36

El descubrimiento de un tesoro

Segundo Majetog del mes de Reapember

374 d. C.

Más tarde, cuando se me pidió que explicara mi decisión de subir a la torre en Loreloch, no fui capaz de recordar la secuencia de pensamientos que me alejaron de mi compañero y me llevaron a las zonas altas del caserón fortificado. Sólo recuerdo una emoción, una sensación, como si una musa me estuviera cantando desde lo alto de la escalera, una diosa de los historiadores y de los cronistas que me exhortaba a visitar las estancias superiores. Sin duda, el que mi mente rememorara las palabras de Kelryn, quien me había dicho que su biblioteca estaba en lo alto de la fortaleza, me ayudó a tomar la decisión.

Sea como fuere, yo ya había ascendido la mitad de la escalera espiral antes de que se me ocurriera que quizá debiera haber avisado al muchacho acerca de mis intenciones. Para entonces, por supuesto, era demasiado tarde, y habría arriesgado que nos descubrieran a ambos si hubiera bajado a buscarlo.

Así que continué hacia arriba.

Para cuando llegué a lo alto de la escalinata, mi excitación e imaginación habían contribuido a superar mis reservas anteriores. Vi que la espiral de piedra terminaba en un pequeño rellano que estaba separado de la habitación superior de la torre por una gran puerta blindada. Yo estaba más convencido de lo que nunca había estado sobre nada de que, al otro lado de esa puerta, estaban las claves que me permitirían desvelar muchas partes de la historia desconocidas hasta el momento.

Las preguntas bullían dentro de mi mente al contemplar la hoja de madera y hierro. Tenía la firme convicción de que aquél era el corazón de Loreloch, y de que Loreloch y Kelryn Desafialviento eran las claves para revelar los restantes misterios acerca de Fistandantilus. ¿Qué le había ocurrido al archimago tras la demoledora explosión que había creado el Monte de la Calavera?

Las respuestas, no me cabía duda, se podían encontrar al otro lado de esa puerta, pero al mismo tiempo tenía una misteriosa sensación de peligro, y sabía que no podía simplemente abrirla y entrar sin más.

Un gran estrépito rompió bruscamente la tranquilidad de la noche que había rodeado el edificio de la cumbre de la montaña. De inmediato oí blasfemar dentro de la habitación, y casi no había tenido tiempo de aplastarme contra la pared, cuando la puerta se abrió de repente y Kelryn Desafialviento en persona atravesó el umbral. Desde la sombra eché un vistazo a su rostro; su mandíbula estaba encajada en una mueca de cruel expectación. Con un escalofrío de aprensión, pensé en Danyal y Mirabeth en algún lugar de la gran casa y supe que corrían un peligro terrible.

También vi que el clérigo de Fistandantilus (no descubrí hasta más tarde que realmente era un charlatán, como había sospechado al principio) sujetaba algo brillante y verdoso en una mano mientras bajaba a gran velocidad la escalera espiral. No me vio escondido en la oscuridad. De hecho, tenía tanta prisa que se olvidó de echar el cerrojo a la puerta que dejó tras él.

No perdí el tiempo en aprovechar ese descuido. En cuanto el jefe de los bandidos desapareció de mi vista, atravesé la puerta para encontrarme dentro de lo que era obviamente un estudio. Había numerosos tomos y pergaminos en las cargadas estanterías que recubrían la mayoría del espacio de las paredes de la habitación.

Las tres ventanas eran pequeñas, casi como túneles que atravesaban los gruesos muros de la torre, y estaban cerradas por una sólida persiana de madera que encajaba a la perfección en el redondo hueco.

Se me ocurrió una idea práctica: decidí echar el cerrojo a la puerta antes de comenzar a trabajar. Una sola vela parpadeaba débilmente, y aproveché la mecha para encender varias lámparas. Con luz suficiente me senté para leer y en pocos momentos estaba totalmente absorto por la información que había ante mí.

Descubrí que Kelryn Desafialviento no era un clérigo, y que Fistandantilus no era un dios. Me había mentido; su imperfecta y limitada capacidad de sanar provenía del heliotropo. Al mismo tiempo averigüé que la esencia del archimago había sobrevivido de algún modo al transcurso de los siglos, y que deseaba volver a Krynn. Si se había convertido en un lich o existía en la forma de un fantasma incorpóreo, aún me faltaba información para saberlo.

Pero descubrí algo más: que quizá Fistandantilus no había muerto en la explosión del Monte de la Calavera, sino que había trazado un plan que corría peligro de dar su fruto. Y, con su éxito, yo sabía que su venganza traería un reino de terror y oscuridad no muy distinto de los momentos más dolorosos de la historia.

Entonces mis manos empezaron a temblar cuando descubrí un secreto de verdad, acerca de un artefacto que abría las puertas de la sabiduría. Por primera vez conocí el potencial, el gran poder y la gran maldad de la calavera.

Y entonces vi el auténtico peligro del plan del archimago.