aquí?

De nuevo, el historiador chasqueó la lengua.

—Dije que Kelryn Desafialviento no lo sabía, pero él no tiene el ojo concienzudo del investigador, la habilidad de percibir pistas oscuras. Yo mismo lo he deducido.

—Creo que entiendo… —Emilo Mochila masticaba el final del pelo de su copete—. La calavera…

—Precisamente. —El historiador apenas pudo contenerse—. ¡Tiene que estar en la guarida del dragón!