32

Loreloch

Segundo Palast del mes de Reapember

374 d. C.

El trío encontró al bandido llamado Rojo roncando ruidosamente en la orilla cercana al siguiente puente. El hombre ni siquiera se movió cuando Danyal, Emilo y Foryth Teel se aproximaron a él. Cuando cambió la dirección de la brisa, los compañeros percibieron el olor, a coñac y adivinaron rápidamente la causa de que el corpulento bandido tuviera un sueño tan profundo.

—Deberíamos matarlo simplemente, ¿verdad? —preguntó Danyal, maldiciendo su propia renuencia mientras miraba al hombre indefenso. Se dijo a sí mismo que si hubiera sido Zack o Kelryn no habría tenido problema en asestarle un certero golpe. No era seguro que estos pensamientos se ajustaran a la realidad, pero sí el hecho de que era incapaz de acuchillar a un hombre dormido y borracho.

—Eh… —Foryth también parecía vacilante—. Quizá deberíamos hacer caso omiso de él y seguir adelante; tal vez ni siquiera se entere de que pasamos por aquí. —El historiador apuntó hacia la calzada que se extendía más allá del puente—. De acuerdo con mi mapa Loreloch está en esa dirección. ¿Por qué no nos ponemos en marcha sin más dilación?

—Parece arriesgado dejarlo aquí —opinó Emilo—. Aunque no sé gran cosa sobre el tema, no quiero que venga detrás de nosotros.

Danyal iba a seguir discutiendo cuando de repente se oyó un gran ruido de piedras detrás de ellos; al girarse vio la forma de un gran caballo negro que se dirigía hacia ellos con un trote rápido.

—¡Malsueño! —gritó, con una alegría irracional ante la aparición del enorme caballo. Al mismo tiempo, Rojo se despertó con un gruñido, se incorporó y parpadeó al ver que la yegua se acercaba al puente. Los tres compañeros se ocultaron en la ladera del otro lado de la calzada cuando el bandido, boquiabierto por la sorpresa, consiguió arrodillarse.

—¡Por todos los dioses! ¡Es ese demoníaco caballo! —gritó Rojo, poniéndose en pie de un salto. El caballo se dirigía hacia él, y los poderosos cascos repicaban con estrépito en la calzada.

Rojo se giró, al parecer sin ver a las tres figuras situadas al otro lado del camino; miró por encima del hombro con los ojos muy abiertos, y echó a correr.

El trapaleo de los cascos de Malsueño retumbó sobre el pequeño puente, y el caballo resopló despectivamente hacia el trío de compañeros. Danyal se puso inmediatamente de pie en el camino y corrió para intentar agarrar el ronzal; pero, antes de que pudiera dar dos pasos, el animal emprendió la huida al galope y desapareció, dejando tras de sí el ruido de sus cascos, que poco a poco fue menguando al alejarse.

—¿De dónde vino? —preguntó Dan, mientras miraba con frustración al lugar por el que se había ido el caballo; tuvo una triste sensación de abandono que se hizo aun más dolorosa al pensar en el cautiverio de Mirabeth. No le cabía la menor duda de que la moza habría podido parar a la yegua con toda facilidad.

—Apareció justo a tiempo —señaló Emilo, haciendo un comentario más práctico.

Foryth Teel estaba de nuevo consultando su libro de mapas.

—Y parece que Rojo se aleja de Loreloch en su huida. No creo que tenga prisa por volver después de abandonar su puesto.

—Y Malsueño se dirige hacia Loreloch; quizá la alcancemos —dijo Danyal sin muchas esperanzas.

Decidieron qué dirección seguir guiándose por el mapa del libro, que sólo el historiador parecía entender. Con fría determinación, los tres novatos rescatadores empezaron a cruzar las montañas por un camino que discurría paralelo a la calzada, pero un poco más arriba de la ladera montañosa. Conscientes del peligro que los acechaba, se movían con celeridad pero sin exponerse innecesariamente a ser vistos.

Ahora los tres tenían aspecto de pertenecer a una banda cruel y peligrosa. Danyal conservaba el gran cuchillo y había cogido asimismo el arco corto y el carcaj lleno de flechas del hombre al que había apuñalado. Siempre había sido muy hábil disparando a los conejos que habitaban los alrededores de Waterton y se sentía bastante seguro de que podría clavar certeramente una flecha en un objetivo mucho más peligroso.

Foryth Teel había reclamado como suya la corta espada del bandido que ya no podría hacer uso de ella. Al principio había tropezado varias veces con la vaina que se había colgado de la cintura, pero al segundo día ya había aprendido a caminar con el arma envainada y la desenfundaba de un modo que era terriblemente impresionante de observar, aunque de utilidad cuestionable en una lucha real.

Se mantuvieron entre los riscos rocosos situados por encima de la calzada en vez de tomar el camino, sin obstáculos pero fácil de vigilar. Dos veces acamparon a la intemperie, en la ladera, sin osar encender una hoguera que pudiera descubrir su presencia.

En el primero de los campamentos Emilo los hizo partícipes del resto de la historia de Mirabeth, o, por lo menos, de todo lo que ella le había contado al kender o él podía recordar.

Era la hija del valiente Caballero de Solamnia, sir Harold el Blanco. Era éste un hombre que había hecho de la paz en aquella zona de Kharolis su objetivo personal, por lo que se había convertido en una enorme espina clavada en el costado de Kelryn Desafialviento. Así pues, el jefe de los bandidos se había cobrado venganza con un ataque brutal y asesino contra la casa del caballero.

—Debería haberlo adivinado —dijo Danyal—. Kelryn Desafialviento y sus secuaces regresaban a su casa tras cometer esos asesinatos, cuando nos topamos con ellos la primera vez.

Tras matar a toda su familia, Kelryn había dejado clara su intención de encontrar y matar a la única superviviente. Como ella misma les había contado, el kender la había encontrado en el bosque, sola y triste.

Sabiendo que los bandidos estaban en la zona, habían tomado la decisión de disfrazarla, y, juntos, habían confeccionado las orejas de cera. Emilo la había ayudado a peinarse dando a sus cabellos la forma del copete tan popular entre los kenders, y la propia Mirabeth tenía suficientes conocimientos de maquillaje para trazar las finas arrugas alrededor de sus ojos y su boca.

El convencimiento de que si Kelryn descubría la identidad de la chica ésta perdería la vida, era un incentivo aun mayor para su intento de rescate; esto hacía que Danyal rebullera en el petate, sin conciliar el sueño durante las interminables noches, aterrado por la idea de que el astuto villano reconociera el disfraz de Mirabeth. Su única esperanza era que ella hubiera podido de algún modo ocultar la forma humana de su oreja valiéndose del pelo.

Durante la segunda noche de persecución Emilo sufrió otro ataque, una convulsión como la que lo había aquejado la noche de su rescate en la calzada. Dan y Foryth intentaron mantener cómodo al kender cuando finalmente se quedó rígido después de retorcerse en el suelo. De nuevo despertó sin capacidad para reconocer los alrededores, aunque durante el curso del último día la recuperó gradualmente.

Por fin, su cautelosa marcha los llevó a un lugar desde el que podían ver su meta.

La casa solariega se elevaba como un pequeño pico sobre la cumbre de lo que, en realidad, era una montaña. La única torre de piedra existente se alzaba por encima de los muros, y varios tejados inclinados se asomaban por encima de las murallas, pero la mayoría de la estructura se perdía tras los muros que encerraban gran parte de la cumbre, dándole al lugar el aspecto de un pequeño pero formidable castillo.

Danyal y sus dos compañeros observaban el recinto desde su atalaya, en un risco cercano, e inmediatamente empezaron a buscar la mejor forma de acercarse al lugar.

Sólo cuando comenzaron a descartar unas opciones y a proponer otras cayó en la cuenta el muchacho de que, una semana antes, habría perdido la esperanza ante la posibilidad de acercarse a tal fortaleza y mucho menos penetrar en ella; pero ahora el reto sólo reforzaba su convencimiento, atizaba los rescoldos del odio que ardía sin pausa en el fondo de su ser.

—Ese puente parece ser la única vía de acceso al lugar —comentó Danyal, y apuntó hacia una pasarela con arcos que cruzaba el escarpado barranco que separaba la cumbre de Loreloch de una elevación contigua.

La casa propiamente dicha estaba rodeada por muros lisos, aunque varias casitas toscas se agrupaban en el exterior del recinto. Algunas de ellas estaban encaramadas al precipicio, mientras que otras formaban la estrecha callejuela que unía el puente con las verjas de entrada, ahora cerradas, del imponente edificio.

—En cuanto crucemos el puente deberemos buscar una forma de entrar que no sea la verja delantera —dijo Emilo.

—Quizá se hayan dejado abierta la puerta de la antecocina —sugirió Foryth. Cuando Danyal lo miró escéptico, se explicó—: Era lo que pasaba todo el tiempo en el monasterio, aunque se suponía que estaba siempre cerrada con llave. Un cocinero que vaya a tirar un cacharro lleno de restos o de basura no quiere entretenerse con pestillos ni cerraduras.

—Supongo que tiene su lógica —admitió Danyal—. Oscurecerá dentro de una hora; ¿por qué no descansamos aquí un rato y nos acercamos cuando oscurezca?

Los otros estuvieron de acuerdo y esperaron durante lo que pareció un intervalo interminable a que el sol desapareciera por el horizonte y el cielo se tornara lentamente negro. La sugerencia de Danyal de aprovechar el tiempo para dormir fue un deseo incumplido; en lugar de ello se dedicó a estudiar la fortificación en lo alto de la montaña, buscando alguna debilidad en lo que obviamente había sido diseñado para actuar como una pequeña fortaleza. Había muchas ventanas, pero todas estaban muy altas en los muros de piedra. La única señal esperanzadora era que no parecía haber ningún vigilante apostado en el puente.

Para cuando la noche oscura hubo descendido sobre ellos, Dan no había encontrado ningún otro indicio esperanzador, pero tampoco quería retrasarse más. El trío emprendió el descenso hasta la calzada y después se mantuvo cerca del lado superior del camino, cerca de una acequia poco profunda que quizá les permitiría obtener refugio si necesitaban esconderse de repente.

Aun así, todos sabían que su mejor oportunidad estribaba en que su presencia pasara inadvertida, así que se concentraron en moverse con toda la velocidad que el sigilo les permitía.

Les llevó un tiempo sorprendentemente largo llegar hasta el puente y, cuando lo hicieron, Danyal vio que el edificio de Loreloch era aun más grande de lo que parecía desde el otro lado del valle. Por fortuna, seguía sin haber un centinela apostado al final del puente y nadie se había molestado en colocar antorchas o faroles en el exterior del grupito de casuchas y pequeños corrales apiñados a la sombra de la gran casa de piedra.

Agachados al lado de uno de los muros bajos que flanqueaban el puente, los tres compañeros subieron cautamente al estrecho pasadizo. Danyal nunca había estado tan alejado del suelo como lo estuvo al pasar por el centro del puente, y tuvo que contener una oleada de vértigo cuando miró sobre el antepecho al barranco que había debajo.

Pero pronto habían cruzado, y la primera de las chozas estaba sólo a una Carrera de distancia y la enorme mansión, un poco más allá. La mayoría de los pequeños edificios se hallaban a oscuras y en silencio, pero la luz de una vela parpadeaba vacilante en algunas ventanas. Las altas ventanas del muro de la mansión estaban iluminadas, y el aire les llevaba el eco de gritos y risas estridentes.

—Es casi medianoche —dijo Foryth, tras mirar las estrellas—. Me pregunto si las cosas se tranquilizarán dentro de un rato.

Danyal no quería esperar, pero tuvo que admitir que el lugar parecía muy activo en esos momentos. Esto era un contraste muy marcado con su pueblo, en el que inevitablemente reinaba el silencio una o dos horas tras la puesta del sol. Aun así estaba a punto de sugerir que se acercaran, cuando Emilo habló para apoyar al historiador.

—Démosles una hora, más o menos. Yo sugeriría que vosotros rodeéis por la derecha; quizá podáis encontrar esa puerta de la antecocina. Yo iré por el otro lado y veré si hay algo que pueda hacer para distraerlos.

Los intrusos avanzaron con sigilo entre los desvencijados edificios exteriores cercanos al puente y encontraron una pequeña cornisa donde no serían vistos ni desde la fortaleza ni desde el pueblo. Sabían que allí podían esconderse mientras esperaban, sin que hubiera grandes posibilidades de ser descubiertos de forma accidental; se pusieron cómodos y se dispusieron a aguardar.

El tiempo se les hizo interminable, pero finalmente vieron que la mayoría de las antorchas del edificio se habían apagado. Escucharon atentamente, pero no oyeron más sonidos de jarana.

—Esperaré un rato antes de organizar el jaleo —propuso Emilo—. No tiene sentido agitar las cosas demasiado pronto, pero si pareciera que va a haber problemas intentaré atraerlos para alejarlos de vosotros.

—¿Cómo? —preguntó Danyal, pero la única respuesta que obtuvo fue un encogerse de hombros por parte del kender.

El joven guió sigilosamente a Foryth por el borde del barranco. Oyeron ruidos de sonoros ronquidos que venían de una de las chozas, y dieron un rodeo muy amplio alrededor del lugar. Les llevó quince minutos desaparecer del campo visual desde el puente, y Danyal se sintió terriblemente expuesto, consciente del enorme espacio abierto a su derecha y la amenazadora presencia de la aparentemente inexpugnable mansión a su izquierda.

—Huele como si nos estuviéramos acercando a la cocina —notó Foryth. A Danyal también le había llegado el olor a comida putrefacta, pero no había caído en la conexión de lo uno con lo otro.

En efecto, vieron la sombra de una pequeña puerta en el muro de la casa, bajo la cual había una pronunciada cuesta donde evidentemente los cocineros se limitaban a tirar toda la comida sobrante y otros desechos que llegasen a la cocina de la gran casa. Un ruido de entrechocar de dientes y de animales escabulléndose sorprendió a los intrusos, y no contribuyó a relajarlos el saber que el ruido provenía de docenas de ratas que escalaban y rebuscaban entre el rancio montón de basura.

Danyal intentaba descubrir si había un centinela apostado cerca de la puerta, cuando Foryth se acercó intrépidamente a ésta y asió el pestillo; con el corazón desbocado, Dan se preparó para escuchar una alarma o una lucha.

En vez de eso la puerta se abrió con un suave chirrido y reveló una gran habitación apenas iluminada por la roja incandescencia de los rescoldos que ya iban apagándose. El muchacho corrió para reunirse con el historiador y entró, indeciso, en la fortaleza de Kelryn Desafialviento.

La cocina olía a hollín y a grasa. Con la tenue luz pudieron ver grandes repisas, un enorme montón de cacharros apilados y una chimenea de ladrillo en la que brillaban las brasas de carbón.

—¿Dónde estará ella? —preguntó Foryth—. La casa es muy grande, después de todo.

—Kelryn nos dijo que tenía una mazmorra, ¿recuerdas? Creo que deberíamos buscar en el nivel más bajo que encontremos.

—Tiene su lógica —repuso el historiador—. ¿Nos separamos?

Danyal negó firmemente con la cabeza, y no únicamente porque no quisiera quedarse solo en ese lugar.

—Hay el doble de posibilidades de que nos descubran si estamos en dos lugares diferentes —apuntó. Foryth asintió con la cabeza, aparentemente de acuerdo.

La puerta de la cocina era una inmensa hoja de roble con barras de hierro, pero las bisagras estaban bien engrasadas y la puerta se abrió sin apenas hacer ruido. Pisaron una alfombra de lana en el suelo de un gran pasillo que tenía varias puertas, visibles a ambos lados en las paredes de oscuros paneles. Un par de velas colocadas sobre soportes en la pared proporcionaban la escasa iluminación del ancho y largo pasillo.

Hacia la izquierda, el vestíbulo se ensanchaba y después había un recodo. Dan vislumbró largos tapices que colgaban desde lo más alto de las elevadas paredes y recordó que Kelryn había mencionado las obras de arte que había encargado para mostrar las glorias de Fistandantilus.

Las luces más intensas que había visto venían de esa dirección, así que Danyal decidió, lógicamente, alejarse de ellas yendo en dirección opuesta. Razonó que la mazmorra estaría alejada de los lugares de reunión y residencia de la casa.

Pasó varias puertas, todas ellas más pequeñas que la de la cocina y todas con pulidas y brillantes bisagras de bronce. Continuó su proceso de deducción y concluyó que éstas tampoco llevarían a las asquerosas cámaras subterráneas que él imaginaba sucias y húmedas. Tras una docena más de pasos, el pasillo se curvaba para rodear un muro de piedra. Aquí encontró una pesada puerta con barras de hierro.

—Esta es la base de la torre —susurró Foryth, y apuntó hacia el curvado muro—. La puerta probablemente lleva a una escalera para subir.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Dan, incrédulo.

—Simplemente marqué la ubicación cuando estábamos fuera —dijo modestamente el historiador—. Una mole de piedra tan grande necesita un cimiento sobre el suelo, y es éste.

Al darse cuenta de que el historiador probablemente tenía razón, Danyal siguió adelante, pisando ahora losas de piedra en vez de alfombras. Poco después encontró otra puerta reforzada también con hierro y al acercar la cara al marco de ésta percibió un fuerte olor a moho y humedad.

Su corazón se aceleró y el joven se giró para contarle a Foryth su descubrimiento, pero no había señal del historiador. Presa del pánico, Dan retrocedió sobre sus pasos.

La puerta que se encontraba en la base de la torre estaba abierta; era sólo una rendija, pero el muchacho sabía que cuando habían pasado ante ella estaba completamente cerrada. Sólo podía deducir que Foryth Teel había entrado por allí y que ahora debía de estar ascendiendo hacia la cima de la pétrea aguja.

Por primera vez en la noche, Dan sintió un asomo de desesperación. No podía permitirse ascender tras su inquieto compañero ni arriesgarse a llamarlo. Con un suave gruñido, volvió rápidamente a la puerta que sospechaba llevaba a la escalera descendente.

Había un pesado pestillo de hierro que fijaba la puerta para que no pudiera ser abierta desde el otro lado, y esto sirvió para confirmar las sospechas del muchacho.

Con todo el cuidado posible, levantó el cierre y tiró de la puerta. En la tenue luz pudo distinguir una escalera que descendía hasta desaparecer en la oscuridad. Ansioso, miró a su alrededor y vio varias velas apagadas, colocadas en soportes similares a los que sujetaban los ardientes cirios. Tomó una de ellas y la acercó a la mecha de una vela encendida; armado así volvió a la puerta.

Justo antes de empezar a descender por la húmeda escalera de piedra oyó un barullo en el exterior de los muros, así como gritos de hombres, y Dan dedujo que Emilo había comenzado su maniobra de diversión; confiado en que fuera efectiva, volvió su atención hacia la oscuridad que se abría a sus pies.

El aire era frío y maloliente y parecía calar hasta los huesos. Con sumo cuidado bajó de puntillas por un largo tramo de escalera, con el cuchillo en una mano y la vela en la otra.

Al llegar abajo, un sucio pasillo se bifurcaba a derecha e izquierda, y se sintió momentáneamente invadido por el pánico al preguntarse hacia dónde debía ir. Decidiendo al azar, siguió uno de los ramales y, con la vela bien alta, pasó por delante de varias celdas. Las puertas metálicas de estos recintos estaban abiertas, y Danyal vio que todas se encontraban vacías.

Por fin llegó hasta una puerta cerrada; arrimó la vela a la rejilla que había en la parte superior e intentó escudriñar el interior.

—¿Quién está ahí? —demandó una voz seria, femenina y familiar; el corazón de Danyal le dio un brinco en el pecho.

—¡Mirabeth, soy yo, Danyal! —susurró.

—¿Puedes sacarme de aquí? —preguntó ella mientras se acercaba a la zona iluminada por la vacilante vela. Dan sintió alivio al ver que la joven no parecía haber sufrido daño alguno.

Una de sus orejas aún tenía el extremo puntiagudo de cera, y Mirabeth había peinado uno de sus dos copetes gemelos de manera que le cubriera la otra oreja, a la que le faltaba el disfraz.

En un momento Danyal había forzado la cerradura, que consistía únicamente en un tosco candado.

Mirabeth le dio un gran abrazo y él la estrechó contra sí lo mejor que pudo, teniendo en cuenta que no soltó ni la vela ni el cuchillo.

—¡Vámonos! —apremió—. Tenemos que sacarte de aquí.

—¿Y adónde se supone que pensáis ir? —inquirió una voz burlona que salía de la oscuridad, una voz que Danyal reconoció claramente.

¡Era la voz de Kelryn Desafialviento!