34

El amo de Loreloch

Segundo Majetog del mes de Reapember

374 d. C.

—Me estaba preguntando cuánto tardaríais en venir por ella. Por supuesto, estoy impresionado de que hayáis despachado a Zack con tanta facilidad, pero me llevé una pequeña decepción cuando anoche aún no habíais accedido al interior de Loreloch. Me pareció que asumíais una actitud muy desconsiderada y parsimoniosa para rescatar a esta joven y bella kender.

Durante un momento, Danyal se quedó paralizado al afrontar de nuevo aquella voz peligrosa y familiar. Se imaginó a Kelryn Desafialviento acechando en la oscuridad, como un gato que hubiera encontrado dos ratones fuera de su madriguera. La vela que Danyal sostenía en la mano brillaba débilmente, y vio cómo los ojos de Mirabeth, tan esperanzados un momento antes, se nublaban con una mezcla de miedo y desesperación.

Dan sintió crecer también su desaliento. No entendía cómo había sabido el hombre que debía esperarlo allí. Recordó el ruido del barullo en el exterior de los muros de la casa y se preguntó si el jefe de los bandidos no habría sido alertado por la prematura maniobra de distracción de Emilo. En cualquier caso, estaba allí, en la oscuridad, mirándolos y riéndose de ellos.

Pero entonces Dan se dejó llevar por su instinto; tiró de Mirabeth para sacarla de la celda y echaron a correr juntos por el húmedo pasillo, alejándose de la suave y amenazadora voz.

—¡Alto! —bramó Kelryn, y los pies de Danyal dejaron de moverse. Intentó empujar a Mirabeth pero se dio cuenta de que también ella estaba parada, como si sus pies se hubieran quedado pegados al suelo. Los dos se retorcieron y forcejearon pero eran incapaces de mover los pies. Era magia, comprendió Danyal con tristeza creciente; algún tipo de conjuro de inmovilidad los había alcanzado.

—No teníais ninguna posibilidad de llevar a cabo con éxito vuestro rescate, lo sabéis. Absolutamente ninguna —declaró el jefe de los bandidos saliendo de las más oscuras sombras de la mazmorra. De repente la pareja lo vio, pero no por la luz de la vela que seguía fulgurando, brillante, en la mano temblorosa de Danyal.

No; más bien parecía que hubiera una misteriosa luz que emanaba del propio Kelryn Desafialviento. El hombre tenía un contorno luminoso de color verde pálido, un brillo parecido a la fosforescencia natural que Danyal había observado alguna vez en los líquenes que crecían en algunos lugares umbríos cercanos a Waterton.

Pero este resplandor era clara y extrañamente poderoso, de un modo que no podía serlo ninguna incandescencia natural. De hecho parecía que la verdosa luminiscencia tuviera incluso el olor de algún poder arcano, un poder interno que le permitía inmovilizarlos en su sitio. El jefe de los bandidos se acercó a ellos y sonrió, mostrando el brillo de sus dientes en la extraña luz.

—Sabía que ésta sería la noche en la que vendríais a rescatarla; lo supe antes incluso de que vuestro amigo hiciera tanto alboroto allí fuera.

Ahora Dan pudo ver que la pálida luz salía de entre los dedos del hombre, unos tenues haces de extraña luminiscencia que irradiaban de la mano de Kelryn Desafialviento para expandirse por la mazmorra. Tenía un objeto ahí, algo tan pequeño como para sujetarlo en la mano cerrada, pero que latía con un poder arcano aterrador. Al mismo tiempo, brillaba intensamente pero no emitía calor, puesto que el bandido podía asirlo con la mano.

—El heliotropo de Fistandantilus. —El cabecilla de los bandidos levantó una cadena dorada y dejó que el colgante pétreo se balanceara ante ellos—. Es una pena que vuestro amigo, el historiador, no esté presente. Sé que le causaría bastante emoción ver esto.

Danyal miró fijamente la piedra, incapaz de moverse. Percibía el poder de la gema y sentía que su terrible luz le dañaba los ojos y el cerebro, pero no podía dejar de mirarla fijamente, sin parpadear. Su mente no albergaba duda alguna sobre el hecho de que era el heliotropo lo que lo tenía paralizado, lo que lo obligaba a obedecer una orden que ansiaba desobedecer con todas las fibras de su ser.

—Fue la gema la que me permitió engañarlo, la que le hizo creer que yo era un verdadero clérigo. —El bandido rió, complacido por su inteligencia.

Danyal intentó hablar, trató de desafiarlo con alguna palabra, pero era incapaz de hacer que su boca y sus labios le respondieran.

—Muy bien. Podéis relajaros, pero no intentéis huir. —Kelryn tapó de nuevo la piedra mientras hablaba, y la súbita oscuridad fue un alivio, como si una ráfaga de aire fresco se llevara con ella el pútrido olor de una cripta abierta.

De repente sus pies ya no estaban clavados en el suelo, y Danyal y Mirabeth se tambalearon, asombrados al notar que desaparecía el conjuro. Se mantuvieron unidos para ayudarse a mantener el equilibrio y animarse mutuamente.

El joven sentía el imperioso deseo de correr, pero, ahora que conocía el poder de la piedra, no se arriesgó a intentarlo, por lo menos de momento.

—La gema es el secreto de mi éxito —continuó el bandido—. No sólo me procura la obediencia de oyentes indecisos como vosotros, sino que también me protege de aquellos dispuestos a hacerme daño. Hubo un tiempo en que congregaba mucha gente en mi templo. Ahora, en las últimas décadas, he descubierto que la piedra de Fistandantilus me concede incluso el poder de sanar. Oh, no es perfecta, por supuesto que no; no como un hechizo conjurado por un clérigo verdadero, pero vosotros la habéis visto funcionar. —Kelryn Desafialviento respiró hondo y sacudió la cabeza con gesto de admiración—. ¡Este heliotropo tiene alma propia y me ayuda! Con el paso de los años ha consumido innumerables vidas y ha acumulado gran poder. ¡Me ha enseñado muchas cosas, y ha compartido conmigo maravillas de la historia que otros ni siquiera creerían! —Dan quiso preguntar si la piedra también lo había vuelto corrupto, malvado y cruel.

»¡Ja! —La exclamación de Kelryn fue alta y brusca—. Ese historiador imbécil desconoce la magnitud de su propia ignorancia. Yo lo sé, pues hay una voz, un espíritu de sabiduría, que me habla a través de la piedra.

El hombre se acercó, miró desde arriba a sus dos cautivos, y Dan sintió que Kelryn quería realmente explicarse, intentar que ellos lo entendieran. Y el muchacho odió más que nunca su tersa cara, su fría expresión. Deseaba propinar un puñetazo al hombre, desenvainar su cuchillo y clavarlo en el malvado corazón de Kelryn Desafialviento.

—Y fue la gema, después de todo, la que me permitió saber que vosotros vendríais aquí esta noche. Fue en verdad un asunto sencillo saber cuál era vuestro objetivo.

Kelryn frunció de repente el ceño y de nuevo dejó que la verde luz emanara de entre sus dedos para escudriñar a Mirabeth.

—Aunque pensé que sería el propio kender quien vendría a buscar a su mujer.

De improviso entrecerró los ojos, como si contemplara por primera vez a Mirabeth. Extendió el brazo y retiró hacia atrás el pelo que cubría la redondeada oreja humana. Dio un golpe seco en el puntiagudo final de la otra oreja, lo que arrancó un grito de protesta de Danyal, y quitó la punta postiza de cera.

Luego echó para atrás la cabeza y lanzó una carcajada.

—¡Eres ella! ¡La hija de sir Harold, la que escapó! —exclamó lleno de júbilo—. Te he tenido encerrada en mi mazmorra durante los últimos días y yo ni siquiera lo sabía. ¡Vaya broma más estupenda! ¡Qué maravillosa ironía! —Después gruñó y su cara se deformó con una mueca de crueldad—. Tu padre era una amenaza para mí, un peligro que había durado demasiados años. Me complace saber que pronto te unirás a él en la muerte.

Danyal sintió una creciente ola de furia aterradora combinada con la abrumadora conciencia de su propia situación desesperada. Sabía que los dos podían darse ya por muertos y se sintió totalmente impotente para cambiar su inminente destino. Sus dedos pugnaban por acercarse al arma que tenía en la cintura mientras estudiaba sus posibilidades. ¿Podría sacar el cuchillo y clavarlo en su enemigo antes de que Kelryn tuviera tiempo de hacer funcionar la magia de la gema?

Sabía que no podría hacerlo.

—Alzad las manos, ambos —instó secamente el hombre, como si estuviera leyendo la mente de Danyal. Aunque el muchacho intentó resistirse valientemente, sus brazos se movieron contra su voluntad y se extendieron sobre su cabeza hasta que tuvo las manos inútilmente puestas en lo alto. Su arma bien podría haber estado en el fondo del mar, donde quizás era más probable que la pudiera usar.

»Creo que haré esto de modo que mis hombres puedan disfrutar —declaró con tono divertido el señor de los bandidos—. Veamos, quizás haga que ambos saltéis desde lo más alto de la torre para despeñaros contra las rocas. Está a más de treinta metros de altura. Sí, eso sería efectivo, y bastante dramático. Seguro que estáis de acuerdo. —Kelryn frunció el ceño, aparentemente analizando un problema muy serio—. Pero ¿debería haceros saltar juntos o de uno en uno? Realmente no lo sé. —Kelryn Desafialviento parecía muy preocupado por el dilema.

El corazón de Dan palpitaba, y sintió el sudor que corría por su frente, pero seguía sin poder hacer gesto o protesta alguna.

—Bueno, para empezar, podemos salir de las mazmorras. Tú, muchacha, irás por delante, el chico te seguirá y yo iré detrás de él. Ahora ¡caminad!, pero lentamente. —Como zombis, Mirabeth y Danyal recorrieron lentamente el pasillo de la mazmorra. Una vez el muchacho intentó detenerse, resistirse a cumplir la orden del jefe de los bandidos, pero los pies que unos minutos antes habían sido incapaces de moverse ahora rehusaron parar su inexorable marcha hacia cualquier destino que Kelryn Desafialviento eligiera para ellos.

La pálida y resplandeciente gema era como una fuerza física que empujaba a Dan cuando éste intentaba revolverse y resistirse al mandato que los llevaba a su inminente ejecución.

—Tendrá que ser de uno en uno —musitó el capitán de los bandidos, asombrándolos con el modo despreocupado en que volvía al tema del asesinato—. La cara del superviviente es un tesoro que no querría desperdiciar. Pero ¿quién irá primero? Me encantaría que hicierais una sugerencia.

De nuevo los dedos de Kelryn apretaron la piedra, y, cuando la luz verde inundó la mazmorra, Dan pudo ver que la gema latía con renovado vigor.

La boca de Danyal se abrió y su lengua se movió en contra de su voluntad, y el chico se atragantó en palabras que parecían atraídas por el poder del heliotropo, que subían como la bilis por su garganta. Escupiendo y tosiendo movió la cabeza, lo que provocó un suspiro de decepción del falso clérigo de Fistandantilus.

—¡Ahora subid! —bramó Kelryn Desafialviento cuando llegaron al pie de la escalera. Mirabeth seguía a la cabeza del grupo, y Danyal dejó que subiera varios escalones antes de ir tras ella. De nuevo pensó en probar a resistirse, aunque seguía sin ser capaz de mover los brazos. ¿Podría caerse hacia atrás e intentar arrastrar al señor de los bandidos por la empinada escalera? ¡Quizá pudiera herir gravemente o incluso matar al hombre!

Envalentonado por la súbita esperanza, Dan consiguió girar la cabeza para entrever a su apresador. Lo decepcionó ver que Kelryn había desenvainado su espada para seguirlos por la escalera. Cualquier maniobra como la que el muchacho planeaba sólo le acarrearía una sangrienta herida.

Sumiéndose de nuevo en la desesperanza, Dan volvió a prestar atención a la escalada. Cada peldaño parecía emerger de una neblina ante sus ojos, y notó que sus pies se alzaban sin que mediara su dirección consciente.

Cuando llegaron frente a la puerta situada en lo alto de la escalera, Mirabeth la empujó para abrirla y salió al pasillo que estaba al otro lado. Danyal la siguió, y después Kelryn. Aún empuñaba su espada, pero parecía estar más preocupado por la verde gema, que seguía resplandeciendo entre sus dedos.

—¡Id por allí! —instó, y apuntó hacia la curva que, según recordaba Dan, llevaba al recibidor que tenía las altas paredes cubiertas de tapices. El pasillo había estado iluminado antes con sólo dos velas, pero ahora debía de haber una docena o más de antorchas colgadas de las paredes a lo largo de la estancia.

El joven no había visto a ningún otro bandido, si bien podía oír gritos que venían del exterior; sólo le quedaba desear que al menos Emilo hubiera encontrado un lugar en el que estuviera a salvo. Su corazón se encogió al pensar de nuevo en lo que podría haberle ocurrido a Foryth.

—Estos tapices representan grandes momentos de la historia de mi templo —declaró el falso clérigo, señalando con un gesto hacia las largas colgaduras. El trabajo de los artesanos probablemente había sido espléndido en su momento, pero los brillantes colores se habían difuminado y los márgenes de los tapices estaban deshilachados y apolillados.

Danyal seguía teniendo las manos sobre la cabeza y sentía muy poco interés por los tapices; le hubiera dado igual que hubieran estado recubiertos de hollín. Pero al flexionar los dedos, que empezaban a quedarse dormidos por la falta de riego, intentó pensar en algo, cualquier cosa, que pudiera hacer, y de repente tuvo el destello de una idea.

—Esa imagen… —dijo el muchacho, mirando hacia el tapiz más cercano. Se acercó a él y alcanzó a distinguir una escena de una multitud y un gran edificio cuadrado—. ¿Qué representa?

—Este tapiz muestra la construcción de nuestro templo en la muralla exterior de Haven. —Kelryn habló con gran animación—. ¿Ves? Ése soy yo supervisando el trabajo.

El hombre se aproximó a la ilustración bordada e indicó una figura con un halo verde pálido, que estaba de pie encima de una pequeña pirámide de bloques cuadrados de piedra.

El bandido contempló admirado la obra artesanal, y el muchacho percibió que la atención y el deseo del hombre estaban momentáneamente distraídos por las reminiscencias de sus días de mayor gloria.

Dan vio su oportunidad. Con las manos sobre la cabeza agarró el borde del tapiz y se lanzó hacia atrás, haciendo que todo su peso y su impulso tiraran del soporte de la antigua tela.

«¡Cede, por favor!» Su desesperada plegaria tuvo éxito. La larga tira de tela se desgarró cerca de la parte superior, con lo que el gran lienzo lleno de polvo cayó hacia abajo y enterró a Kelryn Desafialviento, su espada y su verde heliotropo.

En cuanto desapareció el jefe de los bandidos, Dan sintió cómo caían sus brazos, liberados del hechizo al quedar sofocada la luz verde. Al instante sacó la daga, listo para apuñalar a la figura que se revolvía bajo las ondulantes capas del tapiz.

—¡Danyal…, por aquí! ¡Deprisa! —Mirabeth lo cogió del brazo y tiró de él antes de que pudiera atacar.

El muchacho oyó pasos y vio el fulgor de una antorcha que venía de la dirección en la que estaba la cocina. Refunfuñó por la frustración de haber perdido su oportunidad, pero reconoció la necesidad de huir inmediatamente, por lo que siguió a la muchacha a través del recibidor. Lo sorprendió ver que las verjas de la casa estaban abiertas. Había antorchas encendidas entre las toscas casas de la aldea, y pensó que algunos de los hombres, advertidos por la maniobra de diversión de Emilo, debían de haber salido corriendo de la fortaleza para investigar.

Entonces atravesaron la verja y bajaron corriendo por el terreno de extramuros. Con un giro brusco que los alejó del camino del puente, Danyal tiró de Mirabeth para ocultarse a la sombra de un granero.

Jadeando, intentó respirar lo más silenciosamente posible, y miró a su alrededor para estudiar su situación.

Pero no esperaba ver a alguien tan cercano como la figura que se incorporó para ponerse de pie a su lado.

Con un movimiento reflejo, Dan enarboló su cuchillo, empujó a Mirabeth a un lado y asestó la puñalada.