31

Persiguiendo a los perseguidores

Primer Bakukal del mes de Reapember

374 d. C.

—¡Ella es una chica humana! —jadeó Danyal al recordar sus impresiones acerca del andar contoneante de Mirabeth, la timidez de su sonrisa y la dulzura musical de su voz.

—Sí, o más bien, una joven, realmente. —El ceño de Emilo estaba fruncido, y el muchacho se preguntaba si su compañero intentaba recordar más detalles. Pero luego cayó en la cuenta de que la expresión del kender estaba relacionada con sus propias noticias.

»Su historia es, en cierto modo, como la tuya —le dijo Emilo a Dan—. Es la única superviviente de una catástrofe, un ataque asesino que acabó con toda su familia, incluyendo a los siervos y a los invitados. Mirabeth tuvo suerte de escapar con vida y sólo lo hizo porque adoptó un disfraz.

—¿Como kender? Pero ¿por qué?

—¡Ejem! —Foryth Teel se aclaró la garganta con dignidad—. Nunca he sido persona gustosa de ignorar los detalles de una historia, pero me pregunto si nuestra discusión no debiera esperar un momento mejor. Si quizá nuestra atención no debiera centrarse en nuestra persecución.

—Tienes razón. —Danyal estaba casi abrumado por un sentimiento de impotencia, pero la rigidez de sus extremidades y la palpitación de su corazón estaban causados además por otra emoción: sentía una furia ardiente, una rabia que sabía que podía llevar a una violencia salvaje. Cuando pensaba en el modo en que Kelryn Desafialviento iba por la vida, arrogante, tranquilo, destruyendo las vidas de tanta gente, sólo quería matarlo.

Su odio por el jefe de los bandidos rugió como una llama iracunda. El hombre parecía representar todo aquello espantoso, terrorífico e injusto que había en el mundo. Era un enemigo mortífero, pero, a diferencia de Flayzeranyx, el dragón, no era invulnerable.

Y tenía a Mirabeth.

—¿Por dónde se la llevó? —preguntó Foryth—. Lo vi aquí, en el borde del barranco con Zack, pero después de eso corrí a tu lado, Danyal. Siento decir que los perdí de vista.

—Vimos a sus hombres junto al arroyo. Estoy seguro de que la llevará allí. —Danyal emprendió el camino más directo hacia el claro, zambulléndose entre los árboles con los brazos por delante para protegerse la cara de las ramas.

Oyó a Foryth y a Emilo que corrían tras él, y en un tiempo sorprendentemente corto vio el claro soleado de la pradera que se abría ante él.

Instintivamente se paró y se agachó. Sus dos compañeros se le unieron y se arrastraron hacia adelante para poder observar sin dejarse ver.

Sonó un grito desde el otro lado del claro y vieron a Kelryn Desafialviento, que seguía sujetando con una mano a Mirabeth, la cual no dejaba de retorcerse. Con la otra hizo un gesto a sus hombres, que aparecieron de uno en uno, escalando la pared baja del arroyo para reunirse con el capitán en la linde del bosque.

—Yo cuento siete —dijo suavemente Foryth Teel—. Y la joven, por supuesto.

Y entonces desaparecieron de la vista, corriendo a un trote lento; Danyal comprendió que les costaría seguirlos durante un tiempo prolongado.

Pero tenían que intentarlo. Se puso de pie, listo para atravesar corriendo la pradera y perseguir a los secuestradores a través del bosque, cuando sintió una mano que le sujetaba el brazo; en realidad una en cada brazo.

—Espera —susurró Emilo.

—Efectivamente. ¿No crees que apostarán a alguien para guardarles las espaldas? —preguntó Foryth con lo que al enloquecido Danyal le pareció casi curiosidad indiferente.

—¿Por qué? —espetó el muchacho—. Ya tiene lo que quería. Se limitará…

—Precisamente ésa es la cuestión —continuó el historiador—. ¿Qué es lo que quiere? Si supiéramos eso, sabríamos lo que piensa hacer con nosotros, entre otras cosas.

—Como si piensa o no tendernos una emboscada —añadió Emilo.

Danyal estaba enfurecido por la idea de algún cobarde bandido escondido agazapado en el borde del bosque, pero una parte fría y serena de su mente sugería, en una voz muy suave, que sus compañeros tenían razón. Miró a la arboleda que se extendía al otro lado del claro, y estimó que había unos cien pasos o más de terreno abierto que separaba ese grupo de árboles del rincón del bosque donde los tres se hallaban agazapados.

—Podríamos cruzar el claro todos juntos, a toda velocidad —sugirió impulsivamente Danyal, al recordar el gran cuchillo que llevaba en su cintura.

—Una idea bonita —dijo Foryth— que apela a mi sentido de valiente aventurero, pero ¿qué pasa si hay dos o incluso tres de ellos aguardando? —objetó.

—O un arquero. Parecía que por lo menos dos de los bandidos llevaban arcos —añadió Emilo.

La frustración de Danyal aumentó de nuevo, si bien otra vez sintió la necesidad de actuar con precaución. Miró a su izquierda, pero vio sólo la ladera inclinada y totalmente expuesta del prado herbáceo que formaba un lado del valle. Después miró a su derecha hacia el arroyo, que era invisible desde donde estaban, entre sus dos taludes.

—¡El arroyo! —susurró—. Podemos avanzar por el bosque hasta que lleguemos al arroyo, y luego seguimos su canal, ocultos por la hondonada hasta llegar al otro lado del claro.

—Una idea espléndida —exclamó Foryth, entusiasmado.

Emilo ya se alejaba del claro. En un instante estaban todos de pie, escondidos unos metros dentro del bosque hasta que de nuevo empezaron a correr tan rápido como pudieron. Pronto escucharon el sonido del agua corriente ante ellos, y llegaron al arroyo, que se derramaba por el suelo de grava casi unos dos metros más abajo que el suelo del bosque. Hacia su izquierda veían que el agua había socavado un profundo canal para atravesar la pradera.

Sin dudarlo un momento, Danyal bajó por el talud liso y embarrado. Emilo y Foryth lo siguieron aunque el historiador tropezó al llegar abajo y cayó de bruces en el agua. Aun así, se puso de pie con aplomo y los siguió velozmente.

Mientras avanzaba por el agua poco profunda del borde de la corriente, Danyal tuvo la fuerte sensación de estar en un túnel. Los elevados árboles se cerraban sobre el arroyo, con lo que sólo se veía una fina tira de cielo. El prado abierto que estaba ante ellos brillaba aun con mayor intensidad comparado con la zona sombreada en la que se encontraban.

Entonces salieron del bosque, y siguieron por la cárcava del arroyo a través de la pradera. Aunque el talud de la orilla estaba más alto que su cabeza, Danyal se agachó precavidamente. Emilo, el más bajo de los tres, no tenía por qué preocuparse, mientras que Foryth, que era el más alto, se encogía con cuidado excesivo mientras avanzaba chapoteando.

El corazón de Danyal palpitaba intensamente, y se preguntó si a los bandidos se les habría ocurrido vigilar el arroyo además del claro; o incluso si sus compañeros y él tenían razón al sospechar que uno o más hombres se habían quedado detrás para vigilar. El joven no podía dejar de pensar que se equivocaban, que tal vez todas estas precauciones eran una pérdida de tiempo, un tiempo que permitiría que se llevaran a Mirabeth, mientras el trío de rescatadores en ciernes se acercaba sigiloso a un bosquecillo vacío.

Las ramas de la siguiente arboleda se arqueaban sobre ellos y enseguida sintieron a su alrededor la templada sombra de los árboles. Danyal seguía a la cabeza del trío, alerta por la necesidad de cautela y sigilo y la existencia de un peligro potencialmente mortal.

El joven humano encontró un nicho en el que la escarpada orilla del riachuelo había cedido ante la presión de una nudosa raíz y había formado una profunda escotadura. Subió de dos zancadas y se internó en el bosque con el horrendo cuchillo en su mano. Se mantuvo agachado, e intentó ser sigiloso recurriendo al uso de todas las técnicas de cazar conejos que había aprendido a lo largo de su corta vida. Se deslizó de árbol en árbol, y mantuvo la pradera a su izquierda al acercarse al lugar donde los bandidos habían penetrado en el bosque.

Se sobresaltó al notar una repentina ráfaga de olor, una acre y apestosa mezcla de sudor y humo de hoguera, y supo, sin lugar a dudas, que había un enemigo cerca de allí. Con una oleada de energía desaparecieron todas sus dudas y estuvo listo, incluso deseoso de peligro.

Emilo, que también se movía sigiloso, se unió a él detrás del tronco de un enorme pino, mientras que Foryth se mantuvo unos pasos detrás de ellos.

El kender arrugó la nariz, percibiendo también la presencia de sus enemigos. Se llevó un dedo a los labios y con la otra mano se apuntó a sí mismo y hacia la derecha; después señaló a Danyal y apuntó hacia la izquierda. El muchacho asintió y observó cómo su compañero sacaba una daga casi tan larga como el arma que él había obtenido de Zack.

Foryth, mientras tanto, se había pertrechado de un palo que era casi tan alto como él, un garrote que se ensanchaba en uno de sus extremos por un nudo sólido que tenía. Indicó en silencio que él seguiría a los dos, directo hacia el objetivo.

Cuando Emilo desapareció entre los árboles, Danyal se asombró al darse cuenta de que sus dedos, que sujetaban la empuñadura del cuchillo, estaban rígidos y con calambres. Cambió el arma de mano y flexionó dolorosamente sus entumecidos dedos. Al mismo tiempo avanzó con sumo cuidado, con el cuchillo preparado.

Un momento después vio a un hombre o, para ser exactos, las botas de un hombre, que salían de debajo de un árbol. A juzgar por la postura de sus pies, el bandido estaba tumbado boca bajo, sin duda observando la pradera que se extendía poco más allá de su atalaya. No hubo reacción alguna por parte del vigía, que, al parecer, desconocía la presencia del sigiloso trío.

Dan había empezado a congratularse por su buena suerte cuando consideró, por primera vez, la realista posibilidad de clavar el afilado trozo de acero que blandía en la carne de otra persona. En términos prácticos era una tarea que debería ser fácil: sólo tenía que abalanzarse para caer sobre la espalda del hombre. Una puñalada rápida, y el tipo estaría muerto, ¿verdad?

De repente, Danyal flaqueó, las tripas se le revolvieron con una sensación de desesperanza al preguntarse si realmente sería capaz de matar a ese hombre a sangre fría. Pero, si no lo hacía, ¿cómo iban a rescatar a Mirabeth?

—¡Chist!

Un susurro seco, pero claramente audible, resonó en el bosque, y Danyal reprimió un gruñido, convencido de que uno de sus compañeros había eliminado el factor sorpresa. Aun así, retrocedió hasta esconderse bien, asombrado de que el hombre de debajo del árbol se arrastrara hacia atrás sin dar señal externa de alarma. El bandido se puso en cuclillas y miró hacia el lugar de donde había provenido el sonido para responder con similar furtividad.

—Sí, ¿qué quieres?

Sólo entonces vio Dan al segundo bandido, un arquero bigotudo llamado Kal. El tipo se acercó a su compañero y apuntó hacia el valle.

—¿Alguna señal de ellos?

—No —fue la breve respuesta.

—Yo tampoco he visto nada. No han intentado venir por la cresta o los hubiera avistado seguro.

—¿Crees que debemos volver hacia Loreloch o por lo menos encontrarnos con Rojo en el puente?

El arquero soltó una risa seca.

—El jefe dijo que esperáramos a esta noche y no tengo intención de llevarle la contraria.

—Sí… bueno.

Una rama seca rompiéndose fue como un trueno para los oídos de Danyal, un sonido que lo superó todo. Había sonado a su espalda, cerca de donde el muchacho había visto a Foryth por última vez.

—¿Qué ha sido eso? —El arquero cargó al instante una flecha y escudriñó el bosque—. Ve a comprobarlo.

—¿Quién, yo? —El hombre en cuclillas estaba inicialmente indignado, pero después miró el arma de su compañero y sacó su espada corta, al parecer tras llegar a la conclusión obvia: su compañero podría cubrirlo con una flecha, mientras que su espada sólo sería útil en la lucha cuerpo a cuerpo.

El de la espada se puso de pie y avanzó pasando por el otro lado del gran tronco tras el que se ocultaba agachado Danyal. Casi sin atreverse a respirar, el muchacho miró por entre las ramas y vió que el arquero se aproximaba para tener un blanco seguro por encima del hombro de su compañero.

—¿Quién va? —demandó el de la espada, cortando con certeros golpes unas ramas para poder ver mejor—. ¡No me hagas ir a buscarte!

Se oyó chasquear una lengua y de repente apareció Foryth Teel, saliendo de entre dos árboles con un grueso garrote en las manos. Danyal no podía distinguir gran cosa, pero sí vio que el historiador temblaba y miraba al bandido con ojos desorbitados.

—¿Por qué no sueltas ese pequeño garrote? —sugirió el espadachín con una risa seca—. Si no, te tendré que cortar primero las manos.

El historiador se alejó con un movimiento brusco, lo que hizo que el que manejaba la espada emitiera un grito de alarma.

—¡Eh! —El acero brilló cuando el hombre se lanzó en persecución de Foryth, para caer súbitamente al suelo con un grito de dolor. Emilo Mochila salió de debajo, blandiendo un cuchillo teñido de un color escarlata brillante.

—Maldito seas, pequeñajo… —El arquero dio unos pasos al frente, listo para soltar su flecha, pero no llegó a hacerlo, ni siquiera consiguió acabar su amenaza.

Cuando pasó precipitadamente al lado de su árbol, Danyal salió de su refugio con un aullido de rabia. Estaba tan cerca del arquero que podía incluso oler la peste de sus sucias vestimentas, y sin pararse a pensar apuntó a un lugar donde su camiseta medio rota se enlazaba con algunas tiras de cuero.

El pesado cuchillo se clavó fuertemente en el pecho del hombre, que se giró para alejarse, asustado por el repentino ataque. Su codo atizó a Danyal en la barbilla, y éste se tambaleó y sintió cómo su única arma se deslizaba de su mano.

Cayó de espaldas y esperó a la flecha que lo clavaría contra el suelo.

Pero, en lugar de ocurrir esto, el arquero dejó caer el arco de sus dedos enervados. Ambas manos fueron al pecho e intentaron sin éxito asir el arma que se había clavado muy profundamente.

El muchacho se quedó paralizado por la impresión cuando vio cómo el hombre se quedaba fláccido y sus pequeños ojos se apagaban y desenfocaban.

Sólo cuando vio al bandido caer pesadamente al suelo, soltó Danyal el aire, y advirtió que le temblaba todo el cuerpo y apenas podía tenerse en pie.

—Hacemos un buen equipo —dijo Emilo, ayudando a Foryth Teel a incorporarse del lugar en el que el historiador había caído en su torpe intento de huida.

Y entonces, al ver el apretón de manos entre el kender y el hombre, Danyal cayó en la cuenta de que no había sido torpeza, sino que había obedecido a un plan. Foryth había actuado como señuelo para que el kender tuviera oportunidad de atacar por sorpresa al espadachín, que era mucho más grande que él. Él mismo había aprovechado una oportunidad similar cuando el arquero intentó ayudar a su compañero.

—Sí, es verdad —coincidió Dan.

Se acercó al hombre que había matado, y sintió un curioso vacío en su interior. Se tornó escrupuloso al sacar la daga de la mortal herida, y tuvo una arcada cuando vio la cantidad de sangre que fluyó con fuerza de la herida después de sacar el arma. Pero, al alejarse, respiró hondo, pensó en Mirabeth y sintió que recobraba la calma.

—Hay otro más, uno llamado Rojo, que espera en un puente —informó y luego se dirigió a Foryth—. Y se llevan a Mirabeth a un lugar que seguramente le interesa: Loreloch.